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—Es <strong>la</strong> única manera de que se le ponga dura del todo —dice.<br />
Pienso en el doctor Alfred Kinsey. Por lo que sé, a él también<br />
solo se le ponía dura de una forma. Es <strong>la</strong> parte que se saltaron en <strong>la</strong><br />
pelícu<strong>la</strong>, <strong>la</strong> parte en <strong>la</strong> que Kinsey se c<strong>la</strong>va cosas en <strong>la</strong> punta del pajarito.<br />
Cosas que no pegaban nada con esa parte del cuerpo. Objetos que no<br />
siempre encajaban. Elementos que no aparecían en los datos que compiló,<br />
ordenó, etiquetó y analizó con tanta meticulosidad. Hierba, briznas de paja,<br />
cabellos, cerdas. Cualquier cosa a<strong>la</strong>rgada y flexible que hiciera cosquil<strong>la</strong>s.<br />
Pensar en Kinsey y escuchar el re<strong>la</strong>to de Anna sobre Marcus<br />
hace que mis fantasías de fol<strong>la</strong>rme a Jack en el despacho de su jefe me<br />
parezcan bastante tontorronas. Pero Anna aún no ha terminado.<br />
Una vez que se ha bajado <strong>la</strong>s bragas y ha dob<strong>la</strong>do <strong>la</strong> ropa<br />
ordenadamente sobre una sil<strong>la</strong>, solo entonces, puede volverse y mirar.<br />
Lo que ve es el pene erecto de Marcus salir lentamente por el<br />
agujero más bajo del armario, como un caracol asomando por <strong>la</strong> concha.<br />
—Lanzo un grito ahogado —dice Anna—, como Marcus me<br />
dijo que hiciera… <strong>la</strong> combinación perfecta de horror, sorpresa y p<strong>la</strong>cer.<br />
Anna se queda ahí, p<strong>la</strong>ntada en el mismo lugar, mirando,<br />
boquiabierta, hasta que todo el rabo está fuera y los huevos saltan de golpe<br />
por el agujero y quedan colgando sobre <strong>la</strong> puerta.<br />
—Cuando <strong>la</strong> pol<strong>la</strong> empieza a moverse, como si estuviera<br />
saludándome —dice Anna—, yo me siento justo de<strong>la</strong>nte y <strong>la</strong> <strong>la</strong>mo como<br />
<strong>la</strong>merías <strong>la</strong>s gotas de he<strong>la</strong>do fundido que se deslizan por un cucurucho.<br />
—¿Y eso son solo los preliminares? —pregunto.<br />
Quiero asegurarme, porque parece todo muy complejo.<br />
—Sí —dice Anna—, solo los preliminares.<br />
Aun estando el<strong>la</strong> ahora justo al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> puerta del<br />
armario, me cuenta Anna, Marcus no hace ni un solo ruido. Ni siquiera lo<br />
oye respirar. No hay gemidos de excitación que le den una pista de que está<br />
haciéndolo bien, solo pequeños espasmos de <strong>la</strong> pol<strong>la</strong> cuando se aparta de<br />
<strong>la</strong>s atenciones de <strong>la</strong> lengua de Anna. «Como cuando <strong>la</strong> pierna te sale<br />
disparada en respuesta al golpe en <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> con el martillito p<strong>la</strong>teado del<br />
médico», dice.<br />
—¿Cómo sabes cuándo parar, para que no se corra?<br />
—La puerta se abre —dice el<strong>la</strong>—. Es un poco espeluznante.<br />
Imagino <strong>la</strong> puerta abriéndose con un chirrido —como en esas<br />
pelícu<strong>la</strong>s muy antiguas en b<strong>la</strong>nco y negro sobre una casa encantada que dan