abr. 1983 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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En lo que concierne a otros aspectos formales, hay en las Crónicas<br />
numerosos pasajes en los que se reconocen, en gérmen o prematuramente<br />
desarrolladas, algunas de las mejores virtudes narrativas <strong>del</strong> autor<br />
de Campo.<br />
La escena en que el pardo Pintos, asistente de Bernardo Oribe,<br />
degüella a un desconocido corretino que mira pasar la columna; es una<br />
de las más logradas y puede servir de ejemplo.<br />
Como en los mejores cuentos de su madurez, Viana comienza pintando<br />
el desolado ambiente de los llanos correntinos, creando la atmósfera<br />
necesaria para que personaje y situaciones cobren verosimilitud, puesto<br />
que están en estrecha correspondencia.<br />
"Marchábamos por los llanos de Montiel, la más triste región<br />
entrerriana, eternamente plana, sin arroyos, sin cañadas, sin agricultura<br />
y sin haciendas, sin otra vegetación que la interminable selva de<br />
ñandubays que en estos parajes se hace más densa entremezclando<br />
sus ramas tortuosas, donde suelen posarse dando fuertes graznidos<br />
los cuervos y las águilas, reunidos en grandes bandadas".<br />
En ese medio desolado, monótono, en el que no se percibe tampoco<br />
a huella <strong>del</strong> hombre, y en el que las ramas retorcidas de la selva de<br />
ñandubays y los fuertes graznidos de los cuervos dan una nota lúgubre<br />
que parece anticipar la escena que ha de tener lugar; el ejército marcha<br />
en silencio, agobiado por el cansancio y la sed.<br />
"De pronto, en aquel Iiano desierto, apareció un jinete, un indio<br />
recio, tipo característico <strong>del</strong> bandido entrerriano. Con el ala <strong>del</strong> sombrero<br />
caída sobre los ojos, el rostro greñoso, el vestir harapiento, se<br />
bamboleaba, ebrio a caerse, sobre el mal caballo, azotando las piernas<br />
y armando gran ruido con las inmensas rodajas de la espuela<br />
nazarena calzada en el pie desnudo. Quieto, a poca distancia <strong>del</strong><br />
camino, encorvado sobre las cruces <strong>del</strong> caballo, miró desfilar el ejército<br />
frunciendo los labios con desdeñosa sonrisa".<br />
La súbita aparición de esta figura, cuya miseria material y moral está<br />
en estricta correspondencia con el paisaje en el que aparece enclavado,<br />
es de por sí un recurso no exento de maestría; y no lo es menos el retrato,<br />
en el que cada rasgo físico es a la vez un rasgo psicológico que está en<br />
función <strong>del</strong> núcleo narrativo, generando una tensión tan sutil como inquietante.<br />
En efecto, el ala <strong>del</strong> sombrero caída sobre los ojos, su bambolearse<br />
de ebrio, el movimiento de las piernas azotando en vano mal al<br />
caballo, el ruido de las grandes espuelas, la postura indolente y el gesto<br />
desdeñoso con que observa el paso <strong>del</strong> ejército todo parece conspirar<br />
contra la extraña quietud que domina el ambiente.<br />
y de pronto, tan inesperadamente como surgió <strong>del</strong> lóbrego paisaje, al<br />
paso <strong>del</strong> pardo Pintos, y sin que medie incidente alguno, de la forma más<br />
gratuita posible; la bravuconada:<br />
"·Adios, cuervo· dijo al ver al negro".<br />
Entonces la acción se desencadena vertiginosa, contrastando con la<br />
tensa calma que la precedió. El correntino dispara su trabuco contra el<br />
pardo, este logra evitar los proyectiles, sujeta al agresor <strong>del</strong> poncho y le<br />
hunde su facón de doble filo hasta la empuñadura:<br />
"El asesino, sin dar un grito, cayó <strong>del</strong> caballo y Pintos desmontó<br />
también para ultimarlo".<br />
El súbito, escueto, y sangriento desenlace; narrado con esa fría objetividad<br />
que no hace más que intensificar el efecto de horror; es otra<br />
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