Para la arquitectura dominicana los retos son abrumadores. Mientras se trabaja sin descanso, tanto individual como colectivamente, habría que esperar que los organismos oficiales competentes y las instituciones representantes del diseño y la planificación en la República Dominicana continúen trabajando en la construcción del espacio de acción profesional requerido. Tenemos fe en que el panorama de la arquitectura oficial mejorará en un futuro cercano. En ello han de incidir la implementación del sistema de concursos como forma de asignación transparente y noble de las obras y el aprovechamiento de buenas prácticas que se han ido desarrollando en naciones hermanas. En realidad, en estos y en muchos otros aspectos la empresa privada ha venido avanzando más rápidamente, con una idea más clara del valor agregado que representa para sus iniciativas una buena obra de arquitectura, un novedoso diseño de autor. Arquitectura dominicana y globalización Pocos oficios son tan particulares como el de la Arquitectura. Se diseña para funciones, circunstancias, sitios y usuarios específicos. Con presupuestos limitados, en tiempos bien definidos. Todo arquitecto del planeta debe entrenarse desde los inicios de sus estudios en los mecanismos precisos que le permitirán insertar cada proyecto en su lugar y en su tiempo correspondiente. Debe considerar aspectos físicos, tangibles, tales como el terreno –su capacidad de carga, su estratigrafía–, el asoleamiento, la vegetación, el clima, los fenómenos naturales y los urbanos, la vialidad, la contextualización, etc. Igualmente debe ser sensible a otros aspectos no menos importantes, de carácter generalmente abstracto: la cultura, la poética, la historia, las tradiciones de uso, de construcción y simbólicas de cada localidad donde se levantará su obra. Si bien el párrafo anterior resulta en gran medida evidente, no resulta así en la reflexión previa al acto de solicitar los servicios de un arquitecto en la actualidad, sobre todo entre algunos promotores inmobiliarios dominicanos. La importación de arquitectos “estrellas” –desde luego no lo que aquí ocurre– ha sido muy común en las décadas recientes, más que nada en el panorama del Primer Mundo. El gran bagaje cultural de estas naciones les ha permitido apreciar el trabajo de autores sobresalientes de otras procedencias, que han sido escogidos por concurso abierto o comisionados, principalmente para desarrollar encargos públicos de especial significación, o para edificios singulares ordenados por los siempre escasos mecenas privados. Los caminos de la arquitectura están llenos de ejemplos de arquitectos trashumantes: los ingenieros romanos dispersos por la vasta geografía del Imperio; los maestros masones franceses que exportaron el gótico a los estados vecinos; los alarifes mozárabes y los canteros españoles que hicieron otro tanto en toda América; la estadía final de <strong>Leon</strong>ardo en la corte francesa; los arquitectos italianos en la de San Petersburgo. Sin dudas asistimos hoy a un fenómeno común, de consecuencias, por cierto, no muy bien documentadas en la historiografía del arte universal. Estamos conscientes de que, en el marco de la globalización, en la Republica Dominicana este fenómeno ha empezado a manifestarse y sin duda alguna seguirá ocurriendo bajo muy diversas modalidades. Se observan oficinas extranjeras participando activamente en obras en toda la geografía nacional, pro- motores de proyectos turísticos e inmobiliarios y hasta “conceptualizadores” de proyectos. Aún no se registra, al menos claramente, la posibilidad de encargar grandes obras públicas a empresas internacionales, desde su diseño hasta su entrega “llave en mano”, como ocurre en países de la región, como es el caso de Trinidad y Tobago, por sólo citar un ejemplo no tan distante. Esperamos que las instituciones representantes del quehacer profesional –fundamentalmente el CODIA, pero también la Sociedad de Arquitectos– logren estructurarse eficazmente a fin de lograr el establecimiento de una normativa que, en este contexto, organice la participación en el mercado de cuantos deseen hacerlo, defendiendo los intereses de la profesión y respondiendo a las exigencias de una sociedad tan compleja y globalizada. Hacia un futuro plus-que-imperfecto Predecir es siempre arriesgado. A juzgar por las apariencias, el espacio ciudadano sobrevive dentro de un permisivo desorden: la ciudad está repleta de obras sin terminar o recién comenzadas, realizadas con una escasa orientación en el desarrollo de proyectos, sin que hayan sido ventiladas públicamente, ni concertadas, ni estudiadas, ni evaluadas correctamente. Gran parte de las ciudades lucen descuidadas, con jardines y espacios públicos a medio talle, vías peatonales inexistentes y un tráfico vehicular denso, sólo aliviado por la función que, críticamente, desempeñan los viaductos y expresos diseñados a lo largo de las avenidas principales. Después de cinco siglos la República Dominicana es todavía un país en transición. Santo Domingo, el más viejo asentamiento del continente después de la llegada europea a América, es también el más joven en pertenecer a la lista de metrópolis americanas en alcanzar similar población o superficie. Es, sin dudas, la ciudad más populosa y compleja del archipiélago caribeño. En la última década se ha visto con asombro la densificación paulatina del espacio urbano, sobre todo en las áreas centrales. Este crecimiento, ha sido producto de una enorme presión económica sobre el suelo. Como indicador basta señalar que el precio del metro cuadrado se ha triplicado en los últimos años. Es notable la gran pujanza de iniciativas inmobiliarias que hasta ahora, y en defecto de una estrategia pública de acción, lucían la única alternativa para la consolidación de territorios estratégicos por su centralidad y por sus posibilidades de acudir a una dotación de infraestructura ya inevitable. Producto de una idea de ciudad –propuesta desde el municipio–, de barrios, funcional y formalmente caracterizados en polígonos, y de una estabilidad y un crecimiento macroeconómicos, docenas de torres de apartamentos y de oficinas, al igual que plazas comerciales de la más diversa configuración, se han levantado en el Polígono Central, en el Evaristo Morales, en El Vergel, en barrios de apenas 40 años de edad, y se han extendido hasta barrios tradicionales como Gazcue, la Ciudad Universitaria, La Esperilla y otras zonas, hoy hasta cierto punto satélites al universo urbano de mayor actividad comercial. En la actualidad no menos de 500,000 metros cuadrados deben estar siendo construidos en la geografía nacional, la gran mayoría por promotores dominicanos privados, españoles, italianos y por consorcios 432|PÁGINAS PARA UNA HISTORIA FUTURA PÁGINAS PARA UNA HISTORIA FUTURA|433
Interior apartamento privado en Santo Domingo. William Vega, 2007. Foto Ricardo Briones. Casa en Palmar de Ocoa. Jordi Masalles, 2008. Foto Jesús Rodríguez. Casa en Casa de Campo, La Romana. Francisco Feaugás, 2008. Foto Lowell Whipple. Apartamentos “La Parcela” de Arroyo Hondo, Santo Domingo. Carlos Troncoso, 2008. Foto Ricardo Briones. Hospital Metropolitano de Santiago. Julio Rivera Lee. 2000-2007. Foto Ricardo Briones. Torre de apartamentos en el polígono central de Santo Domingo. Franc Ortega, 2007. Foto Ricardo Briones. Parque de las Flores en La Vega. Plácido Piña, 2007. Foto Joel Martínez. Edificio Hylsa en la avenida Winston Churchill, Santo Domingo. Antonio Segundo Imbert, 2001. Foto Jochy Marichal. 434|PÁGINAS PARA UNA HISTORIA FUTURA PÁGINAS PARA UNA HISTORIA FUTURA|435