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Garcan, y la espada del lago<br />
14<br />
—Que el cordero está duro —farfulló. Y comió<br />
con el ceño fruncido.<br />
Al cabo de un rato, Garcan asintió con la cabeza<br />
y sonrió. En sus ojos brillaron las llamas.<br />
—¿Qué pasa? —soltó Auledo.<br />
—Que eres más listo de lo que pareces —Garcan<br />
se puso en pie—. Sobre todo, para ser un<br />
dásgalo extranjero. Se me ha ocurrido un plan<br />
para salvar a la tribu, ven conmigo.<br />
—¿Adónde?<br />
—A un sitio en el que es mejor que estés callado.<br />
Atravesaron el campamento en silencio. Garcan<br />
daba largas zancadas y Auledo, tres palmos más<br />
bajo, trotaba haciendo chocar su espada de antenas<br />
contra el muslo. Aquí y allá, los guerreros<br />
cerritanos permanecían callados alrededor de las<br />
hogueras, en apretados círculos de luz anaranjada<br />
que se resistían a sucumbir ante la oscuridad.<br />
Dos derrotas consecutivas frente a la alianza de<br />
mastienos y baetanos les habían sumido en una<br />
profunda desazón. Algunos estaban al límite de<br />
sus fuerzas; otros apenas soportaban el peso del<br />
fracaso; la mayoría había perdido la confianza en<br />
los dioses; y casi todos pensaban en una muerte<br />
rápida. Garcan los observó. Están en ruinas. Estamos<br />
en ruinas. No puedo permitirlo.<br />
Los hombres saludaron a Garcan con pesados<br />
cabeceos mientras que otros miraron de reojo a<br />
Auledo. Un poco más adelante, el graznido de<br />
unos grajos que picoteaban un montón de despojos<br />
sobresaltó al dásgalo, y un golpe de viento<br />
les trajo el hedor a carne podrida, a sudor, a caballo,<br />
a fuego y bosta.<br />
Por fin, se detuvieron frente a la única barraca<br />
del campamento, levantada con cañas trenzadas<br />
y unas pieles de lince sobre una suave loma. Garcan<br />
saludó al par de guerreros que había frente<br />
a la entrada, hoscos cerritanos que empuñaban<br />
lanzas y escudos ovalados, y posó su enorme<br />
mano en el antebrazo de Auledo.<br />
—Recuerda, es mejor que mantengas la boca<br />
cerrada.<br />
—La famosa hospitalidad cerritana, sí— murmuró<br />
Auledo.<br />
—Pero te pediré que cuentes la historia de<br />
la espada del lago. Entonces, hablarás. ¿Entendido?<br />
—¿La espada del lago?<br />
—Del Lago Corindón —gruñó Garcan—. Esa<br />
historia que me contaste en Malangosto. La espada<br />
con la piedra engastada, la bella mujer del<br />
lago y todo aquello.<br />
—¡Ah, sí! —se rascó bajo la oreja—. La recuerdo,<br />
pero... ¿por qué?<br />
—Ya lo verás —Garcan sonrió—. Tú procura<br />
mantener la calma cuando el edecán supremo<br />
pretenda cortarte la cabeza. Es solo una pose.<br />
—¿Una qué?<br />
* * *<br />
Dejaron el campamento antes de que rompiera<br />
el alba, armados y pertrechados con lo justo; a<br />
pie; en silencio. Auledo intentó hablar varias veces,<br />
pero Garcan acalló cada tentativa. Al cabo de<br />
un rato, mientras atravesaban una pertinaz niebla,<br />
caminando hacia el sur, el cerritano palmeó<br />
la espalda del dásgalo y rompió la quietud, ya<br />
lejos del ejército.<br />
—Lo hiciste bien — dijo sin más.<br />
—Casi me cago encima. Y me equivoqué en una<br />
parte de la historia. Y pensé que me iban a cortar<br />
la cabeza. Y que...<br />
—Salió a pedir de boca. El edecán respeta la tradiciones<br />
y los cuentos de viejas.<br />
—Pero no respeta mucho a los dásgalos.<br />
—Eso ya da igual —afirmó Garcan. Se detuvo<br />
alerta, indeciso con la ruta a seguir, como un<br />
depredador. La niebla impedía ver el bosque de<br />
carrascas más allá de un par de brazas—. ¿Has<br />
estado alguna vez en el Lago Corindón?<br />
—Una vez estuve cerca, a un día de viaje o así<br />
—dijo el dásgalo—. Está hacia el sur, en las estribaciones<br />
de las montañas sagradas. Pero por lo<br />
que he oído...<br />
Garcan chasqueó la lengua. Auledo le ignoró.<br />
—Por lo que he oído, quién muera en él, esto es,<br />
nosotros, verá sus deseos cumplidos al reencarnarse.<br />
Una mierda, vaya.<br />
—Esperanzador —gruñó Garcan, que echó a<br />
andar tras mirar alrededor—, pero nadie va a<br />
morir en ese lago. Mis planes son otros.