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Valinor. Revista Editorial.<br />

Ilustración de portada: Daniel Alarcón.<br />

Equipo de la Revista Valinor:<br />

Jessica Tornos. Redacción, prensa.<br />

Myriam Crespo. Redacción, ilustración.<br />

Violeta Moreno. Redacción, corrección.<br />

Diego Bober. Redacción, maquetación, diseño gráfico.<br />

Contacto:<br />

Correo de la revista: revista@editorialvalinor.com<br />

Correo de la editorial: info@editorialvalinor.com<br />

www.editorialvalinor.com<br />

Revista Valinor by Editorial Valinor is licensed under a Creative Commons<br />

International License.<br />

No se permite el uso comercial de la revista.<br />

Queda prohibida la modificación de la revista y su contenido.<br />

Todos los derechos de los textos e imágenes pertenecen a sus autores,<br />

en caso de ser citados deberá ser mencionada siempre su autoría.


Comenzar un proyecto es siempre algo<br />

ilusionante: emprendemos con energías,<br />

llenos de ideas y entusiasmados con lo que<br />

puede llegar a ser. En todos los viajes, al principio<br />

los aventureros bromean, juegan y se divierten,<br />

cantan canciones y aprovechan para<br />

conocerse mejor. Más adelante vendrán los<br />

obstáculos y las dificultades, pero el inicio de<br />

una aventura rara vez es menos que perfecto.<br />

Lo verdaderamente difícil es perseverar, seguir<br />

adelante, tener continuidad y constancia.<br />

Y en un mundo como el actual, en el que la información<br />

caduca en el tiempo que se tarda en<br />

enviar un tweet y los intereses se agotan con<br />

tanta rapidez, llevar a buen puerto un proyecto<br />

con tesón y además contando con el apoyo<br />

y la atención del público no es nada fácil.<br />

Han pasado ya cuatro meses desde que vimos<br />

la luz. La gran acogida que nos dispensasteis<br />

en el primer número no ha hecho más<br />

que aumentar. Cada mes tenemos más lecturas,<br />

cada número hay más relatos y mejores<br />

contenidos que ofrecer. Tenemos material<br />

para los próximos tres números, y aun así seguimos<br />

recibiendo colaboraciones. Y estamos<br />

encantados.<br />

Nuestro símbolo es un barco, una nave que<br />

se dirige hacia el lugar donde todo es eterno,<br />

donde nada caduca ni pasa de moda, donde<br />

todo lo auténtico prevalece. Y en el<br />

que cabe mucha gente. Cada uno de nuestros<br />

lectores le da sentido al sueño que todos<br />

compartimos, nos hace sentirnos un poco menos<br />

locos. Y cada uno de nuestros colaboradores<br />

aporta algo único y especial a la revista<br />

Valinor, tanto los esporádicos como los que<br />

vienen para quedarse o los que repiten de vez<br />

en cuando.<br />

En este cuarto número damos las gracias de<br />

nuevo (nunca será suficiente) a todos los que<br />

estáis ahí, al otro lado, y también a los que han<br />

estado aquí, remando con nosotros. Podéis seguir<br />

enviando vuestros relatos o artículos para<br />

que podamos publicarlos a partir de octubre.<br />

Esto está en marcha, amigos. Pronto perderemos<br />

de vista el puerto. Como dijo el sabio, el<br />

camino sigue y sigue desde la puerta…<br />

El equipo de Editorial Valinor<br />

¿Quieres ser publicado en nuestra revista?<br />

Envíanos tus relatos cortos, noticias,<br />

anuncios, artículos, poemas, microrrelatos,<br />

fotografías o ilustraciones a:<br />

revista@editorialvalinor.com


COLABORACIONES<br />

Para este viaje hemos contado con la ayuda de:<br />

Mavi Aparisi, artículista.<br />

G. Escribano, escritor.<br />

Daniel Alarcón, ilustrador.<br />

The Game Kitchen, estudio de videojuegos.<br />

M. Floser, escritor.<br />

Miguel Tofiño Vian, escritor.<br />

M.A. Álvarez Rodríguez, escritora.<br />

María Elijo López “Nullien”, escritora.<br />

Ángeles Mora, escritora.<br />

Géraldine de Janelle, escritora.<br />

Boebaert, ilustrador.<br />

Chris Martin L., escritor.<br />

GRACIAS A TODOS<br />

En memoria de Euronyma<br />

Almirante de la Mar Océana<br />

julio 2005 - julio 2014


SUMARIO<br />

Noticias<br />

Breve repaso a la actualidad que nos interesa.<br />

PAG. 6<br />

Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />

Por Mavi Aparisi.<br />

PAG. 8<br />

Garcan, el hijo del dios<br />

Relato de fantasía épica por G. Escribano.<br />

PAG. 13<br />

Imaginarium<br />

Daniel Alarcón, ilustración.<br />

PAG. 18<br />

Entrevista a The Game Kitchen<br />

Equipo desarrollador del juego “The Last Door”.<br />

PAG. 25<br />

Esvástica<br />

Relato de terror por M. Floser.<br />

PAG. 31<br />

La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />

Relato de fantasía épica por Miguel Tofiño Vian.<br />

PAG. 37<br />

Un puñado de relatos<br />

Relato de fantasía y misterio por M.A. Álvarez Rodríguez.<br />

PAG. 43<br />

Subciudad<br />

Un relato de ciencia ficción por María Eijo López “Nullien”.<br />

PAG. 47<br />

El extraño<br />

Relato de terror por Ángeles Mora.<br />

PAG. 50<br />

Christall<br />

Serie de relatos de terror y aventuras por Géraldine de Janelle.<br />

PAG. 55<br />

Otto<br />

Tira cómica de Boebaert.<br />

PAG. 58<br />

Entes moradores<br />

poemario<br />

Un poema de ficción de Chris Martin L.<br />

PAG. 59<br />

5


Noticias<br />

¡Ganadores de los premios Locus 2014!<br />

Otorgados en Seattle por la revista del mismo nombre, los Premios Locus son uno de los pesos<br />

pesados en la literatura fantástica y de ciencia ficción.<br />

El pasado 28 de junio se fallaron en la ciudad de Seattle, en Estados Unidos, los famosos Premios<br />

Locus, galardones que cada año concede la revista homónima por medio de una encuesta entre sus<br />

lectores y que este año han recaído sobre James S.A. Corey, Neil Gaiman y Ann Leckie , quienes<br />

han resultado ganadores en las principales categorías: “Mejor novela de ciencia ficción”, “Mejor<br />

novela de fantasía” y “Mejor primera novela”.<br />

Mejor novela de ciencia ficción<br />

“Abaddon’s Gate” de James S. A. Corey (Orbit)<br />

Mejor novela de fantasía<br />

“The Ocean at the End of the Lane” de Neil Gaiman<br />

(Morrow / Roca Editorial)<br />

Mejor primera novela<br />

“Ancillary Justice” de Ann Leckie<br />

(Orbit / Ediciones B próximamente)<br />

Mejor novela juvenil<br />

“The Girl Who Soared Over Fairyland and Cut the Moon in two”<br />

de Catherynne M. Valente (Feiwel and Friends)<br />

Mejor novela corta<br />

“Six-Gun Snow White” de Catherynne M. Valente<br />

(Subterranean)<br />

Mejor relato<br />

“The Sleeper and the Spindle” de Neil Gaiman<br />

(Rags and Bones, Little, Brown)<br />

Mejor relato corto<br />

“The Road of Needles” de Caitlín R. Kiernan<br />

(Once Upon a Time: New Fairy Tales, Prime Books)<br />

También podéis consultar la lista completa de premiados en<br />

la página Web oficial de Locus.<br />

6


7<br />

Noticias<br />

La nueva novela de Brandon Sanderson, “La Espada infinita:<br />

El despertar” verá la luz este verano a través de Ediciones B<br />

El libro está basado en el famoso videojuego de rol “Infinity Blade: The Awakening”.<br />

“La espada infinita: El despertar”, la nueva novela de<br />

Brandon Sanderson (“Elantris” y “Nacidos de la bruma”)<br />

será publicada en España y en castellano. El libro, estará<br />

disponible en edición en rústica con solapas (aproximadamente<br />

unas 180 páginas) al precio de 16€.<br />

“La espada infinita: El despertar” es una novela corta basada<br />

en el videojuego de rol “Infinity Blade: The Awakening”<br />

publicado en el año 2010 y que fue desarrollado por Epic<br />

Foto: Chair Entertainment<br />

Games y Chair Entertainment. Un libro sobre el que el propio<br />

Brandon Sanderson ha declarado que: “La historia ha sido divertida de escribir de principio a<br />

fin. Me lo he pasado pipa con ella y ha salido bastante bien. He podido jugar con la idea de mezclar<br />

medios de entretenimiento: la novela también se vende dentro del juego y, en conjunto, fusionan la<br />

narrativa con la jugabilidad. Creo que nuestro mundo cambiará de formas interesantes a medida<br />

que los libros, los videojuegos y el cine se mezclen.”<br />

“The Expanse” La serie de ciencia ficción y space opera que<br />

nos traerá el canal Syfy<br />

Foto: Trilogía James S. A. Corey, los libros en los<br />

que se basará la serie “The Expanse”<br />

Algunos ya la han bautizado como la versión espacial<br />

de “Juego de Tronos”, aunque la verdad<br />

no creemos que haya dragones —ni tampoco se<br />

desarrollará en Poniente— nada más lejos de la<br />

realidad, esta space opera está basada en las novelas<br />

escritas por James S. A. Corey, pseudónimo<br />

de Daniel Abraham y Ty Franck. Hasta la fecha<br />

se han publicado tres títulos de esta saga: “Leviathan<br />

Wakes” (2011), “Caliban´s War” (2012) y<br />

“Abaddons Gate” (2013) y los autores ya han confirmado<br />

que habrá más novelas próximamente.<br />

Así que de momento la única información de la que disponemos de “The Expanse”, la serie de<br />

SYFY, es que el canal ha encargado diez episodios para la primera temporada de este drama de<br />

ciencia ficción situado doscientos años en el futuro, el cual sigue los pasos de una joven desaparecida,<br />

un duro detective y el capitán de una nave en una carrera a través del sistema solar para<br />

exponer la mayor conspiración de la historia humana.<br />

“The Expanse”, la serie, adaptará los tres libros anteriormente citados y, según palabras del presidente<br />

de SYFY, Dave Howe, será la producción más ambiciosa hecha por el canal hasta la fecha.


DAS UNHEIMLICH<br />

o la sensación de lo siniestro<br />

en la literatura<br />

Un artículo de Mavi Aparisi<br />

«La Naturaleza es un templo cuyos vivientes pilares, dejan a veces escapar confusas palabras.»<br />

“Las flores del mal”, Charles Baudelaire.<br />

Sales de casa como cualquier otra mañana. Te diriges<br />

a la parada de siempre. El autobús llega.<br />

Subes. No hay ningún asiento libre y te coges a una<br />

de las barras, detrás de alguien que te da la espalda. El<br />

conductor efectúa una maniobra brusca y la persona<br />

que hay delante se vuelve hacia ti. Entonces sucede.<br />

No puedes creerlo. Es tal cual tú. El mismo rostro, el<br />

mismo color de ojos, el mismo pelo, la misma altura,<br />

el mismo cuerpo, la misma forma de vestir, la misma<br />

cicatriz en la ceja. Sientes una extraña desazón. Él<br />

también. No sabes definir lo que te pasa. Él tampoco.<br />

Es la sensación de lo siniestro.<br />

Se ha derramado mucha tinta intentando expresar<br />

lo siniestro, o lo ominoso, interpretación del<br />

término alemán Das Unhemlich, que literalmente<br />

significaría “lo inhóspito”.<br />

En lo que todos los estudiosos acerca de tan arduo<br />

y subjetivo asunto están de acuerdo es en<br />

que debería tratarse a través de la estética y no<br />

de la ontología, ya que de lo contrario su investigación<br />

sería demasiado terrible, porque ahonda<br />

en lo profundo del alma, en lugares del ser<br />

humano que probablemente todavía no conozcamos;<br />

o, mejor, del ser humano relacionado con<br />

el universo entero. La estética, más próxima a la<br />

metáfora y al simbolismo, entendida no únicamente<br />

como la doctrina de lo bello, sino como<br />

ciencia de las cualidades de nuestra sensibilidad,<br />

suavizaría esta intrincada búsqueda del significado<br />

de lo siniestro, que aparece en todas las<br />

culturas y sus correspondientes mitos. Es interesante<br />

que unheimlich, una palabra con diversas<br />

acepciones semánticas, incluya a su antónimo heimlich,<br />

referido a lo que nos resulta familiar o grato,<br />

pero también a algo que se mantiene oculto,<br />

unheimlich, un temor ancestral que conservamos<br />

en la infancia y después olvidamos, germinando<br />

cuando menos lo esperamos, amedrentándonos<br />

con su espeluznante apariencia habitual. Por eso<br />

genera atracción y repulsión a la vez, miedo y<br />

placer, comodidad e inquietud.<br />

Si hay dos autores clásicos dentro de cuyas<br />

obras encontramos esa sensación en todas o casi<br />

todas sus representaciones son E.T.A. Hoffmann<br />

(1776-1822), iluminador de Freud para la elaboración<br />

de su excepcional ensayo Lo siniestro<br />

(1919), en el que, inspirado por Ernst Jentsch, y<br />

basándose en un antiguo manuscrito, expone sus<br />

teorías desde la literatura; y Guy de Maupassant<br />

(1850-1893), a quien recurrió Jacques Lacan con<br />

igual sentido.<br />

Al inicio del artículo he osado fabular sobre una<br />

casual y cotidiana situación que podría llevarnos<br />

a sentir lo siniestro, el encuentro con nuestro<br />

doppelgänger o “doble”, un “otro” idéntico con la<br />

capacidad de arrastrarnos a la duda de la propia<br />

existencia; el “otro yo”, cuyos pensamientos<br />

se nos encadenarían, suscitándonos la ansiedad<br />

más aterradora, pues los dos sabríamos lo que<br />

piensa “el otro”, que a su vez seríamos nosotros<br />

mismos; lo cual nos conduciría, en una espiral<br />

de locura, a perder el dominio del propio “yo”,<br />

colocando el ajeno en su lugar, desdoblándolo,<br />

partiéndolo y sustituyéndolo. La índole siniestra<br />

del doble obedecería a su originaria formación<br />

perteneciente a épocas psíquicas primitivas y<br />

superadas por la humanidad, en las cuales tenía<br />

un concepto menos hostil, como una medida de<br />

seguridad contra la aniquilación del yo retratada<br />

en el ánima inmortal. Éste es uno de los recursos<br />

más considerados y utilizados para esclarecer<br />

esa escalofriante percepción, engarzado con la<br />

relación que, según O. Rank, establece el sujeto<br />

con el espejo y su imagen reflejada, sobre todo<br />

en penumbra.<br />

8


9<br />

Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />

Hoffmann, trata “el doble” como una trama redundante,<br />

que se muestra de manera evidente<br />

en Los elixires del diablo (1815), una de las obras<br />

cumbre del romanticismo alemán, muy unido en<br />

cualquiera de sus expresiones artísticas a lo unheimlich.<br />

Su protagonista, el virtuoso monje Medardo,<br />

tras degustar los elixires mencionados, va<br />

progresivamente derivando a un estado de desintegración<br />

personal en el que converge con el<br />

conde Victorino, su “doble maléfico”, el que le<br />

incita a lo perverso, del que procura huir con la<br />

suspicacia constante de si es ilusión o realidad,<br />

mientras su espíritu se pierde en un abismo de<br />

atrocidades donde irrumpe, fuerte y desesperado,<br />

un amor trágico y puro entremezclado con<br />

unos complicados lazos de sangre.<br />

Maupassant, con El Horla (1887), vocablo francés<br />

sin traducción al que, si nos atrevemos a<br />

despiezar, podemos convertir en hors-la, cuyo<br />

sentido aproximado sería “lo que está más allá,<br />

fuera de la consciencia”, da otra vuelta de tuerca<br />

al doble de Hoffmann, llegando su personaje<br />

principal al vértigo de la insania, con un desasosiego<br />

que se manifiesta desde el principio. El<br />

protagonista, descansando en su casa de campo,<br />

ve un barco brasileño que navega por el cercano<br />

río Sena y lo saluda impulsivamente. Al realizar<br />

aquel gesto hacia el extraño y magnífico navío,<br />

que parece venir “del Otro Mundo”, permite, sin<br />

saberlo, la entrada a una especie de doble maligno<br />

al que llama “El Horla”. El relato denota con<br />

maestría la angustia que se va apoderando de<br />

un hombre que ve cómo ese algo o alguien está<br />

introduciéndose en su vida de forma velada e<br />

intangible. Comienza sufriendo pesadillas en las<br />

que algún ente pretende estrangularlo o sorbe su<br />

sangre, y además descubre como alguien bebe el<br />

agua y la leche que él deja en su habitación. Por<br />

último, acabará siendo supuestamente poseído<br />

por la criatura, que gobierna todas sus acciones<br />

y reflexiones hasta llevarlo a un final fatal.<br />

Entras en tu habitación tras un día agotador y, sin<br />

ningún motivo aparente, orientas la mirada hacia el<br />

mueble donde está sentado aquel arlequín de porcelana<br />

vestido de rombos que te regalaron hace años. Ya<br />

casi no recordabas que estaba allí, pero ahora lo observas<br />

con atención. Sí, lo notas. Estás segura de que ha<br />

parpadeado, de que ha girado los ojos para mirarte. El<br />

terror te paraliza. Y parece que sonríe, curvando sus<br />

labios tan tristes, tan cuidadosamente perfilados. No<br />

quieres admitirlo, mas sabes que lo estás viendo.<br />

La duda de que un objeto sin vida esté de algún<br />

modo animado, como el arlequín del párrafo anterior<br />

y, a la inversa, de que un ser animado sea<br />

en efecto viviente, impresión que podemos sentir<br />

al contemplar el cuerpo de alguien querido que<br />

acaba de morir, son otras dos tesituras, distintas<br />

aunque paralelas, que nos pueden encaminar a<br />

esa inexplicable sensación de lo siniestro.<br />

Hoffmann materializa perfectamente esa desazón<br />

en uno de sus Cuentos nocturnos, El arenero<br />

(1817), una narración repleta de simbología de<br />

lo siniestro. Este relato nos cuenta como el joven<br />

estudiante Nataniel se enamora de la hija de<br />

uno de sus profesores, Olimpia, a la que espía<br />

con un catalejo, obsesionándose con su encanto<br />

misterioso y sereno, hasta descubrir que resulta<br />

ser una muñeca automática de turbadores ojos,<br />

lo cual le hace caer en una grave crisis nerviosa.<br />

Maupassant describe esta alteración en el bello,<br />

atormentado y abrumado estilo que le caracteriza:<br />

“Tengo miedo de los muros, de los muebles, de<br />

los objetos familiares que se animan, para mí, de una<br />

especie de vida animal.”<br />

Una tarde pesada piensas en dar un paseo por el<br />

campo. Te apetece estar solo. Necesitas estar solo.<br />

Echas a andar embutido en tus pensamientos, adentrándote<br />

más y más en un tupido bosque. Te sientes<br />

bien, descansas en un claro, bebes el agua cristalina de<br />

un manantial cercano y decides volver. Te encuentras<br />

como nuevo. Reanudas la marcha satisfecho y, cuando<br />

parece que ya has dejado atrás el bosque, te das cuenta<br />

de que has vuelto al claro del manantial. Piensas<br />

que ibas distraído y decides volver a caminar poniendo<br />

los cinco sentidos. Desandas el camino, suspiras<br />

con alivio, miras a tu alrededor y… de nuevo el claro.<br />

Pruebas otra vez. Y otra. El claro. Se apodera de ti<br />

una extraña e inquietante angustia. Te sientas en el<br />

suelo con la cabeza entre las manos. Llega el pánico,<br />

pero sigues intentándolo. Por fin consigues salir del<br />

bosque, aunque sabes que nunca olvidarás esa agonía.<br />

Es la repetición de lo semejante, opresiva vivencia<br />

que acerca hasta nosotros lo unheimlich,<br />

como cuando un número concreto se nos presenta<br />

en determinados momentos del día. O como,


Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />

después de soñar con alguien a quien no vemos<br />

desde hace años, percibimos que ahora nos lo<br />

tropezamos insistentemente, en diferentes circunstancias<br />

donde nunca habíamos coincidido.<br />

La justificación que se da al desvelo que nos atenaza<br />

en tales trances es la de que, al parecer, la<br />

actividad psíquica inconsciente está dominada<br />

por un impulso de repetición, compulsiva e instintiva,<br />

lo suficientemente poderosa para sobreponerse<br />

al principio del placer cotidiano.<br />

Es siniestra, pues, la repetición de un acontecimiento<br />

en condiciones idénticas, sea mediante la<br />

reiteración de lo semejante o por medio del regreso<br />

involuntario a un mismo punto, de manera<br />

que nos hace parecer ominoso lo que en otras circunstancias<br />

pasaría inadvertido, sugiriéndonos<br />

la idea de lo fatídico, de lo inevitable, donde en<br />

otro caso sólo habríamos visto una casualidad.<br />

Aquí es lo reprimido que resurge, el pánico hecho<br />

realidad, lo perturbador del déjà vu.<br />

En Hoffmann y Los elixires del diablo, este incesante<br />

retorno de lo semejante se forja dentro de<br />

un turbio relato de adulterios, crímenes e incesto,<br />

formando un compendio de nombres que dan<br />

lugar únicamente a la reproducción del mal, lo<br />

que Freud describió como “… la repetición de los<br />

mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, actos criminales,<br />

aún de los mismos nombres en varias generaciones<br />

sucesivas.”<br />

Según Roland Barthes, el torturado Maupassant<br />

desayunaba en la Torre Eiffel porque era el<br />

único espacio de París desde donde no podía ver<br />

dicha torre, la multiplicación de su estampa por<br />

toda la ciudad.<br />

Te sientas en tu mesa de trabajo. Alzas la mirada y<br />

observas con rabia a uno de tus compañeros. Es un<br />

completo vago, un incompetente, pero sabe venderse<br />

muy bien. No lo soportas. Más que eso, lo odias. En<br />

este momento quisieras que le pasara algo malo o ridículo,<br />

sería una dulce venganza para ti. De pronto,<br />

un ruido brusco sacude tus elucubraciones y encauzas<br />

la mirada hacia esa dirección. Ahí está tu aborrecido<br />

compañero. En el suelo con cara de asombro. Su silla<br />

se ha roto de repente y las carcajadas generalizadas<br />

atronan la sala. Tú, que deberías unirte a las burlas de<br />

los demás, te sientes extraño, paralizado por el impacto<br />

de que ha sucedido lo que deseabas, con una mezcla<br />

de culpa y superioridad que te asusta.<br />

La omnipotencia del pensamiento, residuo de<br />

una pretérita actividad animista, es otra de las<br />

sensaciones asociadas a lo siniestro. Concebir<br />

que tienes la facultad de convertir tus deseos<br />

en realidad es, a la vez, algo atrayente y espantoso,<br />

que nos traslada al pensamiento mágico<br />

subconsciente, donde todo lo existente funciona<br />

como un engranaje del que cualquier ser, animado<br />

o inanimado, forma parte, y del que no puede<br />

huir.<br />

En E.T.A. Hoffmann destacamos esta omnipotencia<br />

del pensamiento en otro de sus cautivadores<br />

relatos, El magnetizador (1813), donde Alban,<br />

un magnetizador, o hipnotizador, es capaz de<br />

someter mentalmente a sus víctimas con lo que<br />

parece una maléfica fascinación.<br />

Curiosamente, en otra obra de Maupassant con<br />

título similar, Magnetismo (1882), el autor aborda<br />

el mismo asunto a partir de una tertulia nocturna<br />

en la que varios participantes cuentan historias<br />

referentes a misteriosos y alucinantes sueños que<br />

se tornan reales. Y con El Horla, Maupassant parece<br />

querer mostrarnos la fuerza de la vida psíquica<br />

y la incomprensión frente a las fuerzas de<br />

la naturaleza, que parecen tener un espíritu y voluntad<br />

propios ante los que el hombre se muestra<br />

totalmente vulnerable.<br />

Las posturas del género humano respecto a<br />

la muerte provocan asimismo la angustia de lo<br />

siniestro, considerada así cuando está asociada<br />

con cadáveres, apariciones y espectros, algo que<br />

se comprendería con la visión del primitivismo,<br />

pues, en este mundo tan “civilizado” y poco espiritual<br />

en que vivimos, la mayoría seguimos<br />

razonando igual que los “salvajes”. Aquel primigenio<br />

y supersticioso pavor a los muertos, el<br />

animismo atávico, preserva su influencia entre<br />

nosotros, dispuesto a manifestarse frente a cualquier<br />

detalle que lo evoque. Tras ello suele residir<br />

el temor prístino de ver al muerto como un<br />

enemigo del superviviente que quiere llevárselo<br />

al otro lado con él. Por efecto de la represión, se<br />

ha producido la práctica desaparición de esta<br />

creencia, transformándola en actitud de piedad<br />

hacia el muerto.<br />

Y una de las formas más extendidas y siniestras<br />

de la superstición es el recelo al “mal de ojo”, que<br />

parece provenir de la idea de que quien posee<br />

algo precioso, pero perecedero, teme la envidia<br />

10


11<br />

Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />

ajena, proyectando en los demás la misma envidia<br />

que el dueño de esta posesión habría sentido<br />

en lugar del prójimo. Tales impulsos suelen distinguirse<br />

por medio de la mirada, aunque uno<br />

se niegue a expresarlos en palabras. Y si alguien<br />

destaca por alguna manifestación notable, especialmente<br />

de carácter desagradable, tendemos a<br />

suponer que su envidia debe haber alcanzado<br />

una fuerza especial y que esta fuerza lograría<br />

transmutarla en actos. Se sospecha, pues, alguna<br />

secreta intención de dañar, y se admite que este<br />

propósito también dispone de suficiente energía<br />

nociva como para conseguirlo.<br />

Con referencia a esta nueva sensación volvemos<br />

en Hoffmann, a El arenero, el “hombre de la<br />

arena” que arranca los ojos a las criaturas. Nataniel,<br />

con cuyos recuerdos de niñez comienza el<br />

cuento fantástico, no consigue apartar los episodios<br />

vinculados a la sobrecogedora y enigmática<br />

muerte de su padre. En ciertas noches su madre<br />

solía acostar temprano a los niños, amenazándolos<br />

con que “vendría el hombre de la arena”, y el<br />

joven aún recordaba oír los rotundos pasos de un<br />

visitante que retenía a su padre la noche entera.<br />

Preguntaba a su madre quién era el “arenero”,<br />

pero ella no le prestaba demasiada importancia.<br />

Fue la niñera la que le dijo que se trataba de “un<br />

hombre malo que viene a ver a los niños cuando no<br />

quieren dormir, les arroja puñados de arena a los ojos,<br />

haciéndolos saltar ensangrentados de sus órbitas; luego<br />

se los guarda en una bolsa y se los lleva a la media<br />

luna como pasto para sus hijitos, que están sentados<br />

en un nido y tienen picos curvos, como las lechuzas,<br />

con los cuales parten a picotazos los ojos de los niños<br />

que no se han portado bien”. Aunque Nataniel no<br />

creía ya tan horripilantes cosas, el terror que éste<br />

le infundía quedó fijado en él. Decidió descubrir<br />

qué aspecto tenía y, una noche, se escondió en el<br />

despacho de su padre, reconociendo al abogado<br />

Coppelius, personaje malcarado que solía provocar<br />

espanto en los niños y que, desde entonces,<br />

Nataniel identificó con el arenero.<br />

Poco tiempo después, su padre y el huésped estaban<br />

junto al hogar, ocupados con unas brasas<br />

llameantes. Nataniel oyó exclamar a Coppelius:<br />

“¡Vengan los ojos, vengan los ojos!”, traicionándose<br />

con un grito de pánico y siendo atrapado por<br />

Coppelius, que quería arrojarle unos granos ardientes<br />

del fuego a los ojos, para echarlos luego<br />

a las llamas. El padre le suplica por los ojos de su<br />

hijo y el suceso termina con un desmayo seguido<br />

por una larga enfermedad. Un año después,<br />

con ocasión de otra visita del “arenero”, el padre<br />

muere en su despacho a consecuencia de una explosión<br />

y Coppelius desaparece sin dejar rastro.<br />

Esta reaparición de sus congojas infantiles, el<br />

estudiante cree evocarla en Giuseppe Coppola,<br />

un óptico ambulante italiano que le ofrece unos<br />

barómetros, y, ante la negativa, exclama en su<br />

jerga “¡Eh! ¡Nienti barometri, niente barometri! -ma<br />

tengo tambene bello oco… bello oco.” El horror de<br />

Nataniel se desvanece al advertir que los ojos<br />

ofrecidos son unas inofensivas gafas. Le compra<br />

a Coppola un catalejo de bolsillo con el que conoce<br />

a la mencionada Olimpia, cuyos ojos proveyó<br />

el óptico tras, según él, robárselos al estudiante,<br />

lo que hizo a éste caer en su crisis de locura al<br />

mezclar el incidente con sus recuerdos.<br />

Restablecido de la enfermedad, Nataniel anhela<br />

casarse con su antigua novia. Cierto día, paseando<br />

con ella, llegan a la plaza principal de la<br />

ciudad, donde se erige una alta torre. La joven<br />

le propone subir. Desde arriba, la atención de él<br />

es atraída por un personaje singular que avanza<br />

con las manos en los bolsillos, y al punto resulta<br />

poseído nuevamente por la demencia, pretendiendo<br />

precipitar a la joven al vacío. El hermano<br />

de ésta y mejor amigo de Nataniel, alertado<br />

por sus gritos, la salva y la hace descender a toda<br />

prisa. Arriba, el estudiante, enloquecido, corre<br />

de un lado a otro, exclamando: “¡Gira, rueda de<br />

fuego, gira!”. Entre la gente aglomerada se presenta<br />

Coppelius. Suponemos que su visión es la<br />

causa del desencadenamiento de la enajenación<br />

en Nataniel. Quieren subir para dominarlo, mas<br />

Coppelius dice, riendo: “Esperad, pues ya bajará<br />

solo”. El estudiante observa a Coppelius, y se<br />

precipita por la balaustrada con un grito agudo:<br />

“¡Sí! ¡Bello oco, bello oco!”. El hombre de la arena<br />

ha desaparecido entre la multitud.<br />

El sentimiento de lo unheimlich es inherente a la<br />

figura del arenero, a la idea de ser privado de los<br />

ojos. Herirse estos o perder la vista son motivos<br />

de horrible aprensión infantil. Este malestar persiste<br />

en muchos adultos, a quienes ninguna mutilación<br />

afecta tanto como esa. La desazón por la<br />

pérdida de los ojos, la aprensión a quedar ciego,<br />

es un sustituto frecuente de la angustia de castración.<br />

En el relato brota la intranquilidad por los


Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />

ojos íntimamente ligada a la muerte del padre, y<br />

el arenero retorna cada vez destruyendo el amor,<br />

primero separando a Nataniel de su novia y de<br />

su mejor amigo; luego destruyendo la primorosa<br />

muñeca Olimpia; finalmente, impulsándole al<br />

suicidio, justamente antes de la feliz unión con<br />

su prometida. Estos elementos adquieren valor<br />

cuando, en lugar del arenero, se coloca al temido<br />

padre, a quien se atribuye el propósito de la<br />

castración. Así, Freud, en su publicación, vincula<br />

el carácter siniestro del arenero al complejo de<br />

castración infantil.<br />

Es también destacable la presencia de lo unheimlich<br />

en los momentos de incertidumbre intelectual,<br />

cuando no parecemos capaces de discernir<br />

entre fantasía y realidad.<br />

En el caso de El arenero se juega constantemente<br />

con el planteamiento de que todo lo que está sucediendo<br />

ha podido ser fruto de la imaginación<br />

de Nataniel. Hay ocasiones donde el autor nos<br />

deja en suspenso acerca de si nos enfrentamos<br />

ante el primer delirio de un niño poseído por<br />

la desesperación o ante unos hechos que, en el<br />

mundo ficticio del cuento, habrían de considerarse<br />

verdaderos. Una concepción que cae más<br />

tarde por su propio peso al confirmar que los personajes<br />

de Coppelius y Coppola son el mismo:<br />

el arenero. Esta identificación da verosimilitud al<br />

relato. Se da lo unheimlich, sin embargo, cuando<br />

lo fantástico se produce en lo real; o cuando lo<br />

real asume la condición de lo fantástico, al desvanecerse<br />

los límites entre fantasía y realidad,<br />

cuando lo que habíamos tenido por fantástico<br />

surge ante nosotros como real, o cuando un símbolo<br />

asume la identidad y la importancia de lo<br />

simbolizado. Aquí, además, volveríamos a sentir<br />

el miedo a la locura.<br />

Leyendo El Horla, de Maupassant, observamos<br />

como la narración entera gira en torno a la duda<br />

entre la realidad y lo sobrenatural consiguiendo<br />

que, al final de la historia, ya no importe discernir<br />

la cuestión, porque ambas resultan funestas.<br />

el hombre creía sin vacilación, los escritores fantásticos<br />

no tomaban ninguna precaución para desarrollar<br />

una historia sorprendente. Desde el primer momento<br />

se adentraban en lo imposible y permanecían ahí,<br />

variando hasta el infinito las combinaciones inverosímiles,<br />

las apariciones, todos los ardides aterradores<br />

para crear espanto… Sin embargo, cuando al fin la<br />

duda ha penetrado en los espíritus, el arte se ha vuelto<br />

más sutil. El escritor ha buscado los matices, ha<br />

intentado rodear lo sobrenatural más que penetrarlo.<br />

Ha encontrado efectos terribles permaneciendo en los<br />

límites de lo posible, arrojando el alma a la vacilación,<br />

a la confusión.”<br />

Tal vez lo más inquietante, lo más terrorífico de<br />

lo unheimlich, sea que no lo hallamos en el escenario<br />

esperado, no necesita presentarse dentro<br />

de una vieja mansión deshabitada entre la soledad<br />

de la noche, o en un callejón oscuro con personajes<br />

amenazadores avanzando hacia ti, sino<br />

que emerge intempestivo, asaltando los objetos<br />

o actos cotidianos y familiares. Es la invasión de<br />

lo que no tendría que estar apareciendo, lo que<br />

Schelling definió como “todo aquello que debió haber<br />

permanecido en secreto, escondido, y sin embargo<br />

ha salido a la luz”.<br />

Si te ha gustado el artículo puedes seguir a<br />

Mavi Aparisi en su blog.<br />

Lo siniestro no opone lo fantástico a lo real, sino<br />

que se revela como su prolongación, cayendo así<br />

en una ambigüedad y una tensión no resuelta<br />

entre lo creíble y lo increíble, lo acostumbrado<br />

y lo extraordinario. Según Maupassant, “Cuando<br />

12


13<br />

Un relato de fantasía épica de G. Escribano<br />

Nota del transcriptor: como en muchas leyendas de Elisia, no conocemos al autor de esta narración. Es muy<br />

probable que en la formación del relato hayan participado tantos individuos como voces lo han recitado desde<br />

la Edad Arcaica, que es cuando pudo haber sido compuesto. Este texto ha sido reinterpretado en numerosas<br />

leyendas posteriores, además del ciclo ardulio. La recogí durante un viaje a Paretia, la capital dasgalia.<br />

Fdo: K. Grafos.<br />

«Bianna siempre fue la diosa más peligrosa de toda<br />

la creación. Incluso Garcan, el de corazón indomable,<br />

sucumbió a sus encantos en cierta oscura ocasión en<br />

la que...»<br />

Comentario de un anciano rapsodo de Paretia.<br />

—¿No estás harto de espadas encantadas?<br />

—¡Glub! —respondió Garcan.<br />

Tragó un pedazo de carne, emitió un regüeldo,<br />

se pasó el dorso de la mano por la cara y tendió<br />

la pierna de cordero al dásgalo Auledo. Un hilo<br />

de grasa chorreó sobre la hoguera, que chispeó<br />

y desplegó una llamarada hedionda. Los ojos<br />

del cerritano Garcan destellaron bajo el flequillo<br />

desgreñado.<br />

—En serio —insistió Auledo, agarró la pierna y<br />

trazó un arco alrededor—. Pregunta a todos estos<br />

guerreros, ya verás. Seguro que la mayoría<br />

cree que combatir con una espada encantada podría<br />

ganar esta mierda de guerra, porque a todos<br />

les han contado los mismos cuentos para niños.<br />

Que si la espada tiene tal poder divino, que si tal<br />

otro... que si fue forjada con meados de draco...<br />

Garcan alzó los hombros, se rascó la barba y encontró<br />

un trozo de cordero entre la mata de pelo.<br />

Lo arrojó a la oscuridad del campamento.<br />

—¿No creerás que es cierto, no? —interrogó<br />

Auledo.<br />

—Yo no creo nada —dijo Garcan con su vozarrón<br />

de bárbaro cerritano—. Es mejor así.<br />

—¡Oh, vamos! Todos los hombres creen en algo.<br />

Garcan gruñó.<br />

—Me callo, pero... —dijo Auledo. Arrancó un<br />

pedazo de cordero con los dientes y habló con la<br />

boca llena—. Un empacho, eso es lo que son las<br />

historias de espadas...<br />

—Cierra la boca —interrumpió Garcan con<br />

un gesto de desdén—, sobrevive a esta guerra<br />

y deja ya de pensar en tonterías. Te preocupas<br />

por cuentos de viejas mientras la vida sigue<br />

como una avalancha. Además —le señaló con un<br />

dedo—, tienes el vicio de llevar la contraria a los<br />

ancestros y eso no es bueno. Un poeta decente se<br />

limitaría a repetir las canciones de siempre...<br />

—Y una mierda, todo gran poeta...<br />

—Y además —atajó Garcan con dureza, cerrando<br />

la mano—, no sabes valorar el silencio.<br />

—Ya lo capto.<br />

—Me alegro.<br />

Se sumieron en el mutismo. Garcan apoyó los<br />

codos sobre sus recios muslos y sostuvo la barbilla<br />

con los puños, meditabundo, como un lobo<br />

que planea una cacería. Auledo terminó su parte<br />

del cordero y tendió la pierna goteante a un<br />

guerrero cerritano que permanecía callado junto<br />

a ellos.<br />

—¿Tú que opinas? —le preguntó Auledo.


Garcan, y la espada del lago<br />

14<br />

—Que el cordero está duro —farfulló. Y comió<br />

con el ceño fruncido.<br />

Al cabo de un rato, Garcan asintió con la cabeza<br />

y sonrió. En sus ojos brillaron las llamas.<br />

—¿Qué pasa? —soltó Auledo.<br />

—Que eres más listo de lo que pareces —Garcan<br />

se puso en pie—. Sobre todo, para ser un<br />

dásgalo extranjero. Se me ha ocurrido un plan<br />

para salvar a la tribu, ven conmigo.<br />

—¿Adónde?<br />

—A un sitio en el que es mejor que estés callado.<br />

Atravesaron el campamento en silencio. Garcan<br />

daba largas zancadas y Auledo, tres palmos más<br />

bajo, trotaba haciendo chocar su espada de antenas<br />

contra el muslo. Aquí y allá, los guerreros<br />

cerritanos permanecían callados alrededor de las<br />

hogueras, en apretados círculos de luz anaranjada<br />

que se resistían a sucumbir ante la oscuridad.<br />

Dos derrotas consecutivas frente a la alianza de<br />

mastienos y baetanos les habían sumido en una<br />

profunda desazón. Algunos estaban al límite de<br />

sus fuerzas; otros apenas soportaban el peso del<br />

fracaso; la mayoría había perdido la confianza en<br />

los dioses; y casi todos pensaban en una muerte<br />

rápida. Garcan los observó. Están en ruinas. Estamos<br />

en ruinas. No puedo permitirlo.<br />

Los hombres saludaron a Garcan con pesados<br />

cabeceos mientras que otros miraron de reojo a<br />

Auledo. Un poco más adelante, el graznido de<br />

unos grajos que picoteaban un montón de despojos<br />

sobresaltó al dásgalo, y un golpe de viento<br />

les trajo el hedor a carne podrida, a sudor, a caballo,<br />

a fuego y bosta.<br />

Por fin, se detuvieron frente a la única barraca<br />

del campamento, levantada con cañas trenzadas<br />

y unas pieles de lince sobre una suave loma. Garcan<br />

saludó al par de guerreros que había frente<br />

a la entrada, hoscos cerritanos que empuñaban<br />

lanzas y escudos ovalados, y posó su enorme<br />

mano en el antebrazo de Auledo.<br />

—Recuerda, es mejor que mantengas la boca<br />

cerrada.<br />

—La famosa hospitalidad cerritana, sí— murmuró<br />

Auledo.<br />

—Pero te pediré que cuentes la historia de<br />

la espada del lago. Entonces, hablarás. ¿Entendido?<br />

—¿La espada del lago?<br />

—Del Lago Corindón —gruñó Garcan—. Esa<br />

historia que me contaste en Malangosto. La espada<br />

con la piedra engastada, la bella mujer del<br />

lago y todo aquello.<br />

—¡Ah, sí! —se rascó bajo la oreja—. La recuerdo,<br />

pero... ¿por qué?<br />

—Ya lo verás —Garcan sonrió—. Tú procura<br />

mantener la calma cuando el edecán supremo<br />

pretenda cortarte la cabeza. Es solo una pose.<br />

—¿Una qué?<br />

* * *<br />

Dejaron el campamento antes de que rompiera<br />

el alba, armados y pertrechados con lo justo; a<br />

pie; en silencio. Auledo intentó hablar varias veces,<br />

pero Garcan acalló cada tentativa. Al cabo de<br />

un rato, mientras atravesaban una pertinaz niebla,<br />

caminando hacia el sur, el cerritano palmeó<br />

la espalda del dásgalo y rompió la quietud, ya<br />

lejos del ejército.<br />

—Lo hiciste bien — dijo sin más.<br />

—Casi me cago encima. Y me equivoqué en una<br />

parte de la historia. Y pensé que me iban a cortar<br />

la cabeza. Y que...<br />

—Salió a pedir de boca. El edecán respeta la tradiciones<br />

y los cuentos de viejas.<br />

—Pero no respeta mucho a los dásgalos.<br />

—Eso ya da igual —afirmó Garcan. Se detuvo<br />

alerta, indeciso con la ruta a seguir, como un<br />

depredador. La niebla impedía ver el bosque de<br />

carrascas más allá de un par de brazas—. ¿Has<br />

estado alguna vez en el Lago Corindón?<br />

—Una vez estuve cerca, a un día de viaje o así<br />

—dijo el dásgalo—. Está hacia el sur, en las estribaciones<br />

de las montañas sagradas. Pero por lo<br />

que he oído...<br />

Garcan chasqueó la lengua. Auledo le ignoró.<br />

—Por lo que he oído, quién muera en él, esto es,<br />

nosotros, verá sus deseos cumplidos al reencarnarse.<br />

Una mierda, vaya.<br />

—Esperanzador —gruñó Garcan, que echó a<br />

andar tras mirar alrededor—, pero nadie va a<br />

morir en ese lago. Mis planes son otros.


Garcan, y la espada del lago<br />

—Según dicen, la diosa...<br />

—Los dioses son asunto mío. Tú ocúpate de<br />

que lleguemos bien y de entretener a la gente de<br />

la aldea más cercana. Son primos de los baetanos,<br />

pero neutrales. Tendrás que extender nuestra<br />

hazaña como un buen poeta.<br />

—¡Bardolan fogoso! —Auledo sacudió la cabeza—.<br />

¿De verdad crees que en ese lago de mierda<br />

hay una espada encantada?<br />

—Yo no creo nada. Lo importante es que lo<br />

crean los demás guerreros. La moral... —Garcan<br />

selló los labios y se detuvo en tensión—. Un momento.<br />

—¿Qué pasa?<br />

—¡Chist!<br />

Una flecha cortó la mejilla de Garcan y se clavó<br />

en el tronco de una carrasca. El cerritano empujó<br />

al dásgalo hacia unos matorrales de jara y se<br />

arrojó tras él como una bestia. Rodaron por el<br />

suelo y se quedaron muy quietos, en medio de<br />

la niebla, ocultos tras los matojos. Aguantando la<br />

respiración para no hacer ruido.<br />

Sonó el zumbido de la cuerda de un arco. El silbido<br />

de una flecha. Silencio.<br />

—Exploradores mastienos —susurró Garcan<br />

tocándose la sangre del carrillo. Otro zumbido—.<br />

Pero creo que disparan al azar.<br />

—¿Qué hacemos?<br />

—Separarnos —murmuró Garcan—. Es más difícil<br />

cazar a dos presas diferentes. Tendrán que<br />

dividirse.<br />

—¿Me dejas solo en esta mierda de bosque?<br />

Garcan tocó el hombro de Auledo y le miró a los<br />

ojos con determinación. Una flecha se clavó en la<br />

tierra. Ambos se quedaron helados y, al momento,<br />

el dásgalo miró alrededor, respirando fuerte.<br />

—Nos veremos dentro de dos semanas en la aldea<br />

más cercana al Corindón, en el valle —Garcan<br />

levantó un dedo para acallar al dásgalo—.<br />

Extiende la historia de que vamos a por la espada<br />

del lago allí por donde pases.<br />

Una flecha silbó por encima de sus cabezas y se<br />

agacharon un poco más.<br />

—Me dejas solo en esta mierda de bosque —<br />

afirmó Auledo con tono de reproche. Garcan<br />

asintió sin más—. ¿Y qué vas a hacer?<br />

—Visitar a un amigo y conseguir una espada<br />

que pueda parecer encantada.<br />

—¡Oh, dioses! Esto no puede salir bien...<br />

* * *<br />

Fueron tres semanas en lugar de dos, pero al<br />

final se reunieron en el Valle del Corindón. Los<br />

cerritanos llamaban al lugar Embudo de Cadáveres,<br />

por la antigua y brutal batalla ocurrida allí<br />

entre los partolanos y los hombres errantes, los<br />

antepasados de las tribus. Era un sitio venerado,<br />

temido y, sobre todo, evitado por los hombres.<br />

Las faldas de las montañas, tapizadas de pastos<br />

amarillentos, eran un mosaico de necrópolis de<br />

los pueblos que habían muerto en aquella masacre.<br />

También había cabras salvajes rumiando<br />

aquí y allá, entre las tumbas milenarias, y buitres<br />

en lo alto. Un espeso bosque de pinos elisios<br />

ocupaba el centro del valle, que tenía perfil de u.<br />

Hacia el fondo, ascendía en enormes escalones.<br />

—Según los lugareños, ningún hombre ha salido<br />

vivo del bosque desde hace dos generaciones<br />

—dijo Auledo mirando la arboleda—. El maldito<br />

lago está hacia... ¿Estás seguro de que...?<br />

—¿Quieres ganar esta guerra?<br />

—¿Puedo ser sincero?<br />

Garcan gruñó y se rascó el muslo bajo la corta<br />

túnica blanca de ribete rojo. Auledo se ajustó el<br />

ancho cinto de cuero, el torques y sacudió la cabeza,<br />

sin apartar la mirada del bulto que el cerritano<br />

acarreaba a la espalda. Por la forma, dedujo<br />

que era una gran falcata de hierro envuelta en un<br />

saco de lino.<br />

—En fin —vomitó Garcan—, nos vemos en<br />

cuanto vuelva.<br />

—¿Qué?<br />

—Procura que nadie más entre en el bosque y<br />

asegúrate...<br />

—No pienso dejarte solo —atajó Auledo—. No<br />

soy como tú.<br />

Garcan se volvió y sus violentos ojos se clavaron<br />

en la mirada siempre triste del dásgalo.<br />

—Pase lo que pase, tienes que contar la historia<br />

—dijo con sequedad—. Los hombres necesitan<br />

el cuento de la espada para recuperar la moral,<br />

15


16<br />

Garcan, y la espada del lago<br />

para ganar la última batalla. Lo único que necesitamos<br />

es que consiga un corindón del lago para<br />

engastarlo en el arma y que parezca forjada por<br />

un dios.<br />

—Pero...<br />

—Tú tranquilo, lo harás bien. Volveré enseguida—<br />

sentenció Garcan. Espero.<br />

El bárbaro cerritano echó su sago, el corto manto<br />

de lana, sobre el hombro izquierdo, ciñó la fíbula<br />

de bronce en el derecho y se volvió hacia la<br />

linde de la arboleda. Auledo protestó.<br />

—Ahí dentro solo hay...<br />

Muerte. Garcan sonrió y echó a andar con decisión<br />

hacia las entrañas del tenebroso bosque,<br />

siguiendo la corriente de un arroyo. El aroma de<br />

los pinos elisios le llenó la boca y miró hacia el<br />

sol, entre las copas, para orientarse. ¡Por Netón!<br />

Esto no puede salir bien... pero tiene que salir bien.<br />

¡Maldita sea! ¡Malditas guerras! ¡Benditos cuentos!<br />

—Malditas piedras de lago —gruñó.<br />

Su voz provocó ecos misteriosos en la umbrosa<br />

frondosidad, así que aguzó el oído. Había sonidos<br />

extraños en aquel bosque. Un graznido; un<br />

chasquido que le sobresaltó; crujidos en las alturas;<br />

el canturreo macabro del viento; unos siniestros<br />

susurros; el chillido de una rapaz... pero<br />

no se detuvo. Percibió cierta humedad en el aire<br />

y siguió junto al torrente, muy atento, mirando<br />

alrededor como un lobo de caza, con la cabeza<br />

echada hacia delante.<br />

Caminó a buen paso durante todo el día, aunque<br />

se detuvo varias veces para beber agua del<br />

arroyo y mascar el queso reseco que llevaba en el<br />

morral. Anochecía cuando trepó por una loma,<br />

sudoroso, respirando como un toro brocho, intentando<br />

agarrar al crepúsculo. Quizá Auledo tenga<br />

razón y todo esto sea una locura. Pero alguien tiene<br />

que intentarlo.<br />

—¿Y ese alguien eres tú? —soltó una voz cascada.<br />

Garcan afiló los ojos, miró alrededor y apoyó<br />

la mano en el contrafilo de su hacha de guerra.<br />

Dispuesto a sacarla del cinto. Entre la penumbra<br />

gris, en lo alto de la cuesta, le pareció ver a una<br />

figura femenina, envuelta en un vaporoso vestido<br />

esmeralda. El corazón le brincó en el pecho y<br />

ascendió dando zancadas.<br />

—¿Quién va? —farfulló.<br />

Pero nadie respondió. Garcan sintió un extraño<br />

anhelo, creyó conocer aquella fantasmal aparición.<br />

Pensó en Tanna y su aroma almizclado<br />

le anegó la boca. ¡No puede ser, ella está muerta!<br />

Sacudió la cabeza, excitado, el aire silbando en<br />

sus narices, y apretó el paso hasta llegar a lo alto<br />

como un tigre sediento. Se detuvo en seco, tragó<br />

saliva, parpadeó, y contempló el fangal que se<br />

extendía frente a él. ¿Éste es el famoso lago?<br />

Era una triste y espantosa ciénaga, siniestra, de<br />

aguas turbias y oscuras, así como pequeñas islas<br />

de polen sobre la superficie. Una nube de mosquitos<br />

danzaba en la orilla juncosa, mientras que<br />

un sapo se quejó por la inesperada presencia del<br />

bárbaro. Hedía a carne podrida, a humedad putrefacta<br />

y descomposición. ¿Éste es el famoso lago?<br />

—¿No te gusta mi hogar? —soltó la voz ajada<br />

a su lado.<br />

Garcan tensó todo el cuerpo, miró por encima<br />

del hombro con una ceja levantada y estrujó el<br />

contrafilo del hacha. Sin embargo, un dulce y<br />

atrayente perfume le relajó.<br />

—Ande con cuidado, señora —dijo con sequedad,<br />

y las palabras le sonaron estúpidas.<br />

Ella sonrió con unos finos labios de rubí y atravesó<br />

a Garcan con unos ojos de zafiro. Su piel,<br />

aunque morena, revelaba los surcos del tiempo.<br />

Una larga y amplia melena plateada le caía por<br />

la espalda y hasta la cintura. Su presencia era intensa,<br />

aromática, poderosa, atrayente. Antigua.<br />

Pero no parece una diosa.<br />

—Pues lo soy —dijo ella con tono peligroso.<br />

—Deje de hacer eso.<br />

—¿Acaso no leerías mi mente si pudieras?<br />

Garcan gruñó.<br />

—Me recuerdas mucho a él —dijo ella.<br />

—¿A quién?<br />

—A mi hermano Netón, el guerrero. Gruñes<br />

igual de bien que él.<br />

Garcan contuvo la respiración y, tras dudar<br />

unos instantes, se volvió hacia la diosa, que sonreía.<br />

Su mirada, profunda e intensa, le acongojó.<br />

Grande, musculoso, fiero, salvaje y brutal como<br />

era, escondió la cabeza entre los hombros frente<br />

a la mujer madura. No puede ser ella.<br />

—Llámame Bianna.


Garcan, y la espada del lago<br />

Garcan no dijo nada, pero se aclaró la garganta.<br />

—Sé que has venido a por la espada —dijo ella<br />

con su voz ronca. Pareció envejecer aún más—,<br />

pero me pertenece. Pertenece al lago. Hace cien<br />

generaciones que no aparece un héroe digno de<br />

empuñar el arma forjada por Tagodis bajo las<br />

mismas aguas...<br />

¡Oh, mierda, más cuentos de vieja!<br />

—Cuidado, guerrero —un repentino ardor<br />

inundó el pecho de Garcan, que se asustó—. Que<br />

los dioses te ignoremos no significa que no sepamos<br />

que existes. Toleramos tus estupideces y<br />

blasfemias porque caes en gracia a Netón, pero<br />

algún día caerás en desgracia.<br />

El cerritano frunció el ceño y observó como<br />

Bianna, muy despacio, se sentaba en una roca<br />

frente al lago, allí dónde nacía el arroyo. Garcan<br />

la siguió como un perrito faldero y, cuando ella<br />

palmeó con delicadeza la superficie de la roca,<br />

él se dejó caer. Le pareció que, pese al aspecto<br />

avejentado y delgado, Bianna tenía una belleza<br />

excepcional, madura, poderosa. Su presencia dolía<br />

muy adentro. ¿Qué me pasa?<br />

—Nada grave —ella posó una mano de uñas<br />

perfectas sobre su muñeca, por debajo del brazal<br />

de cuero—. No imaginas lo solitario que es el<br />

lago... ¿Sabes por qué estoy aquí atrapada, junto<br />

a las aguas, en el extremo de un valle al que ningún<br />

hombre viene jamás?<br />

Garcan negó con la cabeza y miró el cuello de<br />

Bianna con apetito.<br />

—Es un castigo de la madre de todos, cuyo<br />

nombre no puede ser pronunciado —ella suspiró<br />

y sonrió con una amargura ancestral. Garcan, el<br />

guerrero cerritano, el héroe de Malangosto, tuvo<br />

unas terribles ganas de llorar—. Un castigo por<br />

haber yacido con un mortal... ¡Oh, no me mires<br />

así! Todos los dioses lo hacemos, de una manera<br />

u otra. Pero lo que yo quería... no era un rato de<br />

placer. Quería un hijo.<br />

La nuez de Garcan subió y bajó. Tenía algo atorado<br />

en la garganta.<br />

—¿Sabes por qué los dioses os envidiamos?<br />

—No —farfulló—. Ni quiero.<br />

Bianna sonrió con pena, pero en sus ojos de zafiro<br />

había otra pasión peligrosa, brutal, atávica.<br />

Una fuerza cósmica, ancestral, un apetito capaz<br />

de devorar el endoverso. El bárbaro se quedó paralizado.<br />

Pensó en una recia espada entrando en<br />

una vaina antigua, húmeda y suave.<br />

—¿Eres digno de empuñarla? —preguntó ella<br />

con calma.<br />

—No. Pero haré lo que sea necesario.<br />

—Harás lo que más deseas —ella sonrió y sumergió<br />

un pie descalzo en el arroyo. El vestido<br />

esmeralda se deslizó sobre su muslo—. Pero antes<br />

te diré algo.<br />

Garcan suspiró y asintió. Contempló el lago<br />

montañés bajo las estrellas. Las aguas oscuras<br />

se movieron como si un gigante soplara sobre<br />

la superficie, aunque el aire estaba en calma. Un<br />

manto de niebla se extendió sobre la laguna, una<br />

fosca extraña de color verdoso. El cerritano parpadeó,<br />

incrédulo. Poco después, una suave luz<br />

verdemar brotó de las aguas, fantasmagórica,<br />

antinatural. Jamás había visto un color así, ni un<br />

fulgor tan estremecedor.<br />

—No existe ninguna espada encantada— afirmó<br />

Bianna.<br />

Con elegancia, extrajo un alfiler de su melena<br />

de acero. Tenía un brillante corindón engastado.<br />

Lo puso en la enorme mano de Garcan y sonrió<br />

con una repentina malicia que heló la sangre del<br />

bárbaro. Ella empujó su musculoso pecho hasta<br />

que le tendió sobre la roca, vencido, entregado.<br />

—No existe ninguna espada encantada —dijo<br />

la diosa mientras se sentaba sobre él—, la devoraron<br />

las aguas hace siglos, como es lógico. Pero<br />

existen los hombres estúpidos capaces de buscarla,<br />

de querer lo imposible. De hacer compañía<br />

a una vieja sola y abandonada. Esos hombres<br />

son los que salvan a la tribu y cambian el mundo.<br />

Con o sin espada encantada.<br />

FIN<br />

Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />

G. Escribano en su “glob”.<br />

17


Imaginarium<br />

Daniel Alarcón, ilustración<br />

En el cuento de “Caperucita”, al final el<br />

lobo se comía a la anciana y también a la<br />

niña. En “La Sirenita”, la pobre Ariel se sacrificaba<br />

por amor, convirtiéndose en espuma de<br />

mar y viviendo una eterna soledad.<br />

Así son las ilustraciones de Daniel Alarcón,<br />

como los cuentos populares: macabras y preciosistas,<br />

oscuras e inocentes. A través de escenas<br />

cotidianas, Daniel nos empuja hacia lo<br />

sobrenatural; rasga el tejido de la realidad permitiéndonos<br />

ver cómo asoma la larga cola de<br />

la vendedora de helados, formando una calavera<br />

con la imagen de unos niños que juegan<br />

o permitiéndonos ver tras la ventana de la habitación<br />

de la niña serena, mostrándonos las<br />

siluetas de los monstruos que la acechan.<br />

La ingenua pureza y el horror se dan la mano<br />

en gran parte de sus trabajos, donde lo infantil<br />

y lo aterrador se unen como sólo puede ocurrir<br />

en la mente y las pesadillas de los niños. Sin embargo,<br />

este minucioso artista también nos ofrece<br />

estampas puramente fantásticas, imágenes<br />

18


19<br />

Daniel Alarcón<br />

inspiradas en la mitología y<br />

la literatura, delicadamente<br />

trabajadas y usualmente decoradas<br />

con marcos de inspiración<br />

modernista. Sus figuras<br />

de mirada transparente y<br />

enigmática parecen dirigirse<br />

al espectador con una anciana<br />

sabiduría, desafiándole a<br />

mirar más allá en lo cotidiano.<br />

Si quieres sumergirte en el<br />

mundo siniestro y cándido<br />

de Daniel Alarcón, puedes<br />

visitar su Facebook y su página<br />

en la web de Ediciones<br />

Babylon.<br />

Violeta Moreno Triviño


20<br />

Daniel Alarcón


Daniel Alarcón<br />

21


22<br />

Daniel Alarcón


Daniel Alarcón<br />

23


24<br />

Daniel Alarcón


The Last Door<br />

Entrevista al equipo<br />

de desarrollo.<br />

Después de todas las cosas que he visto… después de todas las cosas que he hecho… mi vida ha tomado un<br />

rumbo del que no puedo escapar. Es demasiado tarde para mí. Sólo espero que puedas perdonarme algún día.<br />

Sinceramente tuyo: Anthony Beechworth.<br />

The Game Kitchen: ¡Hola amigos! Nada,<br />

encantados de pisar estas tierras. Ahora sí,<br />

conseguiréis más con un par de cañas de cerveza<br />

que con la violencia, así que... ¿No hay ningún<br />

bar cerca?<br />

Empecemos por el principio. ¿Quién está detrás<br />

de todo esto?<br />

Así comienza The Last Door, un juego de<br />

horror y misterio ambientado en la época<br />

victoriana que desde 2013 viene siendo aclamado<br />

por crítica y público. Tal vez la fórmula de<br />

su éxito resida en su propuesta, que conjuga lo<br />

novedoso y lo clásico, la frescura y la nostalgia.<br />

Novedoso porque se juega por capítulos, resolviendo<br />

puzles en los que tenemos que poner en<br />

acción todos nuestros sentidos. Clásica porque<br />

rescata la esencia de las aventuras gráficas de<br />

toda la vida y bebe de la mejor literatura de terror,<br />

encontrando su inspiración en los grandes<br />

nombres del género. La estética retro, una historia<br />

fascinante y llena de intriga y la soberbia<br />

banda sonora convierten The Last Door en una<br />

experiencia única, un juego envolvente y absorbente,<br />

obligatorio para todos los amantes del género<br />

de terror. Hoy hablamos con el equipo de<br />

The Game Kitchen, creadores de The Last Door,<br />

dispuestos a desvelar el misterio…<br />

Hola, chicos. Ante todo, gracias por sacar un<br />

rato para responder a nuestro interrogatorio.<br />

Prometemos no recurrir a la violencia.<br />

The Game Kitchen: Bueno, somos ya los suficientes<br />

como para montar un equipito de fútbol<br />

sala, así que espero que no tengáis prisa. A ver,<br />

el equipo lo formamos dos artistas (Enrique y<br />

Mateo), tres programadores (Mauri, Dani y José<br />

Antonio), un programador web y gran genio<br />

musical (Carlos Viola) y un servidor (Raúl) que<br />

lleva todos los temas de comunicación, redes sociales,<br />

etc. En fin, “Los siete magníficos”, como la<br />

película de Sturges.<br />

El equipo de The Game Kitchen. (Foto: TGK)<br />

¿De dónde surgió la idea original, cómo empezó<br />

todo?<br />

The Game Kitchen: Era un día lluvioso del<br />

2012... (risas). No, en serio. En un momento dado,<br />

desde el estudio estábamos un poco hasta los<br />

hue**s de trabajar para otros y decidimos dar un<br />

golpe de timón a nuestra trayectoria y perseguir<br />

25


The Game Kitchen<br />

nuestro sueño. Es decir: hacer juegos propios,<br />

que nos apasionaran y en los que pudiéramos<br />

desarrollar nuestra propia creatividad e ideas.<br />

Así que colgamos los guantes del trabajo por<br />

encargo y organizamos una especie de “concurso<br />

interno” de ideas. El día del “pitching”, Enrique<br />

(que debía de haber desayunado kriptonita<br />

aquel día) nos propuso hacer un juego de terror.<br />

Un juego en el que mediante un uso especial del<br />

sonido y de la música, y basándonos en la ausencia<br />

de detalles en los gráficos, consiguiéramos estimular<br />

la imaginación en el jugador (tal y como<br />

consiguen maestros de la literatura de terror de<br />

la talla de Poe o Lovecraft).<br />

Nos pareció un aspecto muy interesante, y que<br />

hoy en día los grandes estudios parecen dejar en<br />

un segundo plano, haciendo un gran esfuerzo en<br />

crear gráficos extremadamente realistas y detallados.<br />

Imponiendo la visión del creador a la del<br />

jugador. En el juego que nos propuso Enrique,<br />

el planteamiento era a la inversa: utilizar la falta<br />

de recursos en beneficio de una experiencia más<br />

personal en cada jugador. El primer embrión de<br />

“The Last Door” había sido gestado y el resto del<br />

equipo nos enamoramos del concepto. Se trataba<br />

de algo radicalmente diferente y el proyecto, a<br />

medida que iba creciendo en nuestras cabezas —<br />

en forma y fondo— (el estilo visual, el ambiente<br />

lovecraftiano, el aire retro, el género de aventura<br />

gráfica, etc.) nos convencía más y más.<br />

Y así fue, decidimos dar el paso y probar la idea<br />

en Kickstarter, y aunque a priori el concepto del<br />

juego era un poco arriesgado (una aventura gráfica<br />

de terror psicológico, de estilo retro y con<br />

una estética de pixel art) resultó ser del gusto del<br />

público y el proyecto pudo salir adelante. Y aquí<br />

estamos.<br />

Hemos encontrado grandes alabanzas hacia<br />

“The Last Door” en los medios especializados,<br />

sobre todo extranjeros (para qué nos vamos a<br />

engañar). “Carta de amor a Lovecraft” es una<br />

de las definiciones que más nos ha impresionado,<br />

y de hecho, fue por eso que nos llamó<br />

la atención y nos decidimos a jugarlo. Pero,<br />

¿cómo definiríais vosotros el juego? Habladnos<br />

de la criatura.<br />

Mateo: Nuestro “pitch” es “un juego de terror<br />

con píxeles enormes para activar la imaginación.,<br />

centrado en la atmósfera y en la historia”.<br />

La historia gira alrededor de Jeremiah Devitt,<br />

que investiga el destino de sus compañeros del<br />

internado. Clubes secretos, bibliotecas ocultas,<br />

seres sobrenaturales, alquimia, personajes<br />

misteriosos, túnicas amarillas, extraños sueños…<br />

¿cuáles son vuestras influencias?<br />

Enrique, Mateo: Nuestras influencias van desde<br />

escritores clásicos como Lovecraft, Poe, Guy<br />

de Maupassant, Arthur Machen, Borges (y alguna<br />

referencia a Robert W. Chambers), hasta<br />

directores de cine como Stanley Kubrick, David<br />

Lynch y videojuegos como “Alone in the Dark”,<br />

“Scratches”, “Amnesia”, “Maniac Mansion” y “Necronomicon:<br />

El alba de las tinieblas”.<br />

Jeremiah Devitt a su llegada al internado.<br />

A nosotros no tenéis por qué ocultarnos<br />

nada… la historia es autobiográfica, ¿no es<br />

cierto?<br />

Mateo: Er… no podemos negar ni confirmar<br />

esa información.<br />

No queremos spoilear a los lectores, pero seguro<br />

que se mueren por saber un poco sobre el<br />

argumento. ¿Qué podemos encontrar en “The<br />

Last Door”? ¿Es más Lovecraft o más Poe?<br />

Mateo: Es una historia de misterio y terror psicológico.<br />

A ratos recuerda a algunos cuentos de<br />

Poe, en otros a una novela de Conan Doyle y en<br />

ocasiones a una pesadilla de David Lynch. La<br />

mitología de fondo está inspirada en Lovecraft,<br />

aunque no hay Cthulhu, ¡lo sentimos! Sí podrás<br />

rememorar sus atmósferas ominosas y opresivas<br />

y algunos momentos de ese terror cósmico que<br />

tanto nos gusta, aunque siempre desde una perspectiva<br />

más humana, más cercana a Arthur Machen<br />

o a Guy de Maupassant, autores en los que<br />

el mismo Lovecraft reconocía haberse inspirado.<br />

¿Y vosotros? ¿Sois más de Poe, o de Lovecraft?<br />

26


27<br />

The Game Kitchen<br />

Enrique: Por la mañana saliendo de la ducha<br />

soy mas Lovecraft (risas). Bromas aparte, ambos<br />

nos apasionan a pesar de sus diferencias.<br />

Mateo: Lovecraft. Soy fan.<br />

Raul: Yo soy de Poecraft (risas).<br />

En “The Last Door”, manejamos a un protagonista<br />

del que al principio sabemos más bien<br />

poco. A medida que avanza la historia, en breves<br />

pero emotivas escenas (sueños y recuerdos),<br />

descubrimos detalles sobre su niñez y<br />

comprendemos poco a poco la importancia de<br />

la amistad y el fuerte vínculo que le une a sus<br />

compañeros, a pesar del tiempo y de la distancia.<br />

Para más dificultad, todo el diseño es pixel<br />

art. ¿Cómo ha sido enfrentarse al reto de<br />

expresar tanto con tan poco? ¿Cómo es posible<br />

conseguir una atmósfera envolvente para el jugador<br />

y unos personajes que transmiten emociones<br />

reales con una técnica tan sobria?<br />

Enrique: Al ser un estudio muy pequeño, la<br />

limitación técnica que teníamos en gráficos no<br />

nos frenó, sino que fue algo que nos sirvió de<br />

herramienta para ayudar a provocar precisamente<br />

ese efecto de sugestión, de estimular la<br />

imaginación del jugador para conseguir ciertas<br />

sensaciones diferentes que quizás gráficos detallados<br />

no conseguirían. Unos gráficos muy realistas<br />

y detallados transmiten directamente la visión<br />

del diseñador por encima de todo pero, por<br />

otro lado, la ausencia de información visual (o<br />

ausencia total de imágenes como en una novela)<br />

puede provocar que el jugador tenga su propia<br />

visión de lo que está pasando y eso consigue que<br />

tenga una experiencia más personal e intima.<br />

Mateo: Como ha dicho Enrique, la ambigüedad<br />

visual es una herramienta muy poderosa a<br />

la hora de acercarse al jugador, especialmente<br />

cuando se trata de dar miedo. Sólo hace falta ver<br />

que los mejores juegos de terror usan constantemente<br />

recursos para limitar la visibilidad: “Silent<br />

Hill” con la niebla, los ángulos raros de cámara<br />

y los monstruos amorfos; “Amnesia” con la oscuridad<br />

y el sistema de cordura, por el que apenas<br />

podemos mirar directamente a los enemigos;<br />

“Slender” con la vegetación, que a la luz de la linterna<br />

sugiere formas acechantes…<br />

Y como en estos juegos, en “The Last Door” el<br />

sonido cobra mucha importancia, influye mucho<br />

en la interpretación de lo que se está viendo en<br />

cada momento. Yo intento que los efectos de sonido<br />

sugieran los ruidos que están representando,<br />

pero los mezclo y deformo a partir de otros<br />

grabados de fuentes muy diferentes. De esta manera,<br />

a la simple imitación se le añade un giro<br />

muy estimulante. Por ejemplo, ralenticé por diez<br />

el canto de una gaviota para que “se pareciera”<br />

a mi idea del graznido de un cuervo moribundo.<br />

Y el gorgoteo resultante pone los pelos de punta,<br />

jejeje.<br />

La interfaz con el puntero y los objetos del inventario. La<br />

imagen de Jeremiah Devitt con el candil avanzando en la<br />

oscuridad es uno de los iconos más populares del juego.<br />

Tengo que reconocer que nos hemos llevado<br />

más de un susto mientras jugábamos y nos hemos<br />

acordado de vuestras familias… pero ¿y<br />

vosotros? ¿os da miedo vuestro propio juego?<br />

¿Cuál es la parte que más os asusta?<br />

Enrique: A veces pasa cuando estamos testeando<br />

algo que ha hecho otro miembro del equipo<br />

y algunos sustos nos pillan por sorpresa. Como<br />

es muy difícil testear el miedo que provoca una<br />

escena, los diseñadores nos tenemos que poner<br />

en la piel del jugador, es un proceso difícil ya<br />

que somos nosotros mismos los que diseñamos<br />

las escenas, pero cuando lo conseguimos sí sentimos<br />

miedo nosotros mismos. Creo que mis escenas<br />

favoritas son las de cada final de capítulo,<br />

también la de la pesadilla del episodio 2, la de los<br />

cuervos del episodio 1 y la del juego de la vieja<br />

del episodio 3.<br />

Mateo: Los finales de los episodios 2 y 3 me erizan<br />

el vello cada vez que los veo. Creo que es por<br />

la combinación del diálogo y la música ominosa.<br />

Y en el pasillo de la casa del episodio 3 hay un<br />

sonido que me dio mal rollo durante semanas,<br />

aunque lo mezclé yo mismo…


The Game Kitchen<br />

Una de las escenas más inquietantes. La escena “de la vieja”.<br />

Además de la maravillosa historia, creemos<br />

que la banda sonora merece mención aparte.<br />

¿Cómo conocistes a Carlos? ¿Es verdad que<br />

tuvisteis que firmar un pacto de sangre con<br />

él para que aceptara componer la música para<br />

“The Last Door”?<br />

Mauricio: Carlos y yo nos conocemos desde<br />

la adolescencia. Desde entonces, los dos hemos<br />

compartido el anhelo de dedicarnos profesionalmente<br />

al desarrollo de juegos y, por ello,<br />

llevamos trabajando juntos, primero de forma<br />

amateur, y ya de forma profesional, desde hace<br />

mogollón de años.<br />

Hablando en serio, creo que estamos ante una<br />

de las mejores bandas sonoras que se han compuesto<br />

para un videojuego de terror. Fuera de<br />

serie. ¿Cómo ha sido trabajar con él? ¿Ha participado<br />

en el desarrollo del juego, o simplemente<br />

se limita a ver lo que hacéis, alimentar<br />

su inspiración y componer (que no es poco)?<br />

Enrique: ¡Muchas gracias! La banda sonora es,<br />

creemos, el mejor aspecto del juego. El proceso<br />

de la música es muy peculiar, generalmente en<br />

los videojuegos la música se compone cuando<br />

ya están las escenas claras y encaminadas en su<br />

desarrollo o incluso terminadas, como pasa en<br />

el cine, donde el compositor compone la música<br />

a partir del montaje de la película. Sin embargo<br />

en “The Last Door” no funciona así, la música se<br />

hace paralelamente al desarrollo e incluso hay<br />

pistas que se han llegado a componer antes que<br />

el propio guión. Esto provoca que muchas de las<br />

escenas se escribieran y diseñaran en base a la<br />

música e inspiradas por ella. Se puede decir que<br />

en la mayoría de casos se escribe el guión a partir<br />

de sensaciones, en vez de provocar sensaciones a<br />

partir del guión.<br />

Se rumorea que, poco después de que se estrenara<br />

en vuestra web el capítulo cuarto de<br />

“The Last Door”, encontrasteis a Carlos Viola<br />

medio inconsciente en un fumadero de opio<br />

desvariando acerca un pájaro que no dejaba<br />

de mirarle y que desde entonces vive a vuestro<br />

cuidado, alimentándose únicamente de sus<br />

propias uñas y atormentado por las perturbadoras<br />

melodías que asedian su mente. ¿Qué<br />

hay de cierto en esto?<br />

Enrique: Podemos afirmar que lo del fumadero<br />

de opio no va muy desencaminado (risas).<br />

Mateo: ¡Spoilers!<br />

Otra cosa que nos hemos preguntado es,<br />

¿quién escribe los textos del juego? ¿Lo hacéis<br />

entre todos?<br />

Enrique: Entre Mateo y yo los escribimos. Yo<br />

soy responsable del guión pero participa él en<br />

igual medida. Generalmente yo me encargo más<br />

de la estructura básica, el contenido de manera<br />

más cruda y él la desarrolla, le da forma, estilo,<br />

y el toque final. Aunque a veces nos intercambiamos<br />

los papeles según estemos más o menos<br />

inspirados en ciertas escenas.<br />

Mateo: Al final el marrón de picar y editar el<br />

texto definitivo me lo como yo (risas). Pero bueno,<br />

es verdad que el fundamento del juego y su<br />

espíritu es cosa de Enrique; yo añado más bien<br />

algunas escenas, curiosidades, mitología… Y los<br />

puntos de inflexión del argumento siempre los<br />

sometemos a debate con el resto del equipo. De<br />

estos debates suelen salir ideas muy chulas e inesperadas.<br />

Es importante recalcar que el texto lo pasamos<br />

por una “revisión de comunidad”; los jugadores<br />

premium que así lo desean corrigen y modifican<br />

el texto colectivamente, a veces introduciendo<br />

elementos nuevos. Luego yo edito los cambios,<br />

filtro un poco para dar coherencia y traduzco de<br />

vuelta al castellano. A día de hoy llevamos unas<br />

20.000 líneas de texto más o menos, casi todas<br />

pasadas por ese sistema. Y los fans que participan<br />

están encantados.<br />

A nivel personal, ¿sois aficionados a la literatura<br />

y el cine de terror? ¿Cuáles son vuestros<br />

títulos preferidos?<br />

Enrique: Sí, personalmente es de mis géneros<br />

28


29<br />

The Game Kitchen<br />

preferidos, es el que mejor entiendo y con el que<br />

parece que mejor conecto. Por ejemplo, dentro de<br />

la literatura, mis favoritos pueden ser los cuentos<br />

de “Él”, “El Horla” y “La Mano” de Guy de<br />

Maupassant, “El Pozo y El Péndulo”, “El Gato<br />

Negro” y “El Corazón Delator” de Poe, “Herbert<br />

West: Reanimador” de Lovecraft, “El Gran<br />

Dios Pan” y “Los Tres Impostores” de Arthur<br />

Machen. En el cine, cualquier película de David<br />

Lynch, “Al Final de la Escalera”, “La Residencia”<br />

de Chicho Ibañez Serrador, “Psicosis”, “Los Inocentes”,<br />

“Nosferatu” y un largo etc.<br />

Mateo: Se me da muy mal hacer listas de favoritos,<br />

pero a ver… De Lovecraft: “El ceremonial”,<br />

“En las Montañas de la Locura”, el ciclo de Randolph<br />

Carter. De Machen: “El terror”, “Vinum<br />

Sabbati”, “El gran dios Pan”. Maupassant en general.<br />

Tengo un trauma con las novelas de José<br />

Carlos Somoza, especialmente con “Zig Zag”, y<br />

últimamente estoy enganchado a los libros de<br />

Southern Reach.<br />

El cine de terror en general me da demasiado<br />

miedo (risas). Veamos, algunas escenas muy inquietantes<br />

de “Solaris” (la original) y... ¿”Twin<br />

Peaks” cuenta? También “Carretera perdida” y<br />

“Enemy”; tienen escenas como de pesadilla, me<br />

dan escalofríos. Otras serían “Rec”, “The Blair<br />

Witch Project” (dos finales que me quitan el sueño)<br />

y “La cabaña en el bosque”, que me parece<br />

genial por la mezcla de horror lovecraftiano y<br />

comedia disparatada. Ah, y por poco me olvido<br />

de “The Mist”, me parece magnífica.<br />

Las evocadoras escenas de transición nos sumergen en la<br />

historia y el ambiente de forma magistral.<br />

¿Y a escribir? ¿Alguno de vosotros ha hecho<br />

sus pinitos con novelas, relatos o algo similar?<br />

Enrique: Algo de eso hay, estoy escribiendo<br />

muy lentamente cuando voy teniendo tiempo<br />

y ganas algunos relatos muy cortos, algunos de<br />

terror, que en un futuro lejano recopilaré e intentaré<br />

autopublicar en Internet o algo de eso.<br />

Habéis iniciado vuestra andadura con “The<br />

Last Door” utilizando el crowdfunding como<br />

medio principal de financiación. ¿Qué tal la<br />

experiencia?<br />

Mateo: Es un modelo interesante porque por<br />

un lado nos da mucha independencia y total libertad<br />

creativa y por otro nos acerca mucho a<br />

nuestra comunidad, que sabe que sin ella el juego<br />

no sería posible. Esta relación para nosotros<br />

es muy valiosa, ya que gracias a las sugerencias<br />

y aportaciones de los jugadores hemos ido mejorando<br />

“The Last Door”, episodio a episodio, hasta<br />

convertirlo en algo fantástico que nunca habríamos<br />

podido hacer nosotros solos.<br />

Por lo que hemos visto en vuestra web, hay<br />

unas recompensas muy interesantes para las<br />

donaciones. ¿Os importa comentar un poco en<br />

qué consisten?<br />

Mateo: Tenemos cuatro niveles de recompensas<br />

a las donaciones. La más importante es poder<br />

jugar al último capítulo publicado, que obtienes<br />

al aportar cualquier cantidad; si superas la media<br />

actual, puedes descargarte la banda sonora<br />

completa del juego en alta calidad. Pero en mi<br />

opinión la recompensa más jugosa es la cuenta<br />

premium, a partir de 15 €, que además de todo<br />

lo anterior, incluye un pase de temporada y te da<br />

acceso al “círculo interno” de la comunidad, que<br />

disfruta de la posibilidad de colaborar en el desarrollo<br />

de cada episodio en un subforo especial.<br />

Dos o tres semanas antes del lanzamiento del<br />

juego compartimos una versión beta con los<br />

usuarios premium y estos nos dan feedback e<br />

ideas para mejorarlo. También dejamos en blanco<br />

unos cuantos fragmentos de texto dentro del<br />

juego, que luego rellenamos con las propuestas<br />

que nos han enviado, y los que quieran pueden<br />

revisar el texto completo y aportar ideas sobre estilo,<br />

usos históricos del lenguaje e incluso guión.<br />

Hemos ido incluyendo estas características gradualmente<br />

desde el episodio 2 y donde más se<br />

ha notado es en el 4, que cambió sustancialmente<br />

durante la fase beta.<br />

Finalmente está la recompensa de 25 € o más,<br />

que incluye las anteriores y la posibilidad de que


The Game Kitchen<br />

El uso del color y la luz con las limitaciones de la técnica<br />

pixel art contribuyen a crear escenas visualmente inspiradoras<br />

que estimulan la imaginación.<br />

el jugador sea inmortalizado en nuestro Hall of<br />

Fame, un minijuego gratuito que tenemos en la<br />

web. Ellos nos mandan una foto, su nombre y<br />

una frase y nosotros los pixelamos y metemos<br />

en los escenarios del episodio correspondiente,<br />

como personajes interactivos.<br />

¿Cuánto tiempo lleva hacer un episodio de<br />

“The Last Door”? ¿Y una temporada completa?<br />

Mateo: Un episodio, entre dos y tres meses,<br />

desde los primeros brainstorming y mejoras del<br />

motor, hasta que finaliza la fase beta y publicamos<br />

el juego en nuestra web. En completar la<br />

primera temporada hemos tardado algo más de<br />

un año.<br />

¿Cuándo está previsto que vea la luz la segunda<br />

temporada?<br />

Mateo: Si todo sale bien, el primer episodio de<br />

la segunda temporada debería estar publicado<br />

en nuestra web hacia finales del verano.<br />

Tenéis una tienda en la que vendéis productos<br />

del juego: Camisetas con el logotipo, con<br />

los cuatro testigos… Una maravilla para los<br />

fans como nosotros. ¿Quién se encarga de hacer<br />

los diseños?<br />

Enrique: Entre Mateo y yo los hacemos, aunque<br />

la ideas de diseño participa todo el equipo. Por<br />

ejemplo, la idea de usar el gráfico de Lovecraft<br />

que teníamos para un icono de la comunidad de<br />

steam en la camiseta fue de Mauricio, yo hice una<br />

prueba que no quedó del todo bien y luego Mateo<br />

se encargó de darle el aspecto actual que tiene.<br />

Y para ponerle la guinda al pastel, habéis hecho<br />

hasta camisetas de Lovecraft y Edgar Allan<br />

Poe, pixelados y monísimos. ¿Tenéis pensado<br />

ampliar los productos de vuestra tienda próximamente?<br />

¿Qué os gustaría poder ofrecer, además<br />

de lo que ya hay?<br />

Enrique: No hemos pensado mucho en ello,<br />

ya que estamos totalmente concentrados en esta<br />

nueva temporada y la versión de móvil de la<br />

temporada anterior. Quizás pondríamos más diseños<br />

de camiseta si surgen, pero tampoco tenemos<br />

tiempo ahora mismo para mucho más.<br />

Aparte de camisetas, tazas y ediciones deluxe<br />

de vuestro videojuego, ¿Le habéis vendido el<br />

alma a alguien?<br />

Mateo: Ante una negociación siempre intentamos<br />

conservar el alma. Es política de empresa.<br />

Como sabéis, nosotros estamos empezando<br />

nuestra propia aventura, un poco menos pixelada<br />

pero igual de terrorífica, sobre todo ahora<br />

que han subido la cuota de autónomos. ¿Nos<br />

recomendáis algún ritual oscurantista para<br />

conseguir el éxito en nuestra empresa?<br />

Mateo: Todos los días, a la salida del sol, mira<br />

al Sur y pronuncia el nombre de Cthulhu tres veces<br />

mientras te bebes un café. En la puesta de sol,<br />

mira al Norte y haz lo mismo pero con tila.<br />

De acuerdo, tomamos nota. Bueno, pues hasta<br />

aquí hemos llegado. Ha sido un placer contar<br />

con vosotros en este número y desde el equipo<br />

de Valinor os deseamos que vuestra andadura<br />

os siga trayendo muchos éxitos, para que podamos<br />

continuar disfrutando de esta maravilla<br />

de juego. ¿Queréis decir unas últimas palabras<br />

antes del sacrif… de… despedirnos?<br />

Mateo: Videte ne quis sciat.<br />

Violeta Moreno Triviño<br />

Puedes jugar The Last Door completamente<br />

gratis en su página web: www.thelastdoor.com<br />

Sigue las últimas noticias sobre el juego en<br />

twitter: @horroradventure o en su facebook.<br />

30


31<br />

Un relato de terror de M. Floser<br />

Gabriel despertó despertó con un respingo<br />

causado por la atronadora pesadilla que<br />

acababa de tener. Miró a su alrededor y vio a<br />

sus compañeros reclusos. Por un instante había<br />

olvidado que estaba en aquella litera odiosa, en<br />

aquel campo de exterminio demoníaco. No pudo<br />

contener las lágrimas, aún le costaba creer que se<br />

viera envuelto en aquel infierno. La imagen de la<br />

entrada de Auschwitz se había tatuado a fuego<br />

en su mente. Jamás olvidaría el mensaje cínico<br />

que descansaba sobre la puerta.<br />

“ARBEIT MACHT FREI”<br />

(“El trabajo te hará libre”)<br />

Se quedó sentado con las manos ocultándole el<br />

rostro y en la oscuridad de sus párpados cerrados,<br />

pudo ver con claridad la pesadilla que acababa<br />

de tener. No era fruto de su imaginación,<br />

era un recuerdo reciente que había hecho que<br />

sus sangre se helara. El suceso se había producido<br />

durante la segunda semana de su confinamiento.<br />

La noche era regada por una tromba de<br />

agua. La lluvia golpeaba furiosa el tejado de los<br />

barracones mientras los judíos jugaban a cartas o<br />

echaban pulsos para intentar, siempre en vano,<br />

huir de la realidad. Matías Wasser sacó de dentro<br />

de su colchón una botella de licor cuya procedencia<br />

solo él conocía. Reían víctimas del influjo<br />

del néctar cuando de pronto la puerta del barracón<br />

se abrió en un estruendo. Todos los presos<br />

dieron un bote asustados y sus ojos se abrieron<br />

como platos al ver como un grupo de soldados<br />

nazis irrumpían en el barracón, acompañados<br />

por el capitán de la SS, Emil Fink.<br />

Emil era conocido como Dämon, «demonio» en<br />

alemán. Un apodo bien merecido que se le había<br />

otorgado por su crueldad y el terror que influía<br />

a todos cuántos le habían conocido. Fink entraba<br />

con paso tranquilo y decidido. Lucía su elegante<br />

uniforme negro con la «SS» bordada en la solapa<br />

derecha de su americana, y el inconfundible<br />

brazal rojo con la esvástica negra presidiendo un<br />

círculo blanco en uno de sus brazos acomodados<br />

en la espalda. La visera de su gorra negra ensombrecía<br />

unos ojos que nadie había conseguido<br />

ver, pues a Emil Fink sólo se le había visto por<br />

la noche, cuando la única luz era la de los focos<br />

de Auschwitz, que proyectaban aquel tono amarillento.<br />

—¡Dejad lo que estéis haciendo! —Ladró Emil<br />

en un perfecto alemán. Se paseó por el barracón<br />

mirando con aire de superioridad a todos aquellos<br />

judíos ebrios. Alguno de los presos pensaba<br />

que Fink no sabía nada de aquel contrabando,<br />

pero nada se le escapaba a Dämon. Se divertía<br />

permitiendo ciertas situaciones para irrumpir en<br />

las estancias en el momento oportuno para hacer<br />

pagar a los judíos por sus actos. Siguió andando<br />

hasta que quedó de nuevo frente a la puerta, mirando<br />

a aquellos individuos que pocos minutos<br />

antes habían estado bebiendo y riendo.<br />

—Esos tres —dijo señalando a Gabriel y a otros<br />

dos —... sacadlos.<br />

Los soldados cogieron a los tres hombres y los<br />

sacaron a rastras del barracón mientras Emil<br />

quedó con los brazos cruzados a su espalda, mirando<br />

con su sonrisa perfilada por el mismísimo<br />

Satanás, y aquellos ojos ocultos en la sombra de<br />

su visera.<br />

Cuando los soldados salieron con Gabriel y sus<br />

dos compañeros, Dämon los acompañó. Andaron<br />

bajo la lluvia que caía a plomo como una pesada<br />

cortina de agua. Los soldados arrodillaron a los<br />

judíos sobre el suelo embarrado del campo de


Esvástica<br />

32<br />

exterminio. Emil se acercó, andando bajo aquel<br />

diluvio como si no lo notase. Su caminar era grácil<br />

y parecía mucho más alto del metro ochenta<br />

que medía. Cuando hubo estado frente a los<br />

reclusos arrodillados, miró a su alrededor para<br />

comprobar que los que habitaban los barracones<br />

circundantes estaban mirando la escena. Los tres<br />

hombres lloraron, aunque sus lágrimas parecían<br />

inexistentes debido a la lluvia que les empapaba.<br />

Uno de ellos, Emanuel Schreider, no pudo evitar<br />

orinarse en los pantalones, preso de un miedo<br />

que le hacía pensar que su corazón se le saldría<br />

del pecho.<br />

Emil, rápido como un relámpago, desenfundó<br />

su pistola y fusiló a Emanuel sin vacilar. Su llanto<br />

enmudeció. El compañero de Gabriel que quedaba<br />

con vida, Melchor Goldman, se abalanzó<br />

sobre Emanuel gritando de dolor por la pérdida<br />

de su amigo.<br />

—¡Sois unos monstruos!<br />

Los ojos de Gabriel se abrieron de par en par<br />

cuando vio que Melchor se levantaba y corría hacia<br />

Emil Fink para vengar la muerte de su compañero.<br />

—¡MELCHOR, NO!<br />

Pero ya era tarde, Fink Miró a Gabriel que sintió<br />

los ojos del nazi clavarse en los suyos, a pesar<br />

de que seguían ocultos bajo la sombra de la gorra.<br />

Sonrió con aquella fría curvatura que tanta<br />

sangre había helado; alzó el brazo y sin necesidad<br />

de mirar a su atacante, sin dejar de mirar a<br />

Gabriel, apretó el gatillo haciendo que Melchor<br />

cayera fulminado en el suelo.<br />

—¡¡No!!<br />

Gabriel no se levantó, siguió de rodillas y curvó<br />

su espalda hasta que la frente quedó apoyada en<br />

la arena. Lloraba desconsoladamente, deseando<br />

que aquel malnacido le matase. Recordó con<br />

un amor que jamás se extinguiría la imagen de<br />

su mujer, Marité. Se despidió de ella con un «te<br />

quiero» pensado. Ante él, a ras de suelo, pudo<br />

ver las notas negras de Fink. Alzó la mirada y<br />

vio al dämon frente a él. Desde aquella postura, el<br />

capitán de la SS parecía un gigante. La luz de los<br />

focos sobre él hacían que su figura se convirtiera<br />

en una descomunal silueta.<br />

— Mátame... ¡Mátame de una maldita vez!<br />

Gabriel sollozó volviendo la cara al embarrado<br />

suelo.<br />

—No —dijo Emil con una carcajada que estremeció<br />

al hombrecillo arrodillado—, no voy a matarte.<br />

—¿Po-por qué? —preguntó Gabriel aterrado<br />

—, ¿qué vas a hacer conmigo? ¡¿Por qué no quieres<br />

matarme?!<br />

Entonces fue cuando lo vio. Emil se agachó a tal<br />

velocidad que Gabriel no tuvo tiempo siquiera<br />

de asustarse. Le cogió del cuello y acercó su cara<br />

a la del judío que estaba llena de un barro que se<br />

diluía con la lluvia. Gabriel no pudo evitar mirar<br />

los ojos del capitán. Aquellos ojos, penetrantes,<br />

exentos de pupilas, y con un tono tan rojo, tan<br />

brillante, que parecía salido del mismísimo infierno.<br />

Sin duda, el apodo de dämon había sido<br />

puesto por el motivo equivocado. Emil sonrió y<br />

Gabriel se fijó por primera vez en aquella dentadura<br />

dotada de dos hileras afiladas llenas de colmillos.<br />

Su aliento, asfixiante, apestaba a azufre.<br />

Una risa desquiciante salió de las fauces del demonio<br />

y el brillo de sus ojos se encendió hasta<br />

que los de Gabriel sintieron el escozor de aquel<br />

destello y se vio obligado a cerrarlos.<br />

—¿Qué-qué eres tú?<br />

Emil torció la cabeza a un lado y al otro para hacer<br />

que su cuello crujiera en un movimiento que<br />

a su presa le pareció salvaje. El nazi cerró la boca<br />

para tragar la saliva excesiva que había dejado<br />

su excitación y tras una chillona y aterradora risa<br />

sentenció:<br />

— Soy el apocalipsis...<br />

* * *<br />

Gabriel escuchó el ruido de unos murmullos en<br />

una litera cercana. Seguía absorto, sumido en la<br />

oscuridad de sus párpados, intentando olvidar<br />

los brillantes y penetrantes ojos del literal dämon.<br />

No estaba prestando atención a la conversación<br />

que se mantenía cerca de él, pero una palabra pareció<br />

resonar sobre las demás e hizo que Gabriel<br />

ahogara un grito horrorizado, aquella palabra<br />

era: «fuga».<br />

—¿Estáis pensando en fugaros?<br />

—¡Shhhh! —sus compañeros miraron a su alrededor<br />

nerviosos—. ¿Qué demonios te pasa? —<br />

Gabriel sintió un escalofrío al escuchar la palabra


Esvástica<br />

«demonios»—. Sí, Gabriel, esta noche nos vamos<br />

a fugar.<br />

—Eso es una locura —dijo bajando la voz hasta<br />

alcanzar un susurro afónico—, es un suicidio.<br />

—¿Qué más da? —dijo el más joven de los judíos,<br />

un muchacho de diecinueve años, con una<br />

nariz afilada y unos pómulos marcados—. Moriremos<br />

de todas formas si nos quedamos aquí. Al<br />

menos si morimos intentando huir, moriremos<br />

esta noche.<br />

Gabriel se odio al tener que reconocer que el joven<br />

tenía razón. Sus argumentos eran precisos e<br />

impecables.<br />

—No podéis hacerlo —insistió—, si Emil os<br />

descubre... ¡No querréis saber lo que os hará! Ese<br />

hombre es un demonio.<br />

—Lo sabemos, sabemos que ese malnacido nazi<br />

es un auténtico diablo, pero estamos cansados de<br />

tener miedo de un hombre, por malvado que sea.<br />

—No, no lo entendéis, os digo que es un demonio,<br />

un demonio real, salido de las llamas del infierno.<br />

Los judíos se miraron los unos a los otros, luego<br />

miraron a Gabriel para volver a mirarse antes de<br />

estallar en una sonora carcajada.<br />

—¡Vamos, Gabriel! Está muy bien que tengas<br />

sentido del humor, de hecho, la mañana había<br />

amanecido algo mustia. ¡Gracias por la distracción!<br />

—luego, bajando la voz en una afirmación<br />

para sí mismo, añadió—: un demonio... ¡ja! Ésa sí<br />

que ha sido buena.<br />

Gabriel maldijo la testarudez de aquel hombre.<br />

Luego pensó fríamente en lo que acababa de declarar.<br />

Había asegurado que un demonio, salido<br />

del azufre infernal, campaba libremente por Auschwitz,<br />

vestido con el uniforme nazi, ocupando<br />

el cargo de capitán de la SS. Se sintió idiota, y<br />

por consiguiente, se dio un fuerte manotazo insultándose<br />

con rabia.<br />

* * *<br />

La noche llegó más rápido de lo que nadie habría<br />

deseado. Los presos estaban preparándose<br />

para la huida.<br />

—Recapacitad, por favor, ya os he dicho que es<br />

peligroso.<br />

—¡Claro! Emil el Dämon, ¡ja, ja, ja! Tranquilo,<br />

llevaremos un poco de agua bendita.<br />

La frustración invadía el corazón de Gabriel,<br />

que quería golpear a aquel obstinado compañero,<br />

dejarlo inconsciente para poder salvarle la<br />

vida. Pero aquella idea se escapó de sus pensamientos,<br />

aquel sí que sería un suicidio. Todos los<br />

compañeros del barracón se le echarían encima,<br />

lo acusarían de traidor, o peor aún: de amigo de<br />

los nazis.<br />

—En serio, no lo hagáis, os lo supli...<br />

—¡EH! —le interrumpió el joven de la nariz afilada—.<br />

¡Cállate de una maldita vez! Si quieres<br />

quedarte aquí a morir cómodamente en tu paraíso<br />

vacacional, adelante... ¡Nosotros vamos a salir<br />

de este infierno ahora mismo!<br />

Una parte de Gabriel sintió como aquel muchacho<br />

le acababa de dar una lección de coraje. En<br />

otro momento, en otras circunstancias, sin monstruos<br />

pululando por ahí, él mismo se habría unido<br />

a aquella evasión.<br />

Llegado el momento, uno de los judíos se acercó<br />

a la ventana empañada que había cerca de la<br />

puerta, para vigilar que ningún soldado se acercara<br />

al barracón. Cuando se hubo asegurado de<br />

que todo estaba tranquilo, miró a sus compañeros<br />

e hizo un gesto con la cabeza para asegurar<br />

que podían comenzar con el plan.<br />

El joven de la nariz afilada, cuyo nombre Gabriel<br />

no conseguía recordar, se agachó al pie de<br />

una de las literas y, tras tumbarse boca abajo en<br />

el suelo, se introdujo debajo de la gran cama. Gabriel<br />

escuchó un crujido, y, llevado por la curiosidad,<br />

se agachó para poder comprobar lo que<br />

estaba pasando. Los ojos se le abrieron al ver<br />

que, bajo la litera, sus compañeros habían abierto<br />

un agujero en el suelo de madera del barracón.<br />

«¡Ingenioso!» pensó al entender que nadie miraría<br />

debajo de la litera.<br />

Gabriel volvió a ponerse en pie, aturdido por<br />

la brillantez de aquellos hombres, pero siendo<br />

consciente de que no les serviría de nada. Se merecían<br />

escapar, por muchos motivos. Escuchó<br />

dos golpes secos en el suelo, y al ver que dos judíos<br />

se tumbaban en el suelo, Gabriel entendió<br />

que aquellos golpes eran la señal del joven de la<br />

nariz afilada para comenzar con el éxodo. Otros<br />

dos golpes, del último hombre que se deslizó<br />

bajo la cama para señalar al siguiente que podía<br />

33


Esvástica<br />

34<br />

proceder. Gabriel estaba cada vez más asombrado<br />

por la organización de aquel plan. Dos golpes<br />

más y el siguiente hombre se deslizó por el suelo.<br />

El judío al que Gabriel había avisado sobre Emil<br />

Fink se le acercó.<br />

—¿Serás el siguiente, Gabriel?<br />

Éste miró a su compañero de barracón con<br />

unos ojos muy abiertos. ¿Él también estaba<br />

incluido en el plan? Aquello le puso nervioso<br />

y un sudor frío le recorrió la frente con un<br />

cosquilleo y unas nauseas terribles. De pronto,<br />

un trueno ensordecedor invadió aquel campo de<br />

exterminio.<br />

—¡Un trueno —dijo Gabriel—, eso ha sido un<br />

trueno!<br />

—¡Lo sé, joder! Yo también lo he oído. ¿Es que<br />

hay algo que no te de miedo?<br />

Gabriel volvió a sentir ganas de golpear a aquel<br />

hombre. Su sarcasmo, sus respuestas, empezaban<br />

a molestarle. Se obligó a contar hasta diez,<br />

pero no se abstuvo de coger a su interlocutor del<br />

brazo y arrastrarlo hasta una ventana. Era cierto<br />

que Gabriel estaba asustado aquellos días, pero<br />

seguía siendo un hombre adulto y con fuerza. Su<br />

compañero intentó librarse de la mano de Gabriel<br />

pero éste la cerró con más fuerza.<br />

—¡Deja de tratarme como si fuera idiota! —estalló<br />

Gabriel—. ¡Mira por la maldita ventana!<br />

¿Qué ves?<br />

—¡¿Y qué narices quieres que vea?! ¡Este maldito<br />

campo de exterminio!<br />

—¡Mira al cielo!<br />

El cielo estaba completamente despejado. Incluso<br />

se podían ver las estrellas Gabriel había<br />

pensado más de una vez en lo extraño que era<br />

poder ver algo tan maravillosamente bello, en un<br />

lugar tan inquietantemente horrible.<br />

—¡No hay nubes! —siguió Gabriel—, entonces...<br />

¿de dónde ha salido el trueno? Algo malo<br />

va a pasar hoy. Él sabe lo que vais a hacer. Emil<br />

lo sabe.<br />

—Más te vale que no lo sepa, Gabriel —dijo el<br />

hombre levantando su dedo con un gesto amenazador.<br />

Luego sacudió con fuerza el brazo y se<br />

deshizo de la mano del hombre estupefacto por<br />

la respuesta—, eres el único que sabe lo estamos<br />

haciendo. Si ese perro bastardo de Fink aparece,<br />

te mataré yo mismo. ¿Me has oído? Si me entero<br />

de que nos has traicionado, me ocuparé de ti.<br />

Gabriel no podía dar crédito a lo que acababa<br />

de escuchar. No sólo no le creía, sino que acababa<br />

de amenazarle de muerte. ¿Él un traidor?<br />

Aquel hombre le pareció avariciosamente estúpido.<br />

Empezaba a pensar, para su horror, que le<br />

estaría bien empleado que aquel dämon se encargara<br />

de él. En cuando ese espantoso pensamiento<br />

cruzó por su cabeza, un segundo trueno cruzó<br />

el cielo, y con él, el presentimiento de que aquella<br />

noche pasaría algo horrible volvió a alojarse<br />

en todo su ser.<br />

Un tercer trueno hizo que el corazón de Gabriel<br />

se estremeciera. Ya se habían deslizado por debajo<br />

de la litera todos sus compañeros. El hombre<br />

pensó durante unos segundos si debería seguirles<br />

o quedarse en el barracón. Si Emil... o mejor<br />

dicho: cuando Emil viera a los judíos, y comprobara<br />

que Gabriel no había intentado escapar... ¿le<br />

perdonaría la vida? Sin duda, aquello daba igual<br />

Gabriel corrió a la ventana, sentía rabia e impotencia<br />

por la actitud de sus compañeros. Y por la<br />

suya propia. No cejaba de pensar que quizá se<br />

estuviera comportando como un cobarde, como<br />

un conejo asustado y oculto en su madriguera.<br />

Sólo que aquel lugar no era su madriguera, no<br />

estaba a salvo, moriría más tarde o más temprano.<br />

Entonces... ¿era cobarde por su parte elegir<br />

que el momento de su muerte no llegara esa misma<br />

noche?<br />

Sus ojos se desorbitaron al distinguir en la negra<br />

noche la silueta de los hombres que intentaban<br />

darse a la fuga. Corrían con el cuerpo encorvado<br />

para poder pasar desapercibidos. A Gabriel<br />

aquello siempre le había parecido absurdo. Los<br />

hombres se metieron entre dos barracones para<br />

ocultar el foco de luz que cruzaba Auschwitz iluminando<br />

el suelo con un círculo de fulgor blanco.<br />

Gabriel lanzó un grito ahogado, pensando<br />

que aquel sería el final de la evasión. Pudo ver al<br />

joven de la nariz afilada con la espalda pegada a<br />

la pared de uno de los barracones, aguantando la<br />

respiración y con los párpados muy apretados,<br />

como si con aquello fuera a conseguir hacerse invisible.<br />

El foco pasó de largo, y aún con la oscuridad,<br />

Gabriel vio como el joven suspiró aliviado.<br />

El joven hizo un gesto con la mano a los otros<br />

fugitivos que se encontraban a su lado, en fila,<br />

para que supieran que podían seguir. Volvieron<br />

a agacharse y se pusieron en marcha. Cada paso


Esvástica<br />

hacía que el corazón de Gabriel latiera más rápido,<br />

mientras miraba a todas partes, a la espera de<br />

que el dämon apareciera.<br />

De pronto se dio cuenta de que no sabía como<br />

pretendían escapar. ¿Harían un hoyo cerca de la<br />

alambrada? Esa parte del plan no se la habían<br />

contado. Gabriel sintió una profunda alegría<br />

al ver que sus compañeros estaban a punto de<br />

conseguirlo. Se arrepintió profundamente de no<br />

haberse unido a ellos. Se odió por su cobardía,<br />

sintió ganas de golpearse con fuerza, incluso cerró<br />

el puño como si se amenazase a sí mismo. En<br />

ese instante algo llamó su atención: en el suelo,<br />

Gabriel pudo ver una extraña bruma oscura. Parecía<br />

como si la niebla reptase por el suelo, y con<br />

aquel movimiento en zigzag, la bruma se hacía<br />

más espesa. El hombre no podía dejar de mirar el<br />

fenómeno. La niebla se acercaba por la retaguardia<br />

de los hombres que huían. Cuando estaba a<br />

pocos metros de ellos, Gabriel pudo ver, atónito,<br />

como una extraña columna de humo se levantaba<br />

del suelo. El humo empezó a tomar forma<br />

humana y, poco a poco, su textura etérea se solidificaba.<br />

Un terror asfixiante atravesó el pecho<br />

de Gabriel al ver, por primera vez, la manera<br />

que tenía Emil Fink de aparecer. Parecía que,<br />

literalmente, el nazi subiera de un infierno subterráneo.<br />

Gabriel empezó a golpear con fuerza<br />

las paredes, intentando avisar a sus compañeros<br />

del inminente peligro. Pero una una oleada de<br />

truenos enmudecieron sus golpes, como si Emil<br />

hubiera conjurado aquel estruendo para evitar<br />

que el judío alertase a sus amigos. Lo primero<br />

que Gabriel diferenció de Fink fueron sus ojos<br />

rojos fulgurantes. Su sonrisa llena de colmillos<br />

afilados y tenebrosamente blancos se materializó.<br />

Los judíos se giraron al escuchar aquella risa<br />

aguda, y un puñado de ojos se abrieron asustados<br />

al ver lo que estaba ocurriendo.<br />

—¡Gabriel tenía razón!<br />

El aludido sintió una profunda rabia al escuchar<br />

aquella afirmación. ¡Claro que tenía razón!<br />

Emil Fink giró su cabeza hacia el barracón donde<br />

estaba Gabriel y lanzó una risotada aguda y penetrante.<br />

Aquello haría que Gabriel no volviera a<br />

soñar con otra cosa que no fuera aquella imagen.<br />

Pocos segundos después el nazi estaba de pie,<br />

completamente solidificado. El joven de la nariz<br />

afilada atacó al demonio, intentando darle un<br />

puñetazo en el vientre. El torso de Emil se tornó<br />

gaseoso y el puño le atravesó, acto seguido, volvió<br />

a su forma sólida y el brazo del joven quedó<br />

atrapado. Aquello era cada vez más horripilante.<br />

—¡Herodes, no!<br />

El grito del exterior hizo que Gabriel recordara<br />

el nombre del joven de la nariz afilada, y ya<br />

no lo olvidaría nunca. Pero era tarde, Emil posó<br />

sus manos cubiertas con guantes negros en las<br />

sienes de Herodes, apretó los dedos y en el lugar<br />

donde presionaba empezó a producirse un<br />

ligero humo. Herodes lanzó un grito de dolor<br />

que desgarró el aire y que se habría escuchado<br />

aunque los truenos hubieran seguido rugiendo.<br />

Como si no le supusiera ningún esfuerzo, Emil<br />

le rompió el cuello con un leve movimiento de<br />

sus brazos. Herodes cayó al suelo, con el brazo<br />

aún preso en el vientre de Fink. El nazi lanzó<br />

una nueva risotada aguda y triunfal ante aquel<br />

asesinato. De pronto, Gabriel vio como el dämon<br />

se tornaba niebla y empezaba a flotar por el cielo.<br />

Parecía un encambre de abejas. El brazo de<br />

Herodes quedó liberado y éste quedó tumbado<br />

en aquel suelo fangoso. Todos los hombres, incluido<br />

Gabriel, desde el barracón, seguían con la<br />

mirada el vuelo de aquel humo negro que volaba<br />

haciendo filigranas en el cielo negro de la<br />

noche. De pronto, tras una curva aérea, la bruma<br />

descendió en picado y, aprovechando que<br />

uno de los judíos abrió la boca para lanzar un<br />

fuerte alarido de terror, Emil, o mejor dicho: su<br />

estado gaseoso, se introdujo por la apertura. El<br />

hombre cayó de rodillas al suelo, encorvándose<br />

hacia adelante hasta que su frente tocara el suelo.<br />

Se llevaba las manos al estómago y se retorcía<br />

de dolor. Uno de sus compañeros se acercó<br />

a él, con el brazo extendido, intentando tocarle.<br />

Cuando la mano del compañero estaba a pocos<br />

centímetros de él, éste levantó la cabeza y todos<br />

los espectadores de aquel macabro espectáculo<br />

pudieron ver como los ojos del judío emitían una<br />

luz anaranjada e intensa. Las venas de sus sienes<br />

se marcaban y latían con impulsos de luz. De<br />

pronto, la luz salió por su boca, su nariz y poco<br />

después todo el cuerpo empezó a brillarle con<br />

aquel tono anaranjado y fantasmal. La noche se<br />

iluminó y el hombre, tras un fuerte grito que rajó<br />

el cielo, desapareció en una potente explosión<br />

que hizo que Auschwitz temblara por completo.<br />

La onda expansiva hizo que los cristales de los<br />

barracones reventasen, y Gabriel se vio lanzado<br />

por los aires contra una de las literas.<br />

35


36<br />

Esvástica<br />

Cuando el temblor cesó, Gabriel corrió a ponerse<br />

en pie, ignorando el profundo dolor que<br />

sentía en su espalda por el golpe. Corrió a la ventana,<br />

por la que entraba un gélido aire que le cortaba<br />

los labios y hacía que le escocieran los cortes<br />

que los cristales le habían producido en la cara.<br />

Se asomó y allí lo vio: Emil Fink estaba de pie,<br />

con su elegante y aterrador pose de líder. Perfectamente<br />

erguido, con los brazos cruzados a<br />

la espalda. A su alrededor se esparcían los cadáveres<br />

destrozados de los judíos que habían sido<br />

alcanzados por la explosión. Fink miró a Gabriel,<br />

con aquella sonrisa y aquellos ojos que jamás<br />

conseguiría olvidar. Y, para su terror, entendió<br />

que jamás conseguiría escapar de aquel infierno.<br />

De todos los nazis que aterrorizaban a los judíos,<br />

de todos los campos de exterminio, él había ido<br />

a parar a Auschwitz, el infierno gobernado por<br />

Emil Fink, el Dämon.<br />

FIN<br />

Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />

M. Floser en su blog.


37<br />

Un relato de fantasía épica de Miguel Tofiño Vian<br />

El Árbol Primigenio, la gran obra de los Señores<br />

de la Vida y la Muerte, florecía fuerte<br />

y seguro, alimentado por la mismísima esencia<br />

de Etherys, el Mar de los Sueños. Ruaner construyó<br />

su Reino sobre la copa del Árbol y lo pobló<br />

de Libros Parlantes e Ideas Vivientes, lo llenó<br />

con la luz de las Lámparas del Conocimiento<br />

y prosperó como Rey de los Señores.<br />

Los Señores gobernaban las dos Ramas con generosidad,<br />

y los primeros edheros, fruto de la<br />

vida de Myra y la luz de Ruaner, poblaban el<br />

mundo con ciudades de piedra y grandes bibliotecas.<br />

Ikara, Señora de las Sombras, administraba<br />

con sabia prudencia el Mar del Ensueño, del<br />

que el Árbol se alimenta, y todo era próspero y<br />

fértil en los tiempos del Árbol Primigenio.<br />

Pero había alguien que no se encontraba contento<br />

en la prosperidad del gobierno de los<br />

Señores. Pues Nahru, hijo de Ikara la Reina de<br />

las Sombras, se sentía extraño y fuera de lugar<br />

en compañía del resto de habitantes del Árbol,<br />

dada su propia naturaleza, y a pesar de que él,<br />

como Sombra de Sombras, era poderoso y respetado<br />

entre los hijos de Etherys.<br />

Pero Nahru, Sombra de Sombras, no hallaba<br />

alegría. Pues su poder, reflejo de la negrura que<br />

reside en lo más profundo del Mar del Ensueño,<br />

donde ninguna luz es capaz de penetrar, era el<br />

poder de lo oculto, del silencio, de todos los vacíos<br />

que llenan la vida y le otorgan sentido.<br />

Nahru, Maestro de la Sombra, otorgaba sentido.<br />

Otorgaba caminos. Otorgaba razones por las<br />

que seguir adelante o volver atrás. Nahru era la<br />

alternativa, el contrapeso con que se equilibra el<br />

mundo. Era volubilidad, imprecisión.<br />

Fue su propia naturaleza, su condición de Vacío,<br />

lo que lo condenó. Lo que, al final, no pudo<br />

ser soportado.<br />

Porque Nahru otorgaba sentido a todo y a todos,<br />

pero era incapaz de otorgárselo a sí mismo,<br />

precisamente porque eso hubiera sido la mayor<br />

contradicción. Que él, Vacío y creador de caminos,<br />

tuviera un camino. Un Vacío continúa estando<br />

vacío mientras nada lo llene.<br />

Nahru, la Sombra de las Sombras, comenzó<br />

a odiarse a sí mismo; lo que lo llevó, al final, a<br />

odiar a todos los Señores y a todos los seres vivos.<br />

Envidiaba su vida fácil, llena de objetivos,<br />

pasiones, alegrías y tristezas.<br />

De modo que se dedicó a observarlos, aprendiendo<br />

de ellos; y después, odiándolos como<br />

los odiaba, los persiguió y arrasó con crueldad<br />

sin delatarse, arropándose cada vez más en su<br />

manto de odio. Los Señores hubieran sospechado<br />

de él si se inmiscuyera en la vida diaria de los<br />

Reinos, de modo que se centró en los volubles e<br />

intrascendentes humanos. Poco a poco trazó un<br />

plan.<br />

Y fue en aquellos momentos cuando todo comenzó<br />

a torcerse.<br />

* * *<br />

Mersen vivía feliz. Tenía una mujer a la que<br />

amaba, hijos buenos e inteligentes, un trabajo<br />

con el que vivir y disfrutar trabajando. Era joven,<br />

inteligente y locuaz.<br />

Mersen era tejedor, sastre, pero no uno cualquiera.<br />

Mersen tejía con la habilidad de un Señor;<br />

sus tapices y alfombras parecían ventanas a


38<br />

La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />

mundos lejanos; los diseños de su ropa, inigualables<br />

en todo el mundo. Tal era su fama y habilidad<br />

que los Señores le permitieron emplear el<br />

agua del Mar del Ensueño para que elaborara<br />

sus prendas.<br />

Y así, durante un breve lapso de tiempo, incluso<br />

los simples humanos pudieron vestirse con la<br />

magia de Etherys. Eso trajo desgracias al mundo<br />

mucho tiempo después, pero eso es una historia<br />

para otra ocasión.<br />

La magia de las ensoñaciones de Mersen no<br />

pasó desapercibida, como se ha dicho, en la corte<br />

de Ruaner y Myra. Tanto es así, que año tras<br />

año los grandes salones de los dos Reinos quedaron<br />

inundados del espíritu de Mersen, cubiertas<br />

las paredes de sus tapices, sus telas.<br />

La habilidad de Mersen se convirtió en leyenda,<br />

pasó a ser más famoso y adorado que los reyes<br />

de su tiempo. Su obra se filtró más y más<br />

profundamente en el Árbol Primigenio hasta<br />

llegar a sus mismísimas raíces, hasta los brumosos<br />

dominios de Ikara y la Tríada, hasta la mente<br />

atormentada de Nahru, hastiada de vacío.<br />

* * *<br />

Mersen dormía plácidamente en su cama tras<br />

un duro día de trabajo, cuando un repentino resoplido<br />

del viento abrió la ventana y lo despertó.<br />

Miro hacia ella y frunció el ceño. No veía nada.<br />

No es que no pudiera ver… No había nada que<br />

ver. Podía observar con todo detalle el resto de<br />

su habitación. Pero allí, delante del a ventana,<br />

había algo que no podía ver. No, no había algo.<br />

No había nada. No existía.<br />

Agitó la cabeza. Le pareció percibir que la<br />

Nada tenía el contorno de un hombre.<br />

—Sabes quién soy —dijo la Nada. No era una<br />

pregunta.<br />

—Nahru, mi Señor —Mersen se inclinó y encogió,<br />

aterrado. Que se supiera, jamás ningún<br />

mortal se había encontrado en presencia de la<br />

Sombra de Sombras.<br />

—Debes hacer algo por tu Señor —afirmó<br />

Nahru. Sonreía con el desprecio que nace de la<br />

envidia, pero Mersen no podía verlo.<br />

—Decidme, mi Señor.<br />

—He oído que eres único entre humanos y Señores.<br />

¿Es eso cierto?<br />

—Todos los seres somos únicos en cierto modo,<br />

mi Señor Nahru.<br />

—He oído decir que tan solo tú eres capaz de<br />

construir, de crear, de inventar. He oído que<br />

duermes. He oído que sueñas.<br />

Mersen se estremeció. Soñar. Nadie era capaz<br />

de soñar por aquel entonces. Nadie. Solo él. Y<br />

nadie más que él mismo lo sabía.<br />

—Así es, mi Señor —confirmó.<br />

La sonrisa de Nahru se ensanchó.<br />

—Entonces eres tú quien puede ayudarme.<br />

—¿Qué puede hacer por vos este humilde tejedor,<br />

mi Señor?<br />

—Necesito una capa. Una capa a mi medida.<br />

Mersen sonrió; se relajó. Una capa. Podía comenzar<br />

a moverse en terreno firme.<br />

—Decidme, ¿cómo deseáis que sea? Puedo tomaros<br />

medidas, mostraros esquemas y modelos,<br />

y…<br />

Se detuvo al percibir un tenue eco en el aire. Se<br />

le erizó la piel, palideció. Nahru reía.<br />

—La capa que deseo no es convencional —se<br />

mantuvo en silencio unos instantes—. No me<br />

importan las medidas ni la forma, el color o el<br />

diseño. No me importa si es suave o áspera, pesada<br />

o ligera. Todo eso será asunto tuyo. Tan<br />

sólo pido una cosa. La capa ha de ser capaz de<br />

hacerme sombra.<br />

Mersen frunció el ceño.<br />

—No os entiendo, mi Señor. Perdonad mi simpleza.<br />

De pronto la Nada tomó forma. No era una forma<br />

definida de la que pudiera distinguir rasgos,<br />

sino una presencia, algo oscuro y denso que podía<br />

más presentir que ver.<br />

Sentía su rabia y su deseo ardiente.


La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />

—Los designios de los Señores no son comprensibles<br />

para los mortales. Soy Nahru, Sombra<br />

de Sombras, pero yo mismo carezco de sombra.<br />

Eso debe cambiar. Y tú, con tus sueños y tu<br />

habilidad, harás que así sea.<br />

Mersen se encogió.<br />

—Soy un simple sastre, mi Señor. Como habéis<br />

dicho, los deseos de un Señor escapan tanto a mi<br />

habilidad como a mi entendimiento.<br />

—Ruaner y la Tríada te han dado permiso para<br />

usar el agua del Pozo del Ensueño. Nada te impide<br />

cumplir con mis deseos.<br />

Mersen reprimió el gemido de angustia. Las<br />

palabras de un Señor son inapelables. No se discuten.<br />

Un mortal no puede oponerse a la voluntad<br />

de un hijo de Etherys.<br />

—Mi Señor… Carezco del poder para construir<br />

tales sortilegios, incluso con la ayuda de las<br />

Aguas Dormidas.<br />

—Tus sueños te guiarán. No hagas que pierda<br />

la paciencia.<br />

Mersen logró tragar saliva tras un agónico esfuerzo.<br />

—Yo no elijo mis sueños, mi Señor Nahru. Vienen<br />

a mí y me inspiran imágenes e ideas. Pero<br />

yo sólo recibo, no controlo lo que sueño. Lo que<br />

me pedís sería tarea para un hijo de Etherys. No<br />

para mí. Es mucho poder el necesario para tejer<br />

lo que queréis. Una sombra.<br />

Esta vez sí, Mersen percibió la sonrisa en los<br />

etéreos labios de Nahru. Una sonrisa cruel, carente<br />

de piedad.<br />

—Entonces yo procuraría soñar lo que ha de<br />

soñarse. Tienes un año y un día. Acude a medianoche<br />

a los Acantilados del Ensueño. Si no apareces,<br />

te encontraré. Si no apareces, conocerás la<br />

ira de las Sombras.<br />

Y así, sin más, desapareció.<br />

* * *<br />

Un año y un día después, un hombre caminaba<br />

lentamente por las silenciosas calles de Estirna,<br />

la Ciudad de las Sombras. Los Fantasmas Durmientes<br />

dormían, pese a lo que el hombre temblaba<br />

violentamente. No por miedo, pues se ha<br />

de respetar a los Señores, no temerlos. Temblaba<br />

porque se encontraba en lo más profundo del<br />

Árbol del Saber, en sus mismas raíces, el Reino<br />

de las Sombras, donde toda la materia está imbuida<br />

en el poder del Ensueño, la tierra late y el<br />

aire vibra en silencio.<br />

Mersen era el primer mortal que pisaba la Rizorilla,<br />

el límite último, y se sintió aplastado,<br />

arrollado por el poder de Etherys. No era un<br />

poder que se viera, que saltara a la vista, que<br />

pudiera tocarse o describirse.<br />

La urdimbre de Etherys se encuentra en todo<br />

aquello que reside bajo las cosas, que las sustenta,<br />

que completa.<br />

Mersen no podía verlo, pero sí sentirlo, acongojado.<br />

Y así, tembloroso y encogido, se dirigió<br />

a los acantilados del Ensueño tal y como estaba<br />

previsto.<br />

* * *<br />

La Nada Conforme le sonrió. Era una sonrisa<br />

terrible, de ira y sufrimiento.<br />

—Has venido —dijo la Nada—. Me has servido<br />

bien. Ahora dame mi capa.<br />

La Nada extendió una mano brumosa. Una<br />

mano temblorosa, incapaz de disimular la ansiedad.<br />

El deseo.<br />

Mersen tenía una capa ceñida al cuello, pero no<br />

se la tendió. Decir que aquella capa era negra no<br />

sería hacer honor a la verdad. Su negrura era la<br />

oscuridad densa, sólida y absorbente de un agujero<br />

negro. Era una sombra que generaba sombras,<br />

que devoraba toda la luz a su alrededor. Y<br />

aun así…<br />

La negrura de la capa contrastaba con la palidez<br />

cadavérica del rostro de Mersen. Encogido,<br />

derrotado, el tejedor bajó la cabeza.<br />

—Los sueños, mi Señor, no se pueden controlar.<br />

Lo he intentado. Lo he intentado durante<br />

noches y noches.<br />

» Pero un sueño no se puede controlar.<br />

39


40<br />

La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />

La voz se le quebró. Sintió la ira creciendo<br />

como un alud en la Nada sombría.<br />

—Dame mi capa, mortal. Cumple con las órdenes<br />

del Señor de las Sombras.<br />

Aterrado como estaba, Mersen no se percató de<br />

la blasfemia intolerable en las palabras de Nahru.<br />

No existe otro Señor de las Sombras que no<br />

sea Ikara, madre del Pasado y el Porvenir.<br />

Mersen ofreció la capa, que desapareció entre<br />

las manos de la Nada.<br />

El tiempo pareció detenerse. Se hizo el silencio.<br />

El corazón de Mersen martilleaba en el pecho.<br />

La materia de Etherys pareció condensarse, vibrar,<br />

resonar. Los Mares del Ensueño se revolvieron,<br />

incómodos, y salpicaron los Acantilados<br />

de partículas etéreas.<br />

Pero, por encima de todo, estaba la Ira. La Ira<br />

creciente, monstruosa, la Ira venenosa sin límite.<br />

La Ira que crecía y crecía, se expandía y marchitaba<br />

todo lo que tocaba. La Ira nacida de la<br />

Nada, odio en su forma pura, densa e irracional.<br />

Mersen temblaba como una hoja seca en mitad<br />

de un huracán.<br />

—Ninguna sombra me ha aparecido —susurró<br />

la Ira, y era un susurro de amenazas veladas.<br />

—Los sueños no acudieron a mí. No hubo luz.<br />

Mi tejido era perfecto, pero requería arte. Inspiración.<br />

No pude. No tuve el sueño que necesitaba.<br />

Intenté doblegar los sueños a mi voluntad.<br />

No pude.<br />

—Olvidé que, legendario o no, no dejas de ser<br />

un simple humano —escupió la Ira—. Olvidé<br />

que no se puede confiar en un mortal. Olvidé<br />

que la crueldad de Etherys no tiene límites, no<br />

me dejará escapar del Vacío. Olvidé, quise olvidar,<br />

y tuve esperanza. ¿No pudiste soñar, Mersen?<br />

—la Ira rió para sí misma. Una risa queda,<br />

terrible, carente de alegría— ¿Cómo un genio<br />

como tú, tejedor de los Señores, que ha manejado<br />

la materia de Etherys, no es capaz de soñar?<br />

—Hubiera querido, mi Señor, pero yo…<br />

De nuevo la risa que helaba la sangre.<br />

—¿Hubieras querido, Mersen? ¿Es lo que quisieras?<br />

—Nada me placería más que complaceros, mi<br />

Señor… —aseguró el buen tejedor.<br />

La Ira estalló a reír.<br />

—Soy Nahru, Sombra de Sombras. Yo otorgo<br />

sentido. Yo carezco de sentido. Quieres soñar.<br />

¡Sueña!<br />

Mersen sintió un golpe demoledor tan repentino<br />

como un pestañeo. Y de pronto caía, quebrado,<br />

y veía el mar brumoso frente a él, acercándose<br />

más y más rápido.<br />

El Mar del Ensueño lo envolvió, lo anegó, lo<br />

dejó sin respiración. Penetró por su boca y su nariz<br />

y sus ojos; atravesó su piel y lo abrasó, lo calcinó,<br />

lo congeló, lo petrificó. Etherys en su pura<br />

esencia lo aplastó y lo vació de todo.<br />

Cualquier otro, pulverizado por el exceso de<br />

poder, hubiera muerto en un instante, disuelto<br />

en la materia de Etherys, convertido en Ensueño.<br />

Ningún mortal ni ningún Señor pudiera haber<br />

esperado nada más.<br />

Pero Mersen era algo más. Mersen era capaz<br />

de soñar. Toleraba la materia de Etherys para<br />

elaborar sus telas. Había algo de Ensueño en sí<br />

mismo, en su propia mente; y así, se salvó.<br />

Etherys lo transformó, lo transmutó en algo<br />

distinto que no era humano.<br />

Mersen sufrió lo que jamás se ha sufrido, y se<br />

sintió morir durante una eternidad. En su pelo<br />

pelirrojo crecieron mechones de canas prematuras.<br />

Sus ojos cambiaron. Su expresión perdió<br />

parte de humanidad.<br />

Pero no fue su fin. Sobrevivió, y ya nunca más<br />

volvió a ser un humilde tejedor. Doblegó al Mar<br />

del Ensueño, consiguió que se plegara a su voluntad.<br />

Y así, Mersen ascendió de nuevo a los<br />

Acantilados. Allí continuaba la Ira, que no le reconoció.<br />

—¿Cuál es vuestro problema, mi Señor? ¿Puedo<br />

ayudaros? —preguntó Mersen sonriendo.<br />

—Nadie puede ayudarme —aseguró la Ira—.<br />

Nadie podría tejer mi sombra.<br />

—Yo podría, sin duda, mi Señor. Si me dejáis<br />

ayudaros.<br />

La Ira rió con su risa terrible. Pero, esta vez,


41<br />

La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />

Mersen no sintió nada al escucharla. Tan sólo el<br />

leve cosquilleo que uno puede sentir al ser acariciado<br />

por el viento.<br />

Entonces la Ira dejó de reír.<br />

—Habláis en serio.<br />

—Más en serio no podría hablar. Soy Tejedor.<br />

Pudiera no haber nadie más indicado que yo<br />

para la tarea.<br />

—¿Quién eres? —preguntó la Ira, frunciendo<br />

un ceño de humo y cenizas.<br />

Mersen compuso la mejor de sus sonrisas. La<br />

sonrisa que sólo podría verse en el más humilde<br />

de los tejedores.<br />

—Nada más que un mortal temeroso de los<br />

Señores, y deseoso de ayudar en lo que me sea<br />

posible.<br />

—Hace no mucho arrojé a otro mortal al Mar<br />

del Ensueño por fracasar.<br />

Mersen rió levemente. Y era una risa más terrible<br />

aún que la de Nahru; sonaba alegre y despreocupada,<br />

pero había algo oscuro en lo más<br />

profundo de su sonido. Algo peligroso.<br />

—Para tal arte se requiere poder, mi Señor. Se<br />

requiere el dominio de los sueños. Yo os tejeré<br />

una sombra tal y como deseáis.<br />

Nahru no era estúpido. No en vano era hijo de<br />

Ruaner, Señor del Saber. Quizá, en otras circunstancias,<br />

hubiera sospechado. Pero era la Nada y<br />

era la Ira, y el deseo lo consumía. Consumía y<br />

cegaba.<br />

—Así será, mortal. Téjeme la capa que deseo.<br />

Pero, si fracasas, te arrojaré al Mar, y te disolverás<br />

en Etherys.<br />

Entonces Mersen rió, y fue la Ira quien se sintió<br />

empequeñecer.<br />

El Tejedor atrajo hacia sí todo el poder del Ensueño<br />

y, tras un tiempo que fue a la vez eterno<br />

e instantáneo, sostenía ante sí una capa blanca<br />

como la luz.<br />

La Ira frunció el ceño, pero su anhelo abrasaba,<br />

y tomó la capa con la respiración entrecortada.<br />

Sus manos temblorosas arroparon su cuerpo<br />

con la tela, ciñeron el broche; cerró los ojos.<br />

Los abrió. Y la Ira que lo poseía se esfumó. Pestañeó.<br />

Contuvo el aliento. Pestañeó de nuevo. Y<br />

se echó a reír.<br />

Rió de júbilo, de alivio, de alegría. Rió porque<br />

por fin podía ver su sombra, allí, a sus pies.<br />

Rió hasta percatarse de que su misterioso tejedor<br />

también reía. Pero aquella no era una risa<br />

alegre. Era una risa que helaba la sangre.<br />

Fue entonces cuando, desposeído de su deseo<br />

ciego, se percató de los rasgos del Tejedor. De su<br />

parecido con Mersen. Del poder que emanaba<br />

de él. De las ascuas ardiendo en sus ojos.<br />

—Dicen que una sombra refleja el alma de<br />

quien la posee —susurró Mersen.<br />

Nahru observó su sombra neonata más atentamente.<br />

Le flaquearon las fuerzas.<br />

La sombra que surgía de sus pies brumosos no<br />

era la de un Señor. Era deforme como un monstruo.<br />

Era arqueada, torcida, desfigurada. Era<br />

la sombra de un Espectro Glacial, enemigo de<br />

Etherys.<br />

Nahru aulló horrorizado; la risa de Mersen<br />

atronó en el Acantilado.<br />

—¡No soy yo! —gritó el Espectro— ¡No soy yo!<br />

¡Deshaz el sortilegio! ¡Deshazlo, te lo ordeno!<br />

—No hay sortilegio. ¡Obsérvate a ti mismo!<br />

Nahru cerró los ojos, pero la imagen lo perseguía.<br />

Entonces agarró la capa con ambas manos,<br />

e intento arrancársela. No pudo. Descubrió que<br />

las hebras se habían extendido e incrustado por<br />

todo su cuerpo. Mersen reía.<br />

—No intentes lo imposible, Sombra Sombría.<br />

¡Tal era tu sueño! Tener sombra. Los sueños no<br />

son prendas que uno pueda ponerse o quitarse<br />

a placer. No. Los sueños enraízan y crecen en lo<br />

más profundo del corazón. Los sueños son dueños<br />

de nuestros deseos. Los sueños son maestros<br />

de nuestra propia alma.<br />

Nahru rugió. Pero, por más que lo intentó, no<br />

pudo librarse de su tortura. La esperanza lo<br />

abandonó. La cordura lo abandonó. Tan sólo<br />

quedó la Ira, ciega y ardiente, la Ira infinita.<br />

—¿Quién eres? —inquirió la Ira. Mersen sonrió.


42<br />

La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />

—Soy Mersen, quien soñaba con ser feliz junto<br />

a su familia, y a quien le fue arrebatado tal<br />

sueño. Soy Mersen el Tejedor de los Sueños. Soy<br />

Mersen, Señor del Ensueño, y durante toda la<br />

eternidad seré tu peor enemigo, Espectro, Nahyres,<br />

Sombra Sombría.<br />

* * *<br />

La guerra que siguió llevó al mundo al borde<br />

del abismo. Mersen desveló todas las atrocidades<br />

que Nahru había cometido antes de ser<br />

llamado Nahyres, y los Señores se aliaron con<br />

Mersen y la humanidad.<br />

La ira de Nahyres sacudió los cimientos de la<br />

tierra; arrasó las ciudades de los seres mortales<br />

y trajo la ruina a los Reinos de los Señores. Al<br />

final, incluso el mismo Árbol fue destruido. Pero<br />

los Señores unieron fuerzas y, en la batalla final<br />

sobre los Mares del Ensueño, los leales a Etherys<br />

se impusieron. Mersen tejió las ataduras de Nahyres.<br />

Y así, derrotado y encadenado, fue arrojado<br />

a lo más profundo del Mar del Ensueño.<br />

A pesar de la victoria, poco podían celebrar los<br />

Señores, pues el mundo había sido arrasado y<br />

el Árbol destruido, abrasado desde la raíz hasta<br />

sus últimas yemas.<br />

Pero no fue el fin. Porque la Materia de Etherys<br />

es poder, y un nuevo retoño del Árbol germinó<br />

y comenzó a crecer.<br />

Y he aquí que la rabia incandescente de la guerra<br />

y de la Ira encadenada habían calentado las<br />

aguas del Mar, y este calor hizo que su superficie<br />

se evaporara y ascendiera al cielo, donde<br />

condensó.<br />

La lluvia del Ensueño cayó sobre el Árbol e hizo<br />

que éste creciera más rápido, más fuerte y vigoroso.<br />

Pero no fue sólo eso. El agua de Etherys<br />

arreció sobre el tronco durante largos meses y<br />

años; y al final, aparte de la Rama del Saber y<br />

la Rama de la Vida, una nueva Rama floreció,<br />

imbuida con el poder del Ensueño.<br />

Y allí, en la tercera rama, rodeado de las Almas<br />

Anhelantes afines a él, Mersen el Tejedor de los<br />

Sueños construyó su reino.<br />

* * *<br />

Cuenta la leyenda que, desde entonces, todos<br />

podemos soñar cuando dormimos, gracias a la<br />

influencia que Mersen y su Reino del Ensueño<br />

ejercen sobre nosotros. Y aquellos que reciban<br />

la bendición de Mersen se convertirán en auténticos<br />

Soñadores, moldeadores de la materia del<br />

Ensueño, maestros del mundo latente y de todo<br />

aquello que puede ser.<br />

FIN<br />

Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />

Miguel Tofiño Vian en su blog, o en su página en<br />

Deviantart.


43<br />

Un relato de fantasía y misterio de M.A. Álvarez Rodríguez<br />

La dama del bosque.<br />

Así comenzaron a llamarla. Sin embargo, cuando<br />

el reino se vio sacudido por una terrible epidemia,<br />

la acusaron de ser una bruja y la persiguieron.<br />

Ella buscaba un escondite en lo más<br />

profundo de la espesura, pero en su camino<br />

encontró a un caballero a cuyos pies yacía otro,<br />

herido.<br />

El anticuario.<br />

A finales del siglo XIX, un distinguido caballero<br />

visita la tienda de un anticuario, quien le habla<br />

sobre un reloj de arena de siglos de antigüedad<br />

al que le rodea una extraña leyenda.<br />

—¿Qué tipo de extraña leyenda? —muestra interés<br />

el burgués.<br />

—Una leyenda de oscuros matices. Se dice que<br />

este reloj ha sido portador de desgracias y de<br />

todo tipo de penalidades. Sus dueños han corrido<br />

la peor de las suertes.<br />

—¿Sus dueños? —pregunta riendo—. ¿Y acaso<br />

a usted le ha pasado algo?<br />

—Pues… en realidad, no.<br />

Los dos ríen.<br />

—Lo quiero para mi colección. Así tendré algo<br />

interesante que contar a mis invitados. Les hablaré<br />

de esa absurda leyenda.<br />

El juglar.<br />

—¡Ya sé! Dejad que os cuente la leyenda de El<br />

caballero de arena —proponía el juglar a un aburrido<br />

público que comenzaba a alejarse tras escuchar<br />

algunos cuentos a los que no prestaron<br />

atención.<br />

No muy convencidos le dieron otra oportunidad.<br />

—Seguro que muchos habéis oído hablar de<br />

esta historia. ¡Precisamente hoy hace un siglo<br />

que ocurrió!<br />

Los gestos de los allí presentes no mostraban<br />

credulidad, pero debía adornar un poco el relato<br />

para llamar la atención del exigente público.<br />

Aunque sí era cierto que sucedió hacía ya mucho<br />

tiempo.<br />

—¡Escuchad atentamente! Esta historia llegó a<br />

mis oídos en una taberna sombría… —relataba<br />

con aires de misterio— de boca de un viejo y cansado<br />

mercader que me pidió que me apiadase<br />

de su garganta y le invitara a un trago de vino.<br />

Como imaginaréis, mi respuesta no fue complaciente<br />

para él, pero me prometió un buen cuento<br />

como pago y tras asegurarme una y otra vez que<br />

sería de mi interés, accedí a convidarle a la bebida.<br />

Los ojos de los espectadores comenzaron a<br />

mostrar cierto interés.<br />

—Tras refrescar nuestros gaznates, el mercader<br />

sacó un objeto envuelto en una tela y lo descubrió.<br />

Me mostró un lúgubre reloj de arena y me<br />

dijo que se trataba de un artilugio muy especial…<br />

Lo giró y la rojiza arena comenzó a caer<br />

hacia el otro hueco. Me aseguró que aquel tono<br />

carmesí pertenecía a la sangre de un caballero al<br />

que arrebataron su honor.<br />

La dama del bosque.<br />

Que no le despojasen de su honor era lo que


Un puñado de relatos<br />

pedía el caballero herido, exigiendo a su rival<br />

que le diera muerte tras haber sido derrotado.<br />

La dama permaneció escondida, presenciando lo<br />

que ocurría.<br />

—No —le dijo el caballero que permanecía en<br />

pie—. A partir de hoy, os condeno a vivir en las<br />

más absolutas de las vergüenzas.<br />

—¡Hacedlo! ¡Acabad con mi vida! —insistía el<br />

vencido.<br />

—Regresad a vuestro reino y contadle a vuestro<br />

rey que ha sido mi espada la que os ha derrotado<br />

—respondió y le dio la espalda a su rival, arrojando<br />

junto a él su puñal de la piedad.<br />

Los ojos del caballero herido se inundaron de<br />

odio. A duras penas se levantó, mientras observaba<br />

cómo su contrincante se marchaba. Un impulso<br />

le hizo tomar el puñal. Se dirigió hacia su<br />

rival y cuando le alcanzó, la ira movió su mano<br />

contra él. Introdujo el filo por uno de los huecos<br />

de su armadura con el fin de darle muerte.<br />

El otro caballero cayó desplomado.<br />

—¡Nunca habéis tenido honor! —le reprochó.<br />

—Ahora soy yo el vencedor… Lo conseguí… —<br />

lo celebró.<br />

El anticuario.<br />

Unos días después de la reunión, el anticuario<br />

se halla leyendo el periódico. Sus ojos se abren<br />

de sorpresa cuando encuentra la noticia de que<br />

su cliente ha fallecido en extrañas circunstancias.<br />

El juglar.<br />

—¡Se trata del alma de un caballero al que arrebataron<br />

su honor dándole muerte por la espalda!<br />

—exclamaba el juglar a sus oyentes, imitando la<br />

voz del mercader—. Pero una bruja había visto lo<br />

sucedido y tras reconocer al más ruin de los caballeros<br />

como uno de los que difundió el rumor<br />

de su hechicería, se acercó al atacado cuando el<br />

otro se marchó y justo antes de que muriera, lo<br />

arrastró hacia la espesura del bosque.<br />

La joven.<br />

Algo o alguien la perseguía por el bosque. Bajó<br />

del coche tras haber colisionado contra un árbol.<br />

No había cobertura, estaba sola. Solo podía huir,<br />

no podía avisar a nadie. Miró hacia atrás. Una<br />

extraña figura la perseguía. Corría desesperadamente,<br />

buscando ayuda.<br />

44<br />

El anticuario.<br />

El anticuario es uno de esos invitados que acude<br />

a visitar la magnífica colección que ha conseguido<br />

el señor que le compró el reloj. Tras una<br />

agradable reunión con el resto de los allí presentes,<br />

se disponen a compartir una suculenta cena<br />

que ofrece su cliente.<br />

El juglar.<br />

—Después de ofrecerle al mercader un gesto<br />

de sorpresa, no pude evitar quedarme mirando<br />

fijamente el contenido del reloj. ¿Acaso estaba<br />

diciendo la verdad? Volvió a esconderlo y<br />

me contó que el objeto estaba embrujado y que<br />

su interior alojaba el alma de un caballero que<br />

buscaba venganza. Le dije que no quería seguir<br />

oyendo una historia como esa y, cuando estuve<br />

a punto de levantarme, me agarró del brazo e insistió<br />

para que me quedase a escuchar el final.<br />

La dama del bosque.<br />

Llevó al caballero hasta un lugar inaccesible y<br />

le ofreció su ayuda si era su decisión tomar venganza.<br />

—Sí… quisiera seguir vivo para vengar esta<br />

ofensa… —confesaba el moribundo caballero.<br />

—Conozco un conjuro para que vuestra alma<br />

permanezca en este mundo.<br />

El juglar.<br />

—Y entonces el mercader me aseguró que la<br />

bruja encerró el alma del caballero en ese mismo<br />

reloj de arena que me mostraba, un artilugio<br />

poco común que llamaría la atención de muchos,<br />

pronunciando un conjuro que uniría la sangre<br />

del héroe con los granos de arena. Un día, el reloj<br />

llegó a manos del hombre que le dio muerte,<br />

cuando era ya un anciano, y este fue encontrado,


45<br />

Un puñado de relatos<br />

poco después, ahogado en la pantanosa fosa del<br />

castillo. Le dije al mercader que se trataba de una<br />

historia espeluznante, pero me aseguró que todavía<br />

quedaba más por contar. Esperé con cierta<br />

intriga y temor a que siguiera hablando y entonces<br />

me desveló un horrible secreto.<br />

El hermano de la joven.<br />

Llegó a casa después del trabajo. Saludó a su<br />

esposa, quien estaba preparando la cena; y a su<br />

hijo, ensimismado delante del ordenador. Se fue<br />

a la cama temprano, pero una inesperada visita<br />

interrumpió su sueño. Un agente de policía le<br />

dio la triste noticia de que habían encontrado a<br />

su hermana en el bosque. Alguien había acabado<br />

con su vida. No sabían explicar la manera, pero<br />

había sucedido. El fatal suceso le hizo palidecer<br />

y sintió una enorme sacudida en el pecho.<br />

Cuando el agente se marchó, recordó algo con<br />

lo que su hermana estaba obsesionada, unas palabras<br />

que no cesaba de repetir: «no descansaré<br />

hasta que destruya el maldito reloj».<br />

El hermano de la joven.<br />

No podía dar crédito cuando fue conocedor de<br />

todo lo que había descubierto su hermana: una<br />

maldición asolaba a su familia desde hacía generaciones.<br />

Muchos de sus antepasados se habían<br />

visto envueltos en un cruel destino, todos aquellos<br />

que habían poseído el extraño reloj. Pero él<br />

lo sabía. Todavía podía protegerse a sí mismo y<br />

a su familia. Encontró el reloj, lo arrojó y lo hizo<br />

añicos, con sumo cuidado, sin tocarlo. Los granos<br />

carmesíes se esparcieron por el suelo y después<br />

lo quemó todo. Lo redujo todo a cenizas.<br />

El juglar.<br />

—Sus palabras me produjeron un intenso escalofrío,<br />

¿acaso insinuaba que toda esa historia<br />

estaba relacionada conmigo? Desde entonces<br />

apenas puedo pegar ojo. Y esta es la historia de<br />

la que os… hablaba…<br />

El público no parecía complacido y arrojaron<br />

solo unas pocas monedas.<br />

El juglar.<br />

—Me dijo que la sed de venganza de la bruja<br />

era todavía mayor que la del caballero y cuando<br />

este consumó su venganza, su alma no quedó<br />

libre, permaneció atrapada en el reloj, pues<br />

el hechizo que la bruja había dictado le había<br />

condenado a acabar con la vida de todo el que<br />

llevara la sangre de su rival, por los siglos de los<br />

siglos. Desde entonces, el reloj viaja en busca de<br />

sus víctimas, sabiendo quiénes son en cuanto lo<br />

tocan. Le di otro trago al vaso de vino. Después<br />

volvió a mostrarme el reloj. Le dio la vuelta. Los<br />

granos comenzaron a deslizarse de una cavidad<br />

a otra y entonces estas palabras salieron de su<br />

boca: «¿Queréis tocarlo? ¿Queréis saber si vos lleváis<br />

la sangre del caballero sin honor?». A lo que le<br />

respondí: «Os aseguro que nunca me he alegrado<br />

más de no pertenecer a la nobleza». El mercader rió<br />

y finalmente me levanté de la silla con intención<br />

de marcharme, pero escuché unas últimas palabras<br />

de sus labios antes de abandonar la taberna:<br />

«Tened cuidado, bien es sabido que, aunque lo oculten,<br />

los nobles esconden bastardos.»<br />

El hermano de la joven.<br />

Volvió a casa para asegurarse de que su familia<br />

se encontraba bien. Todo había terminado. Estaban<br />

a salvo. Aquella historia inverosímil había<br />

tocado fin. El reloj ya no existía.<br />

El juglar.<br />

Tras unos segundos de ensimismamiento hizo<br />

una reverencia y cuando fue un momento prudente,<br />

recogió las monedas.<br />

El hermano de la joven.<br />

Pasaron unos meses. Definitivamente, la amenaza<br />

había desaparecido. Se dirigió hacia su<br />

despacho y encendió el ordenador. Tenía mucho<br />

trabajo por hacer.<br />

El juglar.<br />

Después de la despedida, abandonó la aldea.


46<br />

Un puñado de relatos<br />

Tras haber recordado la historia, comenzó a<br />

sentir una incómoda inquietud. ¿Y si no era<br />

una coincidencia? Recorría el camino de tierra<br />

al atardecer, el camino que unía esa villa con la<br />

próxima.<br />

El icono del reloj llamó su atención. Acercó sus<br />

ojos a la pantalla. Los granos de ese reloj se habían<br />

tornado rojizos. Daba vueltas y vueltas. Lo<br />

había tocado. Había tocado la pantalla momentos<br />

antes. Aterrado, levantó su temblorosa mano<br />

del ratón. No tuvo tiempo de abandonar el escritorio,<br />

aquel icono fue lo último que vio.<br />

El hermano de la joven.<br />

Mientras se abría el programa y cargaba, notó<br />

que la pantalla estaba algo sucia, así que la limpió<br />

un poco con su mano. Demasiado tiempo sin<br />

pasar por el despacho tras lo sucedido. El programa<br />

tardaba en arrancar más que nunca. Miraba<br />

a todas partes, esperando a que se abriese.<br />

FIN<br />

Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />

M.A. Álvarez Rodríguez en su web y también en<br />

su blog.<br />

El juglar.<br />

Antes de llegar a la otra aldea, encontró un<br />

cuerpo en el camino. Parecía el de un campesino<br />

que portaba un zurrón. Miró a todas partes, no<br />

había nadie más. No respiraba… Concluyó que<br />

ya no necesitaría sus pertenencias. Con cuidado<br />

le quitó el zurrón y comprobó su interior.<br />

El hermano de la joven.<br />

Volvió a mirar hacia la pantalla. El programa<br />

continuaba sin abrirse tras un exagerado tiempo<br />

de carga. El icono de espera del reloj de arena<br />

daba vueltas y vueltas.<br />

El juglar.<br />

Del zurrón sacó aquel reloj. Aterrado lo soltó y<br />

miró tanto al reloj como a su víctima. Sintió un<br />

estremecedor viento frío a sus espaldas. Sobrecogido,<br />

se giró y distinguió la borrosa figura de<br />

un caballero.<br />

El hermano de la joven.


47<br />

Un relato de ciencia ficción de María Eijo López “Nullien”<br />

La aguda voz de la megafonía se escuchó en<br />

toda la estación.<br />

—Cómo odio que algunos de los avisos los den<br />

solo en nuevo-esperanto. Como si lo hablásemos,<br />

o algo —resopló un joven.<br />

—¡Yo lo entendí, hermanito! Bueno, todo no.<br />

¡Pero dijo algo de los trenes!<br />

—Tan útil como siempre, Dinna...<br />

Se mezclaron con el gentío que aguardaba para<br />

subirse a los tranvías. La estación nunca dormía,<br />

el bullicio mantenía en pie sus paredes. Las voces<br />

tampoco descansaban. Conversaciones acerca<br />

de la compra del día, de la escasez de trabajo,<br />

del gobierno, de las buenas noticias... se mezclaban<br />

formando una melodía a la que todos<br />

los habitantes de los suburbios estaban más que<br />

acostumbrados. La mezcolanza de sonidos solo<br />

se veía eclipsada por los anuncios de los altavoces<br />

y por los enormes holopaneles de publicidad.<br />

Nadie les hacía verdadero caso. Los productos<br />

que intentaban vender no estaban al alcance de<br />

nadie de la subciudad.<br />

Con una mano en el bolsillo y otra agarrada a la<br />

de su hermana pequeña, Janik permanecía con la<br />

vista distraída a la espera de la llegada de su tren.<br />

Vestía unos sencillos vaqueros oscuros y una sudadera<br />

marrón. No tenía mucho dinero disponible<br />

para dedicar a la moda, y el poco que obtenía<br />

lo gastaba en la pequeña Dinna, que sí llevaba<br />

una falda blanca con unas finas y largas cadenas<br />

plateadas que se dejaban arrastrar por la fuerza<br />

de la gravedad, tintineando y moviéndose con<br />

gracilidad ante sus pasos. Incluso combinándola<br />

con una sencilla camiseta color amarillo pálido,<br />

su estilo recordaba ligeramente al de la Urbe. Janik<br />

se había propuesto desde el nacimiento de la<br />

niña que haría todo lo posible por conseguir su<br />

ascenso a la ciudad. Ella se lo merecía.<br />

—¿Qué tal van las clases de idiomas? —le preguntó.<br />

Dinna esbozó una amplia sonrisa.<br />

—¡Bone! Eso significa «bien». Creo que pronto<br />

conseguiré entender los anuncios —respondió.<br />

—Eso sería estupendo —dijo Janik revolviéndole<br />

el pelo.<br />

Mientras ambos reían, el tren se aproximó a la<br />

vía. No era más que uno de los viejos vehículos<br />

que habían desechado en la Urbe, pero a Janik<br />

siempre le había impresionado el avance de la<br />

tecnología actual. El tren cruzaba todo el entramado<br />

de túneles de la subciudad sin rozar los<br />

raíles de emergencia a una velocidad que en su<br />

infancia jamás hubiese soñado. Agarró a su hermana<br />

para evitar los empujones del tránsito de<br />

gente, y esperó a que pasaran todos para entrar.<br />

Se acomodó con Dinna en una esquina al lado<br />

de la puerta. El tren iba más vacío de lo habitual,<br />

pero en las últimas semanas eran muchas las familias<br />

que habían perdido su trabajo y que ya<br />

no tenían la necesidad de utilizar el transporte<br />

público. Él mismo apenas lo usaría si no tuviera<br />

que recoger a su hermana de la escuela.<br />

Puso a prueba sus reflejos abriendo la casi cerrada<br />

puerta para dejar pasar a una chica que<br />

parecía haberse cruzado la estación entera corriendo<br />

para llegar a tiempo. La sirena de salida<br />

sonó con fuerza mientras ella traspasaba el umbral,<br />

con gotas de sudor perlando su frente y la<br />

respiración entrecortada. Se apoyó en la pared,<br />

intentando recobrar el aliento.<br />

—Gra... gracias —le dijo a Janik—. No podía<br />

perderlo. El siguiente es dentro de una hora.


48<br />

Subciudad<br />

El chico esbozó una sonrisa. No la conocía, pero<br />

siempre cogían el mismo tren. No era la primera<br />

vez que la veía entrar apurada. Siempre le había<br />

parecido interesante, pero nunca había tenido la<br />

oportunidad de mantener una conversación con<br />

ella sin parecer demasiado lanzado. Decidió aferrarse<br />

a esta oportunidad como fuera.<br />

—Lamento decirte que cobro caros los favores<br />

—Janik exhibió su mirada más encantadora—.<br />

Por lo menos, vas a tener que decirme tu nombre.<br />

Notó un codazo en las costillas, y vio como su<br />

hermana pequeña fingía fruncir el ceño mientras<br />

aguantaba la risa. No era la primera vez que veía<br />

a su hermano flirtear descaradamente con cualquier<br />

chica guapa que se le pusiera a tiro.<br />

—Mi nombre es Megan, señorito caradura —<br />

respondió la chica, mientras sacaba una goma<br />

del pelo de su bolso para anudarse el cabello largo<br />

y negro en una coleta. Acto seguido alzó la<br />

mirada, clavando sus ojos verdes en Janik mientras<br />

sonreía, divertida.<br />

—Te he visto más veces. Eres habitual de este<br />

tren, ¿verdad?<br />

El chico asintió con la cabeza, extendiendo la<br />

mano.<br />

—Mi nombre es Janik, y esta es mi hermana<br />

Dinna —el apretón de manos fue firme.<br />

—Tengo una hija de tu edad —dijo Megan dirigiéndose<br />

a la pequeña—. Ahora mismo me está<br />

esperando en casa.<br />

—Lo dices como si eso fuera algo malo —comentó<br />

Janik.<br />

—No la veo todo lo que quisiera. Por eso no<br />

puedo permitirme perder el tren —Observando<br />

su mirada perdida a través del reflejo de la ventana,<br />

uno podía darse cuenta de que las sonrisas<br />

no duraban mucho tiempo en la subciudad.<br />

—¿En qué parada te bajas?<br />

—Dentro de dos. O quizá en la siguiente, creo<br />

que el tren se ha saltado un apeadero.<br />

Janik miró por la ventana enarcando una ceja.<br />

La zona por la que transitaban en esos momentos<br />

no le sonaba en absoluto. El paisaje de los<br />

suburbios corría veloz al paso del tren, pero él<br />

conocía el camino a la perfección. Se llevó las<br />

manos a la cabeza.<br />

—Dinna, creo que nos hemos confundido de<br />

tren —dijo mientras buscaba un botón para solicitar<br />

parada. No encontró ninguno, lo que aumentó<br />

su desconcierto. Megan se mordió el labio,<br />

confusa, mientras se acercaba a una señora sentada<br />

en uno de los asientos laterales. Esta asintió<br />

primero enérgicamente con la cabeza, mirando<br />

después a su vez por la ventana para comprobar<br />

que el tren se había desviado de su ruta.<br />

—El tren es el correcto —dijo la chica al volver,<br />

seria—. Lo que no sé es a dónde nos está llevando.<br />

—¡Qué emocionante! —aplaudió Dinna, que<br />

parecía ser la única que estaba disfrutando la situación.<br />

Sus mejillas sonrosadas exhibían sendos<br />

hoyuelos provocados por la amplia sonrisa de la<br />

niña.<br />

Janik la cogió de la mano, mirando de nuevo a<br />

su alrededor. Una pequeña melodía dio paso a<br />

la megafonía. El chico agitó a su hermana para<br />

instarla a prestar atención. Incluso dentro de los<br />

trenes, los mensajes estaban en nuevo-esperanto,<br />

así que la pequeña era la única forma de saber<br />

por qué el tren se había desviado de su ruta. El<br />

semblante de Dinna se volvió serio mientras se<br />

forzaba a entenderlo todo, entornando la mirada.<br />

—Janik... es el mismo mensaje que dieron antes<br />

en la estación. Ahora lo he entendido mejor. Dice<br />

algo de no subir al tren, y de saber hablar nuevoesperanto.<br />

El chico tragó saliva, deseando que su hermana<br />

estuviese equivocada. No era ajeno a los rumores<br />

que corrían por la subciudad. Leyendas urbanas<br />

que hablaban de trenes fantasma llenos de gente<br />

que dejaban los suburbios para no ser vistos<br />

nunca más. Líneas cortadas durante horas a la<br />

espera de que los túneles se abrieran al tránsito.<br />

Familiares que deberían haber vuelto a casa y de<br />

los que nunca se había vuelto a oír hablar.<br />

Megan asimiló la información de la misma<br />

forma que él. Con presteza, sin detenerse ni un<br />

segundo, avanzó por el vagón en busca de una<br />

manera de abrir la puerta. Parecían haber eli-


49<br />

Subciudad<br />

minado toda la tecnología de parada: desde los<br />

botones de emergencia hasta el rudimentario<br />

martillo para romper el cristal de las ventanas. El<br />

murmullo comenzó a crecer entre el resto de la<br />

gente mientras la certeza volaba de boca en boca.<br />

El tren cogía cada vez más velocidad, alejándose<br />

de la subciudad, dirigiéndose a los suburbios<br />

inhabitables.<br />

Un hombre de mediana edad intentó derribar<br />

la puerta con el peso de su propio cuerpo, sin<br />

éxito: la estructura metálica era demasiado sólida.<br />

A los pocos minutos eran varios los que<br />

le prestaban ayuda. Megan había iniciado una<br />

suerte de colecta, consiguiendo que todo el mundo<br />

vaciara sus bolsos o mochilas en busca de algún<br />

objeto contundente que les ayudara a escapar.<br />

Intentando mantener la calma examinaron<br />

el contenido, sin éxito. El montón crecía poco a<br />

poco con libros, cuadernos y monederos, pero<br />

nada útil para la situación. Atisbos de histeria<br />

comenzaban a dejarse ver de algún modo como<br />

una paranoia colectiva en la cual todos estaban<br />

seguros de lo que estaba pasando a pesar de no<br />

tener confirmación de los hechos. La población<br />

de la subciudad alcanzaba límites preocupantes<br />

por exceso, eso era una realidad. Algunos individuos<br />

de la misma eran aprovechables y conseguían<br />

ascender a la Urbe, pero el requisito básico<br />

e imprescindible era conocer el idioma de los<br />

ricos.<br />

Janik observó a su alrededor, llevándose las<br />

manos a la cabeza. El tren ya había alcanzado<br />

una velocidad desorbitada, que hacía que fuera<br />

complicado mantener el equilibrio. El pánico había<br />

dejado su honda impronta en la actitud de la<br />

gente. Algunos golpeaban con la fuerza de sus<br />

puños los cristales, en un esfuerzo vano de conseguir<br />

una respuesta de los mismos. Otros apenas<br />

podían contenerse y dejaban ver su frustración a<br />

través de gritos. Una pareja en el fondo del vagón<br />

se acariciaba el rostro susurrándose palabras<br />

de amor. Pudo ver a Megan acurrucada en una<br />

esquina, con una foto en la mano y las lágrimas<br />

bañando su rostro. Había muchas pensamientos<br />

cruzando la mente de Janik en esos momentos, y<br />

uno de ellos era que lamentaba no haberse atrevido<br />

a hablar con ella antes.<br />

«Nos están purgando, maldita sea», pensó Janik<br />

con rabia mientras abrazaba con fuerza a la<br />

pequeña Dinna, que sollozaba apretando la cara<br />

contra su pecho, farfullando que había sido su<br />

culpa. Lágrimas de rabia caían por el rostro del<br />

chico mientras acariciaba el pelo de su hermana.<br />

Para ella podía haber habido esperanza, si no se<br />

hubieran subido al maldito tren.<br />

FIN<br />

Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />

María Eijo López “Nullien” a través de su twitter.


Un relato de terror de Ángeles Mora<br />

50<br />

Vuelvo en mí sobre la acera, delante de un pequeño<br />

hotel de carretera.<br />

La noche se ha convertido en una amalgama de<br />

recuerdos confusos. En mi memoria las voces de<br />

unos se confunden con los rostros de otros, todos<br />

envueltos en una nube de humo de cigarrillos<br />

iluminada por luces de colores que parpadean<br />

al ritmo frenético de una música ensordecedora.<br />

El penúltimo whisky de garrafón que tomé ha<br />

hecho que la sala bailara de forma tan estridente<br />

que ni siquiera recuerdo cuándo o cómo pedí<br />

la siguiente copa. Mis recuerdos saltan de los<br />

brazos que tiran de mí hacia fuera del local hasta<br />

la luz de la farola que ahora me hace guiñar<br />

los ojos.<br />

El malestar de mi estómago me asegura que<br />

tomé esa última copa y mi cabeza me lo recriminará<br />

durante las siguientes veinticuatro horas.<br />

Ya sé lo que me espera, mi cuerpo ya ha pasado<br />

antes por una resaca.<br />

El contenido de mi estómago sale despedido<br />

hacia mis zapatos italianos ante la compasiva<br />

mirada de mi acompañante.<br />

No me suena su cara. Ni su coche. Ni el hotel de<br />

carretera en el que hemos parado. ¿Dónde aparqué<br />

el descapotable?<br />

Me ofrece un pañuelo de papel con total naturalidad<br />

y yo no consigo sentir ni siquiera vergüenza,<br />

el sabor amargo que ha quedado en mi boca<br />

es lo único que mis sentidos pueden captar. El<br />

pañuelo despide un cierto aroma a eucalipto que<br />

empalaga y me repugna.<br />

Consigo toser para aclarar mi garganta y mi tos<br />

suena como un motor ahogado.<br />

El orgullo y la dignidad que el alcohol no ha<br />

conseguido ahogar me impiden preguntarle<br />

quién es o para qué estamos aquí, pero su cara sigue<br />

careciendo de familiaridad para mi cerebro.<br />

El mundo se ha retirado a dormir y solo este<br />

joven aguanta despierto para ser testigo de mi<br />

decadencia.<br />

Giro mi cabeza buscando mi coche. Necesito saber<br />

dónde está mi coche.<br />

Con dolorosa determinación empiezo a caminar<br />

por una acera que se comba a cada paso que<br />

doy, seguido muy de cerca por el extraño que<br />

vela por mi llegada a puerto girándome en la dirección<br />

correcta. Es decir, la contraria que llevan<br />

mis pasos.<br />

—Yo me encargaré de los trámites.<br />

Así, sin más, en un tono entre alegre y tímido.<br />

Me deja acomodado en un sillón de recepción y<br />

lo veo alejarse hacia un mostrador en el que alguien,<br />

con el rostro difuminado por la distancia,<br />

me mira como si fuese el primer hombre borracho<br />

que ha visto en su vida. O quizás no, quizás<br />

la impresión que damos es la de dos enamorados<br />

que buscan un lugar donde abandonarse a sus<br />

impulsos. No. Nunca han confundido mi orientación<br />

sexual.<br />

El joven me levanta con energía pero con cierta<br />

delicadeza, como si le diera miedo que mi cuerpo<br />

se haya fundido con el tapizado del mullido<br />

sillón y temiera que mi piel se quedara allí.<br />

Un apoyo eficiente y no hay borrachera que te<br />

impida llegar a un ascensor.<br />

Los espejos que forran las paredes, aparte de<br />

multiplicar cruelmente la luz, me devuelven la<br />

imagen de mis relucientes entradas, que es lo<br />

único que no me parece desaliñado. Lo demás<br />

parece fuera de sitio, la camisa, el cinturón que<br />

sujeta mi prominente barriga y no digamos los


51<br />

El extraño<br />

zapatos. Sólo el fijador de mi cabello parece haber<br />

permanecido donde debe.<br />

Mi joven acompañante sigue mirándome con la<br />

misma expresión benevolente, me da la impresión<br />

de que aunque se inundara la ciudad en este<br />

preciso instante él seguiría observándolo todo<br />

con la misma actitud despreocupada. Como si<br />

todo estuviera decidido. ¿Qué pensaría el recepcionista<br />

de su manera de mirarme?<br />

Yo sigo de pie, posición importante si tenemos<br />

en cuenta que mi cuerpo está en el ascensor pero<br />

mi cabeza gira y flota en una dimensión desconocida.<br />

El colchón enorme de una cama de matrimonio<br />

me abraza mimándome hasta el éxtasis. Ya<br />

no quiero pensar más. Me trae sin cuidado que<br />

haya un desconocido mirando cómo me bajo los<br />

pantalones. Me da igual que mañana me levante<br />

y la almohada huela a dos after shave distintos.<br />

No quiero analizar la forma cuidadosa en la que<br />

él ha doblado su chaqueta y arremanga los puños<br />

de su camisa. Ni los movimientos lentos con<br />

los que se desata la corbata.<br />

Sólo quiero dormir en este colchón que baila en<br />

círculos para acunarme. Son las doce de la noche.<br />

Mañana será otro día.<br />

Dos horas antes<br />

Pensamos en ir a la playa pero al final pasaremos<br />

el fin de semana en medio de ríos de asfalto<br />

con luces en movimiento que tratan de salir o<br />

entrar en ambas direcciones. La carretera de circunvalación,<br />

de noche, es como un adorno que<br />

se pusiera la ciudad para engalanar sus prisas y<br />

sus humos.<br />

Y allí, en pleno centro, nos han colocado a nosotros.<br />

Tres hombres con almas de vagabundos,<br />

esperando y desesperando en una noche más de<br />

sábado a la chica que dé respuesta afirmativa a<br />

nuestro lenguaje corporal de simples paseantes<br />

alrededor de una pista de baile.<br />

Mi hermano empieza a jugar sus cartas: sus mejores<br />

pasos de baile siempre dan con alguna incauta<br />

que se deja hipnotizar por sus movimientos.<br />

Nicolás, mi mejor amigo, lanza un suspiro<br />

impotente y se marcha, gruñendo, hacia la chica<br />

del guardarropa. Seguramente volverá a usar su<br />

truco del abrigo cambiado.<br />

Me dejo caer en la barra apurando mi primera<br />

copa y me dispongo a leer los movimientos del<br />

atareado barman. Domina el bullicio y la situación<br />

entre bebidas alcohólicas y miradas femeninas<br />

que tratan de robarle la voluntad buscando<br />

una copa más. Es un profesional. Me sirve a mí<br />

antes que a la rubia que lleva diez minutos poniéndole<br />

ojitos desde el otro lado de la barra. En<br />

este mundo todavía hay gente que tiene clara la<br />

elección acertada entre un billete de veinte euros<br />

y un escote insinuante.<br />

Mentalmente recorro el cuerpo de la rubia y me<br />

imagino cómo será desnuda, ella parece leerme<br />

el pensamiento y me mira con cara de querer escupirme.<br />

Esta no es la celebración que había esperado<br />

para la culminación de mi carrera pero me da<br />

igual. Mañana en el acto oficial habrá menos<br />

ruido pero más miradas envidiosas, menos roces<br />

fortuitos y más ganas de apuñalarme por la<br />

espalda.<br />

Busco con la vista y localizo a mi hermano que<br />

acorta centímetros entre él y un par de chicas que<br />

se mueven como cadáveres poseídos por un movimiento<br />

espeluznante.<br />

Nicolás no da señales de vida, probablemente<br />

ya esté en pleno ataque entre las sombras de los<br />

abrigos ajenos custodiados por su presa. No sé<br />

como se las arreglará cuando pasen los días fríos.<br />

El aire empieza a enrarecerse con esa mezcla<br />

de humo, sudor y perfumes concentrados que se<br />

vuelven un solo aroma empalagoso y pegajoso.<br />

Inhalando desde una esquina hay un joven que<br />

me mira con actitud de decirme: bienvenido a mi<br />

mundo, guapo. Con el ruido como aliado intento<br />

esconderme entre la gente. Nunca se sabe. Hoy<br />

no tengo ganas de malos entendidos.<br />

La autoridad de mi vejiga me impone un nuevo<br />

recorrido atravesando la multitud en mitad de<br />

risas y voces demasiado altas.<br />

El servicio es el mundo aparte que siempre ha<br />

sido. La cola de mujeres a la espera asoma por el<br />

pasillo en penumbra. La de los hombres, como<br />

siempre, vacía. Será cuestión de metabolismo,<br />

pero es así, nosotros evacuamos deprisa… tal<br />

vez sea porque no nos llevamos acompañantes<br />

que nos distraigan de nuestra misión.<br />

Mi objetivo se desarrolla, lógicamente, de pie


52<br />

El extraño<br />

y al girarme subiendo la cremallera una sonrisa<br />

digna de un anuncio de chicles sin azúcar me<br />

está esperando.<br />

Esto no puede estar pasándome a mí.<br />

Intento mostrarme indiferente, incluso devuelvo<br />

la sonrisa «como si tal cosa» pero sus ojos son<br />

un obstáculo que se interponen en mi paso hacia<br />

la salida.<br />

De pronto me doy cuenta de algo curioso: el<br />

murmullo del pasillo lleno de mujeres ha desaparecido,<br />

no consigo oír nada que provenga de<br />

fuera de estas cuatro paredes enlosadas.<br />

Mi desazón aumenta y el extraño no deja de<br />

sonreírme.<br />

Comienzo a andar hacia la puerta pero me paro.<br />

Él está señalando con su dedo índice hacia algún<br />

punto en mi pecho.<br />

Tardaré días en quitarme esta sensación de encima.<br />

Sus ojos me dejan indefenso y es como si todos<br />

mis gestos estuvieran dirigidos por ese dedo. En<br />

medio del silencio repentino, él manda. Nadie<br />

entra ni recorre el pasillo, somos sólo él y yo,<br />

como si el tiempo se hubiera paralizado en este<br />

trozo del local.<br />

Me ofrece un vaso lleno que, según huele, es lo<br />

mismo que he estado bebiendo desde que llegué.<br />

Bebemos, como si todo aquello formara parte<br />

de un ritual absurdo que no conozco y en medio<br />

de aquel silencio escucho su voz.<br />

—Estaba impaciente, pero por fin ha llegado el<br />

momento.<br />

Mi expresión ha debido delatarme pero no lo<br />

puedo evitar, no puedo creer lo que me está sucediendo.<br />

Intento hablar pero mi voz está tan paralizada<br />

como el resto de sonidos de alrededor. La fijeza<br />

con la que me mira da al traste con mi indiferencia<br />

y mi incredulidad da paso a más temor del<br />

que quiero reconocer.<br />

Siento cómo mi camisa de setecientos euros se<br />

pega a mi espalda por efecto del sudor. Siempre<br />

he pensado que en una situación que me crispara<br />

los nervios podría llegar a ser un tipo violento,<br />

sin embargo, acabo de comprobar, en el peor de<br />

los momentos, que el temor me deja tan paralizado<br />

como al más cobarde de los mortales.<br />

El extraño me hace un gesto indicándome el<br />

vaso que aún sostengo en mi mano.<br />

—Bebe para celebrar nuestro nuevo encuentro.<br />

Obedezco sin pensarlo.<br />

De pronto se hace la luz en mi cerebro y vuelvo<br />

a escuchar nítidamente sus palabras: nuevo<br />

encuentro, nuevo encuentro, nuevo encuentro.<br />

¿Qué me he perdido? ¿No he visto a este hombre<br />

en toda mi vida y él da por supuesto que ya nos<br />

conocíamos? Eso es... todo esto no es más que<br />

una confusión, por muy extraña que me parezca<br />

la situación en la que me encuentro, seguro que<br />

no es más que un malentendido. Seguramente<br />

tengo facciones parecidas a algún conocido o me<br />

ha confundido con alguna aventura pasajera en<br />

una noche de juerga.<br />

Su carcajada rompe el silencio. No sé cómo ni<br />

por qué pero me da la impresión de que mis pensamientos<br />

son como palabras pronunciadas para<br />

él, claras y concisas.<br />

—No le des más vueltas, Tomás. Es tu destino y<br />

nadie puede huir del suyo.<br />

Me bebo lo que queda en el vaso.<br />

Definitivamente me he topado con algún tipo<br />

de iluminado de esos que, como charlatanes de<br />

antaño, esgrimen los senderos del destino, la<br />

nueva era, el fin del mundo y chorradas por el<br />

estilo.<br />

Una nueva carcajada suena para agotar mi paciencia.<br />

Intento, una vez más, salir por la puerta pero,<br />

una vez más también, el extraño me lo impide.<br />

Su mano se ha aferrado a mi brazo y sin hacer<br />

absolutamente ninguna fuerza reprime mi salida.<br />

—¿No recordabas nuestra cita, verdad?<br />

Ahora sí que estoy descolocado. No sólo es un<br />

marica confundido sino que, encima, presumirá<br />

de haber compartido conmigo una vida anterior.<br />

Como si lo viera, ahora empezará a desvariar sobre<br />

cuánto nos queríamos.<br />

—¿Recuerdas dónde estábamos hace, exactamente,<br />

diez años?


53<br />

El extraño<br />

Ajeno a mi control, el engranaje de mi cerebro<br />

se pone a funcionar de tal manera que incluso<br />

me está pareciendo poder escucharlo.<br />

Entonces lo veo todo claro y, como respuesta,<br />

mis rodillas flaquean amenazando con hacerme<br />

besar el suelo.<br />

Su sonrisa fría y distante me lo confirma.<br />

Según está frente a mí esta noche, diez años antes<br />

él sólo sería un adolescente de instituto sin<br />

más problemas que su acné, sin embargo yo estoy<br />

seguro de que es la misma persona. De algún<br />

modo inexplicable: no son sus ojos, ni su voz, ni<br />

siquiera su cuerpo, pero son la misma persona.<br />

Por primera vez en mucho rato puedo oír mi<br />

voz.<br />

—Nunca me lo tomé en serio.<br />

Se encoge de hombros dejando claro que ese es<br />

mi problema o, por lo menos, lo ha sido.<br />

—¿Cuánto tiempo queda?<br />

—Treinta y dos minutos exactamente —ha dicho<br />

sin necesidad de mirar su flamante reloj de<br />

pulsera.<br />

Salgo por la puerta y esta vez nada me lo impide.<br />

El pasillo sigue estando repleto de mujeres a la<br />

espera de su turno murmurando entre ellas para<br />

pasar el tiempo.<br />

Allí fuera nada ha cambiado. El silencio de minutos<br />

antes no es más que una sensación pasajera<br />

sepultada por los acordes cargados de decibelios.<br />

De mi hermano y mi amigo no queda ni rastro.<br />

Probablemente han escapado del bullicio para<br />

disfrutar de sus conquistas.<br />

De todas formas nunca me han gustado las despedidas.<br />

Me agarro a lo único que puede consolarme de<br />

mi destino: el whisky de garrafón que te atrofia<br />

el hígado pero también, por suerte para mí, te<br />

nubla la mente impidiéndote pensar.<br />

Diez años antes<br />

Tengo veintiséis años y acabo de tirar mi vida<br />

por la borda. Todas mis expectativas de futuro<br />

se han desvanecido por entero. No queda nada.<br />

Mis pasos me llevan hacia el único refugio que<br />

conozco para mis penas: los brazos de mi amigo<br />

Johnnie Walker. Él nunca me defrauda, no me<br />

atosiga con reproches ni con palabras de lástima<br />

que me hagan sentir aún más hundido.<br />

Aquí me encuentro, siempre entre extraños, en<br />

un lugar oscuro y acogedor, un entorno acorde<br />

con mis necesidades del momento.<br />

Observo a mi alrededor pero no le presto atención<br />

a nada en concreto, ni siquiera al hecho de<br />

que alguien ha ocupado el taburete vecino y<br />

mira las botellas de la barra como si se tratara de<br />

objetos sagrados.<br />

Dice algo que no entiendo, tal vez un saludo entre<br />

dientes que tampoco quiero escuchar.<br />

Él no parece tan desesperado como yo.<br />

Apuro el vaso y me lo rellenan por tercera vez,<br />

la noche es larga y yo he empezado muy temprano,<br />

a falta de otra cosa, tengo todo el tiempo del<br />

mundo por delante.<br />

Aunque noto que tengo algún espectador que<br />

otro no siento necesidad alguna de disimular.<br />

Después de todo, sus ojos no pueden verme, no<br />

a lo que soy realmente, no al fracasado en el que<br />

me he convertido.<br />

Vuelvo a apurar el dorado que llena el vaso<br />

como si en ese fondo de cristal se escondieran las<br />

soluciones que necesito, pero allí sólo hay transparencia.<br />

El camarero me ha puesto delante una nueva<br />

dosis contra mi desesperación pero yo no recuerdo<br />

haberla pedido ni siquiera con un gesto<br />

reflejo.<br />

—Le invita el caballero.<br />

Le hago un gesto de agradecimiento a mi vecino<br />

de barra y apuro su invitación de un solo<br />

trago. Sabe igual que las demás. A fracaso.<br />

—¿Mal de amores?<br />

—Mal, en general —respondo sin ninguna entonación<br />

concreta.<br />

—Extraño modo de comenzar una conversación<br />

—pienso. Pero el whisky ha comenzado a<br />

adormecerme la conciencia y a despertarme la<br />

lengua.<br />

—No puede ser tan malo.


54<br />

El extraño<br />

—¿Y tú qué coño sabes? —hablo mientras pido<br />

otro trago pero él no parece haberse ofendido<br />

por mi brusquedad.<br />

—Te sorprenderías de los problemas que he<br />

visto, sobretodo, de los que la gente intenta ahogar<br />

en alcohol.<br />

—¿Y?<br />

—Y al final nunca son tan graves.<br />

Por primera vez su rostro capta mi atención.<br />

Tiene unos pequeños y hundidos ojos de un<br />

verde esmeralda que hace contraste con su piel<br />

demasiado rosada y unos labios tan finos que parecen<br />

una simple línea por la que se escapan las<br />

palabras. Sus ojos son diminutos pero su mirada<br />

es intensa.<br />

Su calva brilla bajo los pocos focos del lugar que<br />

nos iluminan haciendo que su cara aparezca redonda<br />

de una forma que llega a ser incomprensible.<br />

Tiene unas facciones totalmente anodinas y<br />

sin embargo la fuerza que emanan esos dos puntitos<br />

verdes no deja indiferente al que lo mira.<br />

Y después está su voz, uniforme, con el volumen<br />

justo y una manera de pronunciar las eses<br />

que hace que suenen como un suave silbido.<br />

Un tipo peculiar.<br />

—¿Sabes? Me importan una mierda los problemas<br />

de los demás, bastante tengo con los míos.<br />

Recibo una carcajada gutural como respuesta.<br />

—Igual que al resto de los mortales ¿no? Ya se<br />

puede inundar el mundo que mientras nuestro<br />

culo siga seco...<br />

Apenas me da tiempo a pensarlo, el torrente<br />

de mis penas sale entre el aliento a whisky y las<br />

palabras atropelladas que me van dejando vacío.<br />

Toda mi indignación sale disparada hacia este<br />

extraño, tal vez como simple desahogo, tal vez<br />

para demostrarle que sí tengo un motivo para lamentarme<br />

de mi situación.<br />

—Ayer tenía un futuro prometedor y la visión<br />

ante mí de la vida que siempre he querido tener.<br />

Un puesto importante en la agencia de publicidad<br />

más destacada del país, un sueldo que no<br />

podría gastar ni esforzándome en derrocharlo,<br />

sin contar con las comisiones y honorarios extras<br />

por el trabajo ya hecho y por supuesto todo lo<br />

que eso conlleva socialmente.<br />

—Lujo y mujeres.<br />

—Calidad de vida, amigo, calidad de vida y sin<br />

embargo... hoy me despierto con el sabor dulce<br />

en la boca pero el caramelo ha desaparecido...<br />

me lo ha arrancado de los labios un jovencito<br />

americano, con más títulos académicos que años<br />

y, por supuesto, con el respaldo genético de un<br />

papá que, casualmente, es una magnate de las<br />

finanzas en su país. —Necesito una nueva copa<br />

para soltar la última frase—. Ayer me creía un<br />

tipo afortunado y hoy soy un segundón patético.<br />

Mi acompañante me escucha con paciencia, con<br />

una mueca en los labios que trata de parecer una<br />

sonrisa.<br />

—¿Tanto lo deseabas?<br />

—¿Bromeas? Si el diablo se presentara aquí<br />

ahora mismo no lo dudaría ni un segundo, eso<br />

sí, siempre he querido morir en una cama que no<br />

fuera la mía.<br />

NEPHTIS


55<br />

Una serie de terror y aventuras de Géraldine de Janelle<br />

«Christall» es una serie mensual de relatos ambientados en la llegada y exploración del Nuevo Mundo.<br />

Un lugar desconocido y misterioso para la mentalidad de los personajes de esta narración, que nos<br />

transporta a épocas antiguas a través episodios históricos mezclados con oscura fantasía.<br />

Corrían entre la maleza bajo la atenta mirada<br />

de una luna mortecina; a su alrededor las<br />

luces temerosas del amanecer eran devoradas<br />

por la jungla. Reprochándose a sí mismo la temeraria<br />

decisión, don Álvaro se adentraba en las<br />

profundidades del Nuevo Mundo con el corazón<br />

apresurado, intentando escapar de aquello que<br />

les perseguía.<br />

Los árboles pasaban a gran velocidad a su lado,<br />

las lianas y ramas furtivas golpeaban constantemente<br />

su rostro a la carrera, tenía las piernas<br />

magulladas a causa de arbustos punzantes y rocas<br />

afiladas, y aun así seguía corriendo junto a<br />

la extraña muchacha pálida que le acompañaba.<br />

Sabía que la bestia les había sorprendido y que<br />

estaba a su espalda, trepando a gran velocidad<br />

por los salientes, saltando los sucios riachuelos<br />

que hendían su camino, brincando con extrema<br />

agilidad de rama en rama con la intención<br />

de caer sobre ellos en cualquier momento. Podía<br />

escuchar su respiración y sentir cada uno de sus<br />

músculos tensarse. Podía percibir el olor cruel<br />

del depredador, y unos ojos amarillos inyectados<br />

en sangre atentos a todos y cada uno de sus<br />

movimientos.<br />

La sombra del puerto<br />

IV<br />

Evitando que la chica cayera al suelo al tropezar,<br />

agarró su mano y tiró de ella para ascender<br />

con dificultad por una escabrosa ladera que intentaba<br />

cerrarles el paso. Y es que aquella naturaleza<br />

sin Dios conocido parecía poner toda traba<br />

a su alcance para arrojarles a los colmillos de<br />

la bestia.<br />

Si no les había matado ya era porque estaba jugando<br />

con ellos, pensaba el escriba. Pero, ¿por<br />

qué razón no les atacaba si podía hacerlo con facilidad?<br />

Era algo que no comprendía y que le ponía<br />

aún más nervioso de lo que estaba. Llevaban<br />

algunas horas caminando por la selva cuando<br />

sintieron el aliento de aquel gran felino negro. El<br />

puerto quedaba ya demasiado lejos para siquiera<br />

intentar regresar y por eso habían huido instintivamente<br />

hacia delante. Un último esfuerzo y<br />

llegarían a la cabaña.<br />

La selva cada vez era más cerrada y el avance<br />

requería de toda su voluntad, don Álvaro cortaba<br />

la maleza con su largo cuchillo y se adentraba<br />

en la espesura intentando que la chica no<br />

se separara de él. La humedad lo volvía todo<br />

peligroso y resbaladizo y debía poner toda su<br />

atención en no caer por los barrancos traicioneros<br />

o en los pozos naturales invisibles entre las<br />

hierbas frondosas. De repente un himplido rasgó<br />

el aire, el rugir de la pantera que delató su lejanía.<br />

“Gracias a Dios se ha marchado”, pensó el<br />

escriba, y justo cuando volvió su vista al frente<br />

para ubicarse tras la carrera encontró a poca distancia,<br />

semioculta entre los gigantescos árboles<br />

completamente verdes por los musgos, la cabaña<br />

que estaban buscando.<br />

Don Álvaro asoció una cosa con la otra. En gran<br />

medida, su reticencia a aventurarse hasta aquel


56<br />

Christall<br />

lugar se debía al temor que todos parecían mostrarle.<br />

Y es que no eran pocos los que se santiguaban,<br />

pese a ser unos truhanes curtidos en lo<br />

escabroso, cuando les hablaban del misterioso<br />

herrero de la selva. Todos coincidían en las atropelladas<br />

acusaciones que le describían como un<br />

hombre salvaje y extraño al que pocos han visto<br />

y al que no se mencionaba por ser un profanador<br />

de tumbas y de muertos. Si algo temían los habitantes<br />

de Puerto Rico era la magia negra, y todas<br />

sus supersticiones eran encarnadas en el herrero<br />

que les aguardaba dentro de aquella choza perdida<br />

en las profundidades de la jungla.<br />

Al acercarse con prudencia, el escriba constató<br />

que no había nada a su alrededor que pudiera<br />

emplearse para el oficio de la herrería. No había<br />

fragua alguna, ni fuelles, yunques o chimeneas.<br />

Don Álvaro se preguntó qué tipo de herrero decía<br />

ser aquel hombre, comenzó a sospechar que<br />

no lo fuera, y también que hubiesen perdido el<br />

tiempo arriesgando su vida para nada. Además,<br />

no le gustaba nada aquel lugar, se sentía extraño<br />

en la época en la que parecía estar anclado, rezumaba<br />

sensaciones de eras prehistóricas, oscuras<br />

y malvadas.<br />

Se acercaron a la puerta, meras maderas salvajes<br />

unidas por ásperas sogas, y llamaron. La sangre<br />

del escriba se enfrió cuando una voz profunda<br />

y cavernosa surgió del interior de la choza. La<br />

puerta se abrió y su corazón se comprimió como<br />

un puño al ver al gigantón que se alzó ante ellos.<br />

Sin duda era uno de aquellos hombres del continente<br />

negro. Quizá algún esclavo huido como<br />

los que había en el galeón en el que él viajaba, o<br />

peor, mucho peor, pues una pintura blanquecina<br />

y cadavérica acentuaba la amenaza en la expresión<br />

de su rostro. Le daba el aspecto de un<br />

muerto.<br />

—¿Español? —preguntó con un fuerte y confuso<br />

acento.<br />

Don Álvaro asintió.<br />

—Pasa —dijo entrando en la cabaña y dejando<br />

la puerta abierta tras de sí.<br />

El escriba y la muchacha intercambiaron miradas<br />

y entraron en la choza. El interior era un<br />

precario habitáculo forrado de pieles salvajes,<br />

calaveras de animales y extrañas figuras de palos<br />

y huesos atadas con cordeles y cabellos. Don<br />

Álvaro evitó tocar siquiera ninguno de aquellos<br />

infames fetiches.<br />

—¿Qué hacer aquí de nuevo y qué querer de<br />

Bwam´dala? —le dijo a la chica.<br />

—Vengo a que conviertas el cuchillo de él en<br />

uno como el mío.<br />

El hombre miró al escriba y este dudó. Dársela<br />

significaría quedar desarmado ante aquel hombre<br />

amenazante y, por lo tanto, se limitó a mostrarla<br />

desde su posición.<br />

—Bwam´dala no convierte cuchillos —negó<br />

con la cabeza—. Bwam´dala sabe cuáles cortan<br />

y cuáles no.<br />

—Este es un buen cuchillo castellano —asintió<br />

el escriba—, bien templado y afilado. Os aseguro<br />

que corta con precisión.<br />

—Tu cuchillo no cortar sombras —dijo el herrero—,<br />

porque cuchillo estar vivo.<br />

Don Álvaro frunció el ceño.<br />

—¿Que mi cuchillo está vivo? —preguntó incrédulo<br />

ante lo que escuchaba.<br />

—Cuchillo no servir en el mundo muerto, porque<br />

cuchillo ser del mundo vivo. Ven.<br />

Y entonces se levantó y se perdió entre las sombras<br />

del rincón más oscuro de la cabaña. Don Álvaro<br />

no guardó su arma, miró a la chica y esta<br />

asintió. Entonces siguió al hombre con absoluta<br />

precaución y dispuesto a defenderse si se viese<br />

atacado. El herrero se había metido tras la única<br />

pared de madera que ocultaba el fondo del chamizo.<br />

Al acerarse a ella un hedor asfixiante atenazó<br />

sus sentidos. El macabro espectáculo que<br />

le aguardaba tras aquellas maderas hizo que palideciese:<br />

un incontable número de cuerpos humanos<br />

muertos y momificados estaban sentados<br />

grotescamente sobre montones de huesos y calaveras<br />

en diversos estados de descomposición. El<br />

herrero le sonrió y el castellano dio un paso hacia<br />

atrás, señalándole amenazante con su cuchillo.<br />

—No te acerques a mí.<br />

—Bwam´dala no querer tus huesos. Bwam´dala<br />

no querer cuchillo vivo. Hombres muertos dormir<br />

junto cuchillos muertos. Cuchillos muertos<br />

servir para cortar seres muertos.<br />

Junto a los cuerpos profanados vio un gran número<br />

de cuchillos, machetes y espadas oxidadas,<br />

melladas e incluso quebradas, ordenadas sobre


57<br />

Christall<br />

una mesa de madera enrojecida. El escriba había<br />

oído hablar de los saqueadores de tumbas, pero<br />

aquella locura no tenía nombre racional posible.<br />

—No pienso profanar cadáveres humanos —<br />

negó el español con firmeza—. Mellaré mi propio<br />

cuchillo para que quede como el de ella —<br />

señaló a la muchacha.<br />

—Cuchillo herido no ser cuchillo muerto. Cuchillo<br />

solo morir en manos de hombre muerto.<br />

Mucho tiempo pasa hasta que cuchillo muere.<br />

—¿Has robado ese cuchillo? —Preguntó entonces<br />

el escriba a la muchacha —¿Dónde lo en contraste?<br />

¿Era de algún pirata asesinado?<br />

—No –respondió ella—. El cuchillo es mío.<br />

—Ser cuchillo ahogado —aseguró el hechicero—.<br />

Ella ser ahogada.<br />

Había escuchado la historia de la chica tirada<br />

por la borda del barco pirata, incluso la superstición<br />

de los marinos hacia el “espíritu” de la<br />

chica que rondaba el puerto vengando su propia<br />

muerte. Había sentido el frío tacto de sus manos,<br />

y también se había adentrado con ella en los<br />

reinos de las tinieblas… pero siempre se había<br />

negado a aceptar aquello que ahora escuchaba.<br />

¿Realmente aquella joven era un espectro? La cabeza<br />

de don Álvaro comenzó a dar vueltas y se<br />

sintió profundamente mareado. La chica le observaba<br />

impasible.<br />

—Quiero irme de aquí, no quiero saber nada de<br />

todo esto —dijo el español, inspirando profundamente.<br />

—Tú necesitar arma. Tú estar en mundo<br />

muerto.<br />

—¡Yo no estoy muerto! –estalló el español.<br />

—No estar muerto. Pero haber entrado en mundo<br />

muerto. Dentro de ti sonar tambores rituales.<br />

La puerta estar abierta.<br />

—¿Qué estás insinuando? —dijo. Y comenzaron<br />

a sonar en la profundidad de su conciencia,<br />

una vez más, los tambores lejanos de la bodega<br />

del galeón. Aquellos que los esclavos hicieron<br />

retumbar junto a sus plegarias la noche de la tormenta<br />

en la que llegaron al puerto. Aquellos que<br />

golpeaban su pecho cada vez que las sombras se<br />

abrían ante él.<br />

—El hombre blanco poner cadenas a los hombres.<br />

Los hombres pedir a los espíritus antiguos<br />

que les liberen de cadenas. Los espíritus antiguos<br />

liberan a los hombres de cadenas.<br />

—¿Arrojándoles al mundo de los muertos? –<br />

acusó el escriba, furibundo.<br />

—Nadie saber que haber al otro lado de la<br />

puerta.<br />

—He estado allí. He visto lo que hay en el mundo<br />

de las tinieblas.<br />

—Solo haber visto la puerta. Espíritus antiguos<br />

haberte enseñado la puerta. Español no haber<br />

cruzado la puerta. Nadie regresar.<br />

—Ella sí regresó —contestó don Álvaro señalando<br />

a la muchacha. El hechicero la miró.<br />

—Ella no querer cruzarla pero deber hacerlo.<br />

Español ser libre para hacerlo, chica no serlo, estar<br />

obligada, estar muerta. Y si no hacerlo, salir<br />

de dentro para buscarla y llevarla.<br />

—No voy a permitirlo —aseguró don Álvaro—.<br />

Dame una de esas espadas, tengo oro para pagarte.<br />

—No querer oro –contestó el hechicero—. Darme<br />

mechón de pelo tuyo.<br />

—Vive Dios que no lo haré.<br />

El español cogió una vez más de la mano a la<br />

muchacha y sin dejar de apuntar con el cuchillo<br />

al hechicero salió de la cabaña. La oscuridad se<br />

extendía a su alrededor pese a haber entrado de<br />

lleno la mañana.<br />

—Volvamos –ordenó a la muchacha. Ella asintió,<br />

silenciosa en todo momento.<br />

Pero cuando dieron los primeros pasos para<br />

adentrarse de nuevo en la jungla, una sombra<br />

acechante se deslizó a su espalda. Y dándose<br />

cuenta de ello por su continuo estado de alerta,<br />

el español se giró para plantar cara al agresor,<br />

pues sin duda lo era.<br />

La voz del hechicero estalló con furia.<br />

—¡Tú llevarme hasta la puerta!, ¡Tú marcar con<br />

sangre el camino de sombra! –clamaba saltando<br />

sobre él con un bestial cuchillo en su mano.<br />

Don Álvaro esquivó el tajo saltando hacia un lado,<br />

y sin pararse a pensar blandió su hoja para clavarla<br />

en el costado del hechicero. La sangre brotó<br />

entonces y encendió la furia del salvaje, que cargó<br />

como un titán contra el escriba, que a su lado<br />

parecía un hombre muy pequeño pese a ser de


58<br />

Christall<br />

considerable altura. Un haz de acero macilento<br />

buscó su sangre, pero el movimiento del brujo<br />

era tan pesado y lento que no supuso problema<br />

en exceso para aquel hombre ducho en el arte de<br />

la esgrima. Con una ágil finta giró sobre sí mismo<br />

y atravesó con su arma el pecho del desdichado<br />

“herrero”.<br />

—No te voy a llevar a ninguna parte —le dijo<br />

cuando este se desplomó—. Vas a cruzar esa<br />

puerta por ti mismo —miró fijamente el cadáver<br />

del hombre—, y rendirás cuentas al otro lado por<br />

tus crímenes.<br />

La muchacha asistió impasible a aquella pelea.<br />

Una vez concluida se acercó al español.<br />

—¿Cogemos ahora una espada de dentro?<br />

Don Álvaro asintió.<br />

—Al otro lado no puedo ayudarte con mi cuchillo.<br />

Ven, cogeré una espada adecuada —dijo<br />

volviendo hacia la choza.<br />

Y así lo hizo. Entró en la cabaña y observó las<br />

armas muertas. Encontró una ligera y bien templada<br />

pese a las mellas de su filo apagado. Era<br />

una espada que se adaptaba perfectamente a<br />

su estilo escolástico de combate. Pero también,<br />

como la mayoría de las espadas muertas, llevaba<br />

consigo una maldición contra todos los que la<br />

profanasen.<br />

Y el español lo estaba haciendo.<br />

Continúa el próximo número.<br />

Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />

Géraldine de Janelle en su web.<br />

Boebaert<br />

¿Conocéis a Otto? Es un pequeño perro, ajeno al amanecer zombi, que descubre que su amo se encuentra<br />

“un poco raro”. Contamos con sus extrañas tiras cómicas con nosotros cada mes. ¡No os lo perdáis!


oemario<br />

59<br />

Entes moradores<br />

Una ráfaga de luz, un segundo sin fin,<br />

un misterio en la nada donde me desvanecí,<br />

me oculté en el temor a lo desconocido<br />

pero hallé paz al ver su rostro rezagado.<br />

No soy dios para juzgar, ni un súbdito para obedecer,<br />

soy solo un grano de tierra azotado por la tempestad,<br />

en cambio él es capitán de moradores estelares<br />

que surcan galaxias en su nave nodriza.<br />

Un planeta llamado tierra, una galaxia llamada<br />

[vía láctea,<br />

solo una pieza de un puzzle sin fin,<br />

solo una mota de polvo de un reinado sin rey,<br />

un universo habitado por entes que acechan.<br />

Me fue otorgado un mensaje como nuevo profeta,<br />

una ráfaga de luz, un segundo sin fin,<br />

un misterio en la nada donde se me reveló la verdad,<br />

«navegad en el caos de nuestra fulminación».<br />

Somos peces que naufragan bajo las olas<br />

de aquel pescador que se lanza a la mar,<br />

somos frágiles gotas de agua que descienden,<br />

que observan las alturas para no ver su fin.<br />

Conocí la inmensidad de cuanto se desconoce<br />

y la pequeñez de nuestro poder al conocer,<br />

ser antropomorfo de piel verdosa y escamosa,<br />

cuya mirada audaz penetró en mi corazón.<br />

Nuestras miradas se unieron no por mera casualidad,<br />

pues aquel ante mi manipuló mi subconsciente,<br />

me hizo entrega de una carga que pesa y me ancla,<br />

pero agradezco la abducción que me hizo conocedor.<br />

Un poema de ficción de Chris Martin L.<br />

Si te ha gustado puedes seguirle en facebook, en este blog, o en este otro blog.


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