You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
16+
Valinor. Revista Editorial.<br />
Ilustración de portada: Daniel Alarcón.<br />
Equipo de la Revista Valinor:<br />
Jessica Tornos. Redacción, prensa.<br />
Myriam Crespo. Redacción, ilustración.<br />
Violeta Moreno. Redacción, corrección.<br />
Diego Bober. Redacción, maquetación, diseño gráfico.<br />
Contacto:<br />
Correo de la revista: revista@editorialvalinor.com<br />
Correo de la editorial: info@editorialvalinor.com<br />
www.editorialvalinor.com<br />
Revista Valinor by Editorial Valinor is licensed under a Creative Commons<br />
International License.<br />
No se permite el uso comercial de la revista.<br />
Queda prohibida la modificación de la revista y su contenido.<br />
Todos los derechos de los textos e imágenes pertenecen a sus autores,<br />
en caso de ser citados deberá ser mencionada siempre su autoría.
Comenzar un proyecto es siempre algo<br />
ilusionante: emprendemos con energías,<br />
llenos de ideas y entusiasmados con lo que<br />
puede llegar a ser. En todos los viajes, al principio<br />
los aventureros bromean, juegan y se divierten,<br />
cantan canciones y aprovechan para<br />
conocerse mejor. Más adelante vendrán los<br />
obstáculos y las dificultades, pero el inicio de<br />
una aventura rara vez es menos que perfecto.<br />
Lo verdaderamente difícil es perseverar, seguir<br />
adelante, tener continuidad y constancia.<br />
Y en un mundo como el actual, en el que la información<br />
caduca en el tiempo que se tarda en<br />
enviar un tweet y los intereses se agotan con<br />
tanta rapidez, llevar a buen puerto un proyecto<br />
con tesón y además contando con el apoyo<br />
y la atención del público no es nada fácil.<br />
Han pasado ya cuatro meses desde que vimos<br />
la luz. La gran acogida que nos dispensasteis<br />
en el primer número no ha hecho más<br />
que aumentar. Cada mes tenemos más lecturas,<br />
cada número hay más relatos y mejores<br />
contenidos que ofrecer. Tenemos material<br />
para los próximos tres números, y aun así seguimos<br />
recibiendo colaboraciones. Y estamos<br />
encantados.<br />
Nuestro símbolo es un barco, una nave que<br />
se dirige hacia el lugar donde todo es eterno,<br />
donde nada caduca ni pasa de moda, donde<br />
todo lo auténtico prevalece. Y en el<br />
que cabe mucha gente. Cada uno de nuestros<br />
lectores le da sentido al sueño que todos<br />
compartimos, nos hace sentirnos un poco menos<br />
locos. Y cada uno de nuestros colaboradores<br />
aporta algo único y especial a la revista<br />
Valinor, tanto los esporádicos como los que<br />
vienen para quedarse o los que repiten de vez<br />
en cuando.<br />
En este cuarto número damos las gracias de<br />
nuevo (nunca será suficiente) a todos los que<br />
estáis ahí, al otro lado, y también a los que han<br />
estado aquí, remando con nosotros. Podéis seguir<br />
enviando vuestros relatos o artículos para<br />
que podamos publicarlos a partir de octubre.<br />
Esto está en marcha, amigos. Pronto perderemos<br />
de vista el puerto. Como dijo el sabio, el<br />
camino sigue y sigue desde la puerta…<br />
El equipo de Editorial Valinor<br />
¿Quieres ser publicado en nuestra revista?<br />
Envíanos tus relatos cortos, noticias,<br />
anuncios, artículos, poemas, microrrelatos,<br />
fotografías o ilustraciones a:<br />
revista@editorialvalinor.com
COLABORACIONES<br />
Para este viaje hemos contado con la ayuda de:<br />
Mavi Aparisi, artículista.<br />
G. Escribano, escritor.<br />
Daniel Alarcón, ilustrador.<br />
The Game Kitchen, estudio de videojuegos.<br />
M. Floser, escritor.<br />
Miguel Tofiño Vian, escritor.<br />
M.A. Álvarez Rodríguez, escritora.<br />
María Elijo López “Nullien”, escritora.<br />
Ángeles Mora, escritora.<br />
Géraldine de Janelle, escritora.<br />
Boebaert, ilustrador.<br />
Chris Martin L., escritor.<br />
GRACIAS A TODOS<br />
En memoria de Euronyma<br />
Almirante de la Mar Océana<br />
julio 2005 - julio 2014
SUMARIO<br />
Noticias<br />
Breve repaso a la actualidad que nos interesa.<br />
PAG. 6<br />
Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />
Por Mavi Aparisi.<br />
PAG. 8<br />
Garcan, el hijo del dios<br />
Relato de fantasía épica por G. Escribano.<br />
PAG. 13<br />
Imaginarium<br />
Daniel Alarcón, ilustración.<br />
PAG. 18<br />
Entrevista a The Game Kitchen<br />
Equipo desarrollador del juego “The Last Door”.<br />
PAG. 25<br />
Esvástica<br />
Relato de terror por M. Floser.<br />
PAG. 31<br />
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
Relato de fantasía épica por Miguel Tofiño Vian.<br />
PAG. 37<br />
Un puñado de relatos<br />
Relato de fantasía y misterio por M.A. Álvarez Rodríguez.<br />
PAG. 43<br />
Subciudad<br />
Un relato de ciencia ficción por María Eijo López “Nullien”.<br />
PAG. 47<br />
El extraño<br />
Relato de terror por Ángeles Mora.<br />
PAG. 50<br />
Christall<br />
Serie de relatos de terror y aventuras por Géraldine de Janelle.<br />
PAG. 55<br />
Otto<br />
Tira cómica de Boebaert.<br />
PAG. 58<br />
Entes moradores<br />
poemario<br />
Un poema de ficción de Chris Martin L.<br />
PAG. 59<br />
5
Noticias<br />
¡Ganadores de los premios Locus 2014!<br />
Otorgados en Seattle por la revista del mismo nombre, los Premios Locus son uno de los pesos<br />
pesados en la literatura fantástica y de ciencia ficción.<br />
El pasado 28 de junio se fallaron en la ciudad de Seattle, en Estados Unidos, los famosos Premios<br />
Locus, galardones que cada año concede la revista homónima por medio de una encuesta entre sus<br />
lectores y que este año han recaído sobre James S.A. Corey, Neil Gaiman y Ann Leckie , quienes<br />
han resultado ganadores en las principales categorías: “Mejor novela de ciencia ficción”, “Mejor<br />
novela de fantasía” y “Mejor primera novela”.<br />
Mejor novela de ciencia ficción<br />
“Abaddon’s Gate” de James S. A. Corey (Orbit)<br />
Mejor novela de fantasía<br />
“The Ocean at the End of the Lane” de Neil Gaiman<br />
(Morrow / Roca Editorial)<br />
Mejor primera novela<br />
“Ancillary Justice” de Ann Leckie<br />
(Orbit / Ediciones B próximamente)<br />
Mejor novela juvenil<br />
“The Girl Who Soared Over Fairyland and Cut the Moon in two”<br />
de Catherynne M. Valente (Feiwel and Friends)<br />
Mejor novela corta<br />
“Six-Gun Snow White” de Catherynne M. Valente<br />
(Subterranean)<br />
Mejor relato<br />
“The Sleeper and the Spindle” de Neil Gaiman<br />
(Rags and Bones, Little, Brown)<br />
Mejor relato corto<br />
“The Road of Needles” de Caitlín R. Kiernan<br />
(Once Upon a Time: New Fairy Tales, Prime Books)<br />
También podéis consultar la lista completa de premiados en<br />
la página Web oficial de Locus.<br />
6
7<br />
Noticias<br />
La nueva novela de Brandon Sanderson, “La Espada infinita:<br />
El despertar” verá la luz este verano a través de Ediciones B<br />
El libro está basado en el famoso videojuego de rol “Infinity Blade: The Awakening”.<br />
“La espada infinita: El despertar”, la nueva novela de<br />
Brandon Sanderson (“Elantris” y “Nacidos de la bruma”)<br />
será publicada en España y en castellano. El libro, estará<br />
disponible en edición en rústica con solapas (aproximadamente<br />
unas 180 páginas) al precio de 16€.<br />
“La espada infinita: El despertar” es una novela corta basada<br />
en el videojuego de rol “Infinity Blade: The Awakening”<br />
publicado en el año 2010 y que fue desarrollado por Epic<br />
Foto: Chair Entertainment<br />
Games y Chair Entertainment. Un libro sobre el que el propio<br />
Brandon Sanderson ha declarado que: “La historia ha sido divertida de escribir de principio a<br />
fin. Me lo he pasado pipa con ella y ha salido bastante bien. He podido jugar con la idea de mezclar<br />
medios de entretenimiento: la novela también se vende dentro del juego y, en conjunto, fusionan la<br />
narrativa con la jugabilidad. Creo que nuestro mundo cambiará de formas interesantes a medida<br />
que los libros, los videojuegos y el cine se mezclen.”<br />
“The Expanse” La serie de ciencia ficción y space opera que<br />
nos traerá el canal Syfy<br />
Foto: Trilogía James S. A. Corey, los libros en los<br />
que se basará la serie “The Expanse”<br />
Algunos ya la han bautizado como la versión espacial<br />
de “Juego de Tronos”, aunque la verdad<br />
no creemos que haya dragones —ni tampoco se<br />
desarrollará en Poniente— nada más lejos de la<br />
realidad, esta space opera está basada en las novelas<br />
escritas por James S. A. Corey, pseudónimo<br />
de Daniel Abraham y Ty Franck. Hasta la fecha<br />
se han publicado tres títulos de esta saga: “Leviathan<br />
Wakes” (2011), “Caliban´s War” (2012) y<br />
“Abaddons Gate” (2013) y los autores ya han confirmado<br />
que habrá más novelas próximamente.<br />
Así que de momento la única información de la que disponemos de “The Expanse”, la serie de<br />
SYFY, es que el canal ha encargado diez episodios para la primera temporada de este drama de<br />
ciencia ficción situado doscientos años en el futuro, el cual sigue los pasos de una joven desaparecida,<br />
un duro detective y el capitán de una nave en una carrera a través del sistema solar para<br />
exponer la mayor conspiración de la historia humana.<br />
“The Expanse”, la serie, adaptará los tres libros anteriormente citados y, según palabras del presidente<br />
de SYFY, Dave Howe, será la producción más ambiciosa hecha por el canal hasta la fecha.
DAS UNHEIMLICH<br />
o la sensación de lo siniestro<br />
en la literatura<br />
Un artículo de Mavi Aparisi<br />
«La Naturaleza es un templo cuyos vivientes pilares, dejan a veces escapar confusas palabras.»<br />
“Las flores del mal”, Charles Baudelaire.<br />
Sales de casa como cualquier otra mañana. Te diriges<br />
a la parada de siempre. El autobús llega.<br />
Subes. No hay ningún asiento libre y te coges a una<br />
de las barras, detrás de alguien que te da la espalda. El<br />
conductor efectúa una maniobra brusca y la persona<br />
que hay delante se vuelve hacia ti. Entonces sucede.<br />
No puedes creerlo. Es tal cual tú. El mismo rostro, el<br />
mismo color de ojos, el mismo pelo, la misma altura,<br />
el mismo cuerpo, la misma forma de vestir, la misma<br />
cicatriz en la ceja. Sientes una extraña desazón. Él<br />
también. No sabes definir lo que te pasa. Él tampoco.<br />
Es la sensación de lo siniestro.<br />
Se ha derramado mucha tinta intentando expresar<br />
lo siniestro, o lo ominoso, interpretación del<br />
término alemán Das Unhemlich, que literalmente<br />
significaría “lo inhóspito”.<br />
En lo que todos los estudiosos acerca de tan arduo<br />
y subjetivo asunto están de acuerdo es en<br />
que debería tratarse a través de la estética y no<br />
de la ontología, ya que de lo contrario su investigación<br />
sería demasiado terrible, porque ahonda<br />
en lo profundo del alma, en lugares del ser<br />
humano que probablemente todavía no conozcamos;<br />
o, mejor, del ser humano relacionado con<br />
el universo entero. La estética, más próxima a la<br />
metáfora y al simbolismo, entendida no únicamente<br />
como la doctrina de lo bello, sino como<br />
ciencia de las cualidades de nuestra sensibilidad,<br />
suavizaría esta intrincada búsqueda del significado<br />
de lo siniestro, que aparece en todas las<br />
culturas y sus correspondientes mitos. Es interesante<br />
que unheimlich, una palabra con diversas<br />
acepciones semánticas, incluya a su antónimo heimlich,<br />
referido a lo que nos resulta familiar o grato,<br />
pero también a algo que se mantiene oculto,<br />
unheimlich, un temor ancestral que conservamos<br />
en la infancia y después olvidamos, germinando<br />
cuando menos lo esperamos, amedrentándonos<br />
con su espeluznante apariencia habitual. Por eso<br />
genera atracción y repulsión a la vez, miedo y<br />
placer, comodidad e inquietud.<br />
Si hay dos autores clásicos dentro de cuyas<br />
obras encontramos esa sensación en todas o casi<br />
todas sus representaciones son E.T.A. Hoffmann<br />
(1776-1822), iluminador de Freud para la elaboración<br />
de su excepcional ensayo Lo siniestro<br />
(1919), en el que, inspirado por Ernst Jentsch, y<br />
basándose en un antiguo manuscrito, expone sus<br />
teorías desde la literatura; y Guy de Maupassant<br />
(1850-1893), a quien recurrió Jacques Lacan con<br />
igual sentido.<br />
Al inicio del artículo he osado fabular sobre una<br />
casual y cotidiana situación que podría llevarnos<br />
a sentir lo siniestro, el encuentro con nuestro<br />
doppelgänger o “doble”, un “otro” idéntico con la<br />
capacidad de arrastrarnos a la duda de la propia<br />
existencia; el “otro yo”, cuyos pensamientos<br />
se nos encadenarían, suscitándonos la ansiedad<br />
más aterradora, pues los dos sabríamos lo que<br />
piensa “el otro”, que a su vez seríamos nosotros<br />
mismos; lo cual nos conduciría, en una espiral<br />
de locura, a perder el dominio del propio “yo”,<br />
colocando el ajeno en su lugar, desdoblándolo,<br />
partiéndolo y sustituyéndolo. La índole siniestra<br />
del doble obedecería a su originaria formación<br />
perteneciente a épocas psíquicas primitivas y<br />
superadas por la humanidad, en las cuales tenía<br />
un concepto menos hostil, como una medida de<br />
seguridad contra la aniquilación del yo retratada<br />
en el ánima inmortal. Éste es uno de los recursos<br />
más considerados y utilizados para esclarecer<br />
esa escalofriante percepción, engarzado con la<br />
relación que, según O. Rank, establece el sujeto<br />
con el espejo y su imagen reflejada, sobre todo<br />
en penumbra.<br />
8
9<br />
Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />
Hoffmann, trata “el doble” como una trama redundante,<br />
que se muestra de manera evidente<br />
en Los elixires del diablo (1815), una de las obras<br />
cumbre del romanticismo alemán, muy unido en<br />
cualquiera de sus expresiones artísticas a lo unheimlich.<br />
Su protagonista, el virtuoso monje Medardo,<br />
tras degustar los elixires mencionados, va<br />
progresivamente derivando a un estado de desintegración<br />
personal en el que converge con el<br />
conde Victorino, su “doble maléfico”, el que le<br />
incita a lo perverso, del que procura huir con la<br />
suspicacia constante de si es ilusión o realidad,<br />
mientras su espíritu se pierde en un abismo de<br />
atrocidades donde irrumpe, fuerte y desesperado,<br />
un amor trágico y puro entremezclado con<br />
unos complicados lazos de sangre.<br />
Maupassant, con El Horla (1887), vocablo francés<br />
sin traducción al que, si nos atrevemos a<br />
despiezar, podemos convertir en hors-la, cuyo<br />
sentido aproximado sería “lo que está más allá,<br />
fuera de la consciencia”, da otra vuelta de tuerca<br />
al doble de Hoffmann, llegando su personaje<br />
principal al vértigo de la insania, con un desasosiego<br />
que se manifiesta desde el principio. El<br />
protagonista, descansando en su casa de campo,<br />
ve un barco brasileño que navega por el cercano<br />
río Sena y lo saluda impulsivamente. Al realizar<br />
aquel gesto hacia el extraño y magnífico navío,<br />
que parece venir “del Otro Mundo”, permite, sin<br />
saberlo, la entrada a una especie de doble maligno<br />
al que llama “El Horla”. El relato denota con<br />
maestría la angustia que se va apoderando de<br />
un hombre que ve cómo ese algo o alguien está<br />
introduciéndose en su vida de forma velada e<br />
intangible. Comienza sufriendo pesadillas en las<br />
que algún ente pretende estrangularlo o sorbe su<br />
sangre, y además descubre como alguien bebe el<br />
agua y la leche que él deja en su habitación. Por<br />
último, acabará siendo supuestamente poseído<br />
por la criatura, que gobierna todas sus acciones<br />
y reflexiones hasta llevarlo a un final fatal.<br />
Entras en tu habitación tras un día agotador y, sin<br />
ningún motivo aparente, orientas la mirada hacia el<br />
mueble donde está sentado aquel arlequín de porcelana<br />
vestido de rombos que te regalaron hace años. Ya<br />
casi no recordabas que estaba allí, pero ahora lo observas<br />
con atención. Sí, lo notas. Estás segura de que ha<br />
parpadeado, de que ha girado los ojos para mirarte. El<br />
terror te paraliza. Y parece que sonríe, curvando sus<br />
labios tan tristes, tan cuidadosamente perfilados. No<br />
quieres admitirlo, mas sabes que lo estás viendo.<br />
La duda de que un objeto sin vida esté de algún<br />
modo animado, como el arlequín del párrafo anterior<br />
y, a la inversa, de que un ser animado sea<br />
en efecto viviente, impresión que podemos sentir<br />
al contemplar el cuerpo de alguien querido que<br />
acaba de morir, son otras dos tesituras, distintas<br />
aunque paralelas, que nos pueden encaminar a<br />
esa inexplicable sensación de lo siniestro.<br />
Hoffmann materializa perfectamente esa desazón<br />
en uno de sus Cuentos nocturnos, El arenero<br />
(1817), una narración repleta de simbología de<br />
lo siniestro. Este relato nos cuenta como el joven<br />
estudiante Nataniel se enamora de la hija de<br />
uno de sus profesores, Olimpia, a la que espía<br />
con un catalejo, obsesionándose con su encanto<br />
misterioso y sereno, hasta descubrir que resulta<br />
ser una muñeca automática de turbadores ojos,<br />
lo cual le hace caer en una grave crisis nerviosa.<br />
Maupassant describe esta alteración en el bello,<br />
atormentado y abrumado estilo que le caracteriza:<br />
“Tengo miedo de los muros, de los muebles, de<br />
los objetos familiares que se animan, para mí, de una<br />
especie de vida animal.”<br />
Una tarde pesada piensas en dar un paseo por el<br />
campo. Te apetece estar solo. Necesitas estar solo.<br />
Echas a andar embutido en tus pensamientos, adentrándote<br />
más y más en un tupido bosque. Te sientes<br />
bien, descansas en un claro, bebes el agua cristalina de<br />
un manantial cercano y decides volver. Te encuentras<br />
como nuevo. Reanudas la marcha satisfecho y, cuando<br />
parece que ya has dejado atrás el bosque, te das cuenta<br />
de que has vuelto al claro del manantial. Piensas<br />
que ibas distraído y decides volver a caminar poniendo<br />
los cinco sentidos. Desandas el camino, suspiras<br />
con alivio, miras a tu alrededor y… de nuevo el claro.<br />
Pruebas otra vez. Y otra. El claro. Se apodera de ti<br />
una extraña e inquietante angustia. Te sientas en el<br />
suelo con la cabeza entre las manos. Llega el pánico,<br />
pero sigues intentándolo. Por fin consigues salir del<br />
bosque, aunque sabes que nunca olvidarás esa agonía.<br />
Es la repetición de lo semejante, opresiva vivencia<br />
que acerca hasta nosotros lo unheimlich,<br />
como cuando un número concreto se nos presenta<br />
en determinados momentos del día. O como,
Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />
después de soñar con alguien a quien no vemos<br />
desde hace años, percibimos que ahora nos lo<br />
tropezamos insistentemente, en diferentes circunstancias<br />
donde nunca habíamos coincidido.<br />
La justificación que se da al desvelo que nos atenaza<br />
en tales trances es la de que, al parecer, la<br />
actividad psíquica inconsciente está dominada<br />
por un impulso de repetición, compulsiva e instintiva,<br />
lo suficientemente poderosa para sobreponerse<br />
al principio del placer cotidiano.<br />
Es siniestra, pues, la repetición de un acontecimiento<br />
en condiciones idénticas, sea mediante la<br />
reiteración de lo semejante o por medio del regreso<br />
involuntario a un mismo punto, de manera<br />
que nos hace parecer ominoso lo que en otras circunstancias<br />
pasaría inadvertido, sugiriéndonos<br />
la idea de lo fatídico, de lo inevitable, donde en<br />
otro caso sólo habríamos visto una casualidad.<br />
Aquí es lo reprimido que resurge, el pánico hecho<br />
realidad, lo perturbador del déjà vu.<br />
En Hoffmann y Los elixires del diablo, este incesante<br />
retorno de lo semejante se forja dentro de<br />
un turbio relato de adulterios, crímenes e incesto,<br />
formando un compendio de nombres que dan<br />
lugar únicamente a la reproducción del mal, lo<br />
que Freud describió como “… la repetición de los<br />
mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, actos criminales,<br />
aún de los mismos nombres en varias generaciones<br />
sucesivas.”<br />
Según Roland Barthes, el torturado Maupassant<br />
desayunaba en la Torre Eiffel porque era el<br />
único espacio de París desde donde no podía ver<br />
dicha torre, la multiplicación de su estampa por<br />
toda la ciudad.<br />
Te sientas en tu mesa de trabajo. Alzas la mirada y<br />
observas con rabia a uno de tus compañeros. Es un<br />
completo vago, un incompetente, pero sabe venderse<br />
muy bien. No lo soportas. Más que eso, lo odias. En<br />
este momento quisieras que le pasara algo malo o ridículo,<br />
sería una dulce venganza para ti. De pronto,<br />
un ruido brusco sacude tus elucubraciones y encauzas<br />
la mirada hacia esa dirección. Ahí está tu aborrecido<br />
compañero. En el suelo con cara de asombro. Su silla<br />
se ha roto de repente y las carcajadas generalizadas<br />
atronan la sala. Tú, que deberías unirte a las burlas de<br />
los demás, te sientes extraño, paralizado por el impacto<br />
de que ha sucedido lo que deseabas, con una mezcla<br />
de culpa y superioridad que te asusta.<br />
La omnipotencia del pensamiento, residuo de<br />
una pretérita actividad animista, es otra de las<br />
sensaciones asociadas a lo siniestro. Concebir<br />
que tienes la facultad de convertir tus deseos<br />
en realidad es, a la vez, algo atrayente y espantoso,<br />
que nos traslada al pensamiento mágico<br />
subconsciente, donde todo lo existente funciona<br />
como un engranaje del que cualquier ser, animado<br />
o inanimado, forma parte, y del que no puede<br />
huir.<br />
En E.T.A. Hoffmann destacamos esta omnipotencia<br />
del pensamiento en otro de sus cautivadores<br />
relatos, El magnetizador (1813), donde Alban,<br />
un magnetizador, o hipnotizador, es capaz de<br />
someter mentalmente a sus víctimas con lo que<br />
parece una maléfica fascinación.<br />
Curiosamente, en otra obra de Maupassant con<br />
título similar, Magnetismo (1882), el autor aborda<br />
el mismo asunto a partir de una tertulia nocturna<br />
en la que varios participantes cuentan historias<br />
referentes a misteriosos y alucinantes sueños que<br />
se tornan reales. Y con El Horla, Maupassant parece<br />
querer mostrarnos la fuerza de la vida psíquica<br />
y la incomprensión frente a las fuerzas de<br />
la naturaleza, que parecen tener un espíritu y voluntad<br />
propios ante los que el hombre se muestra<br />
totalmente vulnerable.<br />
Las posturas del género humano respecto a<br />
la muerte provocan asimismo la angustia de lo<br />
siniestro, considerada así cuando está asociada<br />
con cadáveres, apariciones y espectros, algo que<br />
se comprendería con la visión del primitivismo,<br />
pues, en este mundo tan “civilizado” y poco espiritual<br />
en que vivimos, la mayoría seguimos<br />
razonando igual que los “salvajes”. Aquel primigenio<br />
y supersticioso pavor a los muertos, el<br />
animismo atávico, preserva su influencia entre<br />
nosotros, dispuesto a manifestarse frente a cualquier<br />
detalle que lo evoque. Tras ello suele residir<br />
el temor prístino de ver al muerto como un<br />
enemigo del superviviente que quiere llevárselo<br />
al otro lado con él. Por efecto de la represión, se<br />
ha producido la práctica desaparición de esta<br />
creencia, transformándola en actitud de piedad<br />
hacia el muerto.<br />
Y una de las formas más extendidas y siniestras<br />
de la superstición es el recelo al “mal de ojo”, que<br />
parece provenir de la idea de que quien posee<br />
algo precioso, pero perecedero, teme la envidia<br />
10
11<br />
Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />
ajena, proyectando en los demás la misma envidia<br />
que el dueño de esta posesión habría sentido<br />
en lugar del prójimo. Tales impulsos suelen distinguirse<br />
por medio de la mirada, aunque uno<br />
se niegue a expresarlos en palabras. Y si alguien<br />
destaca por alguna manifestación notable, especialmente<br />
de carácter desagradable, tendemos a<br />
suponer que su envidia debe haber alcanzado<br />
una fuerza especial y que esta fuerza lograría<br />
transmutarla en actos. Se sospecha, pues, alguna<br />
secreta intención de dañar, y se admite que este<br />
propósito también dispone de suficiente energía<br />
nociva como para conseguirlo.<br />
Con referencia a esta nueva sensación volvemos<br />
en Hoffmann, a El arenero, el “hombre de la<br />
arena” que arranca los ojos a las criaturas. Nataniel,<br />
con cuyos recuerdos de niñez comienza el<br />
cuento fantástico, no consigue apartar los episodios<br />
vinculados a la sobrecogedora y enigmática<br />
muerte de su padre. En ciertas noches su madre<br />
solía acostar temprano a los niños, amenazándolos<br />
con que “vendría el hombre de la arena”, y el<br />
joven aún recordaba oír los rotundos pasos de un<br />
visitante que retenía a su padre la noche entera.<br />
Preguntaba a su madre quién era el “arenero”,<br />
pero ella no le prestaba demasiada importancia.<br />
Fue la niñera la que le dijo que se trataba de “un<br />
hombre malo que viene a ver a los niños cuando no<br />
quieren dormir, les arroja puñados de arena a los ojos,<br />
haciéndolos saltar ensangrentados de sus órbitas; luego<br />
se los guarda en una bolsa y se los lleva a la media<br />
luna como pasto para sus hijitos, que están sentados<br />
en un nido y tienen picos curvos, como las lechuzas,<br />
con los cuales parten a picotazos los ojos de los niños<br />
que no se han portado bien”. Aunque Nataniel no<br />
creía ya tan horripilantes cosas, el terror que éste<br />
le infundía quedó fijado en él. Decidió descubrir<br />
qué aspecto tenía y, una noche, se escondió en el<br />
despacho de su padre, reconociendo al abogado<br />
Coppelius, personaje malcarado que solía provocar<br />
espanto en los niños y que, desde entonces,<br />
Nataniel identificó con el arenero.<br />
Poco tiempo después, su padre y el huésped estaban<br />
junto al hogar, ocupados con unas brasas<br />
llameantes. Nataniel oyó exclamar a Coppelius:<br />
“¡Vengan los ojos, vengan los ojos!”, traicionándose<br />
con un grito de pánico y siendo atrapado por<br />
Coppelius, que quería arrojarle unos granos ardientes<br />
del fuego a los ojos, para echarlos luego<br />
a las llamas. El padre le suplica por los ojos de su<br />
hijo y el suceso termina con un desmayo seguido<br />
por una larga enfermedad. Un año después,<br />
con ocasión de otra visita del “arenero”, el padre<br />
muere en su despacho a consecuencia de una explosión<br />
y Coppelius desaparece sin dejar rastro.<br />
Esta reaparición de sus congojas infantiles, el<br />
estudiante cree evocarla en Giuseppe Coppola,<br />
un óptico ambulante italiano que le ofrece unos<br />
barómetros, y, ante la negativa, exclama en su<br />
jerga “¡Eh! ¡Nienti barometri, niente barometri! -ma<br />
tengo tambene bello oco… bello oco.” El horror de<br />
Nataniel se desvanece al advertir que los ojos<br />
ofrecidos son unas inofensivas gafas. Le compra<br />
a Coppola un catalejo de bolsillo con el que conoce<br />
a la mencionada Olimpia, cuyos ojos proveyó<br />
el óptico tras, según él, robárselos al estudiante,<br />
lo que hizo a éste caer en su crisis de locura al<br />
mezclar el incidente con sus recuerdos.<br />
Restablecido de la enfermedad, Nataniel anhela<br />
casarse con su antigua novia. Cierto día, paseando<br />
con ella, llegan a la plaza principal de la<br />
ciudad, donde se erige una alta torre. La joven<br />
le propone subir. Desde arriba, la atención de él<br />
es atraída por un personaje singular que avanza<br />
con las manos en los bolsillos, y al punto resulta<br />
poseído nuevamente por la demencia, pretendiendo<br />
precipitar a la joven al vacío. El hermano<br />
de ésta y mejor amigo de Nataniel, alertado<br />
por sus gritos, la salva y la hace descender a toda<br />
prisa. Arriba, el estudiante, enloquecido, corre<br />
de un lado a otro, exclamando: “¡Gira, rueda de<br />
fuego, gira!”. Entre la gente aglomerada se presenta<br />
Coppelius. Suponemos que su visión es la<br />
causa del desencadenamiento de la enajenación<br />
en Nataniel. Quieren subir para dominarlo, mas<br />
Coppelius dice, riendo: “Esperad, pues ya bajará<br />
solo”. El estudiante observa a Coppelius, y se<br />
precipita por la balaustrada con un grito agudo:<br />
“¡Sí! ¡Bello oco, bello oco!”. El hombre de la arena<br />
ha desaparecido entre la multitud.<br />
El sentimiento de lo unheimlich es inherente a la<br />
figura del arenero, a la idea de ser privado de los<br />
ojos. Herirse estos o perder la vista son motivos<br />
de horrible aprensión infantil. Este malestar persiste<br />
en muchos adultos, a quienes ninguna mutilación<br />
afecta tanto como esa. La desazón por la<br />
pérdida de los ojos, la aprensión a quedar ciego,<br />
es un sustituto frecuente de la angustia de castración.<br />
En el relato brota la intranquilidad por los
Das Unheimlich, o la sensación de lo siniestro en la literatura<br />
ojos íntimamente ligada a la muerte del padre, y<br />
el arenero retorna cada vez destruyendo el amor,<br />
primero separando a Nataniel de su novia y de<br />
su mejor amigo; luego destruyendo la primorosa<br />
muñeca Olimpia; finalmente, impulsándole al<br />
suicidio, justamente antes de la feliz unión con<br />
su prometida. Estos elementos adquieren valor<br />
cuando, en lugar del arenero, se coloca al temido<br />
padre, a quien se atribuye el propósito de la<br />
castración. Así, Freud, en su publicación, vincula<br />
el carácter siniestro del arenero al complejo de<br />
castración infantil.<br />
Es también destacable la presencia de lo unheimlich<br />
en los momentos de incertidumbre intelectual,<br />
cuando no parecemos capaces de discernir<br />
entre fantasía y realidad.<br />
En el caso de El arenero se juega constantemente<br />
con el planteamiento de que todo lo que está sucediendo<br />
ha podido ser fruto de la imaginación<br />
de Nataniel. Hay ocasiones donde el autor nos<br />
deja en suspenso acerca de si nos enfrentamos<br />
ante el primer delirio de un niño poseído por<br />
la desesperación o ante unos hechos que, en el<br />
mundo ficticio del cuento, habrían de considerarse<br />
verdaderos. Una concepción que cae más<br />
tarde por su propio peso al confirmar que los personajes<br />
de Coppelius y Coppola son el mismo:<br />
el arenero. Esta identificación da verosimilitud al<br />
relato. Se da lo unheimlich, sin embargo, cuando<br />
lo fantástico se produce en lo real; o cuando lo<br />
real asume la condición de lo fantástico, al desvanecerse<br />
los límites entre fantasía y realidad,<br />
cuando lo que habíamos tenido por fantástico<br />
surge ante nosotros como real, o cuando un símbolo<br />
asume la identidad y la importancia de lo<br />
simbolizado. Aquí, además, volveríamos a sentir<br />
el miedo a la locura.<br />
Leyendo El Horla, de Maupassant, observamos<br />
como la narración entera gira en torno a la duda<br />
entre la realidad y lo sobrenatural consiguiendo<br />
que, al final de la historia, ya no importe discernir<br />
la cuestión, porque ambas resultan funestas.<br />
el hombre creía sin vacilación, los escritores fantásticos<br />
no tomaban ninguna precaución para desarrollar<br />
una historia sorprendente. Desde el primer momento<br />
se adentraban en lo imposible y permanecían ahí,<br />
variando hasta el infinito las combinaciones inverosímiles,<br />
las apariciones, todos los ardides aterradores<br />
para crear espanto… Sin embargo, cuando al fin la<br />
duda ha penetrado en los espíritus, el arte se ha vuelto<br />
más sutil. El escritor ha buscado los matices, ha<br />
intentado rodear lo sobrenatural más que penetrarlo.<br />
Ha encontrado efectos terribles permaneciendo en los<br />
límites de lo posible, arrojando el alma a la vacilación,<br />
a la confusión.”<br />
Tal vez lo más inquietante, lo más terrorífico de<br />
lo unheimlich, sea que no lo hallamos en el escenario<br />
esperado, no necesita presentarse dentro<br />
de una vieja mansión deshabitada entre la soledad<br />
de la noche, o en un callejón oscuro con personajes<br />
amenazadores avanzando hacia ti, sino<br />
que emerge intempestivo, asaltando los objetos<br />
o actos cotidianos y familiares. Es la invasión de<br />
lo que no tendría que estar apareciendo, lo que<br />
Schelling definió como “todo aquello que debió haber<br />
permanecido en secreto, escondido, y sin embargo<br />
ha salido a la luz”.<br />
Si te ha gustado el artículo puedes seguir a<br />
Mavi Aparisi en su blog.<br />
Lo siniestro no opone lo fantástico a lo real, sino<br />
que se revela como su prolongación, cayendo así<br />
en una ambigüedad y una tensión no resuelta<br />
entre lo creíble y lo increíble, lo acostumbrado<br />
y lo extraordinario. Según Maupassant, “Cuando<br />
12
13<br />
Un relato de fantasía épica de G. Escribano<br />
Nota del transcriptor: como en muchas leyendas de Elisia, no conocemos al autor de esta narración. Es muy<br />
probable que en la formación del relato hayan participado tantos individuos como voces lo han recitado desde<br />
la Edad Arcaica, que es cuando pudo haber sido compuesto. Este texto ha sido reinterpretado en numerosas<br />
leyendas posteriores, además del ciclo ardulio. La recogí durante un viaje a Paretia, la capital dasgalia.<br />
Fdo: K. Grafos.<br />
«Bianna siempre fue la diosa más peligrosa de toda<br />
la creación. Incluso Garcan, el de corazón indomable,<br />
sucumbió a sus encantos en cierta oscura ocasión en<br />
la que...»<br />
Comentario de un anciano rapsodo de Paretia.<br />
—¿No estás harto de espadas encantadas?<br />
—¡Glub! —respondió Garcan.<br />
Tragó un pedazo de carne, emitió un regüeldo,<br />
se pasó el dorso de la mano por la cara y tendió<br />
la pierna de cordero al dásgalo Auledo. Un hilo<br />
de grasa chorreó sobre la hoguera, que chispeó<br />
y desplegó una llamarada hedionda. Los ojos<br />
del cerritano Garcan destellaron bajo el flequillo<br />
desgreñado.<br />
—En serio —insistió Auledo, agarró la pierna y<br />
trazó un arco alrededor—. Pregunta a todos estos<br />
guerreros, ya verás. Seguro que la mayoría<br />
cree que combatir con una espada encantada podría<br />
ganar esta mierda de guerra, porque a todos<br />
les han contado los mismos cuentos para niños.<br />
Que si la espada tiene tal poder divino, que si tal<br />
otro... que si fue forjada con meados de draco...<br />
Garcan alzó los hombros, se rascó la barba y encontró<br />
un trozo de cordero entre la mata de pelo.<br />
Lo arrojó a la oscuridad del campamento.<br />
—¿No creerás que es cierto, no? —interrogó<br />
Auledo.<br />
—Yo no creo nada —dijo Garcan con su vozarrón<br />
de bárbaro cerritano—. Es mejor así.<br />
—¡Oh, vamos! Todos los hombres creen en algo.<br />
Garcan gruñó.<br />
—Me callo, pero... —dijo Auledo. Arrancó un<br />
pedazo de cordero con los dientes y habló con la<br />
boca llena—. Un empacho, eso es lo que son las<br />
historias de espadas...<br />
—Cierra la boca —interrumpió Garcan con<br />
un gesto de desdén—, sobrevive a esta guerra<br />
y deja ya de pensar en tonterías. Te preocupas<br />
por cuentos de viejas mientras la vida sigue<br />
como una avalancha. Además —le señaló con un<br />
dedo—, tienes el vicio de llevar la contraria a los<br />
ancestros y eso no es bueno. Un poeta decente se<br />
limitaría a repetir las canciones de siempre...<br />
—Y una mierda, todo gran poeta...<br />
—Y además —atajó Garcan con dureza, cerrando<br />
la mano—, no sabes valorar el silencio.<br />
—Ya lo capto.<br />
—Me alegro.<br />
Se sumieron en el mutismo. Garcan apoyó los<br />
codos sobre sus recios muslos y sostuvo la barbilla<br />
con los puños, meditabundo, como un lobo<br />
que planea una cacería. Auledo terminó su parte<br />
del cordero y tendió la pierna goteante a un<br />
guerrero cerritano que permanecía callado junto<br />
a ellos.<br />
—¿Tú que opinas? —le preguntó Auledo.
Garcan, y la espada del lago<br />
14<br />
—Que el cordero está duro —farfulló. Y comió<br />
con el ceño fruncido.<br />
Al cabo de un rato, Garcan asintió con la cabeza<br />
y sonrió. En sus ojos brillaron las llamas.<br />
—¿Qué pasa? —soltó Auledo.<br />
—Que eres más listo de lo que pareces —Garcan<br />
se puso en pie—. Sobre todo, para ser un<br />
dásgalo extranjero. Se me ha ocurrido un plan<br />
para salvar a la tribu, ven conmigo.<br />
—¿Adónde?<br />
—A un sitio en el que es mejor que estés callado.<br />
Atravesaron el campamento en silencio. Garcan<br />
daba largas zancadas y Auledo, tres palmos más<br />
bajo, trotaba haciendo chocar su espada de antenas<br />
contra el muslo. Aquí y allá, los guerreros<br />
cerritanos permanecían callados alrededor de las<br />
hogueras, en apretados círculos de luz anaranjada<br />
que se resistían a sucumbir ante la oscuridad.<br />
Dos derrotas consecutivas frente a la alianza de<br />
mastienos y baetanos les habían sumido en una<br />
profunda desazón. Algunos estaban al límite de<br />
sus fuerzas; otros apenas soportaban el peso del<br />
fracaso; la mayoría había perdido la confianza en<br />
los dioses; y casi todos pensaban en una muerte<br />
rápida. Garcan los observó. Están en ruinas. Estamos<br />
en ruinas. No puedo permitirlo.<br />
Los hombres saludaron a Garcan con pesados<br />
cabeceos mientras que otros miraron de reojo a<br />
Auledo. Un poco más adelante, el graznido de<br />
unos grajos que picoteaban un montón de despojos<br />
sobresaltó al dásgalo, y un golpe de viento<br />
les trajo el hedor a carne podrida, a sudor, a caballo,<br />
a fuego y bosta.<br />
Por fin, se detuvieron frente a la única barraca<br />
del campamento, levantada con cañas trenzadas<br />
y unas pieles de lince sobre una suave loma. Garcan<br />
saludó al par de guerreros que había frente<br />
a la entrada, hoscos cerritanos que empuñaban<br />
lanzas y escudos ovalados, y posó su enorme<br />
mano en el antebrazo de Auledo.<br />
—Recuerda, es mejor que mantengas la boca<br />
cerrada.<br />
—La famosa hospitalidad cerritana, sí— murmuró<br />
Auledo.<br />
—Pero te pediré que cuentes la historia de<br />
la espada del lago. Entonces, hablarás. ¿Entendido?<br />
—¿La espada del lago?<br />
—Del Lago Corindón —gruñó Garcan—. Esa<br />
historia que me contaste en Malangosto. La espada<br />
con la piedra engastada, la bella mujer del<br />
lago y todo aquello.<br />
—¡Ah, sí! —se rascó bajo la oreja—. La recuerdo,<br />
pero... ¿por qué?<br />
—Ya lo verás —Garcan sonrió—. Tú procura<br />
mantener la calma cuando el edecán supremo<br />
pretenda cortarte la cabeza. Es solo una pose.<br />
—¿Una qué?<br />
* * *<br />
Dejaron el campamento antes de que rompiera<br />
el alba, armados y pertrechados con lo justo; a<br />
pie; en silencio. Auledo intentó hablar varias veces,<br />
pero Garcan acalló cada tentativa. Al cabo de<br />
un rato, mientras atravesaban una pertinaz niebla,<br />
caminando hacia el sur, el cerritano palmeó<br />
la espalda del dásgalo y rompió la quietud, ya<br />
lejos del ejército.<br />
—Lo hiciste bien — dijo sin más.<br />
—Casi me cago encima. Y me equivoqué en una<br />
parte de la historia. Y pensé que me iban a cortar<br />
la cabeza. Y que...<br />
—Salió a pedir de boca. El edecán respeta la tradiciones<br />
y los cuentos de viejas.<br />
—Pero no respeta mucho a los dásgalos.<br />
—Eso ya da igual —afirmó Garcan. Se detuvo<br />
alerta, indeciso con la ruta a seguir, como un<br />
depredador. La niebla impedía ver el bosque de<br />
carrascas más allá de un par de brazas—. ¿Has<br />
estado alguna vez en el Lago Corindón?<br />
—Una vez estuve cerca, a un día de viaje o así<br />
—dijo el dásgalo—. Está hacia el sur, en las estribaciones<br />
de las montañas sagradas. Pero por lo<br />
que he oído...<br />
Garcan chasqueó la lengua. Auledo le ignoró.<br />
—Por lo que he oído, quién muera en él, esto es,<br />
nosotros, verá sus deseos cumplidos al reencarnarse.<br />
Una mierda, vaya.<br />
—Esperanzador —gruñó Garcan, que echó a<br />
andar tras mirar alrededor—, pero nadie va a<br />
morir en ese lago. Mis planes son otros.
Garcan, y la espada del lago<br />
—Según dicen, la diosa...<br />
—Los dioses son asunto mío. Tú ocúpate de<br />
que lleguemos bien y de entretener a la gente de<br />
la aldea más cercana. Son primos de los baetanos,<br />
pero neutrales. Tendrás que extender nuestra<br />
hazaña como un buen poeta.<br />
—¡Bardolan fogoso! —Auledo sacudió la cabeza—.<br />
¿De verdad crees que en ese lago de mierda<br />
hay una espada encantada?<br />
—Yo no creo nada. Lo importante es que lo<br />
crean los demás guerreros. La moral... —Garcan<br />
selló los labios y se detuvo en tensión—. Un momento.<br />
—¿Qué pasa?<br />
—¡Chist!<br />
Una flecha cortó la mejilla de Garcan y se clavó<br />
en el tronco de una carrasca. El cerritano empujó<br />
al dásgalo hacia unos matorrales de jara y se<br />
arrojó tras él como una bestia. Rodaron por el<br />
suelo y se quedaron muy quietos, en medio de<br />
la niebla, ocultos tras los matojos. Aguantando la<br />
respiración para no hacer ruido.<br />
Sonó el zumbido de la cuerda de un arco. El silbido<br />
de una flecha. Silencio.<br />
—Exploradores mastienos —susurró Garcan<br />
tocándose la sangre del carrillo. Otro zumbido—.<br />
Pero creo que disparan al azar.<br />
—¿Qué hacemos?<br />
—Separarnos —murmuró Garcan—. Es más difícil<br />
cazar a dos presas diferentes. Tendrán que<br />
dividirse.<br />
—¿Me dejas solo en esta mierda de bosque?<br />
Garcan tocó el hombro de Auledo y le miró a los<br />
ojos con determinación. Una flecha se clavó en la<br />
tierra. Ambos se quedaron helados y, al momento,<br />
el dásgalo miró alrededor, respirando fuerte.<br />
—Nos veremos dentro de dos semanas en la aldea<br />
más cercana al Corindón, en el valle —Garcan<br />
levantó un dedo para acallar al dásgalo—.<br />
Extiende la historia de que vamos a por la espada<br />
del lago allí por donde pases.<br />
Una flecha silbó por encima de sus cabezas y se<br />
agacharon un poco más.<br />
—Me dejas solo en esta mierda de bosque —<br />
afirmó Auledo con tono de reproche. Garcan<br />
asintió sin más—. ¿Y qué vas a hacer?<br />
—Visitar a un amigo y conseguir una espada<br />
que pueda parecer encantada.<br />
—¡Oh, dioses! Esto no puede salir bien...<br />
* * *<br />
Fueron tres semanas en lugar de dos, pero al<br />
final se reunieron en el Valle del Corindón. Los<br />
cerritanos llamaban al lugar Embudo de Cadáveres,<br />
por la antigua y brutal batalla ocurrida allí<br />
entre los partolanos y los hombres errantes, los<br />
antepasados de las tribus. Era un sitio venerado,<br />
temido y, sobre todo, evitado por los hombres.<br />
Las faldas de las montañas, tapizadas de pastos<br />
amarillentos, eran un mosaico de necrópolis de<br />
los pueblos que habían muerto en aquella masacre.<br />
También había cabras salvajes rumiando<br />
aquí y allá, entre las tumbas milenarias, y buitres<br />
en lo alto. Un espeso bosque de pinos elisios<br />
ocupaba el centro del valle, que tenía perfil de u.<br />
Hacia el fondo, ascendía en enormes escalones.<br />
—Según los lugareños, ningún hombre ha salido<br />
vivo del bosque desde hace dos generaciones<br />
—dijo Auledo mirando la arboleda—. El maldito<br />
lago está hacia... ¿Estás seguro de que...?<br />
—¿Quieres ganar esta guerra?<br />
—¿Puedo ser sincero?<br />
Garcan gruñó y se rascó el muslo bajo la corta<br />
túnica blanca de ribete rojo. Auledo se ajustó el<br />
ancho cinto de cuero, el torques y sacudió la cabeza,<br />
sin apartar la mirada del bulto que el cerritano<br />
acarreaba a la espalda. Por la forma, dedujo<br />
que era una gran falcata de hierro envuelta en un<br />
saco de lino.<br />
—En fin —vomitó Garcan—, nos vemos en<br />
cuanto vuelva.<br />
—¿Qué?<br />
—Procura que nadie más entre en el bosque y<br />
asegúrate...<br />
—No pienso dejarte solo —atajó Auledo—. No<br />
soy como tú.<br />
Garcan se volvió y sus violentos ojos se clavaron<br />
en la mirada siempre triste del dásgalo.<br />
—Pase lo que pase, tienes que contar la historia<br />
—dijo con sequedad—. Los hombres necesitan<br />
el cuento de la espada para recuperar la moral,<br />
15
16<br />
Garcan, y la espada del lago<br />
para ganar la última batalla. Lo único que necesitamos<br />
es que consiga un corindón del lago para<br />
engastarlo en el arma y que parezca forjada por<br />
un dios.<br />
—Pero...<br />
—Tú tranquilo, lo harás bien. Volveré enseguida—<br />
sentenció Garcan. Espero.<br />
El bárbaro cerritano echó su sago, el corto manto<br />
de lana, sobre el hombro izquierdo, ciñó la fíbula<br />
de bronce en el derecho y se volvió hacia la<br />
linde de la arboleda. Auledo protestó.<br />
—Ahí dentro solo hay...<br />
Muerte. Garcan sonrió y echó a andar con decisión<br />
hacia las entrañas del tenebroso bosque,<br />
siguiendo la corriente de un arroyo. El aroma de<br />
los pinos elisios le llenó la boca y miró hacia el<br />
sol, entre las copas, para orientarse. ¡Por Netón!<br />
Esto no puede salir bien... pero tiene que salir bien.<br />
¡Maldita sea! ¡Malditas guerras! ¡Benditos cuentos!<br />
—Malditas piedras de lago —gruñó.<br />
Su voz provocó ecos misteriosos en la umbrosa<br />
frondosidad, así que aguzó el oído. Había sonidos<br />
extraños en aquel bosque. Un graznido; un<br />
chasquido que le sobresaltó; crujidos en las alturas;<br />
el canturreo macabro del viento; unos siniestros<br />
susurros; el chillido de una rapaz... pero<br />
no se detuvo. Percibió cierta humedad en el aire<br />
y siguió junto al torrente, muy atento, mirando<br />
alrededor como un lobo de caza, con la cabeza<br />
echada hacia delante.<br />
Caminó a buen paso durante todo el día, aunque<br />
se detuvo varias veces para beber agua del<br />
arroyo y mascar el queso reseco que llevaba en el<br />
morral. Anochecía cuando trepó por una loma,<br />
sudoroso, respirando como un toro brocho, intentando<br />
agarrar al crepúsculo. Quizá Auledo tenga<br />
razón y todo esto sea una locura. Pero alguien tiene<br />
que intentarlo.<br />
—¿Y ese alguien eres tú? —soltó una voz cascada.<br />
Garcan afiló los ojos, miró alrededor y apoyó<br />
la mano en el contrafilo de su hacha de guerra.<br />
Dispuesto a sacarla del cinto. Entre la penumbra<br />
gris, en lo alto de la cuesta, le pareció ver a una<br />
figura femenina, envuelta en un vaporoso vestido<br />
esmeralda. El corazón le brincó en el pecho y<br />
ascendió dando zancadas.<br />
—¿Quién va? —farfulló.<br />
Pero nadie respondió. Garcan sintió un extraño<br />
anhelo, creyó conocer aquella fantasmal aparición.<br />
Pensó en Tanna y su aroma almizclado<br />
le anegó la boca. ¡No puede ser, ella está muerta!<br />
Sacudió la cabeza, excitado, el aire silbando en<br />
sus narices, y apretó el paso hasta llegar a lo alto<br />
como un tigre sediento. Se detuvo en seco, tragó<br />
saliva, parpadeó, y contempló el fangal que se<br />
extendía frente a él. ¿Éste es el famoso lago?<br />
Era una triste y espantosa ciénaga, siniestra, de<br />
aguas turbias y oscuras, así como pequeñas islas<br />
de polen sobre la superficie. Una nube de mosquitos<br />
danzaba en la orilla juncosa, mientras que<br />
un sapo se quejó por la inesperada presencia del<br />
bárbaro. Hedía a carne podrida, a humedad putrefacta<br />
y descomposición. ¿Éste es el famoso lago?<br />
—¿No te gusta mi hogar? —soltó la voz ajada<br />
a su lado.<br />
Garcan tensó todo el cuerpo, miró por encima<br />
del hombro con una ceja levantada y estrujó el<br />
contrafilo del hacha. Sin embargo, un dulce y<br />
atrayente perfume le relajó.<br />
—Ande con cuidado, señora —dijo con sequedad,<br />
y las palabras le sonaron estúpidas.<br />
Ella sonrió con unos finos labios de rubí y atravesó<br />
a Garcan con unos ojos de zafiro. Su piel,<br />
aunque morena, revelaba los surcos del tiempo.<br />
Una larga y amplia melena plateada le caía por<br />
la espalda y hasta la cintura. Su presencia era intensa,<br />
aromática, poderosa, atrayente. Antigua.<br />
Pero no parece una diosa.<br />
—Pues lo soy —dijo ella con tono peligroso.<br />
—Deje de hacer eso.<br />
—¿Acaso no leerías mi mente si pudieras?<br />
Garcan gruñó.<br />
—Me recuerdas mucho a él —dijo ella.<br />
—¿A quién?<br />
—A mi hermano Netón, el guerrero. Gruñes<br />
igual de bien que él.<br />
Garcan contuvo la respiración y, tras dudar<br />
unos instantes, se volvió hacia la diosa, que sonreía.<br />
Su mirada, profunda e intensa, le acongojó.<br />
Grande, musculoso, fiero, salvaje y brutal como<br />
era, escondió la cabeza entre los hombros frente<br />
a la mujer madura. No puede ser ella.<br />
—Llámame Bianna.
Garcan, y la espada del lago<br />
Garcan no dijo nada, pero se aclaró la garganta.<br />
—Sé que has venido a por la espada —dijo ella<br />
con su voz ronca. Pareció envejecer aún más—,<br />
pero me pertenece. Pertenece al lago. Hace cien<br />
generaciones que no aparece un héroe digno de<br />
empuñar el arma forjada por Tagodis bajo las<br />
mismas aguas...<br />
¡Oh, mierda, más cuentos de vieja!<br />
—Cuidado, guerrero —un repentino ardor<br />
inundó el pecho de Garcan, que se asustó—. Que<br />
los dioses te ignoremos no significa que no sepamos<br />
que existes. Toleramos tus estupideces y<br />
blasfemias porque caes en gracia a Netón, pero<br />
algún día caerás en desgracia.<br />
El cerritano frunció el ceño y observó como<br />
Bianna, muy despacio, se sentaba en una roca<br />
frente al lago, allí dónde nacía el arroyo. Garcan<br />
la siguió como un perrito faldero y, cuando ella<br />
palmeó con delicadeza la superficie de la roca,<br />
él se dejó caer. Le pareció que, pese al aspecto<br />
avejentado y delgado, Bianna tenía una belleza<br />
excepcional, madura, poderosa. Su presencia dolía<br />
muy adentro. ¿Qué me pasa?<br />
—Nada grave —ella posó una mano de uñas<br />
perfectas sobre su muñeca, por debajo del brazal<br />
de cuero—. No imaginas lo solitario que es el<br />
lago... ¿Sabes por qué estoy aquí atrapada, junto<br />
a las aguas, en el extremo de un valle al que ningún<br />
hombre viene jamás?<br />
Garcan negó con la cabeza y miró el cuello de<br />
Bianna con apetito.<br />
—Es un castigo de la madre de todos, cuyo<br />
nombre no puede ser pronunciado —ella suspiró<br />
y sonrió con una amargura ancestral. Garcan, el<br />
guerrero cerritano, el héroe de Malangosto, tuvo<br />
unas terribles ganas de llorar—. Un castigo por<br />
haber yacido con un mortal... ¡Oh, no me mires<br />
así! Todos los dioses lo hacemos, de una manera<br />
u otra. Pero lo que yo quería... no era un rato de<br />
placer. Quería un hijo.<br />
La nuez de Garcan subió y bajó. Tenía algo atorado<br />
en la garganta.<br />
—¿Sabes por qué los dioses os envidiamos?<br />
—No —farfulló—. Ni quiero.<br />
Bianna sonrió con pena, pero en sus ojos de zafiro<br />
había otra pasión peligrosa, brutal, atávica.<br />
Una fuerza cósmica, ancestral, un apetito capaz<br />
de devorar el endoverso. El bárbaro se quedó paralizado.<br />
Pensó en una recia espada entrando en<br />
una vaina antigua, húmeda y suave.<br />
—¿Eres digno de empuñarla? —preguntó ella<br />
con calma.<br />
—No. Pero haré lo que sea necesario.<br />
—Harás lo que más deseas —ella sonrió y sumergió<br />
un pie descalzo en el arroyo. El vestido<br />
esmeralda se deslizó sobre su muslo—. Pero antes<br />
te diré algo.<br />
Garcan suspiró y asintió. Contempló el lago<br />
montañés bajo las estrellas. Las aguas oscuras<br />
se movieron como si un gigante soplara sobre<br />
la superficie, aunque el aire estaba en calma. Un<br />
manto de niebla se extendió sobre la laguna, una<br />
fosca extraña de color verdoso. El cerritano parpadeó,<br />
incrédulo. Poco después, una suave luz<br />
verdemar brotó de las aguas, fantasmagórica,<br />
antinatural. Jamás había visto un color así, ni un<br />
fulgor tan estremecedor.<br />
—No existe ninguna espada encantada— afirmó<br />
Bianna.<br />
Con elegancia, extrajo un alfiler de su melena<br />
de acero. Tenía un brillante corindón engastado.<br />
Lo puso en la enorme mano de Garcan y sonrió<br />
con una repentina malicia que heló la sangre del<br />
bárbaro. Ella empujó su musculoso pecho hasta<br />
que le tendió sobre la roca, vencido, entregado.<br />
—No existe ninguna espada encantada —dijo<br />
la diosa mientras se sentaba sobre él—, la devoraron<br />
las aguas hace siglos, como es lógico. Pero<br />
existen los hombres estúpidos capaces de buscarla,<br />
de querer lo imposible. De hacer compañía<br />
a una vieja sola y abandonada. Esos hombres<br />
son los que salvan a la tribu y cambian el mundo.<br />
Con o sin espada encantada.<br />
FIN<br />
Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />
G. Escribano en su “glob”.<br />
17
Imaginarium<br />
Daniel Alarcón, ilustración<br />
En el cuento de “Caperucita”, al final el<br />
lobo se comía a la anciana y también a la<br />
niña. En “La Sirenita”, la pobre Ariel se sacrificaba<br />
por amor, convirtiéndose en espuma de<br />
mar y viviendo una eterna soledad.<br />
Así son las ilustraciones de Daniel Alarcón,<br />
como los cuentos populares: macabras y preciosistas,<br />
oscuras e inocentes. A través de escenas<br />
cotidianas, Daniel nos empuja hacia lo<br />
sobrenatural; rasga el tejido de la realidad permitiéndonos<br />
ver cómo asoma la larga cola de<br />
la vendedora de helados, formando una calavera<br />
con la imagen de unos niños que juegan<br />
o permitiéndonos ver tras la ventana de la habitación<br />
de la niña serena, mostrándonos las<br />
siluetas de los monstruos que la acechan.<br />
La ingenua pureza y el horror se dan la mano<br />
en gran parte de sus trabajos, donde lo infantil<br />
y lo aterrador se unen como sólo puede ocurrir<br />
en la mente y las pesadillas de los niños. Sin embargo,<br />
este minucioso artista también nos ofrece<br />
estampas puramente fantásticas, imágenes<br />
18
19<br />
Daniel Alarcón<br />
inspiradas en la mitología y<br />
la literatura, delicadamente<br />
trabajadas y usualmente decoradas<br />
con marcos de inspiración<br />
modernista. Sus figuras<br />
de mirada transparente y<br />
enigmática parecen dirigirse<br />
al espectador con una anciana<br />
sabiduría, desafiándole a<br />
mirar más allá en lo cotidiano.<br />
Si quieres sumergirte en el<br />
mundo siniestro y cándido<br />
de Daniel Alarcón, puedes<br />
visitar su Facebook y su página<br />
en la web de Ediciones<br />
Babylon.<br />
Violeta Moreno Triviño
20<br />
Daniel Alarcón
Daniel Alarcón<br />
21
22<br />
Daniel Alarcón
Daniel Alarcón<br />
23
24<br />
Daniel Alarcón
The Last Door<br />
Entrevista al equipo<br />
de desarrollo.<br />
Después de todas las cosas que he visto… después de todas las cosas que he hecho… mi vida ha tomado un<br />
rumbo del que no puedo escapar. Es demasiado tarde para mí. Sólo espero que puedas perdonarme algún día.<br />
Sinceramente tuyo: Anthony Beechworth.<br />
The Game Kitchen: ¡Hola amigos! Nada,<br />
encantados de pisar estas tierras. Ahora sí,<br />
conseguiréis más con un par de cañas de cerveza<br />
que con la violencia, así que... ¿No hay ningún<br />
bar cerca?<br />
Empecemos por el principio. ¿Quién está detrás<br />
de todo esto?<br />
Así comienza The Last Door, un juego de<br />
horror y misterio ambientado en la época<br />
victoriana que desde 2013 viene siendo aclamado<br />
por crítica y público. Tal vez la fórmula de<br />
su éxito resida en su propuesta, que conjuga lo<br />
novedoso y lo clásico, la frescura y la nostalgia.<br />
Novedoso porque se juega por capítulos, resolviendo<br />
puzles en los que tenemos que poner en<br />
acción todos nuestros sentidos. Clásica porque<br />
rescata la esencia de las aventuras gráficas de<br />
toda la vida y bebe de la mejor literatura de terror,<br />
encontrando su inspiración en los grandes<br />
nombres del género. La estética retro, una historia<br />
fascinante y llena de intriga y la soberbia<br />
banda sonora convierten The Last Door en una<br />
experiencia única, un juego envolvente y absorbente,<br />
obligatorio para todos los amantes del género<br />
de terror. Hoy hablamos con el equipo de<br />
The Game Kitchen, creadores de The Last Door,<br />
dispuestos a desvelar el misterio…<br />
Hola, chicos. Ante todo, gracias por sacar un<br />
rato para responder a nuestro interrogatorio.<br />
Prometemos no recurrir a la violencia.<br />
The Game Kitchen: Bueno, somos ya los suficientes<br />
como para montar un equipito de fútbol<br />
sala, así que espero que no tengáis prisa. A ver,<br />
el equipo lo formamos dos artistas (Enrique y<br />
Mateo), tres programadores (Mauri, Dani y José<br />
Antonio), un programador web y gran genio<br />
musical (Carlos Viola) y un servidor (Raúl) que<br />
lleva todos los temas de comunicación, redes sociales,<br />
etc. En fin, “Los siete magníficos”, como la<br />
película de Sturges.<br />
El equipo de The Game Kitchen. (Foto: TGK)<br />
¿De dónde surgió la idea original, cómo empezó<br />
todo?<br />
The Game Kitchen: Era un día lluvioso del<br />
2012... (risas). No, en serio. En un momento dado,<br />
desde el estudio estábamos un poco hasta los<br />
hue**s de trabajar para otros y decidimos dar un<br />
golpe de timón a nuestra trayectoria y perseguir<br />
25
The Game Kitchen<br />
nuestro sueño. Es decir: hacer juegos propios,<br />
que nos apasionaran y en los que pudiéramos<br />
desarrollar nuestra propia creatividad e ideas.<br />
Así que colgamos los guantes del trabajo por<br />
encargo y organizamos una especie de “concurso<br />
interno” de ideas. El día del “pitching”, Enrique<br />
(que debía de haber desayunado kriptonita<br />
aquel día) nos propuso hacer un juego de terror.<br />
Un juego en el que mediante un uso especial del<br />
sonido y de la música, y basándonos en la ausencia<br />
de detalles en los gráficos, consiguiéramos estimular<br />
la imaginación en el jugador (tal y como<br />
consiguen maestros de la literatura de terror de<br />
la talla de Poe o Lovecraft).<br />
Nos pareció un aspecto muy interesante, y que<br />
hoy en día los grandes estudios parecen dejar en<br />
un segundo plano, haciendo un gran esfuerzo en<br />
crear gráficos extremadamente realistas y detallados.<br />
Imponiendo la visión del creador a la del<br />
jugador. En el juego que nos propuso Enrique,<br />
el planteamiento era a la inversa: utilizar la falta<br />
de recursos en beneficio de una experiencia más<br />
personal en cada jugador. El primer embrión de<br />
“The Last Door” había sido gestado y el resto del<br />
equipo nos enamoramos del concepto. Se trataba<br />
de algo radicalmente diferente y el proyecto, a<br />
medida que iba creciendo en nuestras cabezas —<br />
en forma y fondo— (el estilo visual, el ambiente<br />
lovecraftiano, el aire retro, el género de aventura<br />
gráfica, etc.) nos convencía más y más.<br />
Y así fue, decidimos dar el paso y probar la idea<br />
en Kickstarter, y aunque a priori el concepto del<br />
juego era un poco arriesgado (una aventura gráfica<br />
de terror psicológico, de estilo retro y con<br />
una estética de pixel art) resultó ser del gusto del<br />
público y el proyecto pudo salir adelante. Y aquí<br />
estamos.<br />
Hemos encontrado grandes alabanzas hacia<br />
“The Last Door” en los medios especializados,<br />
sobre todo extranjeros (para qué nos vamos a<br />
engañar). “Carta de amor a Lovecraft” es una<br />
de las definiciones que más nos ha impresionado,<br />
y de hecho, fue por eso que nos llamó<br />
la atención y nos decidimos a jugarlo. Pero,<br />
¿cómo definiríais vosotros el juego? Habladnos<br />
de la criatura.<br />
Mateo: Nuestro “pitch” es “un juego de terror<br />
con píxeles enormes para activar la imaginación.,<br />
centrado en la atmósfera y en la historia”.<br />
La historia gira alrededor de Jeremiah Devitt,<br />
que investiga el destino de sus compañeros del<br />
internado. Clubes secretos, bibliotecas ocultas,<br />
seres sobrenaturales, alquimia, personajes<br />
misteriosos, túnicas amarillas, extraños sueños…<br />
¿cuáles son vuestras influencias?<br />
Enrique, Mateo: Nuestras influencias van desde<br />
escritores clásicos como Lovecraft, Poe, Guy<br />
de Maupassant, Arthur Machen, Borges (y alguna<br />
referencia a Robert W. Chambers), hasta<br />
directores de cine como Stanley Kubrick, David<br />
Lynch y videojuegos como “Alone in the Dark”,<br />
“Scratches”, “Amnesia”, “Maniac Mansion” y “Necronomicon:<br />
El alba de las tinieblas”.<br />
Jeremiah Devitt a su llegada al internado.<br />
A nosotros no tenéis por qué ocultarnos<br />
nada… la historia es autobiográfica, ¿no es<br />
cierto?<br />
Mateo: Er… no podemos negar ni confirmar<br />
esa información.<br />
No queremos spoilear a los lectores, pero seguro<br />
que se mueren por saber un poco sobre el<br />
argumento. ¿Qué podemos encontrar en “The<br />
Last Door”? ¿Es más Lovecraft o más Poe?<br />
Mateo: Es una historia de misterio y terror psicológico.<br />
A ratos recuerda a algunos cuentos de<br />
Poe, en otros a una novela de Conan Doyle y en<br />
ocasiones a una pesadilla de David Lynch. La<br />
mitología de fondo está inspirada en Lovecraft,<br />
aunque no hay Cthulhu, ¡lo sentimos! Sí podrás<br />
rememorar sus atmósferas ominosas y opresivas<br />
y algunos momentos de ese terror cósmico que<br />
tanto nos gusta, aunque siempre desde una perspectiva<br />
más humana, más cercana a Arthur Machen<br />
o a Guy de Maupassant, autores en los que<br />
el mismo Lovecraft reconocía haberse inspirado.<br />
¿Y vosotros? ¿Sois más de Poe, o de Lovecraft?<br />
26
27<br />
The Game Kitchen<br />
Enrique: Por la mañana saliendo de la ducha<br />
soy mas Lovecraft (risas). Bromas aparte, ambos<br />
nos apasionan a pesar de sus diferencias.<br />
Mateo: Lovecraft. Soy fan.<br />
Raul: Yo soy de Poecraft (risas).<br />
En “The Last Door”, manejamos a un protagonista<br />
del que al principio sabemos más bien<br />
poco. A medida que avanza la historia, en breves<br />
pero emotivas escenas (sueños y recuerdos),<br />
descubrimos detalles sobre su niñez y<br />
comprendemos poco a poco la importancia de<br />
la amistad y el fuerte vínculo que le une a sus<br />
compañeros, a pesar del tiempo y de la distancia.<br />
Para más dificultad, todo el diseño es pixel<br />
art. ¿Cómo ha sido enfrentarse al reto de<br />
expresar tanto con tan poco? ¿Cómo es posible<br />
conseguir una atmósfera envolvente para el jugador<br />
y unos personajes que transmiten emociones<br />
reales con una técnica tan sobria?<br />
Enrique: Al ser un estudio muy pequeño, la<br />
limitación técnica que teníamos en gráficos no<br />
nos frenó, sino que fue algo que nos sirvió de<br />
herramienta para ayudar a provocar precisamente<br />
ese efecto de sugestión, de estimular la<br />
imaginación del jugador para conseguir ciertas<br />
sensaciones diferentes que quizás gráficos detallados<br />
no conseguirían. Unos gráficos muy realistas<br />
y detallados transmiten directamente la visión<br />
del diseñador por encima de todo pero, por<br />
otro lado, la ausencia de información visual (o<br />
ausencia total de imágenes como en una novela)<br />
puede provocar que el jugador tenga su propia<br />
visión de lo que está pasando y eso consigue que<br />
tenga una experiencia más personal e intima.<br />
Mateo: Como ha dicho Enrique, la ambigüedad<br />
visual es una herramienta muy poderosa a<br />
la hora de acercarse al jugador, especialmente<br />
cuando se trata de dar miedo. Sólo hace falta ver<br />
que los mejores juegos de terror usan constantemente<br />
recursos para limitar la visibilidad: “Silent<br />
Hill” con la niebla, los ángulos raros de cámara<br />
y los monstruos amorfos; “Amnesia” con la oscuridad<br />
y el sistema de cordura, por el que apenas<br />
podemos mirar directamente a los enemigos;<br />
“Slender” con la vegetación, que a la luz de la linterna<br />
sugiere formas acechantes…<br />
Y como en estos juegos, en “The Last Door” el<br />
sonido cobra mucha importancia, influye mucho<br />
en la interpretación de lo que se está viendo en<br />
cada momento. Yo intento que los efectos de sonido<br />
sugieran los ruidos que están representando,<br />
pero los mezclo y deformo a partir de otros<br />
grabados de fuentes muy diferentes. De esta manera,<br />
a la simple imitación se le añade un giro<br />
muy estimulante. Por ejemplo, ralenticé por diez<br />
el canto de una gaviota para que “se pareciera”<br />
a mi idea del graznido de un cuervo moribundo.<br />
Y el gorgoteo resultante pone los pelos de punta,<br />
jejeje.<br />
La interfaz con el puntero y los objetos del inventario. La<br />
imagen de Jeremiah Devitt con el candil avanzando en la<br />
oscuridad es uno de los iconos más populares del juego.<br />
Tengo que reconocer que nos hemos llevado<br />
más de un susto mientras jugábamos y nos hemos<br />
acordado de vuestras familias… pero ¿y<br />
vosotros? ¿os da miedo vuestro propio juego?<br />
¿Cuál es la parte que más os asusta?<br />
Enrique: A veces pasa cuando estamos testeando<br />
algo que ha hecho otro miembro del equipo<br />
y algunos sustos nos pillan por sorpresa. Como<br />
es muy difícil testear el miedo que provoca una<br />
escena, los diseñadores nos tenemos que poner<br />
en la piel del jugador, es un proceso difícil ya<br />
que somos nosotros mismos los que diseñamos<br />
las escenas, pero cuando lo conseguimos sí sentimos<br />
miedo nosotros mismos. Creo que mis escenas<br />
favoritas son las de cada final de capítulo,<br />
también la de la pesadilla del episodio 2, la de los<br />
cuervos del episodio 1 y la del juego de la vieja<br />
del episodio 3.<br />
Mateo: Los finales de los episodios 2 y 3 me erizan<br />
el vello cada vez que los veo. Creo que es por<br />
la combinación del diálogo y la música ominosa.<br />
Y en el pasillo de la casa del episodio 3 hay un<br />
sonido que me dio mal rollo durante semanas,<br />
aunque lo mezclé yo mismo…
The Game Kitchen<br />
Una de las escenas más inquietantes. La escena “de la vieja”.<br />
Además de la maravillosa historia, creemos<br />
que la banda sonora merece mención aparte.<br />
¿Cómo conocistes a Carlos? ¿Es verdad que<br />
tuvisteis que firmar un pacto de sangre con<br />
él para que aceptara componer la música para<br />
“The Last Door”?<br />
Mauricio: Carlos y yo nos conocemos desde<br />
la adolescencia. Desde entonces, los dos hemos<br />
compartido el anhelo de dedicarnos profesionalmente<br />
al desarrollo de juegos y, por ello,<br />
llevamos trabajando juntos, primero de forma<br />
amateur, y ya de forma profesional, desde hace<br />
mogollón de años.<br />
Hablando en serio, creo que estamos ante una<br />
de las mejores bandas sonoras que se han compuesto<br />
para un videojuego de terror. Fuera de<br />
serie. ¿Cómo ha sido trabajar con él? ¿Ha participado<br />
en el desarrollo del juego, o simplemente<br />
se limita a ver lo que hacéis, alimentar<br />
su inspiración y componer (que no es poco)?<br />
Enrique: ¡Muchas gracias! La banda sonora es,<br />
creemos, el mejor aspecto del juego. El proceso<br />
de la música es muy peculiar, generalmente en<br />
los videojuegos la música se compone cuando<br />
ya están las escenas claras y encaminadas en su<br />
desarrollo o incluso terminadas, como pasa en<br />
el cine, donde el compositor compone la música<br />
a partir del montaje de la película. Sin embargo<br />
en “The Last Door” no funciona así, la música se<br />
hace paralelamente al desarrollo e incluso hay<br />
pistas que se han llegado a componer antes que<br />
el propio guión. Esto provoca que muchas de las<br />
escenas se escribieran y diseñaran en base a la<br />
música e inspiradas por ella. Se puede decir que<br />
en la mayoría de casos se escribe el guión a partir<br />
de sensaciones, en vez de provocar sensaciones a<br />
partir del guión.<br />
Se rumorea que, poco después de que se estrenara<br />
en vuestra web el capítulo cuarto de<br />
“The Last Door”, encontrasteis a Carlos Viola<br />
medio inconsciente en un fumadero de opio<br />
desvariando acerca un pájaro que no dejaba<br />
de mirarle y que desde entonces vive a vuestro<br />
cuidado, alimentándose únicamente de sus<br />
propias uñas y atormentado por las perturbadoras<br />
melodías que asedian su mente. ¿Qué<br />
hay de cierto en esto?<br />
Enrique: Podemos afirmar que lo del fumadero<br />
de opio no va muy desencaminado (risas).<br />
Mateo: ¡Spoilers!<br />
Otra cosa que nos hemos preguntado es,<br />
¿quién escribe los textos del juego? ¿Lo hacéis<br />
entre todos?<br />
Enrique: Entre Mateo y yo los escribimos. Yo<br />
soy responsable del guión pero participa él en<br />
igual medida. Generalmente yo me encargo más<br />
de la estructura básica, el contenido de manera<br />
más cruda y él la desarrolla, le da forma, estilo,<br />
y el toque final. Aunque a veces nos intercambiamos<br />
los papeles según estemos más o menos<br />
inspirados en ciertas escenas.<br />
Mateo: Al final el marrón de picar y editar el<br />
texto definitivo me lo como yo (risas). Pero bueno,<br />
es verdad que el fundamento del juego y su<br />
espíritu es cosa de Enrique; yo añado más bien<br />
algunas escenas, curiosidades, mitología… Y los<br />
puntos de inflexión del argumento siempre los<br />
sometemos a debate con el resto del equipo. De<br />
estos debates suelen salir ideas muy chulas e inesperadas.<br />
Es importante recalcar que el texto lo pasamos<br />
por una “revisión de comunidad”; los jugadores<br />
premium que así lo desean corrigen y modifican<br />
el texto colectivamente, a veces introduciendo<br />
elementos nuevos. Luego yo edito los cambios,<br />
filtro un poco para dar coherencia y traduzco de<br />
vuelta al castellano. A día de hoy llevamos unas<br />
20.000 líneas de texto más o menos, casi todas<br />
pasadas por ese sistema. Y los fans que participan<br />
están encantados.<br />
A nivel personal, ¿sois aficionados a la literatura<br />
y el cine de terror? ¿Cuáles son vuestros<br />
títulos preferidos?<br />
Enrique: Sí, personalmente es de mis géneros<br />
28
29<br />
The Game Kitchen<br />
preferidos, es el que mejor entiendo y con el que<br />
parece que mejor conecto. Por ejemplo, dentro de<br />
la literatura, mis favoritos pueden ser los cuentos<br />
de “Él”, “El Horla” y “La Mano” de Guy de<br />
Maupassant, “El Pozo y El Péndulo”, “El Gato<br />
Negro” y “El Corazón Delator” de Poe, “Herbert<br />
West: Reanimador” de Lovecraft, “El Gran<br />
Dios Pan” y “Los Tres Impostores” de Arthur<br />
Machen. En el cine, cualquier película de David<br />
Lynch, “Al Final de la Escalera”, “La Residencia”<br />
de Chicho Ibañez Serrador, “Psicosis”, “Los Inocentes”,<br />
“Nosferatu” y un largo etc.<br />
Mateo: Se me da muy mal hacer listas de favoritos,<br />
pero a ver… De Lovecraft: “El ceremonial”,<br />
“En las Montañas de la Locura”, el ciclo de Randolph<br />
Carter. De Machen: “El terror”, “Vinum<br />
Sabbati”, “El gran dios Pan”. Maupassant en general.<br />
Tengo un trauma con las novelas de José<br />
Carlos Somoza, especialmente con “Zig Zag”, y<br />
últimamente estoy enganchado a los libros de<br />
Southern Reach.<br />
El cine de terror en general me da demasiado<br />
miedo (risas). Veamos, algunas escenas muy inquietantes<br />
de “Solaris” (la original) y... ¿”Twin<br />
Peaks” cuenta? También “Carretera perdida” y<br />
“Enemy”; tienen escenas como de pesadilla, me<br />
dan escalofríos. Otras serían “Rec”, “The Blair<br />
Witch Project” (dos finales que me quitan el sueño)<br />
y “La cabaña en el bosque”, que me parece<br />
genial por la mezcla de horror lovecraftiano y<br />
comedia disparatada. Ah, y por poco me olvido<br />
de “The Mist”, me parece magnífica.<br />
Las evocadoras escenas de transición nos sumergen en la<br />
historia y el ambiente de forma magistral.<br />
¿Y a escribir? ¿Alguno de vosotros ha hecho<br />
sus pinitos con novelas, relatos o algo similar?<br />
Enrique: Algo de eso hay, estoy escribiendo<br />
muy lentamente cuando voy teniendo tiempo<br />
y ganas algunos relatos muy cortos, algunos de<br />
terror, que en un futuro lejano recopilaré e intentaré<br />
autopublicar en Internet o algo de eso.<br />
Habéis iniciado vuestra andadura con “The<br />
Last Door” utilizando el crowdfunding como<br />
medio principal de financiación. ¿Qué tal la<br />
experiencia?<br />
Mateo: Es un modelo interesante porque por<br />
un lado nos da mucha independencia y total libertad<br />
creativa y por otro nos acerca mucho a<br />
nuestra comunidad, que sabe que sin ella el juego<br />
no sería posible. Esta relación para nosotros<br />
es muy valiosa, ya que gracias a las sugerencias<br />
y aportaciones de los jugadores hemos ido mejorando<br />
“The Last Door”, episodio a episodio, hasta<br />
convertirlo en algo fantástico que nunca habríamos<br />
podido hacer nosotros solos.<br />
Por lo que hemos visto en vuestra web, hay<br />
unas recompensas muy interesantes para las<br />
donaciones. ¿Os importa comentar un poco en<br />
qué consisten?<br />
Mateo: Tenemos cuatro niveles de recompensas<br />
a las donaciones. La más importante es poder<br />
jugar al último capítulo publicado, que obtienes<br />
al aportar cualquier cantidad; si superas la media<br />
actual, puedes descargarte la banda sonora<br />
completa del juego en alta calidad. Pero en mi<br />
opinión la recompensa más jugosa es la cuenta<br />
premium, a partir de 15 €, que además de todo<br />
lo anterior, incluye un pase de temporada y te da<br />
acceso al “círculo interno” de la comunidad, que<br />
disfruta de la posibilidad de colaborar en el desarrollo<br />
de cada episodio en un subforo especial.<br />
Dos o tres semanas antes del lanzamiento del<br />
juego compartimos una versión beta con los<br />
usuarios premium y estos nos dan feedback e<br />
ideas para mejorarlo. También dejamos en blanco<br />
unos cuantos fragmentos de texto dentro del<br />
juego, que luego rellenamos con las propuestas<br />
que nos han enviado, y los que quieran pueden<br />
revisar el texto completo y aportar ideas sobre estilo,<br />
usos históricos del lenguaje e incluso guión.<br />
Hemos ido incluyendo estas características gradualmente<br />
desde el episodio 2 y donde más se<br />
ha notado es en el 4, que cambió sustancialmente<br />
durante la fase beta.<br />
Finalmente está la recompensa de 25 € o más,<br />
que incluye las anteriores y la posibilidad de que
The Game Kitchen<br />
El uso del color y la luz con las limitaciones de la técnica<br />
pixel art contribuyen a crear escenas visualmente inspiradoras<br />
que estimulan la imaginación.<br />
el jugador sea inmortalizado en nuestro Hall of<br />
Fame, un minijuego gratuito que tenemos en la<br />
web. Ellos nos mandan una foto, su nombre y<br />
una frase y nosotros los pixelamos y metemos<br />
en los escenarios del episodio correspondiente,<br />
como personajes interactivos.<br />
¿Cuánto tiempo lleva hacer un episodio de<br />
“The Last Door”? ¿Y una temporada completa?<br />
Mateo: Un episodio, entre dos y tres meses,<br />
desde los primeros brainstorming y mejoras del<br />
motor, hasta que finaliza la fase beta y publicamos<br />
el juego en nuestra web. En completar la<br />
primera temporada hemos tardado algo más de<br />
un año.<br />
¿Cuándo está previsto que vea la luz la segunda<br />
temporada?<br />
Mateo: Si todo sale bien, el primer episodio de<br />
la segunda temporada debería estar publicado<br />
en nuestra web hacia finales del verano.<br />
Tenéis una tienda en la que vendéis productos<br />
del juego: Camisetas con el logotipo, con<br />
los cuatro testigos… Una maravilla para los<br />
fans como nosotros. ¿Quién se encarga de hacer<br />
los diseños?<br />
Enrique: Entre Mateo y yo los hacemos, aunque<br />
la ideas de diseño participa todo el equipo. Por<br />
ejemplo, la idea de usar el gráfico de Lovecraft<br />
que teníamos para un icono de la comunidad de<br />
steam en la camiseta fue de Mauricio, yo hice una<br />
prueba que no quedó del todo bien y luego Mateo<br />
se encargó de darle el aspecto actual que tiene.<br />
Y para ponerle la guinda al pastel, habéis hecho<br />
hasta camisetas de Lovecraft y Edgar Allan<br />
Poe, pixelados y monísimos. ¿Tenéis pensado<br />
ampliar los productos de vuestra tienda próximamente?<br />
¿Qué os gustaría poder ofrecer, además<br />
de lo que ya hay?<br />
Enrique: No hemos pensado mucho en ello,<br />
ya que estamos totalmente concentrados en esta<br />
nueva temporada y la versión de móvil de la<br />
temporada anterior. Quizás pondríamos más diseños<br />
de camiseta si surgen, pero tampoco tenemos<br />
tiempo ahora mismo para mucho más.<br />
Aparte de camisetas, tazas y ediciones deluxe<br />
de vuestro videojuego, ¿Le habéis vendido el<br />
alma a alguien?<br />
Mateo: Ante una negociación siempre intentamos<br />
conservar el alma. Es política de empresa.<br />
Como sabéis, nosotros estamos empezando<br />
nuestra propia aventura, un poco menos pixelada<br />
pero igual de terrorífica, sobre todo ahora<br />
que han subido la cuota de autónomos. ¿Nos<br />
recomendáis algún ritual oscurantista para<br />
conseguir el éxito en nuestra empresa?<br />
Mateo: Todos los días, a la salida del sol, mira<br />
al Sur y pronuncia el nombre de Cthulhu tres veces<br />
mientras te bebes un café. En la puesta de sol,<br />
mira al Norte y haz lo mismo pero con tila.<br />
De acuerdo, tomamos nota. Bueno, pues hasta<br />
aquí hemos llegado. Ha sido un placer contar<br />
con vosotros en este número y desde el equipo<br />
de Valinor os deseamos que vuestra andadura<br />
os siga trayendo muchos éxitos, para que podamos<br />
continuar disfrutando de esta maravilla<br />
de juego. ¿Queréis decir unas últimas palabras<br />
antes del sacrif… de… despedirnos?<br />
Mateo: Videte ne quis sciat.<br />
Violeta Moreno Triviño<br />
Puedes jugar The Last Door completamente<br />
gratis en su página web: www.thelastdoor.com<br />
Sigue las últimas noticias sobre el juego en<br />
twitter: @horroradventure o en su facebook.<br />
30
31<br />
Un relato de terror de M. Floser<br />
Gabriel despertó despertó con un respingo<br />
causado por la atronadora pesadilla que<br />
acababa de tener. Miró a su alrededor y vio a<br />
sus compañeros reclusos. Por un instante había<br />
olvidado que estaba en aquella litera odiosa, en<br />
aquel campo de exterminio demoníaco. No pudo<br />
contener las lágrimas, aún le costaba creer que se<br />
viera envuelto en aquel infierno. La imagen de la<br />
entrada de Auschwitz se había tatuado a fuego<br />
en su mente. Jamás olvidaría el mensaje cínico<br />
que descansaba sobre la puerta.<br />
“ARBEIT MACHT FREI”<br />
(“El trabajo te hará libre”)<br />
Se quedó sentado con las manos ocultándole el<br />
rostro y en la oscuridad de sus párpados cerrados,<br />
pudo ver con claridad la pesadilla que acababa<br />
de tener. No era fruto de su imaginación,<br />
era un recuerdo reciente que había hecho que<br />
sus sangre se helara. El suceso se había producido<br />
durante la segunda semana de su confinamiento.<br />
La noche era regada por una tromba de<br />
agua. La lluvia golpeaba furiosa el tejado de los<br />
barracones mientras los judíos jugaban a cartas o<br />
echaban pulsos para intentar, siempre en vano,<br />
huir de la realidad. Matías Wasser sacó de dentro<br />
de su colchón una botella de licor cuya procedencia<br />
solo él conocía. Reían víctimas del influjo<br />
del néctar cuando de pronto la puerta del barracón<br />
se abrió en un estruendo. Todos los presos<br />
dieron un bote asustados y sus ojos se abrieron<br />
como platos al ver como un grupo de soldados<br />
nazis irrumpían en el barracón, acompañados<br />
por el capitán de la SS, Emil Fink.<br />
Emil era conocido como Dämon, «demonio» en<br />
alemán. Un apodo bien merecido que se le había<br />
otorgado por su crueldad y el terror que influía<br />
a todos cuántos le habían conocido. Fink entraba<br />
con paso tranquilo y decidido. Lucía su elegante<br />
uniforme negro con la «SS» bordada en la solapa<br />
derecha de su americana, y el inconfundible<br />
brazal rojo con la esvástica negra presidiendo un<br />
círculo blanco en uno de sus brazos acomodados<br />
en la espalda. La visera de su gorra negra ensombrecía<br />
unos ojos que nadie había conseguido<br />
ver, pues a Emil Fink sólo se le había visto por<br />
la noche, cuando la única luz era la de los focos<br />
de Auschwitz, que proyectaban aquel tono amarillento.<br />
—¡Dejad lo que estéis haciendo! —Ladró Emil<br />
en un perfecto alemán. Se paseó por el barracón<br />
mirando con aire de superioridad a todos aquellos<br />
judíos ebrios. Alguno de los presos pensaba<br />
que Fink no sabía nada de aquel contrabando,<br />
pero nada se le escapaba a Dämon. Se divertía<br />
permitiendo ciertas situaciones para irrumpir en<br />
las estancias en el momento oportuno para hacer<br />
pagar a los judíos por sus actos. Siguió andando<br />
hasta que quedó de nuevo frente a la puerta, mirando<br />
a aquellos individuos que pocos minutos<br />
antes habían estado bebiendo y riendo.<br />
—Esos tres —dijo señalando a Gabriel y a otros<br />
dos —... sacadlos.<br />
Los soldados cogieron a los tres hombres y los<br />
sacaron a rastras del barracón mientras Emil<br />
quedó con los brazos cruzados a su espalda, mirando<br />
con su sonrisa perfilada por el mismísimo<br />
Satanás, y aquellos ojos ocultos en la sombra de<br />
su visera.<br />
Cuando los soldados salieron con Gabriel y sus<br />
dos compañeros, Dämon los acompañó. Andaron<br />
bajo la lluvia que caía a plomo como una pesada<br />
cortina de agua. Los soldados arrodillaron a los<br />
judíos sobre el suelo embarrado del campo de
Esvástica<br />
32<br />
exterminio. Emil se acercó, andando bajo aquel<br />
diluvio como si no lo notase. Su caminar era grácil<br />
y parecía mucho más alto del metro ochenta<br />
que medía. Cuando hubo estado frente a los<br />
reclusos arrodillados, miró a su alrededor para<br />
comprobar que los que habitaban los barracones<br />
circundantes estaban mirando la escena. Los tres<br />
hombres lloraron, aunque sus lágrimas parecían<br />
inexistentes debido a la lluvia que les empapaba.<br />
Uno de ellos, Emanuel Schreider, no pudo evitar<br />
orinarse en los pantalones, preso de un miedo<br />
que le hacía pensar que su corazón se le saldría<br />
del pecho.<br />
Emil, rápido como un relámpago, desenfundó<br />
su pistola y fusiló a Emanuel sin vacilar. Su llanto<br />
enmudeció. El compañero de Gabriel que quedaba<br />
con vida, Melchor Goldman, se abalanzó<br />
sobre Emanuel gritando de dolor por la pérdida<br />
de su amigo.<br />
—¡Sois unos monstruos!<br />
Los ojos de Gabriel se abrieron de par en par<br />
cuando vio que Melchor se levantaba y corría hacia<br />
Emil Fink para vengar la muerte de su compañero.<br />
—¡MELCHOR, NO!<br />
Pero ya era tarde, Fink Miró a Gabriel que sintió<br />
los ojos del nazi clavarse en los suyos, a pesar<br />
de que seguían ocultos bajo la sombra de la gorra.<br />
Sonrió con aquella fría curvatura que tanta<br />
sangre había helado; alzó el brazo y sin necesidad<br />
de mirar a su atacante, sin dejar de mirar a<br />
Gabriel, apretó el gatillo haciendo que Melchor<br />
cayera fulminado en el suelo.<br />
—¡¡No!!<br />
Gabriel no se levantó, siguió de rodillas y curvó<br />
su espalda hasta que la frente quedó apoyada en<br />
la arena. Lloraba desconsoladamente, deseando<br />
que aquel malnacido le matase. Recordó con<br />
un amor que jamás se extinguiría la imagen de<br />
su mujer, Marité. Se despidió de ella con un «te<br />
quiero» pensado. Ante él, a ras de suelo, pudo<br />
ver las notas negras de Fink. Alzó la mirada y<br />
vio al dämon frente a él. Desde aquella postura, el<br />
capitán de la SS parecía un gigante. La luz de los<br />
focos sobre él hacían que su figura se convirtiera<br />
en una descomunal silueta.<br />
— Mátame... ¡Mátame de una maldita vez!<br />
Gabriel sollozó volviendo la cara al embarrado<br />
suelo.<br />
—No —dijo Emil con una carcajada que estremeció<br />
al hombrecillo arrodillado—, no voy a matarte.<br />
—¿Po-por qué? —preguntó Gabriel aterrado<br />
—, ¿qué vas a hacer conmigo? ¡¿Por qué no quieres<br />
matarme?!<br />
Entonces fue cuando lo vio. Emil se agachó a tal<br />
velocidad que Gabriel no tuvo tiempo siquiera<br />
de asustarse. Le cogió del cuello y acercó su cara<br />
a la del judío que estaba llena de un barro que se<br />
diluía con la lluvia. Gabriel no pudo evitar mirar<br />
los ojos del capitán. Aquellos ojos, penetrantes,<br />
exentos de pupilas, y con un tono tan rojo, tan<br />
brillante, que parecía salido del mismísimo infierno.<br />
Sin duda, el apodo de dämon había sido<br />
puesto por el motivo equivocado. Emil sonrió y<br />
Gabriel se fijó por primera vez en aquella dentadura<br />
dotada de dos hileras afiladas llenas de colmillos.<br />
Su aliento, asfixiante, apestaba a azufre.<br />
Una risa desquiciante salió de las fauces del demonio<br />
y el brillo de sus ojos se encendió hasta<br />
que los de Gabriel sintieron el escozor de aquel<br />
destello y se vio obligado a cerrarlos.<br />
—¿Qué-qué eres tú?<br />
Emil torció la cabeza a un lado y al otro para hacer<br />
que su cuello crujiera en un movimiento que<br />
a su presa le pareció salvaje. El nazi cerró la boca<br />
para tragar la saliva excesiva que había dejado<br />
su excitación y tras una chillona y aterradora risa<br />
sentenció:<br />
— Soy el apocalipsis...<br />
* * *<br />
Gabriel escuchó el ruido de unos murmullos en<br />
una litera cercana. Seguía absorto, sumido en la<br />
oscuridad de sus párpados, intentando olvidar<br />
los brillantes y penetrantes ojos del literal dämon.<br />
No estaba prestando atención a la conversación<br />
que se mantenía cerca de él, pero una palabra pareció<br />
resonar sobre las demás e hizo que Gabriel<br />
ahogara un grito horrorizado, aquella palabra<br />
era: «fuga».<br />
—¿Estáis pensando en fugaros?<br />
—¡Shhhh! —sus compañeros miraron a su alrededor<br />
nerviosos—. ¿Qué demonios te pasa? —<br />
Gabriel sintió un escalofrío al escuchar la palabra
Esvástica<br />
«demonios»—. Sí, Gabriel, esta noche nos vamos<br />
a fugar.<br />
—Eso es una locura —dijo bajando la voz hasta<br />
alcanzar un susurro afónico—, es un suicidio.<br />
—¿Qué más da? —dijo el más joven de los judíos,<br />
un muchacho de diecinueve años, con una<br />
nariz afilada y unos pómulos marcados—. Moriremos<br />
de todas formas si nos quedamos aquí. Al<br />
menos si morimos intentando huir, moriremos<br />
esta noche.<br />
Gabriel se odio al tener que reconocer que el joven<br />
tenía razón. Sus argumentos eran precisos e<br />
impecables.<br />
—No podéis hacerlo —insistió—, si Emil os<br />
descubre... ¡No querréis saber lo que os hará! Ese<br />
hombre es un demonio.<br />
—Lo sabemos, sabemos que ese malnacido nazi<br />
es un auténtico diablo, pero estamos cansados de<br />
tener miedo de un hombre, por malvado que sea.<br />
—No, no lo entendéis, os digo que es un demonio,<br />
un demonio real, salido de las llamas del infierno.<br />
Los judíos se miraron los unos a los otros, luego<br />
miraron a Gabriel para volver a mirarse antes de<br />
estallar en una sonora carcajada.<br />
—¡Vamos, Gabriel! Está muy bien que tengas<br />
sentido del humor, de hecho, la mañana había<br />
amanecido algo mustia. ¡Gracias por la distracción!<br />
—luego, bajando la voz en una afirmación<br />
para sí mismo, añadió—: un demonio... ¡ja! Ésa sí<br />
que ha sido buena.<br />
Gabriel maldijo la testarudez de aquel hombre.<br />
Luego pensó fríamente en lo que acababa de declarar.<br />
Había asegurado que un demonio, salido<br />
del azufre infernal, campaba libremente por Auschwitz,<br />
vestido con el uniforme nazi, ocupando<br />
el cargo de capitán de la SS. Se sintió idiota, y<br />
por consiguiente, se dio un fuerte manotazo insultándose<br />
con rabia.<br />
* * *<br />
La noche llegó más rápido de lo que nadie habría<br />
deseado. Los presos estaban preparándose<br />
para la huida.<br />
—Recapacitad, por favor, ya os he dicho que es<br />
peligroso.<br />
—¡Claro! Emil el Dämon, ¡ja, ja, ja! Tranquilo,<br />
llevaremos un poco de agua bendita.<br />
La frustración invadía el corazón de Gabriel,<br />
que quería golpear a aquel obstinado compañero,<br />
dejarlo inconsciente para poder salvarle la<br />
vida. Pero aquella idea se escapó de sus pensamientos,<br />
aquel sí que sería un suicidio. Todos los<br />
compañeros del barracón se le echarían encima,<br />
lo acusarían de traidor, o peor aún: de amigo de<br />
los nazis.<br />
—En serio, no lo hagáis, os lo supli...<br />
—¡EH! —le interrumpió el joven de la nariz afilada—.<br />
¡Cállate de una maldita vez! Si quieres<br />
quedarte aquí a morir cómodamente en tu paraíso<br />
vacacional, adelante... ¡Nosotros vamos a salir<br />
de este infierno ahora mismo!<br />
Una parte de Gabriel sintió como aquel muchacho<br />
le acababa de dar una lección de coraje. En<br />
otro momento, en otras circunstancias, sin monstruos<br />
pululando por ahí, él mismo se habría unido<br />
a aquella evasión.<br />
Llegado el momento, uno de los judíos se acercó<br />
a la ventana empañada que había cerca de la<br />
puerta, para vigilar que ningún soldado se acercara<br />
al barracón. Cuando se hubo asegurado de<br />
que todo estaba tranquilo, miró a sus compañeros<br />
e hizo un gesto con la cabeza para asegurar<br />
que podían comenzar con el plan.<br />
El joven de la nariz afilada, cuyo nombre Gabriel<br />
no conseguía recordar, se agachó al pie de<br />
una de las literas y, tras tumbarse boca abajo en<br />
el suelo, se introdujo debajo de la gran cama. Gabriel<br />
escuchó un crujido, y, llevado por la curiosidad,<br />
se agachó para poder comprobar lo que<br />
estaba pasando. Los ojos se le abrieron al ver<br />
que, bajo la litera, sus compañeros habían abierto<br />
un agujero en el suelo de madera del barracón.<br />
«¡Ingenioso!» pensó al entender que nadie miraría<br />
debajo de la litera.<br />
Gabriel volvió a ponerse en pie, aturdido por<br />
la brillantez de aquellos hombres, pero siendo<br />
consciente de que no les serviría de nada. Se merecían<br />
escapar, por muchos motivos. Escuchó<br />
dos golpes secos en el suelo, y al ver que dos judíos<br />
se tumbaban en el suelo, Gabriel entendió<br />
que aquellos golpes eran la señal del joven de la<br />
nariz afilada para comenzar con el éxodo. Otros<br />
dos golpes, del último hombre que se deslizó<br />
bajo la cama para señalar al siguiente que podía<br />
33
Esvástica<br />
34<br />
proceder. Gabriel estaba cada vez más asombrado<br />
por la organización de aquel plan. Dos golpes<br />
más y el siguiente hombre se deslizó por el suelo.<br />
El judío al que Gabriel había avisado sobre Emil<br />
Fink se le acercó.<br />
—¿Serás el siguiente, Gabriel?<br />
Éste miró a su compañero de barracón con<br />
unos ojos muy abiertos. ¿Él también estaba<br />
incluido en el plan? Aquello le puso nervioso<br />
y un sudor frío le recorrió la frente con un<br />
cosquilleo y unas nauseas terribles. De pronto,<br />
un trueno ensordecedor invadió aquel campo de<br />
exterminio.<br />
—¡Un trueno —dijo Gabriel—, eso ha sido un<br />
trueno!<br />
—¡Lo sé, joder! Yo también lo he oído. ¿Es que<br />
hay algo que no te de miedo?<br />
Gabriel volvió a sentir ganas de golpear a aquel<br />
hombre. Su sarcasmo, sus respuestas, empezaban<br />
a molestarle. Se obligó a contar hasta diez,<br />
pero no se abstuvo de coger a su interlocutor del<br />
brazo y arrastrarlo hasta una ventana. Era cierto<br />
que Gabriel estaba asustado aquellos días, pero<br />
seguía siendo un hombre adulto y con fuerza. Su<br />
compañero intentó librarse de la mano de Gabriel<br />
pero éste la cerró con más fuerza.<br />
—¡Deja de tratarme como si fuera idiota! —estalló<br />
Gabriel—. ¡Mira por la maldita ventana!<br />
¿Qué ves?<br />
—¡¿Y qué narices quieres que vea?! ¡Este maldito<br />
campo de exterminio!<br />
—¡Mira al cielo!<br />
El cielo estaba completamente despejado. Incluso<br />
se podían ver las estrellas Gabriel había<br />
pensado más de una vez en lo extraño que era<br />
poder ver algo tan maravillosamente bello, en un<br />
lugar tan inquietantemente horrible.<br />
—¡No hay nubes! —siguió Gabriel—, entonces...<br />
¿de dónde ha salido el trueno? Algo malo<br />
va a pasar hoy. Él sabe lo que vais a hacer. Emil<br />
lo sabe.<br />
—Más te vale que no lo sepa, Gabriel —dijo el<br />
hombre levantando su dedo con un gesto amenazador.<br />
Luego sacudió con fuerza el brazo y se<br />
deshizo de la mano del hombre estupefacto por<br />
la respuesta—, eres el único que sabe lo estamos<br />
haciendo. Si ese perro bastardo de Fink aparece,<br />
te mataré yo mismo. ¿Me has oído? Si me entero<br />
de que nos has traicionado, me ocuparé de ti.<br />
Gabriel no podía dar crédito a lo que acababa<br />
de escuchar. No sólo no le creía, sino que acababa<br />
de amenazarle de muerte. ¿Él un traidor?<br />
Aquel hombre le pareció avariciosamente estúpido.<br />
Empezaba a pensar, para su horror, que le<br />
estaría bien empleado que aquel dämon se encargara<br />
de él. En cuando ese espantoso pensamiento<br />
cruzó por su cabeza, un segundo trueno cruzó<br />
el cielo, y con él, el presentimiento de que aquella<br />
noche pasaría algo horrible volvió a alojarse<br />
en todo su ser.<br />
Un tercer trueno hizo que el corazón de Gabriel<br />
se estremeciera. Ya se habían deslizado por debajo<br />
de la litera todos sus compañeros. El hombre<br />
pensó durante unos segundos si debería seguirles<br />
o quedarse en el barracón. Si Emil... o mejor<br />
dicho: cuando Emil viera a los judíos, y comprobara<br />
que Gabriel no había intentado escapar... ¿le<br />
perdonaría la vida? Sin duda, aquello daba igual<br />
Gabriel corrió a la ventana, sentía rabia e impotencia<br />
por la actitud de sus compañeros. Y por la<br />
suya propia. No cejaba de pensar que quizá se<br />
estuviera comportando como un cobarde, como<br />
un conejo asustado y oculto en su madriguera.<br />
Sólo que aquel lugar no era su madriguera, no<br />
estaba a salvo, moriría más tarde o más temprano.<br />
Entonces... ¿era cobarde por su parte elegir<br />
que el momento de su muerte no llegara esa misma<br />
noche?<br />
Sus ojos se desorbitaron al distinguir en la negra<br />
noche la silueta de los hombres que intentaban<br />
darse a la fuga. Corrían con el cuerpo encorvado<br />
para poder pasar desapercibidos. A Gabriel<br />
aquello siempre le había parecido absurdo. Los<br />
hombres se metieron entre dos barracones para<br />
ocultar el foco de luz que cruzaba Auschwitz iluminando<br />
el suelo con un círculo de fulgor blanco.<br />
Gabriel lanzó un grito ahogado, pensando<br />
que aquel sería el final de la evasión. Pudo ver al<br />
joven de la nariz afilada con la espalda pegada a<br />
la pared de uno de los barracones, aguantando la<br />
respiración y con los párpados muy apretados,<br />
como si con aquello fuera a conseguir hacerse invisible.<br />
El foco pasó de largo, y aún con la oscuridad,<br />
Gabriel vio como el joven suspiró aliviado.<br />
El joven hizo un gesto con la mano a los otros<br />
fugitivos que se encontraban a su lado, en fila,<br />
para que supieran que podían seguir. Volvieron<br />
a agacharse y se pusieron en marcha. Cada paso
Esvástica<br />
hacía que el corazón de Gabriel latiera más rápido,<br />
mientras miraba a todas partes, a la espera de<br />
que el dämon apareciera.<br />
De pronto se dio cuenta de que no sabía como<br />
pretendían escapar. ¿Harían un hoyo cerca de la<br />
alambrada? Esa parte del plan no se la habían<br />
contado. Gabriel sintió una profunda alegría<br />
al ver que sus compañeros estaban a punto de<br />
conseguirlo. Se arrepintió profundamente de no<br />
haberse unido a ellos. Se odió por su cobardía,<br />
sintió ganas de golpearse con fuerza, incluso cerró<br />
el puño como si se amenazase a sí mismo. En<br />
ese instante algo llamó su atención: en el suelo,<br />
Gabriel pudo ver una extraña bruma oscura. Parecía<br />
como si la niebla reptase por el suelo, y con<br />
aquel movimiento en zigzag, la bruma se hacía<br />
más espesa. El hombre no podía dejar de mirar el<br />
fenómeno. La niebla se acercaba por la retaguardia<br />
de los hombres que huían. Cuando estaba a<br />
pocos metros de ellos, Gabriel pudo ver, atónito,<br />
como una extraña columna de humo se levantaba<br />
del suelo. El humo empezó a tomar forma<br />
humana y, poco a poco, su textura etérea se solidificaba.<br />
Un terror asfixiante atravesó el pecho<br />
de Gabriel al ver, por primera vez, la manera<br />
que tenía Emil Fink de aparecer. Parecía que,<br />
literalmente, el nazi subiera de un infierno subterráneo.<br />
Gabriel empezó a golpear con fuerza<br />
las paredes, intentando avisar a sus compañeros<br />
del inminente peligro. Pero una una oleada de<br />
truenos enmudecieron sus golpes, como si Emil<br />
hubiera conjurado aquel estruendo para evitar<br />
que el judío alertase a sus amigos. Lo primero<br />
que Gabriel diferenció de Fink fueron sus ojos<br />
rojos fulgurantes. Su sonrisa llena de colmillos<br />
afilados y tenebrosamente blancos se materializó.<br />
Los judíos se giraron al escuchar aquella risa<br />
aguda, y un puñado de ojos se abrieron asustados<br />
al ver lo que estaba ocurriendo.<br />
—¡Gabriel tenía razón!<br />
El aludido sintió una profunda rabia al escuchar<br />
aquella afirmación. ¡Claro que tenía razón!<br />
Emil Fink giró su cabeza hacia el barracón donde<br />
estaba Gabriel y lanzó una risotada aguda y penetrante.<br />
Aquello haría que Gabriel no volviera a<br />
soñar con otra cosa que no fuera aquella imagen.<br />
Pocos segundos después el nazi estaba de pie,<br />
completamente solidificado. El joven de la nariz<br />
afilada atacó al demonio, intentando darle un<br />
puñetazo en el vientre. El torso de Emil se tornó<br />
gaseoso y el puño le atravesó, acto seguido, volvió<br />
a su forma sólida y el brazo del joven quedó<br />
atrapado. Aquello era cada vez más horripilante.<br />
—¡Herodes, no!<br />
El grito del exterior hizo que Gabriel recordara<br />
el nombre del joven de la nariz afilada, y ya<br />
no lo olvidaría nunca. Pero era tarde, Emil posó<br />
sus manos cubiertas con guantes negros en las<br />
sienes de Herodes, apretó los dedos y en el lugar<br />
donde presionaba empezó a producirse un<br />
ligero humo. Herodes lanzó un grito de dolor<br />
que desgarró el aire y que se habría escuchado<br />
aunque los truenos hubieran seguido rugiendo.<br />
Como si no le supusiera ningún esfuerzo, Emil<br />
le rompió el cuello con un leve movimiento de<br />
sus brazos. Herodes cayó al suelo, con el brazo<br />
aún preso en el vientre de Fink. El nazi lanzó<br />
una nueva risotada aguda y triunfal ante aquel<br />
asesinato. De pronto, Gabriel vio como el dämon<br />
se tornaba niebla y empezaba a flotar por el cielo.<br />
Parecía un encambre de abejas. El brazo de<br />
Herodes quedó liberado y éste quedó tumbado<br />
en aquel suelo fangoso. Todos los hombres, incluido<br />
Gabriel, desde el barracón, seguían con la<br />
mirada el vuelo de aquel humo negro que volaba<br />
haciendo filigranas en el cielo negro de la<br />
noche. De pronto, tras una curva aérea, la bruma<br />
descendió en picado y, aprovechando que<br />
uno de los judíos abrió la boca para lanzar un<br />
fuerte alarido de terror, Emil, o mejor dicho: su<br />
estado gaseoso, se introdujo por la apertura. El<br />
hombre cayó de rodillas al suelo, encorvándose<br />
hacia adelante hasta que su frente tocara el suelo.<br />
Se llevaba las manos al estómago y se retorcía<br />
de dolor. Uno de sus compañeros se acercó<br />
a él, con el brazo extendido, intentando tocarle.<br />
Cuando la mano del compañero estaba a pocos<br />
centímetros de él, éste levantó la cabeza y todos<br />
los espectadores de aquel macabro espectáculo<br />
pudieron ver como los ojos del judío emitían una<br />
luz anaranjada e intensa. Las venas de sus sienes<br />
se marcaban y latían con impulsos de luz. De<br />
pronto, la luz salió por su boca, su nariz y poco<br />
después todo el cuerpo empezó a brillarle con<br />
aquel tono anaranjado y fantasmal. La noche se<br />
iluminó y el hombre, tras un fuerte grito que rajó<br />
el cielo, desapareció en una potente explosión<br />
que hizo que Auschwitz temblara por completo.<br />
La onda expansiva hizo que los cristales de los<br />
barracones reventasen, y Gabriel se vio lanzado<br />
por los aires contra una de las literas.<br />
35
36<br />
Esvástica<br />
Cuando el temblor cesó, Gabriel corrió a ponerse<br />
en pie, ignorando el profundo dolor que<br />
sentía en su espalda por el golpe. Corrió a la ventana,<br />
por la que entraba un gélido aire que le cortaba<br />
los labios y hacía que le escocieran los cortes<br />
que los cristales le habían producido en la cara.<br />
Se asomó y allí lo vio: Emil Fink estaba de pie,<br />
con su elegante y aterrador pose de líder. Perfectamente<br />
erguido, con los brazos cruzados a<br />
la espalda. A su alrededor se esparcían los cadáveres<br />
destrozados de los judíos que habían sido<br />
alcanzados por la explosión. Fink miró a Gabriel,<br />
con aquella sonrisa y aquellos ojos que jamás<br />
conseguiría olvidar. Y, para su terror, entendió<br />
que jamás conseguiría escapar de aquel infierno.<br />
De todos los nazis que aterrorizaban a los judíos,<br />
de todos los campos de exterminio, él había ido<br />
a parar a Auschwitz, el infierno gobernado por<br />
Emil Fink, el Dämon.<br />
FIN<br />
Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />
M. Floser en su blog.
37<br />
Un relato de fantasía épica de Miguel Tofiño Vian<br />
El Árbol Primigenio, la gran obra de los Señores<br />
de la Vida y la Muerte, florecía fuerte<br />
y seguro, alimentado por la mismísima esencia<br />
de Etherys, el Mar de los Sueños. Ruaner construyó<br />
su Reino sobre la copa del Árbol y lo pobló<br />
de Libros Parlantes e Ideas Vivientes, lo llenó<br />
con la luz de las Lámparas del Conocimiento<br />
y prosperó como Rey de los Señores.<br />
Los Señores gobernaban las dos Ramas con generosidad,<br />
y los primeros edheros, fruto de la<br />
vida de Myra y la luz de Ruaner, poblaban el<br />
mundo con ciudades de piedra y grandes bibliotecas.<br />
Ikara, Señora de las Sombras, administraba<br />
con sabia prudencia el Mar del Ensueño, del<br />
que el Árbol se alimenta, y todo era próspero y<br />
fértil en los tiempos del Árbol Primigenio.<br />
Pero había alguien que no se encontraba contento<br />
en la prosperidad del gobierno de los<br />
Señores. Pues Nahru, hijo de Ikara la Reina de<br />
las Sombras, se sentía extraño y fuera de lugar<br />
en compañía del resto de habitantes del Árbol,<br />
dada su propia naturaleza, y a pesar de que él,<br />
como Sombra de Sombras, era poderoso y respetado<br />
entre los hijos de Etherys.<br />
Pero Nahru, Sombra de Sombras, no hallaba<br />
alegría. Pues su poder, reflejo de la negrura que<br />
reside en lo más profundo del Mar del Ensueño,<br />
donde ninguna luz es capaz de penetrar, era el<br />
poder de lo oculto, del silencio, de todos los vacíos<br />
que llenan la vida y le otorgan sentido.<br />
Nahru, Maestro de la Sombra, otorgaba sentido.<br />
Otorgaba caminos. Otorgaba razones por las<br />
que seguir adelante o volver atrás. Nahru era la<br />
alternativa, el contrapeso con que se equilibra el<br />
mundo. Era volubilidad, imprecisión.<br />
Fue su propia naturaleza, su condición de Vacío,<br />
lo que lo condenó. Lo que, al final, no pudo<br />
ser soportado.<br />
Porque Nahru otorgaba sentido a todo y a todos,<br />
pero era incapaz de otorgárselo a sí mismo,<br />
precisamente porque eso hubiera sido la mayor<br />
contradicción. Que él, Vacío y creador de caminos,<br />
tuviera un camino. Un Vacío continúa estando<br />
vacío mientras nada lo llene.<br />
Nahru, la Sombra de las Sombras, comenzó<br />
a odiarse a sí mismo; lo que lo llevó, al final, a<br />
odiar a todos los Señores y a todos los seres vivos.<br />
Envidiaba su vida fácil, llena de objetivos,<br />
pasiones, alegrías y tristezas.<br />
De modo que se dedicó a observarlos, aprendiendo<br />
de ellos; y después, odiándolos como<br />
los odiaba, los persiguió y arrasó con crueldad<br />
sin delatarse, arropándose cada vez más en su<br />
manto de odio. Los Señores hubieran sospechado<br />
de él si se inmiscuyera en la vida diaria de los<br />
Reinos, de modo que se centró en los volubles e<br />
intrascendentes humanos. Poco a poco trazó un<br />
plan.<br />
Y fue en aquellos momentos cuando todo comenzó<br />
a torcerse.<br />
* * *<br />
Mersen vivía feliz. Tenía una mujer a la que<br />
amaba, hijos buenos e inteligentes, un trabajo<br />
con el que vivir y disfrutar trabajando. Era joven,<br />
inteligente y locuaz.<br />
Mersen era tejedor, sastre, pero no uno cualquiera.<br />
Mersen tejía con la habilidad de un Señor;<br />
sus tapices y alfombras parecían ventanas a
38<br />
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
mundos lejanos; los diseños de su ropa, inigualables<br />
en todo el mundo. Tal era su fama y habilidad<br />
que los Señores le permitieron emplear el<br />
agua del Mar del Ensueño para que elaborara<br />
sus prendas.<br />
Y así, durante un breve lapso de tiempo, incluso<br />
los simples humanos pudieron vestirse con la<br />
magia de Etherys. Eso trajo desgracias al mundo<br />
mucho tiempo después, pero eso es una historia<br />
para otra ocasión.<br />
La magia de las ensoñaciones de Mersen no<br />
pasó desapercibida, como se ha dicho, en la corte<br />
de Ruaner y Myra. Tanto es así, que año tras<br />
año los grandes salones de los dos Reinos quedaron<br />
inundados del espíritu de Mersen, cubiertas<br />
las paredes de sus tapices, sus telas.<br />
La habilidad de Mersen se convirtió en leyenda,<br />
pasó a ser más famoso y adorado que los reyes<br />
de su tiempo. Su obra se filtró más y más<br />
profundamente en el Árbol Primigenio hasta<br />
llegar a sus mismísimas raíces, hasta los brumosos<br />
dominios de Ikara y la Tríada, hasta la mente<br />
atormentada de Nahru, hastiada de vacío.<br />
* * *<br />
Mersen dormía plácidamente en su cama tras<br />
un duro día de trabajo, cuando un repentino resoplido<br />
del viento abrió la ventana y lo despertó.<br />
Miro hacia ella y frunció el ceño. No veía nada.<br />
No es que no pudiera ver… No había nada que<br />
ver. Podía observar con todo detalle el resto de<br />
su habitación. Pero allí, delante del a ventana,<br />
había algo que no podía ver. No, no había algo.<br />
No había nada. No existía.<br />
Agitó la cabeza. Le pareció percibir que la<br />
Nada tenía el contorno de un hombre.<br />
—Sabes quién soy —dijo la Nada. No era una<br />
pregunta.<br />
—Nahru, mi Señor —Mersen se inclinó y encogió,<br />
aterrado. Que se supiera, jamás ningún<br />
mortal se había encontrado en presencia de la<br />
Sombra de Sombras.<br />
—Debes hacer algo por tu Señor —afirmó<br />
Nahru. Sonreía con el desprecio que nace de la<br />
envidia, pero Mersen no podía verlo.<br />
—Decidme, mi Señor.<br />
—He oído que eres único entre humanos y Señores.<br />
¿Es eso cierto?<br />
—Todos los seres somos únicos en cierto modo,<br />
mi Señor Nahru.<br />
—He oído decir que tan solo tú eres capaz de<br />
construir, de crear, de inventar. He oído que<br />
duermes. He oído que sueñas.<br />
Mersen se estremeció. Soñar. Nadie era capaz<br />
de soñar por aquel entonces. Nadie. Solo él. Y<br />
nadie más que él mismo lo sabía.<br />
—Así es, mi Señor —confirmó.<br />
La sonrisa de Nahru se ensanchó.<br />
—Entonces eres tú quien puede ayudarme.<br />
—¿Qué puede hacer por vos este humilde tejedor,<br />
mi Señor?<br />
—Necesito una capa. Una capa a mi medida.<br />
Mersen sonrió; se relajó. Una capa. Podía comenzar<br />
a moverse en terreno firme.<br />
—Decidme, ¿cómo deseáis que sea? Puedo tomaros<br />
medidas, mostraros esquemas y modelos,<br />
y…<br />
Se detuvo al percibir un tenue eco en el aire. Se<br />
le erizó la piel, palideció. Nahru reía.<br />
—La capa que deseo no es convencional —se<br />
mantuvo en silencio unos instantes—. No me<br />
importan las medidas ni la forma, el color o el<br />
diseño. No me importa si es suave o áspera, pesada<br />
o ligera. Todo eso será asunto tuyo. Tan<br />
sólo pido una cosa. La capa ha de ser capaz de<br />
hacerme sombra.<br />
Mersen frunció el ceño.<br />
—No os entiendo, mi Señor. Perdonad mi simpleza.<br />
De pronto la Nada tomó forma. No era una forma<br />
definida de la que pudiera distinguir rasgos,<br />
sino una presencia, algo oscuro y denso que podía<br />
más presentir que ver.<br />
Sentía su rabia y su deseo ardiente.
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
—Los designios de los Señores no son comprensibles<br />
para los mortales. Soy Nahru, Sombra<br />
de Sombras, pero yo mismo carezco de sombra.<br />
Eso debe cambiar. Y tú, con tus sueños y tu<br />
habilidad, harás que así sea.<br />
Mersen se encogió.<br />
—Soy un simple sastre, mi Señor. Como habéis<br />
dicho, los deseos de un Señor escapan tanto a mi<br />
habilidad como a mi entendimiento.<br />
—Ruaner y la Tríada te han dado permiso para<br />
usar el agua del Pozo del Ensueño. Nada te impide<br />
cumplir con mis deseos.<br />
Mersen reprimió el gemido de angustia. Las<br />
palabras de un Señor son inapelables. No se discuten.<br />
Un mortal no puede oponerse a la voluntad<br />
de un hijo de Etherys.<br />
—Mi Señor… Carezco del poder para construir<br />
tales sortilegios, incluso con la ayuda de las<br />
Aguas Dormidas.<br />
—Tus sueños te guiarán. No hagas que pierda<br />
la paciencia.<br />
Mersen logró tragar saliva tras un agónico esfuerzo.<br />
—Yo no elijo mis sueños, mi Señor Nahru. Vienen<br />
a mí y me inspiran imágenes e ideas. Pero<br />
yo sólo recibo, no controlo lo que sueño. Lo que<br />
me pedís sería tarea para un hijo de Etherys. No<br />
para mí. Es mucho poder el necesario para tejer<br />
lo que queréis. Una sombra.<br />
Esta vez sí, Mersen percibió la sonrisa en los<br />
etéreos labios de Nahru. Una sonrisa cruel, carente<br />
de piedad.<br />
—Entonces yo procuraría soñar lo que ha de<br />
soñarse. Tienes un año y un día. Acude a medianoche<br />
a los Acantilados del Ensueño. Si no apareces,<br />
te encontraré. Si no apareces, conocerás la<br />
ira de las Sombras.<br />
Y así, sin más, desapareció.<br />
* * *<br />
Un año y un día después, un hombre caminaba<br />
lentamente por las silenciosas calles de Estirna,<br />
la Ciudad de las Sombras. Los Fantasmas Durmientes<br />
dormían, pese a lo que el hombre temblaba<br />
violentamente. No por miedo, pues se ha<br />
de respetar a los Señores, no temerlos. Temblaba<br />
porque se encontraba en lo más profundo del<br />
Árbol del Saber, en sus mismas raíces, el Reino<br />
de las Sombras, donde toda la materia está imbuida<br />
en el poder del Ensueño, la tierra late y el<br />
aire vibra en silencio.<br />
Mersen era el primer mortal que pisaba la Rizorilla,<br />
el límite último, y se sintió aplastado,<br />
arrollado por el poder de Etherys. No era un<br />
poder que se viera, que saltara a la vista, que<br />
pudiera tocarse o describirse.<br />
La urdimbre de Etherys se encuentra en todo<br />
aquello que reside bajo las cosas, que las sustenta,<br />
que completa.<br />
Mersen no podía verlo, pero sí sentirlo, acongojado.<br />
Y así, tembloroso y encogido, se dirigió<br />
a los acantilados del Ensueño tal y como estaba<br />
previsto.<br />
* * *<br />
La Nada Conforme le sonrió. Era una sonrisa<br />
terrible, de ira y sufrimiento.<br />
—Has venido —dijo la Nada—. Me has servido<br />
bien. Ahora dame mi capa.<br />
La Nada extendió una mano brumosa. Una<br />
mano temblorosa, incapaz de disimular la ansiedad.<br />
El deseo.<br />
Mersen tenía una capa ceñida al cuello, pero no<br />
se la tendió. Decir que aquella capa era negra no<br />
sería hacer honor a la verdad. Su negrura era la<br />
oscuridad densa, sólida y absorbente de un agujero<br />
negro. Era una sombra que generaba sombras,<br />
que devoraba toda la luz a su alrededor. Y<br />
aun así…<br />
La negrura de la capa contrastaba con la palidez<br />
cadavérica del rostro de Mersen. Encogido,<br />
derrotado, el tejedor bajó la cabeza.<br />
—Los sueños, mi Señor, no se pueden controlar.<br />
Lo he intentado. Lo he intentado durante<br />
noches y noches.<br />
» Pero un sueño no se puede controlar.<br />
39
40<br />
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
La voz se le quebró. Sintió la ira creciendo<br />
como un alud en la Nada sombría.<br />
—Dame mi capa, mortal. Cumple con las órdenes<br />
del Señor de las Sombras.<br />
Aterrado como estaba, Mersen no se percató de<br />
la blasfemia intolerable en las palabras de Nahru.<br />
No existe otro Señor de las Sombras que no<br />
sea Ikara, madre del Pasado y el Porvenir.<br />
Mersen ofreció la capa, que desapareció entre<br />
las manos de la Nada.<br />
El tiempo pareció detenerse. Se hizo el silencio.<br />
El corazón de Mersen martilleaba en el pecho.<br />
La materia de Etherys pareció condensarse, vibrar,<br />
resonar. Los Mares del Ensueño se revolvieron,<br />
incómodos, y salpicaron los Acantilados<br />
de partículas etéreas.<br />
Pero, por encima de todo, estaba la Ira. La Ira<br />
creciente, monstruosa, la Ira venenosa sin límite.<br />
La Ira que crecía y crecía, se expandía y marchitaba<br />
todo lo que tocaba. La Ira nacida de la<br />
Nada, odio en su forma pura, densa e irracional.<br />
Mersen temblaba como una hoja seca en mitad<br />
de un huracán.<br />
—Ninguna sombra me ha aparecido —susurró<br />
la Ira, y era un susurro de amenazas veladas.<br />
—Los sueños no acudieron a mí. No hubo luz.<br />
Mi tejido era perfecto, pero requería arte. Inspiración.<br />
No pude. No tuve el sueño que necesitaba.<br />
Intenté doblegar los sueños a mi voluntad.<br />
No pude.<br />
—Olvidé que, legendario o no, no dejas de ser<br />
un simple humano —escupió la Ira—. Olvidé<br />
que no se puede confiar en un mortal. Olvidé<br />
que la crueldad de Etherys no tiene límites, no<br />
me dejará escapar del Vacío. Olvidé, quise olvidar,<br />
y tuve esperanza. ¿No pudiste soñar, Mersen?<br />
—la Ira rió para sí misma. Una risa queda,<br />
terrible, carente de alegría— ¿Cómo un genio<br />
como tú, tejedor de los Señores, que ha manejado<br />
la materia de Etherys, no es capaz de soñar?<br />
—Hubiera querido, mi Señor, pero yo…<br />
De nuevo la risa que helaba la sangre.<br />
—¿Hubieras querido, Mersen? ¿Es lo que quisieras?<br />
—Nada me placería más que complaceros, mi<br />
Señor… —aseguró el buen tejedor.<br />
La Ira estalló a reír.<br />
—Soy Nahru, Sombra de Sombras. Yo otorgo<br />
sentido. Yo carezco de sentido. Quieres soñar.<br />
¡Sueña!<br />
Mersen sintió un golpe demoledor tan repentino<br />
como un pestañeo. Y de pronto caía, quebrado,<br />
y veía el mar brumoso frente a él, acercándose<br />
más y más rápido.<br />
El Mar del Ensueño lo envolvió, lo anegó, lo<br />
dejó sin respiración. Penetró por su boca y su nariz<br />
y sus ojos; atravesó su piel y lo abrasó, lo calcinó,<br />
lo congeló, lo petrificó. Etherys en su pura<br />
esencia lo aplastó y lo vació de todo.<br />
Cualquier otro, pulverizado por el exceso de<br />
poder, hubiera muerto en un instante, disuelto<br />
en la materia de Etherys, convertido en Ensueño.<br />
Ningún mortal ni ningún Señor pudiera haber<br />
esperado nada más.<br />
Pero Mersen era algo más. Mersen era capaz<br />
de soñar. Toleraba la materia de Etherys para<br />
elaborar sus telas. Había algo de Ensueño en sí<br />
mismo, en su propia mente; y así, se salvó.<br />
Etherys lo transformó, lo transmutó en algo<br />
distinto que no era humano.<br />
Mersen sufrió lo que jamás se ha sufrido, y se<br />
sintió morir durante una eternidad. En su pelo<br />
pelirrojo crecieron mechones de canas prematuras.<br />
Sus ojos cambiaron. Su expresión perdió<br />
parte de humanidad.<br />
Pero no fue su fin. Sobrevivió, y ya nunca más<br />
volvió a ser un humilde tejedor. Doblegó al Mar<br />
del Ensueño, consiguió que se plegara a su voluntad.<br />
Y así, Mersen ascendió de nuevo a los<br />
Acantilados. Allí continuaba la Ira, que no le reconoció.<br />
—¿Cuál es vuestro problema, mi Señor? ¿Puedo<br />
ayudaros? —preguntó Mersen sonriendo.<br />
—Nadie puede ayudarme —aseguró la Ira—.<br />
Nadie podría tejer mi sombra.<br />
—Yo podría, sin duda, mi Señor. Si me dejáis<br />
ayudaros.<br />
La Ira rió con su risa terrible. Pero, esta vez,
41<br />
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
Mersen no sintió nada al escucharla. Tan sólo el<br />
leve cosquilleo que uno puede sentir al ser acariciado<br />
por el viento.<br />
Entonces la Ira dejó de reír.<br />
—Habláis en serio.<br />
—Más en serio no podría hablar. Soy Tejedor.<br />
Pudiera no haber nadie más indicado que yo<br />
para la tarea.<br />
—¿Quién eres? —preguntó la Ira, frunciendo<br />
un ceño de humo y cenizas.<br />
Mersen compuso la mejor de sus sonrisas. La<br />
sonrisa que sólo podría verse en el más humilde<br />
de los tejedores.<br />
—Nada más que un mortal temeroso de los<br />
Señores, y deseoso de ayudar en lo que me sea<br />
posible.<br />
—Hace no mucho arrojé a otro mortal al Mar<br />
del Ensueño por fracasar.<br />
Mersen rió levemente. Y era una risa más terrible<br />
aún que la de Nahru; sonaba alegre y despreocupada,<br />
pero había algo oscuro en lo más<br />
profundo de su sonido. Algo peligroso.<br />
—Para tal arte se requiere poder, mi Señor. Se<br />
requiere el dominio de los sueños. Yo os tejeré<br />
una sombra tal y como deseáis.<br />
Nahru no era estúpido. No en vano era hijo de<br />
Ruaner, Señor del Saber. Quizá, en otras circunstancias,<br />
hubiera sospechado. Pero era la Nada y<br />
era la Ira, y el deseo lo consumía. Consumía y<br />
cegaba.<br />
—Así será, mortal. Téjeme la capa que deseo.<br />
Pero, si fracasas, te arrojaré al Mar, y te disolverás<br />
en Etherys.<br />
Entonces Mersen rió, y fue la Ira quien se sintió<br />
empequeñecer.<br />
El Tejedor atrajo hacia sí todo el poder del Ensueño<br />
y, tras un tiempo que fue a la vez eterno<br />
e instantáneo, sostenía ante sí una capa blanca<br />
como la luz.<br />
La Ira frunció el ceño, pero su anhelo abrasaba,<br />
y tomó la capa con la respiración entrecortada.<br />
Sus manos temblorosas arroparon su cuerpo<br />
con la tela, ciñeron el broche; cerró los ojos.<br />
Los abrió. Y la Ira que lo poseía se esfumó. Pestañeó.<br />
Contuvo el aliento. Pestañeó de nuevo. Y<br />
se echó a reír.<br />
Rió de júbilo, de alivio, de alegría. Rió porque<br />
por fin podía ver su sombra, allí, a sus pies.<br />
Rió hasta percatarse de que su misterioso tejedor<br />
también reía. Pero aquella no era una risa<br />
alegre. Era una risa que helaba la sangre.<br />
Fue entonces cuando, desposeído de su deseo<br />
ciego, se percató de los rasgos del Tejedor. De su<br />
parecido con Mersen. Del poder que emanaba<br />
de él. De las ascuas ardiendo en sus ojos.<br />
—Dicen que una sombra refleja el alma de<br />
quien la posee —susurró Mersen.<br />
Nahru observó su sombra neonata más atentamente.<br />
Le flaquearon las fuerzas.<br />
La sombra que surgía de sus pies brumosos no<br />
era la de un Señor. Era deforme como un monstruo.<br />
Era arqueada, torcida, desfigurada. Era<br />
la sombra de un Espectro Glacial, enemigo de<br />
Etherys.<br />
Nahru aulló horrorizado; la risa de Mersen<br />
atronó en el Acantilado.<br />
—¡No soy yo! —gritó el Espectro— ¡No soy yo!<br />
¡Deshaz el sortilegio! ¡Deshazlo, te lo ordeno!<br />
—No hay sortilegio. ¡Obsérvate a ti mismo!<br />
Nahru cerró los ojos, pero la imagen lo perseguía.<br />
Entonces agarró la capa con ambas manos,<br />
e intento arrancársela. No pudo. Descubrió que<br />
las hebras se habían extendido e incrustado por<br />
todo su cuerpo. Mersen reía.<br />
—No intentes lo imposible, Sombra Sombría.<br />
¡Tal era tu sueño! Tener sombra. Los sueños no<br />
son prendas que uno pueda ponerse o quitarse<br />
a placer. No. Los sueños enraízan y crecen en lo<br />
más profundo del corazón. Los sueños son dueños<br />
de nuestros deseos. Los sueños son maestros<br />
de nuestra propia alma.<br />
Nahru rugió. Pero, por más que lo intentó, no<br />
pudo librarse de su tortura. La esperanza lo<br />
abandonó. La cordura lo abandonó. Tan sólo<br />
quedó la Ira, ciega y ardiente, la Ira infinita.<br />
—¿Quién eres? —inquirió la Ira. Mersen sonrió.
42<br />
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
—Soy Mersen, quien soñaba con ser feliz junto<br />
a su familia, y a quien le fue arrebatado tal<br />
sueño. Soy Mersen el Tejedor de los Sueños. Soy<br />
Mersen, Señor del Ensueño, y durante toda la<br />
eternidad seré tu peor enemigo, Espectro, Nahyres,<br />
Sombra Sombría.<br />
* * *<br />
La guerra que siguió llevó al mundo al borde<br />
del abismo. Mersen desveló todas las atrocidades<br />
que Nahru había cometido antes de ser<br />
llamado Nahyres, y los Señores se aliaron con<br />
Mersen y la humanidad.<br />
La ira de Nahyres sacudió los cimientos de la<br />
tierra; arrasó las ciudades de los seres mortales<br />
y trajo la ruina a los Reinos de los Señores. Al<br />
final, incluso el mismo Árbol fue destruido. Pero<br />
los Señores unieron fuerzas y, en la batalla final<br />
sobre los Mares del Ensueño, los leales a Etherys<br />
se impusieron. Mersen tejió las ataduras de Nahyres.<br />
Y así, derrotado y encadenado, fue arrojado<br />
a lo más profundo del Mar del Ensueño.<br />
A pesar de la victoria, poco podían celebrar los<br />
Señores, pues el mundo había sido arrasado y<br />
el Árbol destruido, abrasado desde la raíz hasta<br />
sus últimas yemas.<br />
Pero no fue el fin. Porque la Materia de Etherys<br />
es poder, y un nuevo retoño del Árbol germinó<br />
y comenzó a crecer.<br />
Y he aquí que la rabia incandescente de la guerra<br />
y de la Ira encadenada habían calentado las<br />
aguas del Mar, y este calor hizo que su superficie<br />
se evaporara y ascendiera al cielo, donde<br />
condensó.<br />
La lluvia del Ensueño cayó sobre el Árbol e hizo<br />
que éste creciera más rápido, más fuerte y vigoroso.<br />
Pero no fue sólo eso. El agua de Etherys<br />
arreció sobre el tronco durante largos meses y<br />
años; y al final, aparte de la Rama del Saber y<br />
la Rama de la Vida, una nueva Rama floreció,<br />
imbuida con el poder del Ensueño.<br />
Y allí, en la tercera rama, rodeado de las Almas<br />
Anhelantes afines a él, Mersen el Tejedor de los<br />
Sueños construyó su reino.<br />
* * *<br />
Cuenta la leyenda que, desde entonces, todos<br />
podemos soñar cuando dormimos, gracias a la<br />
influencia que Mersen y su Reino del Ensueño<br />
ejercen sobre nosotros. Y aquellos que reciban<br />
la bendición de Mersen se convertirán en auténticos<br />
Soñadores, moldeadores de la materia del<br />
Ensueño, maestros del mundo latente y de todo<br />
aquello que puede ser.<br />
FIN<br />
Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />
Miguel Tofiño Vian en su blog, o en su página en<br />
Deviantart.
43<br />
Un relato de fantasía y misterio de M.A. Álvarez Rodríguez<br />
La dama del bosque.<br />
Así comenzaron a llamarla. Sin embargo, cuando<br />
el reino se vio sacudido por una terrible epidemia,<br />
la acusaron de ser una bruja y la persiguieron.<br />
Ella buscaba un escondite en lo más<br />
profundo de la espesura, pero en su camino<br />
encontró a un caballero a cuyos pies yacía otro,<br />
herido.<br />
El anticuario.<br />
A finales del siglo XIX, un distinguido caballero<br />
visita la tienda de un anticuario, quien le habla<br />
sobre un reloj de arena de siglos de antigüedad<br />
al que le rodea una extraña leyenda.<br />
—¿Qué tipo de extraña leyenda? —muestra interés<br />
el burgués.<br />
—Una leyenda de oscuros matices. Se dice que<br />
este reloj ha sido portador de desgracias y de<br />
todo tipo de penalidades. Sus dueños han corrido<br />
la peor de las suertes.<br />
—¿Sus dueños? —pregunta riendo—. ¿Y acaso<br />
a usted le ha pasado algo?<br />
—Pues… en realidad, no.<br />
Los dos ríen.<br />
—Lo quiero para mi colección. Así tendré algo<br />
interesante que contar a mis invitados. Les hablaré<br />
de esa absurda leyenda.<br />
El juglar.<br />
—¡Ya sé! Dejad que os cuente la leyenda de El<br />
caballero de arena —proponía el juglar a un aburrido<br />
público que comenzaba a alejarse tras escuchar<br />
algunos cuentos a los que no prestaron<br />
atención.<br />
No muy convencidos le dieron otra oportunidad.<br />
—Seguro que muchos habéis oído hablar de<br />
esta historia. ¡Precisamente hoy hace un siglo<br />
que ocurrió!<br />
Los gestos de los allí presentes no mostraban<br />
credulidad, pero debía adornar un poco el relato<br />
para llamar la atención del exigente público.<br />
Aunque sí era cierto que sucedió hacía ya mucho<br />
tiempo.<br />
—¡Escuchad atentamente! Esta historia llegó a<br />
mis oídos en una taberna sombría… —relataba<br />
con aires de misterio— de boca de un viejo y cansado<br />
mercader que me pidió que me apiadase<br />
de su garganta y le invitara a un trago de vino.<br />
Como imaginaréis, mi respuesta no fue complaciente<br />
para él, pero me prometió un buen cuento<br />
como pago y tras asegurarme una y otra vez que<br />
sería de mi interés, accedí a convidarle a la bebida.<br />
Los ojos de los espectadores comenzaron a<br />
mostrar cierto interés.<br />
—Tras refrescar nuestros gaznates, el mercader<br />
sacó un objeto envuelto en una tela y lo descubrió.<br />
Me mostró un lúgubre reloj de arena y me<br />
dijo que se trataba de un artilugio muy especial…<br />
Lo giró y la rojiza arena comenzó a caer<br />
hacia el otro hueco. Me aseguró que aquel tono<br />
carmesí pertenecía a la sangre de un caballero al<br />
que arrebataron su honor.<br />
La dama del bosque.<br />
Que no le despojasen de su honor era lo que
Un puñado de relatos<br />
pedía el caballero herido, exigiendo a su rival<br />
que le diera muerte tras haber sido derrotado.<br />
La dama permaneció escondida, presenciando lo<br />
que ocurría.<br />
—No —le dijo el caballero que permanecía en<br />
pie—. A partir de hoy, os condeno a vivir en las<br />
más absolutas de las vergüenzas.<br />
—¡Hacedlo! ¡Acabad con mi vida! —insistía el<br />
vencido.<br />
—Regresad a vuestro reino y contadle a vuestro<br />
rey que ha sido mi espada la que os ha derrotado<br />
—respondió y le dio la espalda a su rival, arrojando<br />
junto a él su puñal de la piedad.<br />
Los ojos del caballero herido se inundaron de<br />
odio. A duras penas se levantó, mientras observaba<br />
cómo su contrincante se marchaba. Un impulso<br />
le hizo tomar el puñal. Se dirigió hacia su<br />
rival y cuando le alcanzó, la ira movió su mano<br />
contra él. Introdujo el filo por uno de los huecos<br />
de su armadura con el fin de darle muerte.<br />
El otro caballero cayó desplomado.<br />
—¡Nunca habéis tenido honor! —le reprochó.<br />
—Ahora soy yo el vencedor… Lo conseguí… —<br />
lo celebró.<br />
El anticuario.<br />
Unos días después de la reunión, el anticuario<br />
se halla leyendo el periódico. Sus ojos se abren<br />
de sorpresa cuando encuentra la noticia de que<br />
su cliente ha fallecido en extrañas circunstancias.<br />
El juglar.<br />
—¡Se trata del alma de un caballero al que arrebataron<br />
su honor dándole muerte por la espalda!<br />
—exclamaba el juglar a sus oyentes, imitando la<br />
voz del mercader—. Pero una bruja había visto lo<br />
sucedido y tras reconocer al más ruin de los caballeros<br />
como uno de los que difundió el rumor<br />
de su hechicería, se acercó al atacado cuando el<br />
otro se marchó y justo antes de que muriera, lo<br />
arrastró hacia la espesura del bosque.<br />
La joven.<br />
Algo o alguien la perseguía por el bosque. Bajó<br />
del coche tras haber colisionado contra un árbol.<br />
No había cobertura, estaba sola. Solo podía huir,<br />
no podía avisar a nadie. Miró hacia atrás. Una<br />
extraña figura la perseguía. Corría desesperadamente,<br />
buscando ayuda.<br />
44<br />
El anticuario.<br />
El anticuario es uno de esos invitados que acude<br />
a visitar la magnífica colección que ha conseguido<br />
el señor que le compró el reloj. Tras una<br />
agradable reunión con el resto de los allí presentes,<br />
se disponen a compartir una suculenta cena<br />
que ofrece su cliente.<br />
El juglar.<br />
—Después de ofrecerle al mercader un gesto<br />
de sorpresa, no pude evitar quedarme mirando<br />
fijamente el contenido del reloj. ¿Acaso estaba<br />
diciendo la verdad? Volvió a esconderlo y<br />
me contó que el objeto estaba embrujado y que<br />
su interior alojaba el alma de un caballero que<br />
buscaba venganza. Le dije que no quería seguir<br />
oyendo una historia como esa y, cuando estuve<br />
a punto de levantarme, me agarró del brazo e insistió<br />
para que me quedase a escuchar el final.<br />
La dama del bosque.<br />
Llevó al caballero hasta un lugar inaccesible y<br />
le ofreció su ayuda si era su decisión tomar venganza.<br />
—Sí… quisiera seguir vivo para vengar esta<br />
ofensa… —confesaba el moribundo caballero.<br />
—Conozco un conjuro para que vuestra alma<br />
permanezca en este mundo.<br />
El juglar.<br />
—Y entonces el mercader me aseguró que la<br />
bruja encerró el alma del caballero en ese mismo<br />
reloj de arena que me mostraba, un artilugio<br />
poco común que llamaría la atención de muchos,<br />
pronunciando un conjuro que uniría la sangre<br />
del héroe con los granos de arena. Un día, el reloj<br />
llegó a manos del hombre que le dio muerte,<br />
cuando era ya un anciano, y este fue encontrado,
45<br />
Un puñado de relatos<br />
poco después, ahogado en la pantanosa fosa del<br />
castillo. Le dije al mercader que se trataba de una<br />
historia espeluznante, pero me aseguró que todavía<br />
quedaba más por contar. Esperé con cierta<br />
intriga y temor a que siguiera hablando y entonces<br />
me desveló un horrible secreto.<br />
El hermano de la joven.<br />
Llegó a casa después del trabajo. Saludó a su<br />
esposa, quien estaba preparando la cena; y a su<br />
hijo, ensimismado delante del ordenador. Se fue<br />
a la cama temprano, pero una inesperada visita<br />
interrumpió su sueño. Un agente de policía le<br />
dio la triste noticia de que habían encontrado a<br />
su hermana en el bosque. Alguien había acabado<br />
con su vida. No sabían explicar la manera, pero<br />
había sucedido. El fatal suceso le hizo palidecer<br />
y sintió una enorme sacudida en el pecho.<br />
Cuando el agente se marchó, recordó algo con<br />
lo que su hermana estaba obsesionada, unas palabras<br />
que no cesaba de repetir: «no descansaré<br />
hasta que destruya el maldito reloj».<br />
El hermano de la joven.<br />
No podía dar crédito cuando fue conocedor de<br />
todo lo que había descubierto su hermana: una<br />
maldición asolaba a su familia desde hacía generaciones.<br />
Muchos de sus antepasados se habían<br />
visto envueltos en un cruel destino, todos aquellos<br />
que habían poseído el extraño reloj. Pero él<br />
lo sabía. Todavía podía protegerse a sí mismo y<br />
a su familia. Encontró el reloj, lo arrojó y lo hizo<br />
añicos, con sumo cuidado, sin tocarlo. Los granos<br />
carmesíes se esparcieron por el suelo y después<br />
lo quemó todo. Lo redujo todo a cenizas.<br />
El juglar.<br />
—Sus palabras me produjeron un intenso escalofrío,<br />
¿acaso insinuaba que toda esa historia<br />
estaba relacionada conmigo? Desde entonces<br />
apenas puedo pegar ojo. Y esta es la historia de<br />
la que os… hablaba…<br />
El público no parecía complacido y arrojaron<br />
solo unas pocas monedas.<br />
El juglar.<br />
—Me dijo que la sed de venganza de la bruja<br />
era todavía mayor que la del caballero y cuando<br />
este consumó su venganza, su alma no quedó<br />
libre, permaneció atrapada en el reloj, pues<br />
el hechizo que la bruja había dictado le había<br />
condenado a acabar con la vida de todo el que<br />
llevara la sangre de su rival, por los siglos de los<br />
siglos. Desde entonces, el reloj viaja en busca de<br />
sus víctimas, sabiendo quiénes son en cuanto lo<br />
tocan. Le di otro trago al vaso de vino. Después<br />
volvió a mostrarme el reloj. Le dio la vuelta. Los<br />
granos comenzaron a deslizarse de una cavidad<br />
a otra y entonces estas palabras salieron de su<br />
boca: «¿Queréis tocarlo? ¿Queréis saber si vos lleváis<br />
la sangre del caballero sin honor?». A lo que le<br />
respondí: «Os aseguro que nunca me he alegrado<br />
más de no pertenecer a la nobleza». El mercader rió<br />
y finalmente me levanté de la silla con intención<br />
de marcharme, pero escuché unas últimas palabras<br />
de sus labios antes de abandonar la taberna:<br />
«Tened cuidado, bien es sabido que, aunque lo oculten,<br />
los nobles esconden bastardos.»<br />
El hermano de la joven.<br />
Volvió a casa para asegurarse de que su familia<br />
se encontraba bien. Todo había terminado. Estaban<br />
a salvo. Aquella historia inverosímil había<br />
tocado fin. El reloj ya no existía.<br />
El juglar.<br />
Tras unos segundos de ensimismamiento hizo<br />
una reverencia y cuando fue un momento prudente,<br />
recogió las monedas.<br />
El hermano de la joven.<br />
Pasaron unos meses. Definitivamente, la amenaza<br />
había desaparecido. Se dirigió hacia su<br />
despacho y encendió el ordenador. Tenía mucho<br />
trabajo por hacer.<br />
El juglar.<br />
Después de la despedida, abandonó la aldea.
46<br />
Un puñado de relatos<br />
Tras haber recordado la historia, comenzó a<br />
sentir una incómoda inquietud. ¿Y si no era<br />
una coincidencia? Recorría el camino de tierra<br />
al atardecer, el camino que unía esa villa con la<br />
próxima.<br />
El icono del reloj llamó su atención. Acercó sus<br />
ojos a la pantalla. Los granos de ese reloj se habían<br />
tornado rojizos. Daba vueltas y vueltas. Lo<br />
había tocado. Había tocado la pantalla momentos<br />
antes. Aterrado, levantó su temblorosa mano<br />
del ratón. No tuvo tiempo de abandonar el escritorio,<br />
aquel icono fue lo último que vio.<br />
El hermano de la joven.<br />
Mientras se abría el programa y cargaba, notó<br />
que la pantalla estaba algo sucia, así que la limpió<br />
un poco con su mano. Demasiado tiempo sin<br />
pasar por el despacho tras lo sucedido. El programa<br />
tardaba en arrancar más que nunca. Miraba<br />
a todas partes, esperando a que se abriese.<br />
FIN<br />
Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />
M.A. Álvarez Rodríguez en su web y también en<br />
su blog.<br />
El juglar.<br />
Antes de llegar a la otra aldea, encontró un<br />
cuerpo en el camino. Parecía el de un campesino<br />
que portaba un zurrón. Miró a todas partes, no<br />
había nadie más. No respiraba… Concluyó que<br />
ya no necesitaría sus pertenencias. Con cuidado<br />
le quitó el zurrón y comprobó su interior.<br />
El hermano de la joven.<br />
Volvió a mirar hacia la pantalla. El programa<br />
continuaba sin abrirse tras un exagerado tiempo<br />
de carga. El icono de espera del reloj de arena<br />
daba vueltas y vueltas.<br />
El juglar.<br />
Del zurrón sacó aquel reloj. Aterrado lo soltó y<br />
miró tanto al reloj como a su víctima. Sintió un<br />
estremecedor viento frío a sus espaldas. Sobrecogido,<br />
se giró y distinguió la borrosa figura de<br />
un caballero.<br />
El hermano de la joven.
47<br />
Un relato de ciencia ficción de María Eijo López “Nullien”<br />
La aguda voz de la megafonía se escuchó en<br />
toda la estación.<br />
—Cómo odio que algunos de los avisos los den<br />
solo en nuevo-esperanto. Como si lo hablásemos,<br />
o algo —resopló un joven.<br />
—¡Yo lo entendí, hermanito! Bueno, todo no.<br />
¡Pero dijo algo de los trenes!<br />
—Tan útil como siempre, Dinna...<br />
Se mezclaron con el gentío que aguardaba para<br />
subirse a los tranvías. La estación nunca dormía,<br />
el bullicio mantenía en pie sus paredes. Las voces<br />
tampoco descansaban. Conversaciones acerca<br />
de la compra del día, de la escasez de trabajo,<br />
del gobierno, de las buenas noticias... se mezclaban<br />
formando una melodía a la que todos<br />
los habitantes de los suburbios estaban más que<br />
acostumbrados. La mezcolanza de sonidos solo<br />
se veía eclipsada por los anuncios de los altavoces<br />
y por los enormes holopaneles de publicidad.<br />
Nadie les hacía verdadero caso. Los productos<br />
que intentaban vender no estaban al alcance de<br />
nadie de la subciudad.<br />
Con una mano en el bolsillo y otra agarrada a la<br />
de su hermana pequeña, Janik permanecía con la<br />
vista distraída a la espera de la llegada de su tren.<br />
Vestía unos sencillos vaqueros oscuros y una sudadera<br />
marrón. No tenía mucho dinero disponible<br />
para dedicar a la moda, y el poco que obtenía<br />
lo gastaba en la pequeña Dinna, que sí llevaba<br />
una falda blanca con unas finas y largas cadenas<br />
plateadas que se dejaban arrastrar por la fuerza<br />
de la gravedad, tintineando y moviéndose con<br />
gracilidad ante sus pasos. Incluso combinándola<br />
con una sencilla camiseta color amarillo pálido,<br />
su estilo recordaba ligeramente al de la Urbe. Janik<br />
se había propuesto desde el nacimiento de la<br />
niña que haría todo lo posible por conseguir su<br />
ascenso a la ciudad. Ella se lo merecía.<br />
—¿Qué tal van las clases de idiomas? —le preguntó.<br />
Dinna esbozó una amplia sonrisa.<br />
—¡Bone! Eso significa «bien». Creo que pronto<br />
conseguiré entender los anuncios —respondió.<br />
—Eso sería estupendo —dijo Janik revolviéndole<br />
el pelo.<br />
Mientras ambos reían, el tren se aproximó a la<br />
vía. No era más que uno de los viejos vehículos<br />
que habían desechado en la Urbe, pero a Janik<br />
siempre le había impresionado el avance de la<br />
tecnología actual. El tren cruzaba todo el entramado<br />
de túneles de la subciudad sin rozar los<br />
raíles de emergencia a una velocidad que en su<br />
infancia jamás hubiese soñado. Agarró a su hermana<br />
para evitar los empujones del tránsito de<br />
gente, y esperó a que pasaran todos para entrar.<br />
Se acomodó con Dinna en una esquina al lado<br />
de la puerta. El tren iba más vacío de lo habitual,<br />
pero en las últimas semanas eran muchas las familias<br />
que habían perdido su trabajo y que ya<br />
no tenían la necesidad de utilizar el transporte<br />
público. Él mismo apenas lo usaría si no tuviera<br />
que recoger a su hermana de la escuela.<br />
Puso a prueba sus reflejos abriendo la casi cerrada<br />
puerta para dejar pasar a una chica que<br />
parecía haberse cruzado la estación entera corriendo<br />
para llegar a tiempo. La sirena de salida<br />
sonó con fuerza mientras ella traspasaba el umbral,<br />
con gotas de sudor perlando su frente y la<br />
respiración entrecortada. Se apoyó en la pared,<br />
intentando recobrar el aliento.<br />
—Gra... gracias —le dijo a Janik—. No podía<br />
perderlo. El siguiente es dentro de una hora.
48<br />
Subciudad<br />
El chico esbozó una sonrisa. No la conocía, pero<br />
siempre cogían el mismo tren. No era la primera<br />
vez que la veía entrar apurada. Siempre le había<br />
parecido interesante, pero nunca había tenido la<br />
oportunidad de mantener una conversación con<br />
ella sin parecer demasiado lanzado. Decidió aferrarse<br />
a esta oportunidad como fuera.<br />
—Lamento decirte que cobro caros los favores<br />
—Janik exhibió su mirada más encantadora—.<br />
Por lo menos, vas a tener que decirme tu nombre.<br />
Notó un codazo en las costillas, y vio como su<br />
hermana pequeña fingía fruncir el ceño mientras<br />
aguantaba la risa. No era la primera vez que veía<br />
a su hermano flirtear descaradamente con cualquier<br />
chica guapa que se le pusiera a tiro.<br />
—Mi nombre es Megan, señorito caradura —<br />
respondió la chica, mientras sacaba una goma<br />
del pelo de su bolso para anudarse el cabello largo<br />
y negro en una coleta. Acto seguido alzó la<br />
mirada, clavando sus ojos verdes en Janik mientras<br />
sonreía, divertida.<br />
—Te he visto más veces. Eres habitual de este<br />
tren, ¿verdad?<br />
El chico asintió con la cabeza, extendiendo la<br />
mano.<br />
—Mi nombre es Janik, y esta es mi hermana<br />
Dinna —el apretón de manos fue firme.<br />
—Tengo una hija de tu edad —dijo Megan dirigiéndose<br />
a la pequeña—. Ahora mismo me está<br />
esperando en casa.<br />
—Lo dices como si eso fuera algo malo —comentó<br />
Janik.<br />
—No la veo todo lo que quisiera. Por eso no<br />
puedo permitirme perder el tren —Observando<br />
su mirada perdida a través del reflejo de la ventana,<br />
uno podía darse cuenta de que las sonrisas<br />
no duraban mucho tiempo en la subciudad.<br />
—¿En qué parada te bajas?<br />
—Dentro de dos. O quizá en la siguiente, creo<br />
que el tren se ha saltado un apeadero.<br />
Janik miró por la ventana enarcando una ceja.<br />
La zona por la que transitaban en esos momentos<br />
no le sonaba en absoluto. El paisaje de los<br />
suburbios corría veloz al paso del tren, pero él<br />
conocía el camino a la perfección. Se llevó las<br />
manos a la cabeza.<br />
—Dinna, creo que nos hemos confundido de<br />
tren —dijo mientras buscaba un botón para solicitar<br />
parada. No encontró ninguno, lo que aumentó<br />
su desconcierto. Megan se mordió el labio,<br />
confusa, mientras se acercaba a una señora sentada<br />
en uno de los asientos laterales. Esta asintió<br />
primero enérgicamente con la cabeza, mirando<br />
después a su vez por la ventana para comprobar<br />
que el tren se había desviado de su ruta.<br />
—El tren es el correcto —dijo la chica al volver,<br />
seria—. Lo que no sé es a dónde nos está llevando.<br />
—¡Qué emocionante! —aplaudió Dinna, que<br />
parecía ser la única que estaba disfrutando la situación.<br />
Sus mejillas sonrosadas exhibían sendos<br />
hoyuelos provocados por la amplia sonrisa de la<br />
niña.<br />
Janik la cogió de la mano, mirando de nuevo a<br />
su alrededor. Una pequeña melodía dio paso a<br />
la megafonía. El chico agitó a su hermana para<br />
instarla a prestar atención. Incluso dentro de los<br />
trenes, los mensajes estaban en nuevo-esperanto,<br />
así que la pequeña era la única forma de saber<br />
por qué el tren se había desviado de su ruta. El<br />
semblante de Dinna se volvió serio mientras se<br />
forzaba a entenderlo todo, entornando la mirada.<br />
—Janik... es el mismo mensaje que dieron antes<br />
en la estación. Ahora lo he entendido mejor. Dice<br />
algo de no subir al tren, y de saber hablar nuevoesperanto.<br />
El chico tragó saliva, deseando que su hermana<br />
estuviese equivocada. No era ajeno a los rumores<br />
que corrían por la subciudad. Leyendas urbanas<br />
que hablaban de trenes fantasma llenos de gente<br />
que dejaban los suburbios para no ser vistos<br />
nunca más. Líneas cortadas durante horas a la<br />
espera de que los túneles se abrieran al tránsito.<br />
Familiares que deberían haber vuelto a casa y de<br />
los que nunca se había vuelto a oír hablar.<br />
Megan asimiló la información de la misma<br />
forma que él. Con presteza, sin detenerse ni un<br />
segundo, avanzó por el vagón en busca de una<br />
manera de abrir la puerta. Parecían haber eli-
49<br />
Subciudad<br />
minado toda la tecnología de parada: desde los<br />
botones de emergencia hasta el rudimentario<br />
martillo para romper el cristal de las ventanas. El<br />
murmullo comenzó a crecer entre el resto de la<br />
gente mientras la certeza volaba de boca en boca.<br />
El tren cogía cada vez más velocidad, alejándose<br />
de la subciudad, dirigiéndose a los suburbios<br />
inhabitables.<br />
Un hombre de mediana edad intentó derribar<br />
la puerta con el peso de su propio cuerpo, sin<br />
éxito: la estructura metálica era demasiado sólida.<br />
A los pocos minutos eran varios los que<br />
le prestaban ayuda. Megan había iniciado una<br />
suerte de colecta, consiguiendo que todo el mundo<br />
vaciara sus bolsos o mochilas en busca de algún<br />
objeto contundente que les ayudara a escapar.<br />
Intentando mantener la calma examinaron<br />
el contenido, sin éxito. El montón crecía poco a<br />
poco con libros, cuadernos y monederos, pero<br />
nada útil para la situación. Atisbos de histeria<br />
comenzaban a dejarse ver de algún modo como<br />
una paranoia colectiva en la cual todos estaban<br />
seguros de lo que estaba pasando a pesar de no<br />
tener confirmación de los hechos. La población<br />
de la subciudad alcanzaba límites preocupantes<br />
por exceso, eso era una realidad. Algunos individuos<br />
de la misma eran aprovechables y conseguían<br />
ascender a la Urbe, pero el requisito básico<br />
e imprescindible era conocer el idioma de los<br />
ricos.<br />
Janik observó a su alrededor, llevándose las<br />
manos a la cabeza. El tren ya había alcanzado<br />
una velocidad desorbitada, que hacía que fuera<br />
complicado mantener el equilibrio. El pánico había<br />
dejado su honda impronta en la actitud de la<br />
gente. Algunos golpeaban con la fuerza de sus<br />
puños los cristales, en un esfuerzo vano de conseguir<br />
una respuesta de los mismos. Otros apenas<br />
podían contenerse y dejaban ver su frustración a<br />
través de gritos. Una pareja en el fondo del vagón<br />
se acariciaba el rostro susurrándose palabras<br />
de amor. Pudo ver a Megan acurrucada en una<br />
esquina, con una foto en la mano y las lágrimas<br />
bañando su rostro. Había muchas pensamientos<br />
cruzando la mente de Janik en esos momentos, y<br />
uno de ellos era que lamentaba no haberse atrevido<br />
a hablar con ella antes.<br />
«Nos están purgando, maldita sea», pensó Janik<br />
con rabia mientras abrazaba con fuerza a la<br />
pequeña Dinna, que sollozaba apretando la cara<br />
contra su pecho, farfullando que había sido su<br />
culpa. Lágrimas de rabia caían por el rostro del<br />
chico mientras acariciaba el pelo de su hermana.<br />
Para ella podía haber habido esperanza, si no se<br />
hubieran subido al maldito tren.<br />
FIN<br />
Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />
María Eijo López “Nullien” a través de su twitter.
Un relato de terror de Ángeles Mora<br />
50<br />
Vuelvo en mí sobre la acera, delante de un pequeño<br />
hotel de carretera.<br />
La noche se ha convertido en una amalgama de<br />
recuerdos confusos. En mi memoria las voces de<br />
unos se confunden con los rostros de otros, todos<br />
envueltos en una nube de humo de cigarrillos<br />
iluminada por luces de colores que parpadean<br />
al ritmo frenético de una música ensordecedora.<br />
El penúltimo whisky de garrafón que tomé ha<br />
hecho que la sala bailara de forma tan estridente<br />
que ni siquiera recuerdo cuándo o cómo pedí<br />
la siguiente copa. Mis recuerdos saltan de los<br />
brazos que tiran de mí hacia fuera del local hasta<br />
la luz de la farola que ahora me hace guiñar<br />
los ojos.<br />
El malestar de mi estómago me asegura que<br />
tomé esa última copa y mi cabeza me lo recriminará<br />
durante las siguientes veinticuatro horas.<br />
Ya sé lo que me espera, mi cuerpo ya ha pasado<br />
antes por una resaca.<br />
El contenido de mi estómago sale despedido<br />
hacia mis zapatos italianos ante la compasiva<br />
mirada de mi acompañante.<br />
No me suena su cara. Ni su coche. Ni el hotel de<br />
carretera en el que hemos parado. ¿Dónde aparqué<br />
el descapotable?<br />
Me ofrece un pañuelo de papel con total naturalidad<br />
y yo no consigo sentir ni siquiera vergüenza,<br />
el sabor amargo que ha quedado en mi boca<br />
es lo único que mis sentidos pueden captar. El<br />
pañuelo despide un cierto aroma a eucalipto que<br />
empalaga y me repugna.<br />
Consigo toser para aclarar mi garganta y mi tos<br />
suena como un motor ahogado.<br />
El orgullo y la dignidad que el alcohol no ha<br />
conseguido ahogar me impiden preguntarle<br />
quién es o para qué estamos aquí, pero su cara sigue<br />
careciendo de familiaridad para mi cerebro.<br />
El mundo se ha retirado a dormir y solo este<br />
joven aguanta despierto para ser testigo de mi<br />
decadencia.<br />
Giro mi cabeza buscando mi coche. Necesito saber<br />
dónde está mi coche.<br />
Con dolorosa determinación empiezo a caminar<br />
por una acera que se comba a cada paso que<br />
doy, seguido muy de cerca por el extraño que<br />
vela por mi llegada a puerto girándome en la dirección<br />
correcta. Es decir, la contraria que llevan<br />
mis pasos.<br />
—Yo me encargaré de los trámites.<br />
Así, sin más, en un tono entre alegre y tímido.<br />
Me deja acomodado en un sillón de recepción y<br />
lo veo alejarse hacia un mostrador en el que alguien,<br />
con el rostro difuminado por la distancia,<br />
me mira como si fuese el primer hombre borracho<br />
que ha visto en su vida. O quizás no, quizás<br />
la impresión que damos es la de dos enamorados<br />
que buscan un lugar donde abandonarse a sus<br />
impulsos. No. Nunca han confundido mi orientación<br />
sexual.<br />
El joven me levanta con energía pero con cierta<br />
delicadeza, como si le diera miedo que mi cuerpo<br />
se haya fundido con el tapizado del mullido<br />
sillón y temiera que mi piel se quedara allí.<br />
Un apoyo eficiente y no hay borrachera que te<br />
impida llegar a un ascensor.<br />
Los espejos que forran las paredes, aparte de<br />
multiplicar cruelmente la luz, me devuelven la<br />
imagen de mis relucientes entradas, que es lo<br />
único que no me parece desaliñado. Lo demás<br />
parece fuera de sitio, la camisa, el cinturón que<br />
sujeta mi prominente barriga y no digamos los
51<br />
El extraño<br />
zapatos. Sólo el fijador de mi cabello parece haber<br />
permanecido donde debe.<br />
Mi joven acompañante sigue mirándome con la<br />
misma expresión benevolente, me da la impresión<br />
de que aunque se inundara la ciudad en este<br />
preciso instante él seguiría observándolo todo<br />
con la misma actitud despreocupada. Como si<br />
todo estuviera decidido. ¿Qué pensaría el recepcionista<br />
de su manera de mirarme?<br />
Yo sigo de pie, posición importante si tenemos<br />
en cuenta que mi cuerpo está en el ascensor pero<br />
mi cabeza gira y flota en una dimensión desconocida.<br />
El colchón enorme de una cama de matrimonio<br />
me abraza mimándome hasta el éxtasis. Ya<br />
no quiero pensar más. Me trae sin cuidado que<br />
haya un desconocido mirando cómo me bajo los<br />
pantalones. Me da igual que mañana me levante<br />
y la almohada huela a dos after shave distintos.<br />
No quiero analizar la forma cuidadosa en la que<br />
él ha doblado su chaqueta y arremanga los puños<br />
de su camisa. Ni los movimientos lentos con<br />
los que se desata la corbata.<br />
Sólo quiero dormir en este colchón que baila en<br />
círculos para acunarme. Son las doce de la noche.<br />
Mañana será otro día.<br />
Dos horas antes<br />
Pensamos en ir a la playa pero al final pasaremos<br />
el fin de semana en medio de ríos de asfalto<br />
con luces en movimiento que tratan de salir o<br />
entrar en ambas direcciones. La carretera de circunvalación,<br />
de noche, es como un adorno que<br />
se pusiera la ciudad para engalanar sus prisas y<br />
sus humos.<br />
Y allí, en pleno centro, nos han colocado a nosotros.<br />
Tres hombres con almas de vagabundos,<br />
esperando y desesperando en una noche más de<br />
sábado a la chica que dé respuesta afirmativa a<br />
nuestro lenguaje corporal de simples paseantes<br />
alrededor de una pista de baile.<br />
Mi hermano empieza a jugar sus cartas: sus mejores<br />
pasos de baile siempre dan con alguna incauta<br />
que se deja hipnotizar por sus movimientos.<br />
Nicolás, mi mejor amigo, lanza un suspiro<br />
impotente y se marcha, gruñendo, hacia la chica<br />
del guardarropa. Seguramente volverá a usar su<br />
truco del abrigo cambiado.<br />
Me dejo caer en la barra apurando mi primera<br />
copa y me dispongo a leer los movimientos del<br />
atareado barman. Domina el bullicio y la situación<br />
entre bebidas alcohólicas y miradas femeninas<br />
que tratan de robarle la voluntad buscando<br />
una copa más. Es un profesional. Me sirve a mí<br />
antes que a la rubia que lleva diez minutos poniéndole<br />
ojitos desde el otro lado de la barra. En<br />
este mundo todavía hay gente que tiene clara la<br />
elección acertada entre un billete de veinte euros<br />
y un escote insinuante.<br />
Mentalmente recorro el cuerpo de la rubia y me<br />
imagino cómo será desnuda, ella parece leerme<br />
el pensamiento y me mira con cara de querer escupirme.<br />
Esta no es la celebración que había esperado<br />
para la culminación de mi carrera pero me da<br />
igual. Mañana en el acto oficial habrá menos<br />
ruido pero más miradas envidiosas, menos roces<br />
fortuitos y más ganas de apuñalarme por la<br />
espalda.<br />
Busco con la vista y localizo a mi hermano que<br />
acorta centímetros entre él y un par de chicas que<br />
se mueven como cadáveres poseídos por un movimiento<br />
espeluznante.<br />
Nicolás no da señales de vida, probablemente<br />
ya esté en pleno ataque entre las sombras de los<br />
abrigos ajenos custodiados por su presa. No sé<br />
como se las arreglará cuando pasen los días fríos.<br />
El aire empieza a enrarecerse con esa mezcla<br />
de humo, sudor y perfumes concentrados que se<br />
vuelven un solo aroma empalagoso y pegajoso.<br />
Inhalando desde una esquina hay un joven que<br />
me mira con actitud de decirme: bienvenido a mi<br />
mundo, guapo. Con el ruido como aliado intento<br />
esconderme entre la gente. Nunca se sabe. Hoy<br />
no tengo ganas de malos entendidos.<br />
La autoridad de mi vejiga me impone un nuevo<br />
recorrido atravesando la multitud en mitad de<br />
risas y voces demasiado altas.<br />
El servicio es el mundo aparte que siempre ha<br />
sido. La cola de mujeres a la espera asoma por el<br />
pasillo en penumbra. La de los hombres, como<br />
siempre, vacía. Será cuestión de metabolismo,<br />
pero es así, nosotros evacuamos deprisa… tal<br />
vez sea porque no nos llevamos acompañantes<br />
que nos distraigan de nuestra misión.<br />
Mi objetivo se desarrolla, lógicamente, de pie
52<br />
El extraño<br />
y al girarme subiendo la cremallera una sonrisa<br />
digna de un anuncio de chicles sin azúcar me<br />
está esperando.<br />
Esto no puede estar pasándome a mí.<br />
Intento mostrarme indiferente, incluso devuelvo<br />
la sonrisa «como si tal cosa» pero sus ojos son<br />
un obstáculo que se interponen en mi paso hacia<br />
la salida.<br />
De pronto me doy cuenta de algo curioso: el<br />
murmullo del pasillo lleno de mujeres ha desaparecido,<br />
no consigo oír nada que provenga de<br />
fuera de estas cuatro paredes enlosadas.<br />
Mi desazón aumenta y el extraño no deja de<br />
sonreírme.<br />
Comienzo a andar hacia la puerta pero me paro.<br />
Él está señalando con su dedo índice hacia algún<br />
punto en mi pecho.<br />
Tardaré días en quitarme esta sensación de encima.<br />
Sus ojos me dejan indefenso y es como si todos<br />
mis gestos estuvieran dirigidos por ese dedo. En<br />
medio del silencio repentino, él manda. Nadie<br />
entra ni recorre el pasillo, somos sólo él y yo,<br />
como si el tiempo se hubiera paralizado en este<br />
trozo del local.<br />
Me ofrece un vaso lleno que, según huele, es lo<br />
mismo que he estado bebiendo desde que llegué.<br />
Bebemos, como si todo aquello formara parte<br />
de un ritual absurdo que no conozco y en medio<br />
de aquel silencio escucho su voz.<br />
—Estaba impaciente, pero por fin ha llegado el<br />
momento.<br />
Mi expresión ha debido delatarme pero no lo<br />
puedo evitar, no puedo creer lo que me está sucediendo.<br />
Intento hablar pero mi voz está tan paralizada<br />
como el resto de sonidos de alrededor. La fijeza<br />
con la que me mira da al traste con mi indiferencia<br />
y mi incredulidad da paso a más temor del<br />
que quiero reconocer.<br />
Siento cómo mi camisa de setecientos euros se<br />
pega a mi espalda por efecto del sudor. Siempre<br />
he pensado que en una situación que me crispara<br />
los nervios podría llegar a ser un tipo violento,<br />
sin embargo, acabo de comprobar, en el peor de<br />
los momentos, que el temor me deja tan paralizado<br />
como al más cobarde de los mortales.<br />
El extraño me hace un gesto indicándome el<br />
vaso que aún sostengo en mi mano.<br />
—Bebe para celebrar nuestro nuevo encuentro.<br />
Obedezco sin pensarlo.<br />
De pronto se hace la luz en mi cerebro y vuelvo<br />
a escuchar nítidamente sus palabras: nuevo<br />
encuentro, nuevo encuentro, nuevo encuentro.<br />
¿Qué me he perdido? ¿No he visto a este hombre<br />
en toda mi vida y él da por supuesto que ya nos<br />
conocíamos? Eso es... todo esto no es más que<br />
una confusión, por muy extraña que me parezca<br />
la situación en la que me encuentro, seguro que<br />
no es más que un malentendido. Seguramente<br />
tengo facciones parecidas a algún conocido o me<br />
ha confundido con alguna aventura pasajera en<br />
una noche de juerga.<br />
Su carcajada rompe el silencio. No sé cómo ni<br />
por qué pero me da la impresión de que mis pensamientos<br />
son como palabras pronunciadas para<br />
él, claras y concisas.<br />
—No le des más vueltas, Tomás. Es tu destino y<br />
nadie puede huir del suyo.<br />
Me bebo lo que queda en el vaso.<br />
Definitivamente me he topado con algún tipo<br />
de iluminado de esos que, como charlatanes de<br />
antaño, esgrimen los senderos del destino, la<br />
nueva era, el fin del mundo y chorradas por el<br />
estilo.<br />
Una nueva carcajada suena para agotar mi paciencia.<br />
Intento, una vez más, salir por la puerta pero,<br />
una vez más también, el extraño me lo impide.<br />
Su mano se ha aferrado a mi brazo y sin hacer<br />
absolutamente ninguna fuerza reprime mi salida.<br />
—¿No recordabas nuestra cita, verdad?<br />
Ahora sí que estoy descolocado. No sólo es un<br />
marica confundido sino que, encima, presumirá<br />
de haber compartido conmigo una vida anterior.<br />
Como si lo viera, ahora empezará a desvariar sobre<br />
cuánto nos queríamos.<br />
—¿Recuerdas dónde estábamos hace, exactamente,<br />
diez años?
53<br />
El extraño<br />
Ajeno a mi control, el engranaje de mi cerebro<br />
se pone a funcionar de tal manera que incluso<br />
me está pareciendo poder escucharlo.<br />
Entonces lo veo todo claro y, como respuesta,<br />
mis rodillas flaquean amenazando con hacerme<br />
besar el suelo.<br />
Su sonrisa fría y distante me lo confirma.<br />
Según está frente a mí esta noche, diez años antes<br />
él sólo sería un adolescente de instituto sin<br />
más problemas que su acné, sin embargo yo estoy<br />
seguro de que es la misma persona. De algún<br />
modo inexplicable: no son sus ojos, ni su voz, ni<br />
siquiera su cuerpo, pero son la misma persona.<br />
Por primera vez en mucho rato puedo oír mi<br />
voz.<br />
—Nunca me lo tomé en serio.<br />
Se encoge de hombros dejando claro que ese es<br />
mi problema o, por lo menos, lo ha sido.<br />
—¿Cuánto tiempo queda?<br />
—Treinta y dos minutos exactamente —ha dicho<br />
sin necesidad de mirar su flamante reloj de<br />
pulsera.<br />
Salgo por la puerta y esta vez nada me lo impide.<br />
El pasillo sigue estando repleto de mujeres a la<br />
espera de su turno murmurando entre ellas para<br />
pasar el tiempo.<br />
Allí fuera nada ha cambiado. El silencio de minutos<br />
antes no es más que una sensación pasajera<br />
sepultada por los acordes cargados de decibelios.<br />
De mi hermano y mi amigo no queda ni rastro.<br />
Probablemente han escapado del bullicio para<br />
disfrutar de sus conquistas.<br />
De todas formas nunca me han gustado las despedidas.<br />
Me agarro a lo único que puede consolarme de<br />
mi destino: el whisky de garrafón que te atrofia<br />
el hígado pero también, por suerte para mí, te<br />
nubla la mente impidiéndote pensar.<br />
Diez años antes<br />
Tengo veintiséis años y acabo de tirar mi vida<br />
por la borda. Todas mis expectativas de futuro<br />
se han desvanecido por entero. No queda nada.<br />
Mis pasos me llevan hacia el único refugio que<br />
conozco para mis penas: los brazos de mi amigo<br />
Johnnie Walker. Él nunca me defrauda, no me<br />
atosiga con reproches ni con palabras de lástima<br />
que me hagan sentir aún más hundido.<br />
Aquí me encuentro, siempre entre extraños, en<br />
un lugar oscuro y acogedor, un entorno acorde<br />
con mis necesidades del momento.<br />
Observo a mi alrededor pero no le presto atención<br />
a nada en concreto, ni siquiera al hecho de<br />
que alguien ha ocupado el taburete vecino y<br />
mira las botellas de la barra como si se tratara de<br />
objetos sagrados.<br />
Dice algo que no entiendo, tal vez un saludo entre<br />
dientes que tampoco quiero escuchar.<br />
Él no parece tan desesperado como yo.<br />
Apuro el vaso y me lo rellenan por tercera vez,<br />
la noche es larga y yo he empezado muy temprano,<br />
a falta de otra cosa, tengo todo el tiempo del<br />
mundo por delante.<br />
Aunque noto que tengo algún espectador que<br />
otro no siento necesidad alguna de disimular.<br />
Después de todo, sus ojos no pueden verme, no<br />
a lo que soy realmente, no al fracasado en el que<br />
me he convertido.<br />
Vuelvo a apurar el dorado que llena el vaso<br />
como si en ese fondo de cristal se escondieran las<br />
soluciones que necesito, pero allí sólo hay transparencia.<br />
El camarero me ha puesto delante una nueva<br />
dosis contra mi desesperación pero yo no recuerdo<br />
haberla pedido ni siquiera con un gesto<br />
reflejo.<br />
—Le invita el caballero.<br />
Le hago un gesto de agradecimiento a mi vecino<br />
de barra y apuro su invitación de un solo<br />
trago. Sabe igual que las demás. A fracaso.<br />
—¿Mal de amores?<br />
—Mal, en general —respondo sin ninguna entonación<br />
concreta.<br />
—Extraño modo de comenzar una conversación<br />
—pienso. Pero el whisky ha comenzado a<br />
adormecerme la conciencia y a despertarme la<br />
lengua.<br />
—No puede ser tan malo.
54<br />
El extraño<br />
—¿Y tú qué coño sabes? —hablo mientras pido<br />
otro trago pero él no parece haberse ofendido<br />
por mi brusquedad.<br />
—Te sorprenderías de los problemas que he<br />
visto, sobretodo, de los que la gente intenta ahogar<br />
en alcohol.<br />
—¿Y?<br />
—Y al final nunca son tan graves.<br />
Por primera vez su rostro capta mi atención.<br />
Tiene unos pequeños y hundidos ojos de un<br />
verde esmeralda que hace contraste con su piel<br />
demasiado rosada y unos labios tan finos que parecen<br />
una simple línea por la que se escapan las<br />
palabras. Sus ojos son diminutos pero su mirada<br />
es intensa.<br />
Su calva brilla bajo los pocos focos del lugar que<br />
nos iluminan haciendo que su cara aparezca redonda<br />
de una forma que llega a ser incomprensible.<br />
Tiene unas facciones totalmente anodinas y<br />
sin embargo la fuerza que emanan esos dos puntitos<br />
verdes no deja indiferente al que lo mira.<br />
Y después está su voz, uniforme, con el volumen<br />
justo y una manera de pronunciar las eses<br />
que hace que suenen como un suave silbido.<br />
Un tipo peculiar.<br />
—¿Sabes? Me importan una mierda los problemas<br />
de los demás, bastante tengo con los míos.<br />
Recibo una carcajada gutural como respuesta.<br />
—Igual que al resto de los mortales ¿no? Ya se<br />
puede inundar el mundo que mientras nuestro<br />
culo siga seco...<br />
Apenas me da tiempo a pensarlo, el torrente<br />
de mis penas sale entre el aliento a whisky y las<br />
palabras atropelladas que me van dejando vacío.<br />
Toda mi indignación sale disparada hacia este<br />
extraño, tal vez como simple desahogo, tal vez<br />
para demostrarle que sí tengo un motivo para lamentarme<br />
de mi situación.<br />
—Ayer tenía un futuro prometedor y la visión<br />
ante mí de la vida que siempre he querido tener.<br />
Un puesto importante en la agencia de publicidad<br />
más destacada del país, un sueldo que no<br />
podría gastar ni esforzándome en derrocharlo,<br />
sin contar con las comisiones y honorarios extras<br />
por el trabajo ya hecho y por supuesto todo lo<br />
que eso conlleva socialmente.<br />
—Lujo y mujeres.<br />
—Calidad de vida, amigo, calidad de vida y sin<br />
embargo... hoy me despierto con el sabor dulce<br />
en la boca pero el caramelo ha desaparecido...<br />
me lo ha arrancado de los labios un jovencito<br />
americano, con más títulos académicos que años<br />
y, por supuesto, con el respaldo genético de un<br />
papá que, casualmente, es una magnate de las<br />
finanzas en su país. —Necesito una nueva copa<br />
para soltar la última frase—. Ayer me creía un<br />
tipo afortunado y hoy soy un segundón patético.<br />
Mi acompañante me escucha con paciencia, con<br />
una mueca en los labios que trata de parecer una<br />
sonrisa.<br />
—¿Tanto lo deseabas?<br />
—¿Bromeas? Si el diablo se presentara aquí<br />
ahora mismo no lo dudaría ni un segundo, eso<br />
sí, siempre he querido morir en una cama que no<br />
fuera la mía.<br />
NEPHTIS
55<br />
Una serie de terror y aventuras de Géraldine de Janelle<br />
«Christall» es una serie mensual de relatos ambientados en la llegada y exploración del Nuevo Mundo.<br />
Un lugar desconocido y misterioso para la mentalidad de los personajes de esta narración, que nos<br />
transporta a épocas antiguas a través episodios históricos mezclados con oscura fantasía.<br />
Corrían entre la maleza bajo la atenta mirada<br />
de una luna mortecina; a su alrededor las<br />
luces temerosas del amanecer eran devoradas<br />
por la jungla. Reprochándose a sí mismo la temeraria<br />
decisión, don Álvaro se adentraba en las<br />
profundidades del Nuevo Mundo con el corazón<br />
apresurado, intentando escapar de aquello que<br />
les perseguía.<br />
Los árboles pasaban a gran velocidad a su lado,<br />
las lianas y ramas furtivas golpeaban constantemente<br />
su rostro a la carrera, tenía las piernas<br />
magulladas a causa de arbustos punzantes y rocas<br />
afiladas, y aun así seguía corriendo junto a<br />
la extraña muchacha pálida que le acompañaba.<br />
Sabía que la bestia les había sorprendido y que<br />
estaba a su espalda, trepando a gran velocidad<br />
por los salientes, saltando los sucios riachuelos<br />
que hendían su camino, brincando con extrema<br />
agilidad de rama en rama con la intención<br />
de caer sobre ellos en cualquier momento. Podía<br />
escuchar su respiración y sentir cada uno de sus<br />
músculos tensarse. Podía percibir el olor cruel<br />
del depredador, y unos ojos amarillos inyectados<br />
en sangre atentos a todos y cada uno de sus<br />
movimientos.<br />
La sombra del puerto<br />
IV<br />
Evitando que la chica cayera al suelo al tropezar,<br />
agarró su mano y tiró de ella para ascender<br />
con dificultad por una escabrosa ladera que intentaba<br />
cerrarles el paso. Y es que aquella naturaleza<br />
sin Dios conocido parecía poner toda traba<br />
a su alcance para arrojarles a los colmillos de<br />
la bestia.<br />
Si no les había matado ya era porque estaba jugando<br />
con ellos, pensaba el escriba. Pero, ¿por<br />
qué razón no les atacaba si podía hacerlo con facilidad?<br />
Era algo que no comprendía y que le ponía<br />
aún más nervioso de lo que estaba. Llevaban<br />
algunas horas caminando por la selva cuando<br />
sintieron el aliento de aquel gran felino negro. El<br />
puerto quedaba ya demasiado lejos para siquiera<br />
intentar regresar y por eso habían huido instintivamente<br />
hacia delante. Un último esfuerzo y<br />
llegarían a la cabaña.<br />
La selva cada vez era más cerrada y el avance<br />
requería de toda su voluntad, don Álvaro cortaba<br />
la maleza con su largo cuchillo y se adentraba<br />
en la espesura intentando que la chica no<br />
se separara de él. La humedad lo volvía todo<br />
peligroso y resbaladizo y debía poner toda su<br />
atención en no caer por los barrancos traicioneros<br />
o en los pozos naturales invisibles entre las<br />
hierbas frondosas. De repente un himplido rasgó<br />
el aire, el rugir de la pantera que delató su lejanía.<br />
“Gracias a Dios se ha marchado”, pensó el<br />
escriba, y justo cuando volvió su vista al frente<br />
para ubicarse tras la carrera encontró a poca distancia,<br />
semioculta entre los gigantescos árboles<br />
completamente verdes por los musgos, la cabaña<br />
que estaban buscando.<br />
Don Álvaro asoció una cosa con la otra. En gran<br />
medida, su reticencia a aventurarse hasta aquel
56<br />
Christall<br />
lugar se debía al temor que todos parecían mostrarle.<br />
Y es que no eran pocos los que se santiguaban,<br />
pese a ser unos truhanes curtidos en lo<br />
escabroso, cuando les hablaban del misterioso<br />
herrero de la selva. Todos coincidían en las atropelladas<br />
acusaciones que le describían como un<br />
hombre salvaje y extraño al que pocos han visto<br />
y al que no se mencionaba por ser un profanador<br />
de tumbas y de muertos. Si algo temían los habitantes<br />
de Puerto Rico era la magia negra, y todas<br />
sus supersticiones eran encarnadas en el herrero<br />
que les aguardaba dentro de aquella choza perdida<br />
en las profundidades de la jungla.<br />
Al acercarse con prudencia, el escriba constató<br />
que no había nada a su alrededor que pudiera<br />
emplearse para el oficio de la herrería. No había<br />
fragua alguna, ni fuelles, yunques o chimeneas.<br />
Don Álvaro se preguntó qué tipo de herrero decía<br />
ser aquel hombre, comenzó a sospechar que<br />
no lo fuera, y también que hubiesen perdido el<br />
tiempo arriesgando su vida para nada. Además,<br />
no le gustaba nada aquel lugar, se sentía extraño<br />
en la época en la que parecía estar anclado, rezumaba<br />
sensaciones de eras prehistóricas, oscuras<br />
y malvadas.<br />
Se acercaron a la puerta, meras maderas salvajes<br />
unidas por ásperas sogas, y llamaron. La sangre<br />
del escriba se enfrió cuando una voz profunda<br />
y cavernosa surgió del interior de la choza. La<br />
puerta se abrió y su corazón se comprimió como<br />
un puño al ver al gigantón que se alzó ante ellos.<br />
Sin duda era uno de aquellos hombres del continente<br />
negro. Quizá algún esclavo huido como<br />
los que había en el galeón en el que él viajaba, o<br />
peor, mucho peor, pues una pintura blanquecina<br />
y cadavérica acentuaba la amenaza en la expresión<br />
de su rostro. Le daba el aspecto de un<br />
muerto.<br />
—¿Español? —preguntó con un fuerte y confuso<br />
acento.<br />
Don Álvaro asintió.<br />
—Pasa —dijo entrando en la cabaña y dejando<br />
la puerta abierta tras de sí.<br />
El escriba y la muchacha intercambiaron miradas<br />
y entraron en la choza. El interior era un<br />
precario habitáculo forrado de pieles salvajes,<br />
calaveras de animales y extrañas figuras de palos<br />
y huesos atadas con cordeles y cabellos. Don<br />
Álvaro evitó tocar siquiera ninguno de aquellos<br />
infames fetiches.<br />
—¿Qué hacer aquí de nuevo y qué querer de<br />
Bwam´dala? —le dijo a la chica.<br />
—Vengo a que conviertas el cuchillo de él en<br />
uno como el mío.<br />
El hombre miró al escriba y este dudó. Dársela<br />
significaría quedar desarmado ante aquel hombre<br />
amenazante y, por lo tanto, se limitó a mostrarla<br />
desde su posición.<br />
—Bwam´dala no convierte cuchillos —negó<br />
con la cabeza—. Bwam´dala sabe cuáles cortan<br />
y cuáles no.<br />
—Este es un buen cuchillo castellano —asintió<br />
el escriba—, bien templado y afilado. Os aseguro<br />
que corta con precisión.<br />
—Tu cuchillo no cortar sombras —dijo el herrero—,<br />
porque cuchillo estar vivo.<br />
Don Álvaro frunció el ceño.<br />
—¿Que mi cuchillo está vivo? —preguntó incrédulo<br />
ante lo que escuchaba.<br />
—Cuchillo no servir en el mundo muerto, porque<br />
cuchillo ser del mundo vivo. Ven.<br />
Y entonces se levantó y se perdió entre las sombras<br />
del rincón más oscuro de la cabaña. Don Álvaro<br />
no guardó su arma, miró a la chica y esta<br />
asintió. Entonces siguió al hombre con absoluta<br />
precaución y dispuesto a defenderse si se viese<br />
atacado. El herrero se había metido tras la única<br />
pared de madera que ocultaba el fondo del chamizo.<br />
Al acerarse a ella un hedor asfixiante atenazó<br />
sus sentidos. El macabro espectáculo que<br />
le aguardaba tras aquellas maderas hizo que palideciese:<br />
un incontable número de cuerpos humanos<br />
muertos y momificados estaban sentados<br />
grotescamente sobre montones de huesos y calaveras<br />
en diversos estados de descomposición. El<br />
herrero le sonrió y el castellano dio un paso hacia<br />
atrás, señalándole amenazante con su cuchillo.<br />
—No te acerques a mí.<br />
—Bwam´dala no querer tus huesos. Bwam´dala<br />
no querer cuchillo vivo. Hombres muertos dormir<br />
junto cuchillos muertos. Cuchillos muertos<br />
servir para cortar seres muertos.<br />
Junto a los cuerpos profanados vio un gran número<br />
de cuchillos, machetes y espadas oxidadas,<br />
melladas e incluso quebradas, ordenadas sobre
57<br />
Christall<br />
una mesa de madera enrojecida. El escriba había<br />
oído hablar de los saqueadores de tumbas, pero<br />
aquella locura no tenía nombre racional posible.<br />
—No pienso profanar cadáveres humanos —<br />
negó el español con firmeza—. Mellaré mi propio<br />
cuchillo para que quede como el de ella —<br />
señaló a la muchacha.<br />
—Cuchillo herido no ser cuchillo muerto. Cuchillo<br />
solo morir en manos de hombre muerto.<br />
Mucho tiempo pasa hasta que cuchillo muere.<br />
—¿Has robado ese cuchillo? —Preguntó entonces<br />
el escriba a la muchacha —¿Dónde lo en contraste?<br />
¿Era de algún pirata asesinado?<br />
—No –respondió ella—. El cuchillo es mío.<br />
—Ser cuchillo ahogado —aseguró el hechicero—.<br />
Ella ser ahogada.<br />
Había escuchado la historia de la chica tirada<br />
por la borda del barco pirata, incluso la superstición<br />
de los marinos hacia el “espíritu” de la<br />
chica que rondaba el puerto vengando su propia<br />
muerte. Había sentido el frío tacto de sus manos,<br />
y también se había adentrado con ella en los<br />
reinos de las tinieblas… pero siempre se había<br />
negado a aceptar aquello que ahora escuchaba.<br />
¿Realmente aquella joven era un espectro? La cabeza<br />
de don Álvaro comenzó a dar vueltas y se<br />
sintió profundamente mareado. La chica le observaba<br />
impasible.<br />
—Quiero irme de aquí, no quiero saber nada de<br />
todo esto —dijo el español, inspirando profundamente.<br />
—Tú necesitar arma. Tú estar en mundo<br />
muerto.<br />
—¡Yo no estoy muerto! –estalló el español.<br />
—No estar muerto. Pero haber entrado en mundo<br />
muerto. Dentro de ti sonar tambores rituales.<br />
La puerta estar abierta.<br />
—¿Qué estás insinuando? —dijo. Y comenzaron<br />
a sonar en la profundidad de su conciencia,<br />
una vez más, los tambores lejanos de la bodega<br />
del galeón. Aquellos que los esclavos hicieron<br />
retumbar junto a sus plegarias la noche de la tormenta<br />
en la que llegaron al puerto. Aquellos que<br />
golpeaban su pecho cada vez que las sombras se<br />
abrían ante él.<br />
—El hombre blanco poner cadenas a los hombres.<br />
Los hombres pedir a los espíritus antiguos<br />
que les liberen de cadenas. Los espíritus antiguos<br />
liberan a los hombres de cadenas.<br />
—¿Arrojándoles al mundo de los muertos? –<br />
acusó el escriba, furibundo.<br />
—Nadie saber que haber al otro lado de la<br />
puerta.<br />
—He estado allí. He visto lo que hay en el mundo<br />
de las tinieblas.<br />
—Solo haber visto la puerta. Espíritus antiguos<br />
haberte enseñado la puerta. Español no haber<br />
cruzado la puerta. Nadie regresar.<br />
—Ella sí regresó —contestó don Álvaro señalando<br />
a la muchacha. El hechicero la miró.<br />
—Ella no querer cruzarla pero deber hacerlo.<br />
Español ser libre para hacerlo, chica no serlo, estar<br />
obligada, estar muerta. Y si no hacerlo, salir<br />
de dentro para buscarla y llevarla.<br />
—No voy a permitirlo —aseguró don Álvaro—.<br />
Dame una de esas espadas, tengo oro para pagarte.<br />
—No querer oro –contestó el hechicero—. Darme<br />
mechón de pelo tuyo.<br />
—Vive Dios que no lo haré.<br />
El español cogió una vez más de la mano a la<br />
muchacha y sin dejar de apuntar con el cuchillo<br />
al hechicero salió de la cabaña. La oscuridad se<br />
extendía a su alrededor pese a haber entrado de<br />
lleno la mañana.<br />
—Volvamos –ordenó a la muchacha. Ella asintió,<br />
silenciosa en todo momento.<br />
Pero cuando dieron los primeros pasos para<br />
adentrarse de nuevo en la jungla, una sombra<br />
acechante se deslizó a su espalda. Y dándose<br />
cuenta de ello por su continuo estado de alerta,<br />
el español se giró para plantar cara al agresor,<br />
pues sin duda lo era.<br />
La voz del hechicero estalló con furia.<br />
—¡Tú llevarme hasta la puerta!, ¡Tú marcar con<br />
sangre el camino de sombra! –clamaba saltando<br />
sobre él con un bestial cuchillo en su mano.<br />
Don Álvaro esquivó el tajo saltando hacia un lado,<br />
y sin pararse a pensar blandió su hoja para clavarla<br />
en el costado del hechicero. La sangre brotó<br />
entonces y encendió la furia del salvaje, que cargó<br />
como un titán contra el escriba, que a su lado<br />
parecía un hombre muy pequeño pese a ser de
58<br />
Christall<br />
considerable altura. Un haz de acero macilento<br />
buscó su sangre, pero el movimiento del brujo<br />
era tan pesado y lento que no supuso problema<br />
en exceso para aquel hombre ducho en el arte de<br />
la esgrima. Con una ágil finta giró sobre sí mismo<br />
y atravesó con su arma el pecho del desdichado<br />
“herrero”.<br />
—No te voy a llevar a ninguna parte —le dijo<br />
cuando este se desplomó—. Vas a cruzar esa<br />
puerta por ti mismo —miró fijamente el cadáver<br />
del hombre—, y rendirás cuentas al otro lado por<br />
tus crímenes.<br />
La muchacha asistió impasible a aquella pelea.<br />
Una vez concluida se acercó al español.<br />
—¿Cogemos ahora una espada de dentro?<br />
Don Álvaro asintió.<br />
—Al otro lado no puedo ayudarte con mi cuchillo.<br />
Ven, cogeré una espada adecuada —dijo<br />
volviendo hacia la choza.<br />
Y así lo hizo. Entró en la cabaña y observó las<br />
armas muertas. Encontró una ligera y bien templada<br />
pese a las mellas de su filo apagado. Era<br />
una espada que se adaptaba perfectamente a<br />
su estilo escolástico de combate. Pero también,<br />
como la mayoría de las espadas muertas, llevaba<br />
consigo una maldición contra todos los que la<br />
profanasen.<br />
Y el español lo estaba haciendo.<br />
Continúa el próximo número.<br />
Si te ha gustado el relato puedes seguir a<br />
Géraldine de Janelle en su web.<br />
Boebaert<br />
¿Conocéis a Otto? Es un pequeño perro, ajeno al amanecer zombi, que descubre que su amo se encuentra<br />
“un poco raro”. Contamos con sus extrañas tiras cómicas con nosotros cada mes. ¡No os lo perdáis!
oemario<br />
59<br />
Entes moradores<br />
Una ráfaga de luz, un segundo sin fin,<br />
un misterio en la nada donde me desvanecí,<br />
me oculté en el temor a lo desconocido<br />
pero hallé paz al ver su rostro rezagado.<br />
No soy dios para juzgar, ni un súbdito para obedecer,<br />
soy solo un grano de tierra azotado por la tempestad,<br />
en cambio él es capitán de moradores estelares<br />
que surcan galaxias en su nave nodriza.<br />
Un planeta llamado tierra, una galaxia llamada<br />
[vía láctea,<br />
solo una pieza de un puzzle sin fin,<br />
solo una mota de polvo de un reinado sin rey,<br />
un universo habitado por entes que acechan.<br />
Me fue otorgado un mensaje como nuevo profeta,<br />
una ráfaga de luz, un segundo sin fin,<br />
un misterio en la nada donde se me reveló la verdad,<br />
«navegad en el caos de nuestra fulminación».<br />
Somos peces que naufragan bajo las olas<br />
de aquel pescador que se lanza a la mar,<br />
somos frágiles gotas de agua que descienden,<br />
que observan las alturas para no ver su fin.<br />
Conocí la inmensidad de cuanto se desconoce<br />
y la pequeñez de nuestro poder al conocer,<br />
ser antropomorfo de piel verdosa y escamosa,<br />
cuya mirada audaz penetró en mi corazón.<br />
Nuestras miradas se unieron no por mera casualidad,<br />
pues aquel ante mi manipuló mi subconsciente,<br />
me hizo entrega de una carga que pesa y me ancla,<br />
pero agradezco la abducción que me hizo conocedor.<br />
Un poema de ficción de Chris Martin L.<br />
Si te ha gustado puedes seguirle en facebook, en este blog, o en este otro blog.
¿Quieres<br />
anunciarte<br />
en nuestra revista?<br />
Al ser una publicación<br />
GRATUITA,<br />
la Revista Valinor<br />
LLEGA A MUCHOS LECTORES<br />
Y PASA POR MUCHAS MANOS.<br />
No lo dudes,<br />
si quieres que te vean, contacta<br />
con nosotros y pregúntanos.<br />
revista@editorialvalinor.com