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40<br />
La leyenda de Mersen y el Reino del Ensueño<br />
La voz se le quebró. Sintió la ira creciendo<br />
como un alud en la Nada sombría.<br />
—Dame mi capa, mortal. Cumple con las órdenes<br />
del Señor de las Sombras.<br />
Aterrado como estaba, Mersen no se percató de<br />
la blasfemia intolerable en las palabras de Nahru.<br />
No existe otro Señor de las Sombras que no<br />
sea Ikara, madre del Pasado y el Porvenir.<br />
Mersen ofreció la capa, que desapareció entre<br />
las manos de la Nada.<br />
El tiempo pareció detenerse. Se hizo el silencio.<br />
El corazón de Mersen martilleaba en el pecho.<br />
La materia de Etherys pareció condensarse, vibrar,<br />
resonar. Los Mares del Ensueño se revolvieron,<br />
incómodos, y salpicaron los Acantilados<br />
de partículas etéreas.<br />
Pero, por encima de todo, estaba la Ira. La Ira<br />
creciente, monstruosa, la Ira venenosa sin límite.<br />
La Ira que crecía y crecía, se expandía y marchitaba<br />
todo lo que tocaba. La Ira nacida de la<br />
Nada, odio en su forma pura, densa e irracional.<br />
Mersen temblaba como una hoja seca en mitad<br />
de un huracán.<br />
—Ninguna sombra me ha aparecido —susurró<br />
la Ira, y era un susurro de amenazas veladas.<br />
—Los sueños no acudieron a mí. No hubo luz.<br />
Mi tejido era perfecto, pero requería arte. Inspiración.<br />
No pude. No tuve el sueño que necesitaba.<br />
Intenté doblegar los sueños a mi voluntad.<br />
No pude.<br />
—Olvidé que, legendario o no, no dejas de ser<br />
un simple humano —escupió la Ira—. Olvidé<br />
que no se puede confiar en un mortal. Olvidé<br />
que la crueldad de Etherys no tiene límites, no<br />
me dejará escapar del Vacío. Olvidé, quise olvidar,<br />
y tuve esperanza. ¿No pudiste soñar, Mersen?<br />
—la Ira rió para sí misma. Una risa queda,<br />
terrible, carente de alegría— ¿Cómo un genio<br />
como tú, tejedor de los Señores, que ha manejado<br />
la materia de Etherys, no es capaz de soñar?<br />
—Hubiera querido, mi Señor, pero yo…<br />
De nuevo la risa que helaba la sangre.<br />
—¿Hubieras querido, Mersen? ¿Es lo que quisieras?<br />
—Nada me placería más que complaceros, mi<br />
Señor… —aseguró el buen tejedor.<br />
La Ira estalló a reír.<br />
—Soy Nahru, Sombra de Sombras. Yo otorgo<br />
sentido. Yo carezco de sentido. Quieres soñar.<br />
¡Sueña!<br />
Mersen sintió un golpe demoledor tan repentino<br />
como un pestañeo. Y de pronto caía, quebrado,<br />
y veía el mar brumoso frente a él, acercándose<br />
más y más rápido.<br />
El Mar del Ensueño lo envolvió, lo anegó, lo<br />
dejó sin respiración. Penetró por su boca y su nariz<br />
y sus ojos; atravesó su piel y lo abrasó, lo calcinó,<br />
lo congeló, lo petrificó. Etherys en su pura<br />
esencia lo aplastó y lo vació de todo.<br />
Cualquier otro, pulverizado por el exceso de<br />
poder, hubiera muerto en un instante, disuelto<br />
en la materia de Etherys, convertido en Ensueño.<br />
Ningún mortal ni ningún Señor pudiera haber<br />
esperado nada más.<br />
Pero Mersen era algo más. Mersen era capaz<br />
de soñar. Toleraba la materia de Etherys para<br />
elaborar sus telas. Había algo de Ensueño en sí<br />
mismo, en su propia mente; y así, se salvó.<br />
Etherys lo transformó, lo transmutó en algo<br />
distinto que no era humano.<br />
Mersen sufrió lo que jamás se ha sufrido, y se<br />
sintió morir durante una eternidad. En su pelo<br />
pelirrojo crecieron mechones de canas prematuras.<br />
Sus ojos cambiaron. Su expresión perdió<br />
parte de humanidad.<br />
Pero no fue su fin. Sobrevivió, y ya nunca más<br />
volvió a ser un humilde tejedor. Doblegó al Mar<br />
del Ensueño, consiguió que se plegara a su voluntad.<br />
Y así, Mersen ascendió de nuevo a los<br />
Acantilados. Allí continuaba la Ira, que no le reconoció.<br />
—¿Cuál es vuestro problema, mi Señor? ¿Puedo<br />
ayudaros? —preguntó Mersen sonriendo.<br />
—Nadie puede ayudarme —aseguró la Ira—.<br />
Nadie podría tejer mi sombra.<br />
—Yo podría, sin duda, mi Señor. Si me dejáis<br />
ayudaros.<br />
La Ira rió con su risa terrible. Pero, esta vez,