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OBRAS COMPLETAS DE MARIO ROSO DE LUNA

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CAPÍTULO PRELIMINAR<br />

La obra maestra y los Maestros.- El Mito, el Lenguaje y el Símbolo.<br />

Por qué no hacemos obras maestras.- Constante enseñanza de la sabia Antigüedad.-<br />

Todo Maestro no es sino el Discípulo de otro más excelso, en serie indefinida.-<br />

Genealogía física y psíquica.- El Maestro vive en su obra siempre.- La eterna historia<br />

de las obras maestras.- El gurú y el chela en el Catecismo Ocultista.- La “cárcel<br />

platónica”.- Proyectiva psíquica.- El hombre y su eterno anhelo de conocimiento.-<br />

Manú, pensador y guía.- Las tres clases de mentes.- Los Rebeldes o Héroes.- El<br />

Símbolo como enseñanza suprema iniciática y su carácter abstracto.- Lo ilusorio de<br />

nuestras “verdades”.- En la antigüedad, la ciencia fue iniciática.- Imposibilidad de<br />

comprender ninguna Escritura Sagrada arcaica sin las claves de la Simbología.-<br />

¿Existió un primitivo lenguaje universal, hoy perdido?.- Las viejas humanidades<br />

“divinas” y las subsiguientes humanidades infantiles.- El Mito, como velo echado<br />

sobre las más altas verdades de la Naturaleza.- La decadencia del pensamiento<br />

colectivo.- Todas las escuelas esotéricas o iniciáticas han velado sus enseñanzas tras el<br />

símbolo y el emblema.- Peligros inauditos de ciertas verdades si fueran difundidas<br />

entre los perversos.- Las pruebas históricas de nuestros asertos ocultistas.- ¿Qué es,<br />

pues, el Símbolo?<br />

Por modesto que sea un escritor, siempre, al comenzar su libro, quisiera hacer de él una<br />

obra maestra ( 13 ). ¿Cómo es, sin embargo, que tan pocos lo consiguen? Porque no sabemos<br />

elevar nuestras mentes y nuestros corazones hacia ese mundo superior en que moran los<br />

Maestros para recibir de ellos las necesarias inspiraciones.<br />

Pero este aserto nuestro, tan en firme, no podía menos de suscitar protestas de los críticos,<br />

porque empieza sentando dos proposiciones que habrán de antojárseles completamente<br />

gratuitas a su ciencia positivista, la cual empezará por decirnos primero que no está<br />

13 “¿Qué diferencia hay entre un canto bello y un canto de Maestro?”, pregunta el enarmorado Walther al gran<br />

renunciador Hans Sach en Los Maestros Cantores, de Wagner. A lo que el sabio zapateo de Nuremberg responde<br />

conmovido: “¡Amigo mío! En los felices días de la juventud, cuando poderosas aspiraciones remueven<br />

profundamente nuestras almas, levantándonos el pecho y dilatando nuestro corazón hacia el éxtasis del amor<br />

primero, cualquiera canta una bella canción... ¡La primavera canta por él...! Mas cuando, tras el estío, llegan el<br />

otoño y el invierno, y con ellos las urgencias de la vida, la dicha conyugal, los hijos, los negocios, las<br />

preocupaciones y los conflictos, aquellos que, a pesar de todo, consiguen crear todavía bellos cantos, reciben el<br />

nombre de Maestros... Aprended, pues, las reglas de los Maestros; estudiadlas, puesto que aún es tiempo, para<br />

que, siendo ellas vuestro guía más fiel, os ayuden algún día a conservar y volver a encontrar en vuestro corazón<br />

los tesoros que allí depositara la primavera de vuestra juventud, cuando todavía no conocíais más que la alegría<br />

de las ilimitadas aspiraciones. ¡Todos esos tesoros que sólo las reglas magistrales os devolverán intactos más<br />

tarde!” “Pero, ¿quién creó esas reglas que tanto prestigio tienen?”, replica Walther. A lo que el maestro Hans<br />

Sach contesta: “Los que las instituyeron fueron Maestros que, al promulgarlas, sólo obedecían a profundas<br />

necesidades de la humana naturaleza... Fueron ellos espíritus cruelmente oprimidos por las tristezas de la vida, y<br />

ellos, en respuesta a sus propias angustias, asperezas y desengaños, hubieron de forjarse, rebeldes y gallardos,<br />

una imagen superior, un modelo ideal, por decirlo así, que contuviese firme y preciso el recuerdo bendito de su<br />

juventud y de su amor, conservando puro y ya para siempre el perfume primaveral que en las brumas del pasado<br />

se desvaneciera...”<br />

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