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Juan Carlos “Tata” Cedrón: Tenía mucha pinta, una pinta terrible. Era muy<br />
lindo <strong>Jorge</strong>, muy elegante y jugaba con todo eso. Se parecía un poco a Alain<br />
Delon. Cuando daban las películas de Alain Delon se paraba a la puerta del<br />
cine en la salida y las minas caían todas como moscas. Después, ya un poco<br />
más grande, dejaron un tendal con Miguel Briante. Se levantaban una mina,<br />
se peleaban y después se escapaban corriendo, la mina los corría. Fue muy<br />
pollerudo, mujeriego <strong>Jorge</strong>, le gustaban las chicas. Como a todos.<br />
A los quince años tuvo una novia, la Petisa. Un día se lo encontró de grande<br />
y ella le dijo: “Uy, que viejo estás, tan lindo que eras”. Le dolió mucho a<br />
<strong>Jorge</strong>, quedó tristísimo. Pero alguna razón tendría la mina para vengarse de<br />
esa manera.<br />
IV. <strong>El</strong> límite del terror<br />
María Bottegoni: En Mar del Plata las cosas andaban mal y volvimos a<br />
Buenos Aires. Mi marido compró un colectivo con tres socios. Era del Expreso<br />
Liniers, salía del Once.<br />
Juan Carlos “Tata” Cedrón: Mi vieja, mi viejo y <strong>Jorge</strong> se fueron a vivir a<br />
una casa en el Kilómetro Veintiséis, cerca de Don Torcuato. La casa era de la<br />
familia de mi madre. Al tiempo de estar viviendo ahí, mis padres se separaron.<br />
María Bottegoni: Manejando el colectivo mi marido se enamoró de una<br />
pasajera. Se enloqueció. Tenía casi sesenta años y se enamoró de una chica de<br />
veinticuatro. Pero era tan churro, el atorrante... Tuvo otros tres hijos con ella.<br />
Juan Carlos “Tata” Cedrón: La casa de Veintiséis fue otro foco de<br />
diabluras terribles. Un día <strong>Jorge</strong> afanó un letrero de Teléfono Público<br />
y lo puso en la puerta de la casa. Entonces venían las chicas y decían:<br />
“¿Dónde está el teléfono?”. “Adentro, adentro...” Las hacía entrar a la<br />
casa y ahí se las levantaba.<br />
Alberto Cedrón: Vivíamos así... Una noche llevé a una chica, que era<br />
preciosa, a cenar a Bachín. Y cuando estaba por empezar a comer me<br />
di cuenta de que no tenía un sope. “¿Y ahora?”, pensé. Miré alrededor<br />
y vi que estaba Oscar del Priore. “Che Oscar” le dije. “¿Me prestás mil<br />
mangos para morfar...?” Todo era así. Nada era grave. <strong>El</strong> terror, en esa<br />
época, era que se te pegaran los ravioles, que no levantara la pizza o que<br />
se cortara la mayonesa. Ese era el límite del terror.<br />
Juan Carlos “Tata” Cedrón: Cuando ya éramos más mozos, <strong>Jorge</strong> se<br />
empezó a afirmar en Buenos Aires. En esa época vivíamos en un conventillo<br />
en La Boca, en la calle Olavarría. Nos instalamos en una piecita muy rata.<br />
<strong>Jorge</strong>, Osvaldo, Román y el horno de cerámica del taller<br />
del km. 26.<br />
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