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La vida cotidiana<br />
en el país<br />
de los faraones<br />
POR CHRISTIANE DESROCHES-NOBLECOURT<br />
AL recorrer las orillas del Nilo, jalona¬<br />
das por los antiguos vestigios del<br />
país de los faraones, hasta el viajero<br />
menos receptivo advierte sin tardanza los<br />
rasgos esenciales de su luminosa civilización:<br />
ante todo, la expresión de una religiosidad<br />
excepcional que se traduce en inmensos tem¬<br />
plos y monumentos funerarios; luego, tam¬<br />
bién, esa intensa y gozosa vitalidad que se<br />
refleja, prácticamente al infinito, en imáge¬<br />
nes dibujadas, pintadas o esculpidas en los<br />
muros interiores de los camarines de las<br />
tumbas.<br />
El examen de esas dos fuentes de informa¬<br />
ción proporciona, al occidental por lo me¬<br />
nos, la clave de su enfoque: la renuncia a la<br />
pretensión de juzgar o interpretar los fenó¬<br />
menos a través del personal sistema de pensa¬<br />
miento influido por el entorno espacio-tem¬<br />
poral. Liberados así de ese prisma deforman¬<br />
te, comprendemos que los templos de Egipto<br />
nunca estuvieron destinados a recibir a<br />
creyentes llegados para recogerse en oración<br />
ante la representación de un dios. Esos san¬<br />
tuarios debían, ante todo, mantener el equili¬<br />
brio cósmico por virtud de los más asiduos<br />
cuidados del Faraón y representante de la<br />
fuerza divina en la Tierra, del Pontífice su¬<br />
premo y de toda una jerarquía sacerdotal. El<br />
pueblo ordinario no tenía acceso a esos re¬<br />
cintos: impregnado de divinidad, como "to¬<br />
do lo que vive en la tierra, en los aires y en el<br />
fondo de las aguas" (comprendidos el reino<br />
mineral y vegetal), reconocía y veneraba a su<br />
creador en todas las manifestaciones de la<br />
naturaleza que le rodeaba, sin que necesitara<br />
la ayuda aportada por la frecuentación de los<br />
templos. Herodoto tenía razón cuando afir¬<br />
maba que el egipcio era el más religioso de<br />
todos los hombres. Así, cuando preparaba<br />
un acercamiento al dios, que debía efectuarse<br />
por la simple etapa que era la muerte, podía,<br />
en su pertrecho funerario, hacerse represen¬<br />
tar ante las formas divinas ctónicas, con las<br />
que iba a permanecer relacionado hasta su<br />
completa incorporación a la Eternidad.<br />
Ya es hora de abandonar la óptica errónea<br />
con que visitamos las tumbas: las coloreadas<br />
evocaciones de la vida de todos los días en los<br />
muros de las cámaras mortuorias y, a veces,<br />
en los objetos rituales deben transponerse a<br />
un plano místico en el que expresan, por<br />
medio de las imágenes simbólicas, la "coti¬<br />
dianidad" de las pruebas a las que el difunto<br />
tiene que someterse y sus diversos avatares<br />
en su recorrido post-mortem, a través de los<br />
limbos osíricos, de donde surgirá, qué duda<br />
cabe, nimbado de gloria para alcanzar la<br />
eternidad.<br />
El soporte figurado de. ese lenguaje se<br />
inspira en las escenas diarias de la vida a<br />
orillas del Nilo: banquete funerario que inci¬<br />
ta al difunto a embriagarse de divinidad;<br />
^ Cabeza de una adolescente amarniense en<br />
materia calcárea. El corto período amarniense<br />
(por Tell el-Amarna) del Imperio Nuevo,<br />
durante el reinado de Akhenatón (h. 1353-<br />
1335 a.C), que abandonó Tebas para fundar su<br />
nueva capital no lejos de la actual Tell el-<br />
Amarna, dejó una estatuaria de un notable<br />
naturalismo que rompe con los cánones<br />
tradicionales.