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Nº28 | enero | 2010 - Mass Cultura

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ETNOGRAFÍAArrecife te invita a disfrutar de un paseo diario por susparques y jardines.Disfruta de la naturaleza en la ciudadJardines Av. Vargas, ArrecifePor Benchomo Guadalupe (*) / Fotografía Archivo Municipal de Arrecife.Rapsodia del costero5 Pesca del burro en Cabo BlancoPA R Q UE SYSería un difícil ejercicio someter a juicio qué ámbito del marinerolanzaroteño que iba a pescar la corvina a la costa africana –de ahíel nombre de costero—era más recio, su cuerpo o su espíritu. Supiel apergaminada por el sol, curtida como zalea por la mar, hacíade estos hombres auténticos lobos marinos, pero ¿y su espíritu?Heroicamente embrutecido frente a las bajas emociones, más allá de lossentimentalismos. El verdadero costero sólo tenía ojos y pensamientopara la mar.Las primeras arribadas a la Costa se realizaban en barcos de vela, lamayoría de las veces sin conocimientos cartográficos y prescindiendode aparejos náuticos, enrumbaban con la ruta interiorizada en la figuradel patrón.Relegando la infancia para otra ocasión, cuando cumplían treceo catorce años, realizaban su primer bautismo de fuego con la mar,algunos desde porto Naos, otros en el Correillo, que iba a Villa Cisnerosy de ahí al Río, donde pasarían entre tres y nueve meses. Muchos deestos futuros marineros venían del interior, campesinos anhelosos deun futuro más propicio y donde muchos no verían más que sus sueñosanegados en el fondo de la procelosa mar.La valija del hombre de mar, camino de Cabo Blanco la componían,un saco con algo de ropa, un estuchito, de madera tal vez, donde guardarlas agujas para coser la ropa y reparar alguna vela. Una bola chica desebo que se guardaba en un bote de leche condensada –recuperadadel matadero y derretida de antemano para ser mezclada con yodo—componía su botiquín, que, a modo de cataplasma, usaban para cubrirlas heridas. Un poco de tabaco, hebrillas para algunos, en hoja mezcladacon ron para otros, y que luego convertirían en picadura. Representabaese efímero espacio hogareño cuando del capotín o de la gorra sacabanlos cigarrillos ya fabricados esa mañana.Cuando el gélido abrazo del viento le embestía, éste no tenía másque una piel de cabra curtida y embebida en aceite de linaza para repelerel agua. La “ventada”. Así, quedando el pelaje por la parte interior yamarrada con un trozo de “soga” en la parte de la cadera y al cuello,lograba albergar algo de calor.Su alimento no daba tregua a la especulación, a la sorpresa; sabían,a todas luces y en la sombra que siempre tocaría un menú inagotable.Raspas de pescado a las que, a propósito, les dejaban algo de carneadheridas, pues sería su postrer sustento. Sólo una vez se calentaba elalimento, cuando se hacía. Luego y mañana a la mañana y al ocaso seserviría frío, correoso, servido en latas de sardinas grandes, a modo deescudilla, que, del uso las fecundaba la herrumbre, lo cual imprimía unsabor ferrujiento a la comida. En algunas ocasiones se podía hacer una“rala” de gofio aprovechando un cubo de pintura seco, para removerla,el cual hacía también las veces de utensilio para achicar el barco o para loque fuera menester. Y en contraposición, el patrón, colmado de viandascomo, arroz, legumbres, fideos y café.Pero en la costa, existía otra ralea de marineros mucho másaguerridos si cabe, “el pistolero”. Individuo desmembrado del tejidosocial, que ya había perdido memoria de su isla natal, de su familia ehijos. Estos marineros buscaban trabajo en la que se llamaba “la balandrafrancesa”. Barcos franceses dedicados a la pesca de la langosta. En ellos,los pistoleros ayudaban a recoger las artes, de lo cual, a cambio ellosse quedaban con el pescado. Así con el dinero obtenido podían estartres y hasta cinco días deambulando ebrios de bar en bar hasta agotarsustento. La comida era innecesaria siempre que hubiese cerca un vasode vino que echarse al gaznate. Esta gente llegó a estar hasta cuatroaños sin volver a tierras lanzaroteñas.En la isla natal, las esposas y madres en procesión mendicante sedirigían para “fiar” al supermercado de Vicente Guerra. Alma caritativa,les ofrecía alimento, a sabiendas de que muchas nunca les iban a poderpagar. La mujer del costero, verdadero ejemplo de coraje, inane vertíalo que había logrado en el suelo y de ahí comían ella y sus hijos, a vecesmás de seis.Mucho cabría contar de lo que esconde la hoy silenciosa marina delArrecife, que, como cementerio marino aún alberga en su lecho historias,narraciones ululantes que la virazón siempre retorna, como un canto desirena para quien tenga apenas un huequito, de pararse a escuchar.(*) Responsable del Archivo Municipal de Arrecife.Parque Temático, ArrecifeJardines Av. Vargas, ArrecifeJ A RD I NE SA R E CI F ERParque Infantil Los Pinos, ArrecifeParque Temático, ArrecifeParque Temático, Arrecife12<strong>enero</strong> <strong>2010</strong>AYUNTAMIENTO DE ARRECIFEConcejalía de Limpieza, Barrios,Parques y Jardines

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