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Nº28 | enero | 2010 - Mass Cultura

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LA COSTA DEL PUEBLOEL LITORALPunta Mujeres: historia de una conquista popular del frente marítimoPor José Juan Romero / Fotografía Guillermo RodríguezPunta Mujeres, localidad costera del noresteinsular, donde impresiona la belleza de unlitoral volcánico bañado por aguas cristalinasque muestran permanentemente un tonoturquesa paradisíaco, se puede considerar,todavía hoy, como un pueblo auténtico juntoal mar. No es fácil encontrar algo igual en elresto de la costa insular, donde el negocioturístico asoma su cabeza por cada esquina.Punta Mujeres conserva la peculiaridadde mantenerse como un trozo de “costa delpueblo”, donde gente de todas las condicionessociales comparten primera línea de margracias a tres factores: el tino y la oportunidadde sus antepasados para construir junto almar, la transmisión entre generaciones de lapropiedad y el disfrute que cada miembro dela familia ha hecho del lugar, lo que les impidemoralmente vender o dedicar a otro uso unespacio fundamental para sus vidas. Por eso,esta “costa del pueblo” no se ha convertido enuna “costa del dinero”.Y es que, como en el anuncio de la tarjeta,hay cosas que el dinero no puede comprar.Pese al aumento demográfico, especialmentetras la urbanización en las últimas décadasde unos terrenos que ocupó en el pasado unaexplotación salinera, Punta Mujeres se resistea la globalización. Con sus dimensiones, conun par de miles de habitantes, no hay otrolugar en la costa que se haya mantenido tan almargen del turismo de masas. Increíblemente,su primera línea no está ocupada por terrazasde restaurantes turísticos y sus calles no estáninvadidas por coches de alquiler. En su lugarhay ocio y juego. Baños, pesca, chalanas,bicicletas, niños con pelota, hombres jugandoal dominó, mujeres a la brisca...La visita está indicada especialmente paracuriosos que se sientan viajeros y quierandescubrir un paisaje humano que conserva laalegría y la relación familiar de muchos añosde convivencia. Esta conquista popular delfrente marítimo se inició varias décadas antesde la llegada del turismo y de la eclosión de lasociedad del ocio, cuando vecinos de todaslas condiciones sociales de pueblos cercanosde montaña como Haría y Máguez tuvieron laoportunidad de construir casas junto al marpara refrescarse en los meses más calurosos.Puede ser éste otro indicador del desarrollode esos dos pueblos con respecto al restoinsular. Salvo contadas excepciones, comolas familias de Arrecife y de Teguise que seestablecían en Caleta de Famara, o las deSan Bartolomé y Arrecife en Playa Honda, enesos tiempos no era normal un asentamientomasivo en el litoral con fines vacacionales,dada las penurias económicas del momentohistórico y la peculiar relación entre Lanzarotey el mar.Isla marinera... a mediasLa isla, antes del turismo, fue marinera, amedias. La otra mitad era intensamenteagrícola, de interior, y, por lo general, vivía deespaldas al mar, quién sabe hasta qué puntocondicionada por los ataques piráticos delpasado. Es curioso, y sorprende bastante, queen una isla tan pequeña, de tan sólo algo másde 800 kilómetros cuadrados, con el mar a unpaso en cualquier rincón, la cultura marina noestuviera más generalizada y fuese tan ajenapara la mayoría de los campesinos. Lo cierto esque había una gran distinción entre costeros ylabradores, si bien es cierto que en épocas desequía eran muchos los hombres del campoque tenían que embarcarse para ir a faenara la costa africana y que en todas las zonasrurales había amañados que simultaneabanambas formas de sustento y que despertabanuna especial admiración por su habilidad enla orilla marina.Ese alejamiento del mar de una parteimportante de la población se refleja en varioshechos objetivos. Uno de ellos es la escasaocupación de la costa antes de la décadade los setenta. Cabe recordar los inmensosarenales de playas totalmente desiertas en lacosta del municipio de Tías, como quien dice,hasta el otro día, a finales de los sesenta. Noen vano, la mayoría de los pueblos estaba enel interior. Sólo una quinta parte, una decenade localidades, se encontraba en los 194kilómetros de costa de esta isla, entre lasque destacaba la capital, Arrecife, y una seriede núcleos bien distinguidos por la actividadpesquera de su población: La Tiñosa, PlayaQuemada, Playa Blanca, La Santa, Órzola…Otra prueba irrefutable de la mirada alinterior era el escaso valor económico quese le otorgaba al suelo próximo a la costa,por su escaso rendimiento agrícola.Es evidente que la precariedad económicano permitía a la mayoría de las familiasdisponer de más de una vivienda y que lostrabajos agrícolas en muchas zonas impedíanun retiro vacacional, aunque fuese parapocos días a lo largo del año en modestasconstrucciones como las que se alzaron porfamilias de Tías en el Barranco del Quíquere.Pero es que, culturalmente, tampoco existíael apego al mar que hoy conocemos. Bastabacon unos días durante el año, especialmenteel día de San Juan. En el mismo folkloreexisten más referencias a la actividad agrícolaque a la marinera, pese a la destacadaactividad de agrupaciones como Los Buchesreivindicando el carácter marino.El caso de ArrecifeEn Arrecife, fundamentalmente, se hadesarrollado históricamente el grueso deese incomprensible miedo o despreciocolectivo. La expresión más clara: lasuciedad que se vierte a la marina, losrellenos y los muros que ocultan la visióndel mar. Otras manifestaciones: la erráticaplanificación urbanística del litoral (robandoa la población décadas de disfrute de joyascomo El Charco, el Islote del Francés, el Islotede la Fermina…); los nulos servicios públicospara vivir el mar (escuela pública de vela enla Marina, servicio de transporte marítimo,paseos por la costa, museos marinos…); lasextrañas preferencias de la población sobresus lugares de encuentro (establecimientosdesde los que no se ve el mar: La Plazuela,tramo de la Avenida con el mar oculto porel Casino…).Llegado el turismo, la costa se convirtióen el gran objeto de deseo y cada uno de susmetros cuadrados se ha convertido en unacasilla del Monopoly Insular para comprar,vender, arruinarse, enriquecerse, y, también,si se incumplen las reglas del juego, comohemos visto recientemente, visitar la cárcel.En medio de esta vorágine han quedadoapresadas piezas ajenas a ese juego,llamémosle pueblo vinculado afectivamente ala costa, para quien su deseo se ha convertidoen sufrimiento. Recordemos la casa deBerrugo acorralada por un puerto deportivo,o las batallas legales que mantienen lospueblos de El Golfo y Tenézara, a causa de laLey de Costas, para seguir en pie. Los niñosque corren por lo que podía ser la avenidade restaurantes turísticos de Punta Mujeres,los viejos que juegan al dominó y las viejasque juegan a la brisca, no terminarán deestar agradecidos en sus vidas a aquellosantecesores que pusieron sus ojos y susesfuerzos en levantar una humilde casa enla costa. Allí donde muchos vivieron hastalos noventa años gracias a los baños demar, antes de cada comida, entre junio yoctubre, en la costa del pueblo, donde eldinero pasó de largo.34 <strong>enero</strong> <strong>2010</strong> 35

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