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La Madre Máximo <strong>Gorki</strong><br />
-¡Seguro! -dijo Paul, con una mueca de disgusto.<br />
-En un pantano todo huele a podrido -respondió el Pequeño Ruso suspirando-. Y<br />
usted, <strong>madre</strong>cita, habría hecho bien explicando a esas jóvenes gansas lo que es el matrimonio,<br />
para que no tengan tanta prisa en que les rompan <strong>la</strong>s costil<strong>la</strong>s.<br />
-Hijo mío, el<strong>la</strong>s lo saben muy bien y lo comprenden, pero no saben qué hacer de sus<br />
vidas.<br />
-No comprenden nada: si lo hicieran encontrarían otro camino -observó Paul. La<br />
<strong>madre</strong> echó una ojeada a su rostro severo.<br />
-Pues enseñádselo. Podéis invitar a <strong>la</strong>s menos tontas...<br />
-No es posible -replicó secamente Paul.<br />
-¿Y si probásemos? -preguntó el Pequeño Ruso.<br />
Paul permaneció un instante en silencio.<br />
-Empezaría por paseatas de a dos; luego, algunos se casarían y eso sería todo.<br />
La <strong>madre</strong> se sumergió en sus reflexiones. La austeridad monacal de Paul <strong>la</strong><br />
conturbaba. Veía que sus consejos eran seguidos, incluso por sus camaradas de más edad,<br />
como el Pequeño Ruso, pero le parecía que todos le temían, y que no lo amaban bastante, a<br />
causa de esta severidad.<br />
Una noche que estaba acostada, mientras Paul y el Pequeño Ruso leían aún, prestó<br />
oído, a través del delgado tabique, a su conversación en voz baja.<br />
-¿Sabes que Natacha me gusta? -dijo súbitamente el Pequeño Ruso.<br />
-Ya lo sé.<br />
Paul no había respondido inmediatamente.<br />
La <strong>madre</strong> oyó levantarse al Pequeño Ruso, y comenzar a pasear por el cuarto. Sus pies<br />
desnudos se arrastraban sobre el suelo. Silbó un aire triste; luego habló de nuevo:<br />
-¿Lo ha notado el<strong>la</strong>?<br />
Paul guardaba silencio.<br />
-¿Qué piensas tú? -preguntó el Pequeño Ruso, bajando <strong>la</strong> voz.<br />
-Lo ha notado. Por eso ha renunciado a trabajar con nosotros.<br />
Los pasos del Pequeño Ruso volvieron a arrastrarse sobre el suelo, y su silbido tembló<br />
otra vez. Después preguntó:<br />
-Y si yo le dijese...<br />
-¿Qué?<br />
-Que... eso, que yo... -comenzó en voz tenue.<br />
-¿Por qué decírselo? -interrogó Paul.<br />
El Pequeño Ruso se detuvo, y <strong>la</strong> <strong>madre</strong> comprendió que sonreía.<br />
-Bueno, supongo que si se ama a una muchacha..., bien, hay que decírselo; si no, no<br />
serviría de nada.<br />
Paul cerró de golpe su libro.<br />
-¿Y qué resultado esperas?<br />
Cal<strong>la</strong>ron ambos por un instante.<br />
-¿Y entonces? -preguntó el Pequeño Ruso.<br />
-¡Hay que saber c<strong>la</strong>ramente lo que se quiere, Andrés! -respondió lentamente Paul-.<br />
Supongamos que el<strong>la</strong> también te ama: no lo creo, pero supongámoslo. Os casáis. Un<br />
matrimonio interesante: una intelectual y un obrero. Vendrán hijos; tendrás que trabajar tú<br />
solo... y mucho. Vuestra vida se convertirá en una lucha contra el hambre: los hijos, <strong>la</strong> casa...<br />
Y los dos estaríais perdidos para <strong>la</strong> causa.<br />
Hubo un silencio. Luego, Paul continuó en voz más dulce: -Es mejor que olvides eso,<br />
Andrés. Y que no <strong>la</strong> inquietes... Silencio otra vez. El reloj desgranaba en «tic-tac» los<br />
segundos.<br />
El Pequeño Ruso dijo:<br />
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