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La Madre Máximo <strong>Gorki</strong><br />
De nuevo en <strong>la</strong> habitación, <strong>la</strong> <strong>madre</strong> <strong>la</strong>nzó una ojeada de angustia por <strong>la</strong> ventana. En<br />
<strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s, copos de nieve semifundidos caían lentos y pesados.<br />
-¿Se acuerda de los Prozorov? -preguntó Iégor.<br />
Se había sentado con <strong>la</strong>s piernas muy abiertas, bebiendo ruidosamente su té. Su rostro<br />
estaba rojo, cubierto de sudor y satisfecho.<br />
-Sí, los recuerdo -dijo el<strong>la</strong> absorta, yendo hacia él con su andar oblicuo. Se sentó, fijó<br />
en el hombre una mirada triste, y dijo en tono compasivo:<br />
-¡Ay! ¿Cómo llegará Sandrina?<br />
-Se fatigará mucho -asintió Iégor-. La cárcel <strong>la</strong> ha quebrantado; estaba mejor antes...,<br />
sobre todo, que no ha sido educada en <strong>la</strong> vida dura. Yo creo que tiene ya algo en los<br />
pulmones...<br />
-¿De qué familia es? -preguntó muy bajo <strong>la</strong> <strong>madre</strong>.<br />
-Hija de un terrateniente. Su padre es un crápu<strong>la</strong>, como el<strong>la</strong> dice. ¿Sabe, mamá, que<br />
querían casarse?<br />
-¿Quién?<br />
-El<strong>la</strong> y Paul. Pero ahí está, nunca hay manera..., cuando él está en libertad, es el<strong>la</strong><br />
quien está presa, o al contrario.<br />
-¡No lo sabía! -respondió <strong>la</strong> <strong>madre</strong>, después de una pausa-. Paul nunca hab<strong>la</strong> de sí<br />
mismo.<br />
Sintió mayor piedad aún por <strong>la</strong> muchacha, y con una mirada de involuntaria<br />
animosidad hacia su huésped, añadió:<br />
-¡Tendría que haber<strong>la</strong> acompañado!<br />
-Imposible -respondió él tranqui<strong>la</strong>mente-. Tengo muchas cosas que hacer aquí, y me<br />
hará falta todo el día para caminar, caminar... Ocupación poco agradable, con mi asma.<br />
-Es una buena muchacha -dijo <strong>la</strong> <strong>madre</strong> en tono indefinible. Pensaba en lo que le<br />
había dicho Iégor y <strong>la</strong> ofendía haber sabido <strong>la</strong> noticia, no por su hijo, sino por un extraño.<br />
Apretó los <strong>la</strong>bios y frunció el entrecejo.<br />
-¡Muy buena! -Iégor inclinó <strong>la</strong> cabeza-. Ya veo que le da a usted lástima. ¿Por qué?<br />
No habrá piedad que le llegue si va a ponerse a compadecernos a todos los revolucionarios.<br />
La vida es dura para todos, esa es <strong>la</strong> verdad. Mire, no hace mucho que uno de mis camaradas<br />
volvió del destierro. Cuando llegó a Nijni Novgorod, su mujer y su hijo lo esperaban en<br />
Smolensk, y cuando llegó a Smolensk, ellos estaban ya presos en Moscú. Ahora le tocó <strong>la</strong> vez<br />
a <strong>la</strong> mujer de ir a Siberia. Yo también tuve una mujer, una esposa excelente, pero cinco años<br />
de esta vida <strong>la</strong> han conducido al cementerio...<br />
Vació de un trago su vaso de té y continuó hab<strong>la</strong>ndo. Enumeró sus años y meses de<br />
prisión o destierro, contó diferentes desgracias, los golpes en <strong>la</strong>s cárceles, el hambre en<br />
Siberia. La <strong>madre</strong> lo miraba y lo escuchaba, admirándose de <strong>la</strong> tranqui<strong>la</strong> sencillez con que<br />
pintaba aquel<strong>la</strong> vida llena de sufrimientos, de persecución, de humil<strong>la</strong>ciones...<br />
-Pero hablemos de nuestro asunto.<br />
La voz se transformó y <strong>la</strong> expresión se hizo grave. Le preguntó primero cómo pensaba<br />
introducir los folletos en <strong>la</strong> fábrica, y Pe<strong>la</strong>gia se asombró del preciso conocimiento que él<br />
tenía sobre toda c<strong>la</strong>se de detalles.<br />
Cuando terminaron, volvieron a evocar su aldea natal. Mientras Iégor bromeaba,<br />
Pe<strong>la</strong>gia remontaba el curso del tiempo: los años le parecían extrañamente semejantes a un<br />
pantano, sembrado de iguales montoncillos de turba, p<strong>la</strong>ntado de arbustos de temerosos<br />
estremecimientos, de pequeños abetos y b<strong>la</strong>ncos abedules perdidos entre los oteros. Los<br />
abedules crecían lentamente, y tras permanecer cinco o seis años en aquel terreno movedizo y<br />
pútrido, caían para pudrirse a su vez. La <strong>madre</strong> se representó este cuadro, presa de una<br />
dolorosa piedad. Ante el<strong>la</strong>, veía una silueta de muchacha, de rostro duro y obstinado.<br />
Marchaba bajo los copos de nieve, solitaria, fatigada. Y su hijo estaba en <strong>la</strong> cárcel. Quizá no<br />
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