<strong>Universidad</strong> <strong>de</strong> <strong>Chile</strong><strong>Facultad</strong> <strong>de</strong> <strong>Ciencias</strong> <strong>Sociales</strong>LA CUERDA FLOJA - <strong>No</strong>. <strong>12</strong>, noviembre <strong>de</strong> 1998Margarita SchultzEl Po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la Música«Allí (en el rancherío <strong>de</strong> los indios'pampas') escuché una vez a alguien quetocaba guitarra. Y no era un pampa sino unpaisano, un gaucho que hacía tiempohabía elegido ese lugar, tal vez comorefugio. Como en esos años no se ofendíacon la pregunta a nadie, el hombre estabatranquilo. ¿De dón<strong>de</strong> había llegadogalopando? ¿Qué cosas lo llevaron hastael rancherío <strong>de</strong>l cacique Benancio? Esoera <strong>de</strong> averiguar. Y el paisano cumplíaarando, sembrando maíz, amansandopotros. Y alguna que otra vez, la guitarra learrimaba en la tar<strong>de</strong> la sombra <strong>de</strong> algunaquerencia. Porque esa virtud tiene lavihuela: Despierta antiguos duen<strong>de</strong>s,<strong>de</strong>sbarata el olvido, borra leguas y acerca,i<strong>de</strong>alizado, el recuerdo <strong>de</strong> seres y momentos que el hombre cree haber <strong>de</strong>jado atrás parasiempre.Es enorme el po<strong>de</strong>r evocativo que se escon<strong>de</strong> en la guitarra. Es la única llave con que elpaisano pue<strong>de</strong> enfrentar y vencer a los fantasmas <strong>de</strong> la soledad.Esa tar<strong>de</strong> en la tol<strong>de</strong>ría, entre pobrísimos ranchos, la vida me regaló otro espectáculo: el <strong>de</strong>lgaucho andariego, inclinado sobre el instrumento, rezando su trova, sin molestarse <strong>de</strong>l bullicio<strong>de</strong> los muchachitos, ni <strong>de</strong> alguna risa guaranga <strong>de</strong> los pampa. Allí estaba el hombre,batiéndose con su propia sombra, mientras un la menor le ofrecía las seis melgas sonoras <strong>de</strong>lencordado, para que sembrara cualquier semilla, menos la <strong>de</strong>l olvido. (Y vuelven a mí las
vihuelas traductoras <strong>de</strong>l paisaje, y escucho a los rústicos hombres <strong>de</strong> la pampa entregandosus salmos <strong>de</strong> distancia y pureza. Hombres <strong>de</strong> vigoroso brazo y <strong>de</strong>cisión rápida. Hombres concoraje y con pudor. Hombres paridos por la inmensa llanura. Y sin embargo, niños, en suacercarse al misterio <strong>de</strong> la música, como quien se asoma al misterio <strong>de</strong> un jagüel pararescatar la luna » (1)El poeta y músico argentino Atahualpa Yupanqui escribió el texto que he transcrito. Fuera <strong>de</strong>lmodo a la vez <strong>de</strong>finido y lírico, firme y tierno <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir eso tan difícil, que la música tiene po<strong>de</strong>rpara capturar el alma humana, me parece <strong>de</strong>stacable el paralelo con este otro pasaje, tandiferente en el tono literario, <strong>de</strong>l escritor argentino Roberto Arlt.El atormentado personaje <strong>de</strong> la novela <strong>de</strong> Arlt Los siete locos (2), Remo Erdosain, habla <strong>de</strong>una fonda concurrida por ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> diarios y ladrones. El lugar es un antro, prototipofísico <strong>de</strong> la miseria humana:«En aquel cubo sombrío, <strong>de</strong> techo cruzado por enormes vigas, y que la cocina <strong>de</strong> la fondainundaba <strong>de</strong> neblinas <strong>de</strong> menestra y <strong>de</strong> sebo, se movía el tumulto oscuro, una 'merza' <strong>de</strong>ladrones, sujetos <strong>de</strong> frentes sombreadas por las viseras <strong>de</strong> las gorras y pañuelos flojamenteanudados en el escote <strong>de</strong> las camisetas. (...) En aquella bruma hedionda los semblantesafirmaban gestos canallescos, se veían jetas como alargadas por la violencia <strong>de</strong> unaestrangulación, las mandíbulas caídas y los labios aflojados en forma <strong>de</strong> embudo; (...) A vecesa esta leonera entraban músicos ambulantes, frecuentemente un bandoneón y una guitarra.Afinaban los instrumentos y un silencio <strong>de</strong> expectativa acurrucaba a cada fiera en su rincón,mientras que una tristeza movía su oleaje invisible en esa atmósfera <strong>de</strong> acuario.El tango carcelario surgía plañi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> las cajas, y entonces los miserables acompasabaninconscientemente sus rencores y sus <strong>de</strong>sdichas. El silencio parecía un monstruo <strong>de</strong> muchasmanos que levantara una cúpula <strong>de</strong> sonidos sobre las cabezas <strong>de</strong>rribadas en los mármoles.¡Quizás en lo que pensaban! Y esa cúpula terrible y alta a<strong>de</strong>ntrada en todos los pechosmultiplicaba el langor <strong>de</strong> la guitarra y <strong>de</strong>l bandoneón, divinizando el sufrimiento <strong>de</strong> la puta y elhorrible aburrimiento <strong>de</strong> la cárcel que pincha el corazón cuando se piensa en los amigos queestán afuera 'escolazándose' hasta la vida.Entonces en las almas más letrinosas, bajo las jetas más puercas, estallaba un temblorignorado».El campo venerado por Atahualpa y la ciudad <strong>de</strong>nostada por Arlt. Ambos mundos aludidos enlos textos, son habitados por personajes marginales, rudos a su modo, diversos en tantosrespectos; cautelan, sin embargo, su vestigio <strong>de</strong> inocencia, su capacidad <strong>de</strong> milagro. La