manteles, verificar que los clientes tengan café, manteca y agua, y hacer la mesa después de cambiar el mantel, acomodarlos cubiertos y las servilletas. El sudor nunca se secaba en mi frente, no por nada conseguía propinas.Фифи ЛимоновAl principio, sin embargo, estaba agradecido por todo ese lío alrededor. Me distraía de pensar en Elena. Especialmente alprincipio, cuando no sabía nada, cuando estaba aprendiendo, el restaurante me parecía interesante. Sólo ocasionalmente,mientras corría frenético con los platos sucios, casi por caerme en los giros, recordaba con angustia que mi esposa mehabía dejado por un mundo mucho más lindo que el mío, que ella estaba fumando, bebiendo y cogiendo, yendo a fiestascada noche, bien vestida y perfumada, que esos que le hacían el amor eran nuestros clientes, su mundo me había robadoa Elena. No era tan sencillo, claro, pero ellos, tramposos, tranquilos clientes norteamericanos, nuestros caballeros – perdónNorteamérica pero ellos han robado, arrancado, sacado a la fuerza mi posesión más querida, mi pequeña doncella rusa. Yo,cargando platos sucios, caminando por los pasillos entre las mesas con una pila de platos y las visiones de Elena aparecían.Me quebraba en sudores fríos y calientes, miraba a los clientes con odio. Yo no era un mozo, yo no escupía su comida, yoera un poeta pretendiendo ser un mozo. Los hubiera hecho explotar pero no podía hacerles esas pequeñas maldades, noera capaz de una cosa así. ¡Voy a explotar su mundo!, pensaba. Yo limpio sus restos mientras mi esposa coge y ustedesse maravillan con ella, por la única razón de que hay una asimetría: ella tiene una concha, para la cual hay compradores –ustedes – y yo no tengo una concha. Voy a volar su mundo, y estos vagabundos lo van a hacer conmigo – los desplazadosde este mundo, pensaba apasionado, mi mirada descansando sobre uno de mis amigos ayudantes – el chino Wong o elmorocho criminal Patricio o el argentino Carlos.¿Qué otra cosa se suponía que tenía que sentir por esa gente? Yo no era un idiota, las comparaciones con la USSR no meayudaban. Yo no vivía en un mundo de estadísticas y estándares y poder de compra. Mi dolor me forzó a odiar a nuestrosclientes y amar a los empleados de la cocina y amigos en la derrota. Una posición normal, ustedes deberían estar de acuerdo.Absolutamente normal, subjetiva pero normal. A mi favor debería ser dicho que fui consistente: de la misma formaodié a los poderosos en USSR, el aparato del partido y las élites que manejaban todo. En mi odio por los fuertes de estemundo nunca quise ser razonable, no quise considerar causas explicativas o respuestas como: “Pero acabás de llegar a losEstados Unidos” “Tenés que entender, la poesía no es una profesión acá” y así.Que se joda tu mundo donde no hay lugar para mí, pensé con desesperación. Si no puedo destruirlo, al menos voy a teneruna linda muerte intentándolo, junto a otros como yo. No tenía una imagen específica sobre cómo iba a concretar esto,pero sabía por experiencia que aquel que busca su destino siempre tiene una oportunidad. No me iba a quedar sin unaoportunidadWong, un chino joven que vino de Hong Kong, tenía un atractivo especial para mí. Siempre me sonreía y aunque yo teníaproblemas para entenderlo, de alguna forma conseguíamos comunicarnos. Él fue mi primer maestro en la esfera de miprofesión para nada complicada. Pasó mucho tiempo conmigo la primera semana, dado que yo no sabía nada: no sabíade dónde sacar la manteca, no sabía dónde buscar los manteles. Él me ayudó pacientemente. En nuestro descanso corto,íbamos a la cafetería para empleados del sótano y almorzábamos juntos. Yo le preguntaba por su vida. Él era un típico chino– vivía en el barrio chino, desde luego, y estaba loco por el karate, tomaba clases con un maestro dos veces a la semana.Una vez tuvimos algo de tiempo tras la comida y fuimos al vestidor. Me mostró riéndose una revista porno chinas, aunqueél decía que las mujeres eran japonesas: las mujeres chinas eran decentes y no tendrían fotos en revistas así. Hice algunoschistes obscenos sobre las chinas de la revista y Wong se río bastante. Me gustó esa revista mucho más que las revistaspornográficas de occidente, esta revista no me causó el dolor que sentí cuando agarré revistas con rubias tumbadas. Lasrubias estaban asociadas con Elena y yo temblaba agitado, dando ojeadas a los órganos y epidermis labial. La revista chinaera tranquilizante, no me provocó ningún dolor.Los camareros estaban vestidos distinto a nosotros, los ayudantes. Tenían ropa más impresionante. Yo los envidiaba porsus uniformes. El saco rojo, corto con charreteras y los pantalones de tiro alto negros los hacían lucir como toreadores. Elgriego Nicholas, alto y guapo con sus hombros anchos, labios gruesos, el cínico Jhonny, casi tan alto como Nicholas perogordo y pesado; el italiano Luciano, que parecía un chulo con su frente chica y cuerpo ágil – trabajé para todos ellos, recibími 15% de las propinasal final del desayuno y el almuerzo. Cada día me llevaba a casa u$10 o 20 en propinas. Los camareroseran todos diferentes. Al, por ejemplo, un negro alto y alegre que siempre llegaba tarde – llegaba después que todoslos demás y a menudo lo ayudaba a poner las mesas – me daba más propina que cualquier otro. Un tal Tommy, un tipo deanteojos y pantalones cortos ajustados era el que me daba menos. Dos camareros viejos chinos – siempre trabajaban juntos,no recuerdo sus nombres – eran amarretes y no se parecían en nada con Wong, que era un chino de otra generación.Luis, un español hosco trabajaba con una expresión alienada. A los chinos les importaba mucho el trabajo e intentaban enseñarmecosas, aunque ya venía trabajando hacía diez días con ellos y ya había dominado mi profesión. Más que nada megustaba trabajar con Al y Nicholas; eran alegres y me hablaban más que los demás. Nicholas a menudo me animaba conexpresiones como “Buen chico, buen chico” Me caía muy bien Nicholas aunque era un tipo de mal carácter y me gritabade tanto en tanto. Claro que con las corridas de la cocina al salón yo tenía lapsos como cualquier otro y nunca me lo tomémal. Una vez lo vi a Nicholas bastante enojado barriendo una montaña de monedas de un centavo que le habían dejadode propina; tal como digo, era un tipo de mal carácter. En mi ignorancia del idioma me perdí mucho de esa conversaciónPágina 14
pero una vez, sentado en la cafetería con Nicholas, Johnny y Tommy, le escuché decir “La opinión de la gente es que loscamareros buscan plata fácil y por lo tanto...” no entendí en resto pero estaba claro que Nicholas se había ofendido por loque pensaban los demás. Nuestro trabajo, el de ellos y el mío, era de verdad muy tenso, tedioso y perturbador.No soy esclavo por naturaleza, esperando que la gente me trate mal. Esto sucedió cuando el administrador, Fred y loscamareros en jefe, Bob y Ricardo almorzaron al costado de la terraza, tal como les gustaba hacer. Me irritaba bastantecuando me tocaba servir las mesas cercanas a la terraza – siempre me mandaban a hacer un tramite, aunque eso no eraparte de mis tareas. Cuando le serví un vaso de leche al gordito pendejo de Bob, se me revolvió el estomago: no me gustaba,no podía ser un sirviente. A veces una mujer o una chica comía con nuestros jefes. A quién iba a llamar la atención– un sirviente es un sirviente – igual me parecía que ella me estaba mirando con desprecio. Y no podía decirle que sóloun año atrás yo era amigo de los embajadores de varios países. Yo había me había divertido con ellos en fiestas privadas.Me acuerdo una fiesta con doce embajadores - no secretarios sino embajadores genuinos - entre ellos el embajador deSuiza, México, Irán y Laos, y el anfitrión que era mi amigo, el embajador de Venezuela, Burelli, un poeta y un hombre demucho estilo. Su embajada en la calle Yermolova era como casa para mí y Elena. No podría explicarle a la chica sentadaen la mesa de los jefes que en mi país yo había sido uno de los mejores poetas. Todos se habrían reído si lo hubiera dicho.Cuando empecé a trabajar puse toda clase de delirios en mi solicitud de empleo. Dije que siempre había trabajado decamarero en restaurantes de Kharkov y Moscú. Eso era puro verso.Фифи ЛимоновEn realidad yo llevaba una doble vida. El gerente estaba contento conmigo, los camareros también. A veces Bob, el camareroen jefe me enseñaba algo; yo ponía en marcha todo mi talento actoral y escuchaba con los ojos abiertos, mientrasél me aconsejaba a llenar las jarras con agua y hielo antes del trabajo, así podía servir agua fría directo en los vasos sindemora ante una gran afluencia de clientes. Yo lo miraba a Bob y decía “Sí señor” cada un par de minutos. Él no podíaadivinar lo que había en mi corazón y en mi cabeza. “Sí señor, gracias señor” Bob estaba encantado. Pero yo llevaba unadoble vida odiando a los clientes más y más. No solamente por Elena, aunque más que nada por ella. Cuando tenía unosminutos libres, doblaba y apilaba servilletas – para tenerlas listas y a mano – y recordaba involuntariamente, con dolor.No podía dejar de recordar los eventos de los últimos meses...Ella me informó que tenía un amante el 19 de Diciembre, con un frío terrible y la luz tenue del anochecer en nuestrodepartamento trágico de Lexington Avenue. Movilizado y humillado, le dije “Dormí con quien quieras, yo te amo y sóloquiero vivir con vos y cuidarte” Le besé la rodilla cubierta por su bata. Y así fue como vivimos. Incluso esta decisión, ellala atribuía a mi debilidad, no al amor. Al principio, después del 19 de Diciembre, ella todavía se forzaba a no rechazarme,trataba de hacer el amor conmigo. Por alguna característica en mi constitución, yo tenía ganas de ella todos los días, estabaexcitado permanentemente. En mi diario, si acumulo coraje para mirarlo, descubro notitas alegres: hice el amor conella cuatro veces, o dos, o una. Pero ella se fue poniendo más y más insolente, y gradualmente nuestros coitos – ningunaotra palabra va a quedar mejor, así de solemnes son ellas para mí – se fueron haciendo infrecuentes. Al final ella dejó dehacer el amor conmigo y dijo abiertamente que quería dejarme. Me pregunté en el ocaso de mi inconsciencia, masturbándomea la noche en el baño después de frotarme contra las bombachas y ligas todavía tibias de Elena – ella justohabía regresado y ya estaba durmiendo – a menudo estaban manchadas con semen, el de otro por supuesto, y yo queríaal menos una felicidad, coger a mi propia esposa. Entonces fue creciendo esta idea delirante – violar a Elena.Un día soleado, muy soleado y con escarcha fui a una tienda en Broadway y le compré a un vendedor culto con una barbapequeña, un par de esposas. Eran... bueno todos saben qué clase de esposas comprás en Broadway por siete dólares.Cuando llegué a casa estaba totalmente excitado por esta compra. Después de probar y examinar las esposas, descubrícon horror que tenían un botón para abrirlas sin la llave, o sea, eran de acero y aparentemente fuerte, pero para jugar,para chicos. Incluso tenían una etiqueta, decía que eran aptas para chicos mayores a tres años. Una historia lastimosa,muy lastimosa. Estallé en sollozos de lástima por mí y por mi cuerpo, el cual estaba obligado a recurrir a semejantemétodo para obtener atención. Incluso mi intento de violación fue un fracaso. Grité, lloré por un tiempo largo y entonces,sin aliento y lloriqueando, encontré una solución. Agarré un cuchillo de cocina con serrucho y en media hora, sin dejarde llorar, serruché el botón de las esposas y las convertí en algo real, ahora sólo se iban a abrir con la llave. Mientras hacíaesto me vi desde afuera y decidí como escritor que esta escena grotesca encajaba para Hollywood: Limonov llorandopenosamente sobre un par de esposas por su amada y serruchando el botón de seguridad de las esposas con un cuchillode cocina.Nunca usé las esposas o la cuerda. El sueño de violar a Elena iba mano a mano con el sueño de matarla. Ya completamenteloco, dos semanas antes de comprar las esposas, levanté la alfombra, la ridícula alfombra rosa de nuestro cuarto y pusedebajo una cuerda con el nudo listo para ahorcar. Até un extremo de la cuerda a un caño en la esquina del cuarto; en elotro extremo hice el nudo. Así como último recurso, cuando se complicara, podría estrangularla fácil y sin ruido. Entoncespensé en matarme... las formas de matarme cambiaban en mi imaginación. La cuerda estuvo ahí mucho tiempo, a vecescreo que fue lo que salvó a Elena y a mí de la muerte. Acostado junto a Elena a la noche, extraños, vecinos, ella bajo sussábanas y yo bajo las mías, respirando el olor del alcohol y humo que emanaba de ella – ella había pitado un cigarrillode marihuana, cocaína y otras delicias – acostada ahí, ella roncaba débilmente, exhausta de orgasmos con asquerososPágina 15
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