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SoyYoEddie-EdwardLimonov

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ChrisTal como dije, me agarré de lo que pude en busca de salvación. Incluso recomencé mi carrera periodística, o mejor dicho, tratéde revivirla.Mi amigo más cercano, Alexander - postrado, como yo, por la traición de su mujer y su propio vacío emocional - estabaviviendo en un monoambiente sobre la calle 45 entre la Octava y la Novena avenida, en un edificio fino ubicado en un barriode puteríos y tugurios. Él estaba algo preocupado por el barrio al principio, siendo un intelectual de anteojos, un cauto jovenjudío, pero luego se acostumbró y empezó a sentirse a gusto.A menudo nos juntábamos en su casa y tratábamos de encontrar formas de publicar nuestros artículos en Estados Unidos. Losartículos iban en contra a las políticas de los círculos influyentes de Estados Unidos y ya no sabíamos qué cosas probar. El NewYork Times se había negado a reconocernos. Habíamos ido ahí en el otoño, cuando yo era corrector en el Russkoe Delo, comoAlexander. Nos sentábamos enfrentados y pronto encontramos mucho en común. Fuimos al Times con nuestra “Carta Abiertaal académico Sakharov” y el Times nos bajó el dedo. Ni siquiera se dignaron a contestar. En realidad, no fue una carta paranada estúpida, fue la primera voz rusa sobria en el occidente. Una entrevista y un resumen de la carta fueron publicados enInglaterra, en el Times de Londres. La carta trataba sobre la idealización de occidente por parte de los intelectuales rusos. Enrealidad, escribimos que occidente tenía demasiados problemas y contradicciones, y de la misma intensidad que los problemasy las contradicciones rusas. Resumiendo, la carta era un llamado al cese de la destrucción de la “intelligentsia soviética”que no sabe una mierda acerca de este mundo - incitándolos a emigrar. Por tal motivo, el New York Times no lo publicó. O talvez nos consideraban incompetentes o no le dieron entidad porque nuestros nombres no les sonaron familiares.El hecho es que en Estados Unidos, como en Rusia, no podíamos publicar nuestros artículos, expresar nuestra visión. Y acáteníamos otra prohibición: escribir de manera crítica sobre el mundo occidental.Entonces nos encontramos con Alexander al 330 de la calle West 45 y tratamos de decidir qué hacer. El hombre es débil; elesfuerzo a menudo va acompañado de cerveza y vodka. Pero, aunque un estadista bien vestido puede tener miedo de admitirque formuló alguna decisión importante entre dos vasos de vodka o whiskey o bien, sentado en el baño, yo siempre me sentíencantado por la aparente incongruencia, la forma en que se manifiesta el talento y el genio humano. Y no intento ocultaresta forma. Ocultarla sería distorsionarla o facilitar la distorsión de la naturaleza humana.Resumiendo, Alexander y yo tomamos y trabajamos y discutimos. Tomamos vodka y con el vodka tomamos cerveza Ale - poralguna razón me había empezado a gustar - y tomamos todo lo que pudimos encontrar. Ahí salimos a las calles. Mientrascaminábamos por la Octava Avenida las chicas nos saludaron y no sólo en la frecuencia de las buenas costumbres - éramosfamiliares, nos conocían. Los dos hombres con anteojos también eran conocidos para la gente que repartía volantes del puteríoy para el tipo de pelo ondulado que los contrataba. Después de haber pasado el número 300, donde la escalera iluminaday empinada llevaba al puterío más barato de New York - o uno de los más baratos al menos - doblamos en la Octava, arriba oabajo, dependiendo del antojo y el paseo empezaba...Todo había sido como siempre ese día de Abril. Los ataques de angustia me agarraban varias veces a la semana. No recuerdocómo empezó el día - no, esperen, escribí una escena donde Elena es ejecutada en “La emisión de radio de New York” y estabamuy cansado por retornar al mismo tema doloroso, la traición de Elena. Había una multitud en el pasillo afuera de mi puerta.Estaban filmando a Marat Bagrov en su cuarto. Filmándolo como una asignación de la propaganda israelí. Mirá qué dura es lavida para los que emigran de Israel. En realidad, al menos tres países tienen algún interés en nuestras almas emigradas - ellosnos hostigan, nos insultan, nos usan, ellos tres. Entonces, hasta ese momento Marat Bagrov, ex periodista de TV de Moscú,estaba siendo explotado por un hombre de Israel - ex escritor soviético Ephraim Vesyoly - y sus amigos norteamericanos.Cables, accesorios, lentes y cámaras inundaban mi puerta. Salí sin rumbo hasta Lexington y dos veces me encontré en su lugar,esto es, en la agencia Zoli, donde Elena estaba viviendo entonces. Me sentí triste y indignado. De repente me di cuenta de queme estaba por desmayar. Tenía que salvarme. Volví al hotel.La escenita de explotación todavía estaba tomando lugar. La figura de la TV de Moscú, desacostumbrada a la atención, se dejaballevar por el sonido de su propia voz. Por su parte el villano Vesyoly estaba calmo. Golpee la puerta de Edik Brutt y le pedíun prestamo de u$5. Edik, un alma caritativa, hasta consintió en ir y buscar el vino conmigo porque me daba miedo desmayarmede la angustia.Fuimos. Edik bigotudo y somnoliento, y yo. Compré un galón de vino tinto californeano por u$3.49 y regresamos. Nos encontramosa un hombre extraño con cara de ruso, que me miró, y dijo de repente “Puto” y dobló en Park Avenue. “Un encuentroraro”, le dije a Edik. “No creo que pare en nuestro hotel.”Volvimos al hotel y el sacramento seguía. Otro habitante de nuestra morada, Mr. Levin, estaba ahora mascullando enojadoalgo acerca del régimen soviético y el antisemitismo en Rusia. Nos encerramos en el cuarto y le pedi a Edik que tomara un

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