Фифи ЛимоновEl hotel Winslow y sus habituésSi pasan la esquina donde Madison Avenue intersecta la calle 55, entre la una y las tres de la tarde, tómense la molestiade levantar la vista y mirar las ventanas sucias del Hotel Winslow. Ahí al tope, piso dieciséis, al medio de los tresbalcones, me siento semidesnudo. Comúnmente estoy comiendo shchi y al mismo tiempo bronceándome. Me gustael sol. Shchi, o sopa de sauerkraut, es mi plato usual; como olla tras olla, día tras día y no como casi ninguna otra cosa.La cuchara que uso para comer el shchi es de madera y fue traída de Rusia. Está decorada con flores, apliques de oro ydibujos negros.Los edificios de oficinas alrededor miran impertinentes con sus paredes de vidrio polarizado, con los miles de ojos delos oficinistas, secretarias y gerentes. Un hombre a veces desnudo, otras enteramente desnudo comiendo shchi de unolla. Ellos no saben que es shchi, sin embargo. Lo que ellos ven es que cada día, ahí en el balcón, un hombre cocina unagran olla humeante de algo poco civilizado. En algún momento comí también pollo pero ahora abandoné. Hay cincoventajas en el shchi: (1) Es muy barato, dos o tres dólares la olla y la olla alcanza para dos días (2) No se arruina fuerade la heladera, incluso con clima caluroso (3) Se prepara rápidamente (4) Puede y debe ser consumido frío (5) No haymejor comida para el verano porque es agridulce y picante.Yo me sofoco engulliendo desnudo en el balcón. No me avergüenzo frente a esa gente desconocida en las oficinas. Aveces también tengo conmigo, colgando en un clavo del marco de la ventana, una pequeña radio verde a transistorescon batería que me dio Alyoshka Slavkov, un poeta que planea convertirse en Jesuita.Yo creo que el shchi se tiene que comer escuchando música. Mi preferencia es una estación de radio en español. No estoycohibido. Frecuentemente me encuentran en bolas, en mi cuarto chico, mi miembro pálido contra el fondo oscurodel resto de mi cuerpo, y no me importa una mierda si me ven o no, los empleados, secretarias y gerentes. Prefiero queme vean. A esta altura probablemente se encuentren acostumbrados y quizás me extrañan cuando no salgo al balcón.Supongo que se refieren a mí como “ese loco enfrente”Mi cuartito es de cuatro de largo por tres de ancho. En las paredes, cubriendo las marcas de los ocupantes previos,están colgados: un gran retrato de Mao Tse-tung, un objeto para horrorizar a toda la gente que pasa a verme: el retratode Patricia Hearst; mi propia fotografía sobre un fondo de ladrillos donde estoy sosteniendo un libro grueso, tal vezun diccionario o la biblia, y vistiendo un blazer de 114 parches confeccionado por mí, Limonov, monstruo del pasado;una foto de Andre Breton, fundador de la escuela surrealista, cuyo retrato cargué conmigo por muchos años y AndreBreton es usualmente desconocido por los que vienen a verme; un pedido para defender los derechos de los gay; otrosposters, entre ellos uno de los candidatos del partido de los trabajadores; pinturas de mi amigo, el artista Khachaturian;numerosos papeles menores. En la cabecera de mi cama se encuentra el poster “Por tu libertad y la nuestra” que encontréabandonado tras una manifestación frente al New York Times. Completando la decoración de la pared hay dosestantes con libros. Mayormente poesía.Creo que está claro para ustedes a esta altura qué clase de personaje soy, incluso cuando olvidé presentarme. Empecésin anunciar quién era; me olvidé. Contentísimo por la oportunidad de ahogarlos en mi voz al menos, me dejé llevar ynunca anuncié de quién era la voz. Mi culpa, perdónenme, lo voy a corregir ahora mismo.Vivo de beneficencia. Vivo a cuesta suya, ustedes pagan impuestos y yo no hago una mierda. Dos veces por mes voy ala oficina grande y limpia de beneficencia ubicada en 1515 Broadway y recibo mis cheques. Me considero a mí mismoescoria, la mierda de la sociedad, no tengo vergüenza o conciencia, por lo tanto no hay conciencia que me moleste yno busco trabajar. Quiero recibir su plata hasta el fin de mis días. Y mi nombre es Edichka, “El niño Eddie”Ustedes ya se pueden dar cuenta de que les está saliendo barato. Temprano en la mañana, se arrastran y salen de sussábanas tibias y se apuran – ya sea en auto, subte o micro – para trabajar. Yo odio trabajar. Yo engullo mi shchi, tomo, aveces tomo alcohol hasta olvidarme, busco aventuras en los bloques oscuros de la ciudad; Tengo un traje blanco caroy magnífico y un sistema nervioso exquisito; Me estremezco ante su risa en el cine y frunzo la nariz. ¿No les gusto? ¿Noquieren pagar? Es bastante poco: u$278 por mes. No quieren pagar. Entonces por qué carajo me invitaron, me trajeronde Rusia junto a una horda de judíos. Presenten sus quejas a su propia propaganda, es demasiado efectiva. Eso es loque está vaciando sus bolsillos, no yo.Página 4¿Quién era yo en Rusia? ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué cambiaría? Odio el pasado, siempre lo odié en nombre del presente.Bueno, yo era un poeta si tienen que saber, un poeta, eso, un poeta under, no oficial. Eso está terminado para siempre,y ahora soy uno de ustedes, soy la escoria, soy el que alimentan con shchi y vino California picado – u$3.95 el galón– y así y todo los detesto. No a todos pero a muchos. Porque llevan vidas aburridas, porque se venden a la esclavituddel trabajo, por sus pantalones vulgares, porque hacen plata y nunca vieron el mundo. Ustedes son una mierda.Fui demasiado lejos, perdí los estribos, perdónenme. Pero la objetividad no es uno de mis atributos; además el clima
está horrible hoy, llovizna, Nueva York es gris y aburrida, vacía en los fines de semana, no tengo ningún lugar para ir.Quizás por esto me dejé llevar y los empecé a insultar. Me disculpo. Pasan los días y le rezo a Dios para que no me dejeaprender bien el idioma inglés por el mayor tiempo posible.El hotel Winslow es un edificio lúgubre y negro, probablemente el más negro de Madison Avenue. Un cartel que vadesde la cima hasta la base de la fachada indica WINSL W – la letra O se cayó. ¿Cuándo? Quizás cincuenta años atrás.Me mudé al hotel de casualidad en Marzo, después de mi tragedia: mi esposa Elena me dejó. Exhausto, con dolor enlos pies sangrantes por dar vueltas en New York pasando cada noche en otro lugar, a veces en la calle, fui finalmenterecogido por un ex disidente y ex cuidador de caballos de la pista de carreras de Moscú, el primer ganador del Premiode Beneficencia (él está orgulloso de haber sido el primer ruso en dominar el procedimiento de beneficencia), grandote,desaliñado, jadeante, Alyoshka Shneerson, mi salvador, quien me llevó de la mano al centro de beneficencia dela calle 31, y dentro del mismo día recibí ayuda médica, la cual me dejó en lo más bajo de mi propia vida, me convirtióen un hombre despreciable y sin derechos pero que se jodan los derechos, yo no tengo que ganar mi pensión y micuarto, y soy libre para escribir mis poemas, los cuales no son necesarios una mierda, ya sea acá en su Norteamérica oallá en la USSR.Фифи ЛимоновEntonces ¿cómo terminé en el Winslow? Un amigo de Shneerson, Edik Brutt, vivía en el Winslow y acá es dónde terminéviviendo yo también, tres puertas abajo de la suya. El piso dieciséis, así como varios otros pisos, está compuestoexclusivamente por cubículos. Cuando conozco gente y les digo dónde vivo, me miran con respeto. Pocos se dancuenta de que semejante barrio todavía tiene un hotel viejo y sucio lleno de gente pobre y vieja y judíos solitarios deRusia. Un hotel donde con suerte la mitad de los cuartos tienen ducha o baño.La mala fortuna y el fracaso se cernieron de manera invisible sobre nuestro hotel. Desde que estoy viviendo acá dosmujeres jóvenes se tiraron por las ventanas. Una de ellas, francesa según me dijeron, con una cara que aún presentabarastros de belleza, siempre caminaba por los pasillos inconsolablemente; se tiró desde el piso catorce. Además deéstas dos víctimas, Dios recientemente aceptó a la propietaria, o mejor dicho a la madre del propietario, una judíaelefantiástica en yarmulke. La conocí en una fiesta organizada por mi amiga norteamericana Roseanne. A la madredel propietario, como a todas las viejas, le gustaba dar órdenes en nuestro hotel, aunque el propietario de nuestroestablecimiento viejo y sucio es dueño de otros 45 edificios en Nueva York. Por qué disfrutaba dando vueltas y señalandocosas a los empleados del hotel, no sé. Quizás era una sádica. Recientemente desapareció. La encontraron mástarde ese mismo día, un cuerpo mutilado y estrujado en el hueco del ascensor. El diablo vive con nosotros. Habiendovisto un montón de películas sobre exorcismos, estoy empezando a creer que se trata del diablo.Desde mi ventana puedo ver el Sheraton St. Regis. Pienso en ese hotel con envidia y sin ningún plan concreto sueñocon mudarme ahí si me hago millonario. Nosotros los rusos somos tratados por el hotel como los negros fuerontratados antes de la Emancipación. Nuestras sábanas son cambiadas con menor frecuencia que las sábanas de losnorteamericanos, la alfombra de nuestro piso no fue limpiada ni siquiera una vez en todo el tiempo que vivo acá,está terriblemente sucia y polvorienta. A veces, un norteamericano al otro lado del pasillo, un viejo que está siempretipeando con su máquina de escribir, viene en ropa interior, agarra una escoba y barre vigorosamente como una formade calistenia. Le quiero decir que no lo haga, dado que sólo levanta polvo y la alfombra permanece igual de suciapero detesto privarlo del ejercicio. A veces cuando me emborracho pienso que el norteamericano es un agente delFBI asignado para vigilarme.Nos dieron las sábanas y toallas más viejas. Yo limpio mi propio baño. En resumen, estamos rankeados bien al fondo.Los empleados del hotel, pienso, nos consideran vagos inútiles que vinieron a Estados Unidos – tierra de trabajadoreshonestos con prolijo corte de cabello – para dejarlos sin casa. Sé todo acerca de este tema. Todos se quejan de losparásitos también en USSR, hablando estupideces sobre como tenés que ser útil a la sociedad. En Rusia los que sermoneabaeran los que menos trabajaban. Desde hace diez años soy escritor. No es mi culpa que ningún país necesitemis servicios. Yo hago mi trabajo – ¿dónde está mi plata? Ambos países hablan estupideces sobre la justicia de sussistemas, pero ¿dónde está mi plata?La gerente del hotel no me soporta. Una mujer de anteojos media opa, con el nombre ruso-polaco de Rogoff, ellame aceptó en el hotel bajo la bendición de Edik Brutt. Para una mierda necesitaba su bendición cuando hay muchísimoscuartos vacíos en el hotel. Dios sabe quién viviría en cubículos como éstos. La señora Rogoff tiene problemasen encontrarme faltas pero lo desea. Los primeros meses yo pagaba mi cuarto dos veces por mes pero después,ella demandó que pagara un mes anticipado. Técnicamente ella tenía razón pero era mucho más conveniente paramí pagar dos veces por mes, cuando recibía mi cheque de beneficencia. Le dije. “Pero vos podés comprarte trajesblancos y tomar champagne, tenés plata para eso”, contestó. Traté de entender qué clase de champagne ella tenía enmente cuando dijo eso. A veces tomo champagne California, a menudo con mi amigo Kirill, un compañero joven deLeningrado pero cómo podría ella saber esto. Usualmente tomamos champagne en el Central Park. Después me dicuenta de que cuando planeamos el cumpleaños de mi amigo, el artista Khachaturian – de quien tengo pinturas enmi cubículo – compré una botella de champagne soviético a u$10 y lo puse en la heladera así lo podía llevar frío a laPágina 5