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SoyYoEddie-EdwardLimonov

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trago simbólico, al menos uno. Y me senté a tragar el galón de vino.Gradualmente me recuperé y me puse atento. Alguien convocó a Edik, quizás su majestad, el entrevistador, no recuerdoquién, pero alguien. Después me llamaron y fui. Me dieron una mesa, la tomé, y un estante también. Marat Bagrov planificóla entrevista para el día en que se iba. Uno de los tipos que más valía la pena en el hotel, llamado Borya, me ayudó a mover lamesa a mi cuarto. Le convidé un vaso y tomé dos o tres yo. Marat Bagrov estaba invitado también. Ephraim Vesyoly y el staffhubieran sido invitados, pero ya estaban desarmando todo para irse.Cuando Marat Bagrov y yo chocamos otra vez los vasos, el teléfono sonó. “¿Qué estás haciendo?” preguntó la voz animada deAlexander.“Tomando un galón de vino. Ni siquiera tomé un tercio, pero quiero tomarlo todo” Un galón de vino burgundy californeanousualmente me calma al instante.“Vení para acá” dijo Alexander, “Vení y trae el vino. Los dos vamos a tomar. Tengo Ale y Vodka además. Me siento como paraemborracharme”, agregó. En ese momento probablemente enderezó sus anteojos. Es un tipo muy tranquilo, pero capaz dehacer cosas extremas.“Ok”, dije, “Guardo el vino en una bolsa y salgo ya mismo.”Estaba vistiendo una linda campera de jean ajustada y jeans con las botamangas altas para revelar mis hermosas botas con tacosde cuero tricolor. Para mi propio placer deslicé una navaja alemana de Silingen en mi bota, puse el vino en una bolsa y salí.Abajo me llamó Bagrov desde el camión donde estaban cargando las cosas. También estaba Edik Brutt y otras personas.“¿Adónde están yendo?” dijo “A la 45” dije “entre la octava y la novena.” “Suban” dijo Bagrov “está prácticamente en camino. Meestoy mudando a la cincuenta y la décima avenida”Me subí y arrancamos. Pasamos columnas de peatones, el aroma apestoso de orina dorada en Broadway, pasamos una paredsólida de gente que deambulaba. Mi mirada rescató del amontonamiento las piernas largas de negros y negras jóvenes vestidoscaprichosamente. Tengo una debilidad por la ropa excéntrica. Aunque no puedo costear mucho de nada por mi pobrezaextrema, todas mis remeras son de encaje, todos mis blazers de terciopelo y mi traje blanco es una belleza, mi orgullo y disfrute.Mis zapatos siempre tienen tacos altos, incluso tengo algunos rosa y los compro donde compran todos los negros, en lasdos mejores tiendas de Broadway, en la esquina de la 45 y la 46. Son negocios chicos llenos de zapatos de tacos y plataformasy todo provocativo y absurdo. Yo quiero que hasta mis zapatos sean un festival. ¿Por qué no?El camión se movió al oeste por la 45, pasó los teatros y la policía montada. En frente a un edificio tuvimos el honor de contemplarcon nuestros propios ojos al alcalde liliputiense. Todos los emigrantes lo reconocen con alegría. Salió del auto conotros personajes de caras hinchadas y varios periodistas le sacaron fotos con profesionalidad, pero sin entusiasmo especial.No había un gran operativo de seguridad. Todos en el camión coincidieron en que no tenía sentido dispararle al alcalde consemejante cantidad de gente. Tuvimos problemas en avanzar, nos movíamos un metro o dos con cada cambio de luz. El conductor,Bagrev y yo tomamos del galón unas veces. Saqué mi navaja y empecé a jugar.El amor por las armas está en mi sangre. Desde que puedo recordar, desde que era un chico solía embelesarme con sólo mirarla pistola de mi padre. Veía algo sagrado en el metal negro. Incluso ahora considero las armas un símbolo sagrado y misterioso:un objeto que se utiliza para tomar la vida de una persona no puede ser otra cosa que sagrado y misterioso.El perfil de un revolver, todas sus partes, guardan un horror wagneriano. Mi navaja se ve somnolienta y perezosa. Básicamentesabe que nada de interés le espera. No hay ningún trabajo en el futuro inmediato, entonces está aburrida e indiferente.“Guardá la navaja” dijo Bagrov “Acá estamos” salté del camión, me despedí y entré con mi galón ya con la navaja otra vez en labota.Alexander tiene un hábito - tocás el timbre desde abajo, el presiona un botón y abre la puerta. Pero cuando subís nunca abrela puerta por anticipado, nunca te recibe en el pasillo. Tenés que llamar de vuelta y ni siquiera te abre rápido incluso cuandoestaba esperándote. Por un tiempo esperé que cambiara. No, hoy fue lo mismo que siempre, con las pausas obligatorias.Tenemos una división de tareas cuando tomamos. Yo cocino, él lava los platos. Yo herví pasta y le metí salchichas, luego nosocupamos del galón de vino. La comida estaba en una mesa ubicada de manera arbitraria en una esquina del cuarto. Nos sentamosbajo una lámpara. Siempre hablamos sobre las noticias y los eventos, Alexander trae los chismes de emigrados rusosdel diario. A menudo no hay ningún evento. Una vez cada tanto saco el tema de mi esposa. Pero sólo cada tanto y si digo algosobre ella, inmediatamente cambio de tema.“Tenías que haberla matado. Fuiste un tonto” me dijo Alexander una vez con la ingenuidad y la claridad del rey Salomón y untribunal secreto de la policía.”La estrangulaste, deberías haber terminado eso. Yo, de no tener una bebé, hubiera matado a mimujer. No dejaría a la bebé sola, pero vos deberías haber matado a Elena”Hacia Mayo, como van a poder ver, él y yo vamos a revivir, escribir varios artículos que nadie va a publicar y mantener nuestramarcha contra el New York Times y conseguir otra entrevista impresa en el Times de London. En Mayo vamos a intentar otrastácticas también, exprimiendo todas las clases de posibilidades, pero volviendo al mes de Abril, comúnmente nos quejába-

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