Alexander A. VasilievTomo II <strong>Historia</strong> <strong>del</strong> <strong>Imperio</strong> <strong>Bizantino</strong>reinado de Federico la lucha entre el sacerdocio y el <strong>Imperio</strong> fue muy áspera. Tres veces estuvo excomulgadoel emperador, y al fin concluyó abrumado y extenuado por la lucha. En él los Papas se vengaron <strong>del</strong>os Hohenstaufen, aquel “nido de víboras” aquellos enemigos personales que el Pontificado se esforzaba enaniquilar.Para Federico II, los designios e intereses temporales estaban por encima de los intereses de la Iglesia.Su hostilidad al Papa se extendía a cuanto el Papa apoyaba. En ese sentido es instructivo examinar lapolítica imperial y papal respecto al <strong>Imperio</strong> latino de Oriente. El Papa veía en este <strong>Imperio</strong> la posibilidad deuna reaproximación de las dos Iglesias, mientras los intereses de Federico coincidían con los de Juan Vatatzés.Federico era hostil al <strong>Imperio</strong> latino porque consideraba a éste uno de los elementos <strong>del</strong> influjo ypoder pontificios, y Juan Vatatzés tenía al Papa por su adversario religioso, ya que Roma no quería reconoceral patriarca ortodoxo de Nicea—Constantinopla y ponía obstáculos al plan que había formado el emperadorniceno: apoderarse de Constantinopla. El acercamiento entre ambos emperadores data de finales <strong>del</strong>a cuarta década <strong>del</strong> siglo XIII. Federico no vaciló en aliarse “con los griegos, enemigos mortales <strong>del</strong> Papado,así como <strong>del</strong> <strong>Imperio</strong> latino”.Federico y los griegos habían tenido ya antes relaciones diplomáticas. Teodoro Ángel, el epirota, habíamantenido una amistosa correspondencia con Federico e incluso recibió socorros financieros que le enviabael emperador desde el sur de Italia. Por lo tanto, el Papa Gregorio IX había anatematizado a la par alemperador y al déspota <strong>del</strong> Epiro. Es evidente que en las combinaciones políticas de Federico la religión, yafuese ortodoxa o católica, tenía muy poca importancia.Federico y Juan III, aunque entrambos hostiles al Papa, perseguían miras diferentes. El primero deseabaque el Pontífice abandonase sus pretensiones al poder temporal, y el segundo quería que, medianteciertos compromisos, Occidente reconociese a la Iglesia oriental, con lo cual el patriarcado latino de Constantinoplaperdía su justificación. Tras esto cabíale a Juan Vatatzés esperar, que el <strong>Imperio</strong> latino desaparecieraespontáneamente. El Papa, a su vez, seguía una política distinta respecto a los dos aliados. En Federicoveía un hijo insumiso de la Iglesia, que atentaba a las prerrogativas imprescriptibles de los vicarios deCristo y sucesores de San Pedro. En Juan Vatatzés veía un cismático, un obstáculo al sueño más acariciadode los Papas: la unión de las dos Iglesias. Federico prometió a Vatatzés librar a Constantinopla de loslatinos y devolverla a su legítimo emperador; el emperador de Nicea, a su vez, se comprometía a reconocerla soberanía <strong>del</strong> emperador de Occidente y a restablecer la unión de las Iglesias. Es difícil saber hasta quépunto eran sinceras promesas tales.Tan íntimas llegaron a ser las relaciones de Federico y Juan Vatatzés, que a partir <strong>del</strong> segundo tercio<strong>del</strong> siglo XIII hubo ejércitos griegos peleando en Italia a favor de Federico.Esas relaciones se estrecharon más aún después de morir Irene, hija de Teodoro Lascaris y esposade Juan III. El emperador viudo “no podía soportar la soledad,” según testimonio de un cronista, 476 y casócon la hija de Federico II, Constanza, niña de sólo once o doce años, la cual, al abrazar la ortodoxia, probablementecambió su nombre católico por el de Ana. Nicolás Irenikos escribió un largo poema con motivo <strong>del</strong>as fiestas matrimoniales celebradas en Nicea. Los dos primeros versos pueden traducirse así: “En torno alciprés amable se enrosca, dulce, la hiedra; la emperatriz ciprés es; la hiedra mi emperador”. 477La emperatriz sobrevivió muchos años a su marido y terminó su azarosa y aventurera vida en la ciudadespañola de Valencia, donde, en un templo, se conserva hasta nuestros días el sepulcro de la antiguabasilisa niceana. El sepulcro ostenta el siguiente epitafio: “Aquí yace Constanza, augusta emperatriz deGrecia”. 478Las opiniones religiosas de Federico II —que permiten a ciertos historiadores compararle con EnriqueVIII de Inglaterra 479 se reflejan en su correspondencia con Juan Vatatzés. En una de sus cartas, Federicoadvierte que obra, no sólo por personal afecto a Vatatzés, sino también en virtud de su tendencia general asostener el principio monárquico y dice: “Todos nosotros, reyes y príncipes de este mundo, y sobre todoceladores de la fe y religión ortodoxas, sentimos animosidad contra los obispos y una íntima hostilidad con-476 Nicephori Gregorae, <strong>Historia</strong>, II, 7, 3 (ed. Bonn, t. I, p. 45)477 El texto Integro <strong>del</strong> poema ha sido publicado por A. Heisenberg, Aus der Geschichte und Literaturder Palaiolongenzei (Munich, 1920). (Sitzungsberichte der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, Philosophilog.und hist. Klasse, 1920).478 Ver G. Schlumberger, Byzance et les Croisades, p. 57—58. C. Diehl, Constance de Hohenstaufen,impératice de Nicée (Fig, byz., t. II, p. 507—225); C. Marinesco, Du nouveau sur Constance de Hohenstaufen,impératrice de Nicée (Byzantion, t. I (1924).479 Ver J. Huillard—Bréholles, Introduction a l'histoire diplomatique de Frédérick II, p. DXVII—DXVIII. Id., Vie et correspondance de Pierre de la Vigne, ministre de l'empereur —Frédérick II (París,1865), p. 241242. Véase A. Gardner, The Lascarías of Nicea (Londres, 1912)286
Alexander A. VasilievTomo II <strong>Historia</strong> <strong>del</strong> <strong>Imperio</strong> <strong>Bizantino</strong>tra el principal representante de la Iglesia”. Después, tras reprochar al clero occidental el abuso que hace desu libertad y privilegios, el emperador exclama: “¡Oh, feliz Asia! ¡Oh, felices poderes los de Oriente! Porqueno temen las armas de sus súbditos ni la intervención <strong>del</strong> Papa”. 480 Aunque pertenecía oficialmente a lareligión católica, Federico testimonió muchos miramientos a la ortodoxia oriental. En una de sus cartas almismo Vatatzés —carta que nos ha llegado en griego y latín—, leemos: “Ese que se llama a sí mismo arzobisposupremo (el Papa: en el texto latino se lee “sacerdotum princeps”, en el griego apXElEpEDS) el queexcomulga diariamente ante la faz <strong>del</strong> mundo el nombre de V. M. y de todos los romanos (en el texto latino“Graecos”) que son vuestros súbditos; el que llama impudentemente heréticos a los más ortodoxos romanos,gracias a los cuales la fe cristiana se ha expandido hasta los más extremos límites <strong>del</strong> universo..”. 481En otra carta, ésta dirigida al déspota <strong>del</strong> Epiro, Federico escribe: “Deseamos defender, no sólo nuestroderecho, sino también el de nuestros vecinos aliados y amigos a los cuales Nos estamos unidos por unamor puro y sincero en Dios, y sobre todo el de los griegos, nuestros amigos más cercanos... (El Papa llamaa) los muy píos y muy ortodoxos griegos, impíos y heréticos”. 482Las relaciones amistosas de Federico y Vatatzés duraron hasta la muerte <strong>del</strong> primero, si bien éste, ensus últimos años, sintióse inquieto al ver los tratos entablados entre Nicea y Roma y los cambios de embajadasque ocurrieron entonces. Al propósito, Federico, en una de sus cartas censura a Juan Vatatzés, “deuna manera paternal, el comportamiento <strong>del</strong> hijo” que, “sin tomar consejo de su padre, envió un embajadoral Papa”. Federico sigue, no sin ironía: “Nos no queremos hacer ni emprender nada sin tu consejo en losasuntos de Oriente, porque los países vecinos al tuyo son mejor conocidos de Vuestra Majestad que deNos”. Federico advierte a Vatatzés que los obispos de Roma “no son arzobispos <strong>del</strong> Cristo, sino lobos devastadores,bestias feroces que devoran al pueblo de Cristo”. A la muerte de Federico, y en especial a laexaltación de Manfredo, su hijo natural, al trono de Sicilia, las relaciones de los dos Estados se modificarony Manfredo, según veremos después, obró como enemigo <strong>del</strong> imperio de Nicea. A partir de la muerte deJuan III en 1254, “la alianza soñada por Federico II no era más que un recuerdo”.No podría afirmarse que la alianza de los dos emperadores produjera resultados apreciables; peroconviene notar que Juan Vatatzés, sintiéndose amistosamente sostenido por el emperador de Occidente,debía tener más firme esperanza en el éxito final de su objetivo político: la tema de Constantinopla.En las décadas cuarta y quinta <strong>del</strong> siglo XIII ; un grave peligro amenazó, por el lado de Oriente, a Europa:el peligro mongol o tártaro (en las fuentes bizantinas dícese “Tachars, Tatars y Atars”), Las hordas deBatish (Batu, Baty), uno de los descendientes <strong>del</strong> famoso kan Temuchin, que había tomado el nombre deGengis Kan (Gran Kan), se arrojaron sobre los territorios de la Rusia europea, se apoderaron de Kiev en1240 y, atravesando los Carpatos, penetraron en Bohemia, de donde fueron forzadas a regresar a las estepasrusas. En tanto otras hordas mongolas, operando más al sur, sometieron toda Armenia, incluso Erzerum,e irrumpieron en Asia Menor, amenazando el sultanato selyúcida de Iconio y los territorios <strong>del</strong> débilimperio de Trebisonda. Ante el peligro común, los tres Estados de Asia Menor —los imperios de Nicea yTrebisonda y el sultanato de Iconio— se unieron contra los invasores, pero éstos aplastaron a las fuerzasmilitares de Iconio y Trebisonda. El sultanato hubo de pagar tributo a los mongoles, obligándose a suministrarlesanualmente caballos, perros de caza, etc. El emperador de Trebisonda, reconociendo la imposibilidadde luchar con los atacantes, hizo también la paz con ellos, a cambio de pagarles tributo, convirtiéndose asíen vasallo de los mongoles. Felizmente para los selyúcidas y para Juan Vatatzés, los mongoles suspendieronsu actividad en Asia Menor por algún tiempo, ocupándose en otras empresas, lo que permitió a JuanVatatzés preparar una acción decisiva en la Península balcánica.Los hechos que acabamos de indicar señalan que en el siglo XIII eran fáciles las alianzas entre cristianose infieles. Así, ante un peligro común, Trebisonda y Nicea se unieron a los musulmanes de Iconio.Respecto a la invasión tártara, es interesante recordar los relatos <strong>del</strong> cronista occidental <strong>del</strong> siglo XII,Mateo de París, quien recoge ciertos rumores entonces difundidos por Europa. 483 En sus dos obras, dichocronista cuenta que en 1248 los mongoles enviaron dos embajadas al Papa Inocencio IV, quien, como otroselementos de la Iglesia católica, esperaba convertir los mongoles al cristianismo. Pero Mateo añade, en laprimera versión, que muchos en la época supusieron que la misiva mongólica al Papa contenía la oferta deabrir las hostilidades contra Juan Vatatzés (“Battacium”), “un griego, yerno de Federico, cismático, desobedientea la Curia papal; y se pensó que esta proposición no dejó de ser grata al Papa”. El mismo autor, en480 J. Huillard—Bréholles, <strong>Historia</strong> diplomatica Frederici secundi, VI.481 Se hallará el texto griego en N. Festa, Le lettere greche di Federigo II (Archivo storico Italiano,(1894), p. 22. Miklosich y Müller, Acta et diplomata graeca mediaevali, II (1865).482 Festa. p. 15—16. Miklosich y Müller, II, 68—69.483 Mateo de París, Chronica majora, ed. H. Luard {Londres, 1880), t. V, p. 37—38 (Rerum Britannicarummedii aevi scriptores vol. 57). También se hallará el texto en Pertz, Mon. Germ, Hist. Ser., t. XXVIII.Id., <strong>Historia</strong> Anglorum, ed. Madden (Londres, 1869).287
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