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día 6

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PURO TEATRO Por Marcos OrdóñezAlan Bennett y el triunfo del ‘late style’The Habit of Art narra un imaginario encuentro entre Auden y Britten como espoleta para homenajear al mundo del teatroEL ENSAYISTA Edward Said definió eltérmino late style (estilo tardío) comouna patente de corso formal. Ellate style brota cuando el artista madurose suelta el pelo y empieza a hacer loque le da la gana. De esa zambullida sueleemerger con un inmaculado pez de oro en laboca o gozosamente dispuesto a mezclarchurras con merinas como nunca hasta entonces.Gloriosas muestras de late style sonlos romances de Shakespeare, Las joyas delos Cabot, de Cheever, o el White Album delos Beatles. O The Habit of Art, que AlanBennett, joya de la corona británica, ha estrenadoen el Lyttelton (NT) a sus pimpantes eimpúdicos 75 años. La función es dificilísimade resumir por su intrincada estructura ysu multiplicidad de temas. Aquí se habla depoesía, de música, de teatro, de sexo, de lainextinguible “costumbre del arte” como acicatey látigo de la vida, de la ética de losbiógrafos y de los tormentos de la vejez, enuna continua mezcla de tonos: afilado y lírico,delirante y chusco. En primer término,The Habit of Art narra un imaginario y crepuscularencuentro entre el poeta W. H. Auden,de vuelta a Oxford tras su largo exilioamericano, y el compositor Benjamin Britten,su antiguo protegido, que llega con unnuevo proyecto de colaboración: una óperabasada en Muerte en Venecia. A los dos minutosdescubrimos (primera refracción) que setrata de una obra-dentro-de-la-obra: vamosa asistir a los ensayos de Caliban’s Day, escritapor Neil (Elliott Levey), un joven y quisquillosodramaturgo, e interpretada por la supuesta“compañía titular” del National Theatre.Neil echa chispas porque el director, quese ha largado a Leeds, ha metido tijera portodos lados, situación que duplica (refraccióndos) la que sufrió Bennett a manos deNicholas Hytner, y de la que se ha vengadoinventando esta astuta estrategia para volvera meter, condensadamente y choteándosede la disputa, lo que quedó fuera. No es elúnico conflicto del ensayo. Fitz (Richard Griffiths),que interpreta a Auden, tiene problemasde memoria y odia por igual las excentricidadesdel texto y la “irreverente” manerade presentar al hiperlaureado vate. Aquí hayque decir que el habitualmente circunspectoBennett, en una zumbona salida del armarioque ya comenzó en The History Boys, nose muerde la lengua (nunca mejor dicho) ala hora de evocar la imperiosidad felatoriade Auden, y sirve una descacharrada escenaen la que éste confunde a Humphrey Carpenter,su futuro biógrafo, con Stuart (StephenWright), un chapero a domicilio. Porotra parte, Donald (Adrian Scarborough), elactor que encarna a Carpenter, consideraque tiene poco papel y que el autor tampocole ha hecho justicia, de modo que trata decompletar la composición con disparatadasacciones de su cosecha. Para rematar losdislates de la trastienda, Henry (Alex Jennings),el remilgado actor que da vida a Britten,y Kay (Frances de la Tour), la veteranastage manager (mucho más que una ayudantede dirección), han de reemplazar a doscómicos ausentes (“por una matiné de Chéjov”)interpretando a Boyle y May, los sirvientesde Auden (que aprovechan para ponerlea caldo en otra escena hilarante) y ocuparseacto seguido de las excentricidades textualesantes citadas: guinda de su late style, Bennett(vía Neil) hace que la cama, el espejo, lasilla, el reloj y hasta las mismísimas arrugasde Auden cobren vida y le retraten en versocon un ramillete de gloriosos pastiches de supoesía que harían enloquecer a cualquierposible traductor. Pirandello también habríaperdido la chaveta (y babeado de gusto) anteeste vertiginoso juego de espejos, en elque los actores entran y salen de la representaciónpara comentar, criticar y tratar de modificarla pieza, mecánica que en la segundaparte asciende a plena figura de estilo cuandolos personajes de biógrafo y chaperoreclaman, a su vez, parejas cuotas de posteridad.La tensión dramática se concentra luegoen el mano a mano entre los dos viejosmaestros, empecinados en seguir creando, yse aguzan sus perfiles: el de Britten, horrorizadoante la idea de que Muerte en VeneciaEl espectáculo estáextraordinariamenterepartido, movido y fijadopor Nicholas Hytneracabe siendo su outing, y el de Auden, que leacusa de cobar<strong>día</strong> humana y artística a sabiendasde que, como el escorpión de lafábula, está hundiendo la posibilidad de atraparsu último barco. El gran logro de Bennetty del montaje radica en lograr que esteabigarradísimo material, que en otras manosse habría convertido en un estofado indigerible,se conjugue con una gracia y unaligereza que rozan la sublimidad. El espectáculoestá extraordinariamente repartido,movido y fijado por Nicholas Hytner. Cadaingrediente acaba formando parte del mismoplato, porque todos juegan en la mismaliga, y se integran, incluso, los contratiemposde los ensayos reales: Richard Griffiths,que tuvo que sustituir con urgencia a MichaelGambon, no se parece a Auden ni porel forro, pero, haciendo de la necesidad virtud,la carencia suscitó una nueva y tronchanteescena con una máscara a lo FreddyKrueger. Acabas olvidándote de la escasa semejanzaporque Griffiths, descomunal en todoslos sentidos, y cada vez más cercano aCharles Laughton, refulge en su doble papel.Y quizás Bennett haya cuadruplicado los rolesde Alex Jennings (regalándole, entreotros, el bomboncito del mayordomo Boyle)consciente de que las elegantes pullas delactor Henry y la obligada contención del rígidoBritten desequilibran la balanza a favorde Griffiths. Aunque el reparto entero brilla agran altura, cabe destacar los trabajos deAdrian Scarborough, que vuelve a acreditarsecomo un superlativo actor de farsa, y de latodoterreno Frances de la Tour en un papelque también parece escrito a su medida: lamaternal y sarcástica apaciguadora de losegos de la compañía, que cierra la funcióncon un monólogo magistral sobre los miedos,trucos y grandezas de todos los monstruoscon los que trabajó. The Habit of Art talvez no tenga la potencia emocional de TheHistory Boys, pero es un tour de force vitalísimo,tan arriesgado como desbordante de talento.Ah, y da igual no saber nada de Audeny Britten: la función supone una óptima iniciaciónen sus vidas, sus obras, sus afanes. The Habit of Art, de Alan Bennett. Lyttelton Theatre.Londres. www.nationaltheatre.org.uk/.EL PAÍS BABELIA 06.02.10 21

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