Rota Punctatis - Volumen 1
- Barra libre: Coetáneos. Dos historias paralelas, dos gigantes que compartieron época y gloria. Coppi vs Bartali. - Puertos en blanco y negro: Ibardin. Puerto mítico del pirineo navarro y francés. Carreras en las que ha sido protagonista. - Siguiendo la pista: Olaso y Alberdi. Andanzas y desandanzas de dos pistard que, si bien no llegaron a ser profesionales, levantaron pasiones. - Rutas bizarras: Sterrato alavés. Recorrido por la gran llanada alavesa y su historia a través de caminos de grava. - Enfants terribles: Vanderbroucke. Vida y obra de uno de los ciclistas más excéntricos del pelotón de los años 90. - Tubular vs Cámara: Esclavos digitales. El antes y el después de los potenciómetros. - Farolillo rojo: Sven Nys. Adiós a un gigante del ciclocross.
- Barra libre: Coetáneos. Dos historias paralelas, dos gigantes que compartieron época y gloria. Coppi vs Bartali.
- Puertos en blanco y negro: Ibardin. Puerto mítico del pirineo navarro y francés. Carreras en las que ha sido protagonista.
- Siguiendo la pista: Olaso y Alberdi. Andanzas y desandanzas de dos pistard que, si bien no llegaron a ser profesionales, levantaron pasiones.
- Rutas bizarras: Sterrato alavés. Recorrido por la gran llanada alavesa y su historia a través de caminos de grava.
- Enfants terribles: Vanderbroucke. Vida y obra de uno de los ciclistas más excéntricos del pelotón de los años 90.
- Tubular vs Cámara: Esclavos digitales. El antes y el después de los potenciómetros.
- Farolillo rojo: Sven Nys. Adiós a un gigante del ciclocross.
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Tubular vs Cámara<br />
un único sentido. Su vista no se pierde en el infinito o<br />
entre la gente que jalea su nombre en las duras rampas<br />
que se van encadenando hasta la cumbre de la montaña,<br />
como lo han hecho los ciclistas de siempre. Ni tan siquiera<br />
se fija en la innumerable de veces que su nombre<br />
se encuentra escrito sobre el asfalto. No. La atención de<br />
este hombre; de pasaporte británico, criado en Sudáfrica<br />
y nacido en Kenia; la acapara un pequeño aparato colocado<br />
en la parte anterior de su manillar. El cáncer de la imaginación<br />
y la autosuficiencia. El dolor del aficionado más<br />
inocente. La metástasis de la ilusión. Un potenciómetro.<br />
Un aparato que anula la voluntad del corredor, lo programa<br />
y dirige como si de un robot se tratase y, por último,<br />
deja huérfanos de héroes a toda una afición necesitada<br />
de ellos como el comer. Entiendo que los entrenamientos<br />
se preparen de manera meticulosa y se enfoquen,<br />
en algunos aspectos, a métodos más científicos y mejor<br />
estudiados. En definitiva, totalmente controlados para<br />
no caer en errores anteriores. Pero ¿no estaremos perdiendo<br />
el norte en una carrera hacia un mundo ultra<br />
tecnológico en el que una de las pocas virtudes que nos<br />
queda, el libre albedrio, queda anulado? Al igual que en<br />
los estados, países o naciones, nunca he creído en el control<br />
total, sea del color que sea. Se pierde la esencia del<br />
ser humano, se le esclaviza de una manera cruel, se acaba<br />
con ese crisol mágico que es la imaginación, ese impulso<br />
que reacciona frente a la acción, ese fervor que contesta<br />
a la provocación. Provocación en el mejor sentido y<br />
entendiendo todo esto dentro de un ámbito totalmente<br />
deportivo.<br />
¿Se imaginan ustedes que, al igual que cuenta Mr. Izagirre<br />
en uno de sus capítulos, en el primer Tour de Francia que<br />
se quiso hacer pasar la carrera por los Pirineos se hubiera<br />
hecho caso a la tecnología de entonces? Pues no, ya<br />
que la cordillera que separa Euskadi de Aquitaina, Aragón<br />
del Bearn o Catalunya del Languedoc-Roussillon nunca<br />
hubiera sido atravesada por esta carrera ni por ninguna<br />
otra, si no llega a ser por el ímpetu, la imaginación y ambición<br />
del por entonces director de la Grande Boucle.<br />
Este aparato hubiera sido<br />
la antítesis de ciclistas<br />
como Claudio Chiapucci<br />
No me gustaría que me tomaran por una especie de<br />
talibán anclado en la edad de piedra. Pero no concibo<br />
que el esfuerzo esté medido de manera milimétrica, o<br />
que un profesional se conozca tan poco que dependa de<br />
un ordenador para dar un porcentaje más o menos de<br />
esfuerzo. Este aparato que hubiera sido la antítesis de ciclistas<br />
como Claudio Chiapucci o Laurent Fignon, es a su<br />
vez el mayor enemigo del espectáculo y del aficionado de<br />
a pie. Un aficionado ávido de intensidad, de momentos<br />
épicos y todo lo que no conlleva digitalizar la actitud de<br />
un deportista.<br />
Al igual que entiendo que el deporte profesional es trabajo,<br />
es esfuerzo remunerado y, por lo tanto, la manera<br />
de ganarse la vida de mucha gente. Una dicotomía dolorosa,<br />
que nos hace poner al ciclismo profesional entre la<br />
espada y la pared, a medio camino entre el espectáculo<br />
y el control absoluto. Un deporte que camina, como<br />
siempre, por una estrecha cresta rocosa y que pese a<br />
los esfuerzos de unos y otros nunca cae del mismo lado.<br />
Como no podía ser de otro modo, siempre nos quejamos<br />
cuando no llueve a nuestro gusto y callamos cuando<br />
nos viene bien.<br />
Como bien suelen decir siempre nos quedará París, y<br />
mientras no inserten un chip que controle al cien por<br />
cien la voluntad humana la libertad de movimientos nunca<br />
quedará atada de pies y manos. De esta manera conseguirá<br />
salir por algún poro o resquicio y nos podremos<br />
deleitar con etapas épicas, con empachos de gloria, con<br />
segundos de grandeza que nos harán levantarnos de la<br />
silla para gritar y con momentos para guardar en nuestras<br />
retinas al más puro estilo diabolo Tour de France 1992.