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el-universo-holografico

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nuestro cuerpo a otra. Mientras estás leyendo este libro, tómate un momento<br />

y escribe tu nombre en <strong>el</strong> aire con <strong>el</strong> codo izquierdo. Quizá descubras<br />

que es r<strong>el</strong>ativamente fácil de hacer y, sin embargo, es muy probable<br />

que no lo hayas hecho nunca. A pesar de que no te parezca una<br />

habilidad sorprendente, sí es un tanto enigmática, ya que, según la visión<br />

clásica, varias zonas d<strong>el</strong> cerebro (como la que controla los movimientos<br />

d<strong>el</strong> codo) están determinadas genéticamente, o son capaces de<br />

realizar tareas únicamente cuando <strong>el</strong> aprendizaje repetitivo ha hecho que<br />

se establezcan las conexiones neuronales apropiadas entre las células cerebrales.<br />

Pribram señala que <strong>el</strong> misterio tendría una solución fácil si <strong>el</strong><br />

cerebro convirtiera todos los recuerdos, incluidos los recuerdos de habilidades<br />

aprendidas —como escribir— en un lenguaje de formas de onda<br />

susceptibles de interferir unas con otras. Un cerebro semejante seria mucho<br />

más flexible y podría traducir la información almacenada con la<br />

misma facilidad con que un pianista experimentado traslada una canción<br />

de una escala musical a otra.<br />

Esa misma flexibilidad puede explicar por qué somos capaces de reconocer<br />

una cara familiar con independencia d<strong>el</strong> ángulo desde <strong>el</strong> que la<br />

veamos. El cerebro, una vez que ha memorizado una cara (u otro objeto<br />

o escena cualquiera) y la ha traducido a un lenguaje de formas de<br />

onda, puede tumbar <strong>el</strong> holograma interno, como quien dice, y examinarlo<br />

desde la perspectiva que quiera.<br />

Sensación de miembro fantasma y cómo construimos mentalmente<br />

un «mundo ah¡ fuera»<br />

Para la mayoría de nosotros es obvio que <strong>el</strong> sentimiento de amor o<br />

de enfado, la sensación de hambre, etcétera, son realidades internas, y<br />

que <strong>el</strong> sonido de una orquesta tocando, <strong>el</strong> calor d<strong>el</strong> sol, o <strong>el</strong> olor d<strong>el</strong> pan<br />

cociéndose son realidades externas. Ahora bien, lo que no está tan claro<br />

es cómo nos permite <strong>el</strong> cerebn» distinguir entre las dos. Por ejemplo, según<br />

Pribram, cuando miramos a una persona, su imagen está realmente<br />

sobre la superficie de nuestra retina y, no obstante, no la percibimos<br />

como si la tuviéramos en la retina. La vemos como si estuviera en «<strong>el</strong><br />

mundo ahí fuera». De manera similar, cuando nos damos un golpe en<br />

<strong>el</strong> dedo gordo d<strong>el</strong> pie, sentimos dolor en <strong>el</strong> dedo gordo d<strong>el</strong> pie y, sin<br />

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