revista18

Por:Nuria Ventura
La meteorología es totalmente imprevisible.
Por las mañanas antes
de asomarse a la ventana nunca
sabremos el tiempo que nos espera.
Mirando hacia la calle, hojas
húmedas pegadas a la calzada nos dicen
que ha estado lloviendo hasta no hace mucho.
Alzando la vista hacia el cielo nubes
grisáceas y compactas amenazan nuevamente
con agua, pero en la mayoría de ocasiones
se vislumbra un atisbo de claridad
que hace que la ciudad cambie de color.
A medida que transcurre el día éste puede
pasar de un sol radiante, a una espesa nubosidad
que da paso a una llovizna, o bien
a un gran aguacero, por tanto el paraguas
o la capelina forman parte de los complementos
de la vestimenta parisina.
La mayoría de viviendas son de alquiler a
un nivel alto. Se trata de pequeños apartamentos
compuestos de una pieza principal
que sirve de comedor, salón y mini cocina.
Una habitación de matrimonio, y un baño.
En otros la pieza principal también se utiliza
como dormitorio.
La ciudad está dotada de una buena red de
transporte público, cuenta con 16 líneas de
metro que llegan a todos los distritos cuyos
trenes pasan cada dos minutos en las horas
punta. Aunque sea uno de los más grandes
de Europa en cuanto a recorrido, carece de
accesibilidad a parte de las escaleras. Casi
todas las estaciones no cuentan con escaleras
mecánicas ni ascensores, haciendo inviable
su acceso a personas discapacitadas.
Este medio de transporte es un reflejo de
la multiculturalidad con la que cuenta la
capital. Prestando atención a los viajeros
vemos que no son tan distintos a los de
otras ciudades. A primera hora de la mañana
cuando se trasladan a sus trabajos y
colegios, observando sus distintos rostros
se puede predecir su estado de ánimo en
aquellos momentos. Unos de alegría y satisfacción,
otros de conformismo, y muchos
somnolientos. Ojos perdidos en la lejanía,
observadores y captadores de lo que hay
alrededor.
Revista de cultura y viajes / Junio 2016 / www.icruceros.eu