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Patriarcas Y Profetas por Elena White

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

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CAPÍTULO 68. David en Siclag<br />

DAVID y sus hombres no habían tomado parte en la batalla entre Saúl y los filisteos, a pesar<br />

de que habían acompañado a los filisteos al campo de batalla. Mientras los dos ejércitos se<br />

preparaban para el combate, el hijo de Isaí se encontró en una situación de suma perplejidad. Se<br />

esperaba que lidiara en favor de los filisteos. Si durante la lucha abandonaba el puesto que se le<br />

asignara, y se retiraba del campo, no sólo se haría tachar de cobarde, sino también de ingrato y<br />

traidor a Achis que le había protegido y había confiado en él. Una acción tal cubriría su nombre<br />

de infamia, y le expondría a la ira de enemigos mucho más temibles que Saúl. No obstante, no<br />

podía consentir en luchar contra Israel. Si lo hiciera sería traidor a su país, enemigo de Dios y de<br />

su pueblo. Perdería para siempre el derecho de subir al trono de Israel; y si mataban a Saúl en la<br />

batalla, se acusaría a David de haber causado esa muerte.<br />

Se le hizo entender a David que había errado el camino. Hubiera sido mucho mejor para él<br />

hallar refugio en las poderosas fortalezas de las montañas de Dios que entre los enemigos<br />

declarados de Jehová y de su pueblo. Pero el Señor, en su gran misericordia, no castigó este error<br />

de su siervo ni le dejó solo en su angustia y perplejidad; pues aunque David, al perder su confianza<br />

en el poder divino, había vacilado y se había desviado del sendero de la integridad estricta, seguía<br />

teniendo en su corazón el propósito de ser fiel a Dios. Mientras que Satanás y su hueste estaban<br />

activos y ayunaban a los adversarios de Dios y de Israel a hacer planes contra un rey que había<br />

abandonado a Dios, los ángeles del Señor obraban para librar a David del peligro en que había<br />

caído. Los mensajeros celestiales movieron a los príncipes filisteos a que protestaran contra la 747<br />

presencia de David y de su fuerza junto al ejército en el conflicto que se avecinaba.<br />

"¿Qué hacen aquí estos Hebreos?" gritaron los señores filisteos, agolpándose en derredor de<br />

Achis. (Véase 1 Samuel 29, 30.) Este, no queriendo separarse de tan im<strong>por</strong>tante aliado, contestó:<br />

"¿No es éste David, el siervo de Saúl rey de Israel, que ha estado conmigo algunos días o algunos<br />

años, y no he hallado cosa en él desde el día que se pasó a mí hasta hoy?" Pero los príncipes<br />

insistieron airadamente en su exigencia: "Envía a este hombre, que se vuelva al lugar que le<br />

señalaste, y no venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos vuelva enemigo:<br />

<strong>por</strong>que ¿con qué cosa volvería mejor a la gracia de su señor que con las cabezas de estos hombres?<br />

¿No es este David de quien cantaban en los corros, diciendo: Saúl hirió sus miles, y David sus diez<br />

miles?"<br />

Aun recordaban los señores filisteos la muerte de su famoso campeón y el triunfo de Israel<br />

en aquella ocasión. No creían que David peleara contra su propio pueblo; y si en el ardor de la<br />

batalla, se ponía de su parte, podría infligir a los filisteos mayores daños que todo el ejército de<br />

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