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Se puede llegar a Portofino en ferry
desde Santa Margherita Ligure, que
fue lo que hicimos nosotros, después
de desembarcar del Royal Princess en
Génova y de ahí dirigirnos a Rapallo.
El atractivo de este lugar está
unido inevitablemente a la
disposición de las casas, a los
colores, a los reflejos del mar.
En sus restaurantes podrás degustar
el plato típico de la zona,
la lasaña de Portofino con una
exquisita salsa pesto, acompañada
de un vaso de Giancu de
Purrufin, una mezcla de uvas de
producción local. Todo con un
inconfundible toque chic.
Las calles de Portofino nos
muestran su esencia como
importante puerto creado en
la época romana desde donde
se avistaban delfines. Plinio
el Viejo data la fundación de
Portus Delphine a los romanos.
La villa se cita por primera vez
en el año 986. Los griegos y los
romanos llamaron delfines a sus
moradores por sus habilidades
como navegantes. Por eso no
nos extraña que las tradiciones
marineras estén muy presentes
en sus calles.
De ser un modesto pueblo de
pescadores que pasó sucesivamente
de las manos de
los benedictinos a las de las
repúblicas de Génova y Florencia, Portofino presume
de ser hoy uno de los rincones más chic de todo el
Mediterráneo. En esta coqueta villa marinera el buen
gusto le gana la partida a la ostentación para regocijo
de nuestros ojos.
Una senda peatonal que mide un kilómetro y medio,
lleva a la bonita caleta de Paraggi con su playa
arenosa. También merecen atención las ruinas de los
molinos del Acquaviva, que sobrevivieron a un glorioso
pasado, la iglesia, el castillo y la antigua fortaleza
de San Giorgio, en dirección de Punta del Capo. Todo
rodeado de bellas e impresionantes mansiones.
Revista de cultura y viajes / Septiembre 2016 / www.icruceros.eu