Excodra XXIV: La filosofía

el manifiesto de la revista Le Décadent (1886) cuando afirma:
“Los Decadentes no son exactamente una escuela literaria, pues su misión no
es la de fundar, sino principalmente la de destruir”.
En ambos casos, como se ve, la necesidad de dinamitar o destruir. En ambos,
la presencia de una especie de sentido de “destino”. La convicción de un deber
o misión. Y también la negación de lo tradicional, el rechazo del pasado.
Como si Nietzsche y los miembros de los círculos simbolistas y decadentes, se
hubieran puesto de acuerdo para gritar a una sola voz “¡Nada de escuelas
literarias! ¡Nada de lo que antes se creía, exigía o santificaba!”. Borrón y
cuenta nueva. Tábula rasa. Un procedimiento que, no por casualidad,
prefigura lo que más tarde sería una conducta característica de las
vanguardias.
Y como una aspiración a hacer tábula rasa también podría entenderse,
siquiera en parte, la profunda transformación que experimenta la noción de
“mal” en manos de Baudelaire, no por nada uno de los padres del Simbolismo.
Solo que en su obra, el enaltecimiento de lo que la sociedad bienpensante de
su época considera reprobable toma formas bastante más concretas. Así, su
reivindicación de la prostituta en tanto arquetipo marginado por la moral
convencional o sus afirmaciones benévolas hacia el fenómeno de la
enfermedad, tan sólo son dos ejemplos de esta defensa de lo que la sociedad
considera intolerable; una defensa que también hará decir al autor de Las
flores del mal (1857) que “la inspiración tiene alguna relación con la
congestión”. En realidad, se trata de una sentencia que consuena con otra de
Nietzsche en Así habló Zaratustra (1885), donde prácticamente se burla del
tipo de sujeto que se conforma con tener “su pequeño placer para el día y su
pequeño placer para la noche: pero honra la salud”. Es ese mismo espíritu, tan