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Ananda Noviembre 2017

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vocablos no se invalidan entre sí, sino más bien se<br />

nutren.<br />

Las culturas ancestrales sin distinción observaban su<br />

entorno divinizándolo. Todos éramos dioses. El dios<br />

sol, la diosa luna, el dios árbol, el dios peregrino, el<br />

dios forastero, el dios águila. La mayoría de las<br />

formas de saludo se refiere a esto último. Namaste y<br />

namaskar quiere decir: Saludo a la divinidad que está<br />

en tu interior con la sinceridad de mi mente y el<br />

amor de mi corazón. In lak’ech entre los mayas<br />

quería decir: yo soy otro tú. Y Ometeo entre los<br />

mexicas: por todas mis relaciones.<br />

No obstante, el culto a ese Dios latino, masculino y<br />

muy lejano, aquel culto que te dice cómo debes<br />

acercarte a ese Dios omnipresente - castigador -<br />

patriarcal, aquel culto que te impone un sacerdote<br />

cual emisario para poder hablar con Él, acusó de<br />

paganismo al culto politeísta, y por ende, impidió el<br />

libre acceso a la devoción rigidizándolo y<br />

estructurándolo hasta tal punto que en lugar de<br />

conectar a sus feligreses con su propia divinidad, nos<br />

hizo contactar con la ignorancia. ¿Qué ignoramos?<br />

Ignoramos que ya somos divinos. Ignoramos que ya<br />

somos diosas y dioses. Ignoramos que ese dios, que<br />

esa diosa palpita dentro de nosotros y que cada<br />

creatura, sin distinción de reinos, posee su propia<br />

divinidad, es divina en sí misma. Nuestra divinidad no<br />

es algo que debemos alcanzar, sino algo que ya<br />

poseemos.<br />

Aquel y aquella que consiga atisbar su propia<br />

divinidad y la divinidad que late en cada entidad,<br />

estará accediendo al quinto valor universal: la<br />

alegría. La alegría de estar vivos, la alegría de ser<br />

libres, la alegría de estar en paz y la alegría de ser<br />

dioses y diosas.<br />

Si persiste la ignorancia, aquello nos llevará hacia la<br />

quinta sombra: la tristeza. Esta tristeza se sostendrá<br />

a través de la sexta sombra: la rigidez. La rigidez en<br />

el camino devocional nos conducirá invariablemente<br />

hacia la séptima sombra: la ceguera. Si culmino mi<br />

encarnación en la ceguera, pues en la encarnación<br />

siguiente deberé repasar nuevamente cada valor del<br />

primer piso evolutivo y re-comenzaré con la Vida.<br />

Cuando estoy ciego ante la divinidad que palpita en<br />

mí y en cada creatura, no puedo acceder al segundo<br />

piso evolutivo. Para ello será preciso contactar con<br />

la devoción. Esto equilibrará las primeras sombras y<br />

me permitirá conocer el primer estadio de la felicidad<br />

llamado alegría. Para perpetuar esta alegría en el<br />

tiempo debo comenzar a trabajar el sexto valor<br />

universal: el juego. El juego primeramente me exigirá<br />

el recuperar a mi niño interior. No podremos acceder a<br />

nuestro yo superior sin habernos reconectado<br />

previamente con nuestro niño. Esto es trascendente,<br />

porque es la energía del juego la que siempre me va a<br />

permitir avanzar. Un niño posee capacidad de<br />

asombro, espíritu investigativo insaciable y una<br />

espontaneidad innata. Al desconectarnos de nuestro<br />

niño interior, perdemos estas capacidades y nos<br />

tornamos cada vez más rígidos, rigurosos y rutinarios.<br />

Estas tres “R” señalan estancamiento evolutivo.<br />

El valor del juego nos viene a enseñar que el avanzar,<br />

el retroceder, el perder un turno, el volver a comenzar<br />

desde la partida, son parte del juego de la Vida, son<br />

parte de la evolución. La evolución siempre acontece,<br />

mismo haya retrocedido en términos lineales. Muchas<br />

veces necesito retroceder tres pasos para avanzar<br />

diez. Otras veces necesitaré una pausa. Pero siempre y<br />

siempre, seguiré dentro del tablero de la Vida, por<br />

ende, evolucionaré.<br />

Lo que sí podría representar la involución sería el<br />

mantenerse estancado en un solo casillero del tablero,<br />

en un solo color del arco-iris. Para que aquello no<br />

acontezca, existe el juego como valor universal, el<br />

cual siempre nos va a mover de nuestra zona de<br />

confort; el cual siempre nos va a pedir más; el cual<br />

siempre me avisará cuándo es momento de cambiar<br />

.<br />

Por otra parte, el valor del juego nos enseña que cada<br />

encarnación es una nueva oportunidad para entrar al<br />

tablero de la vida. Cada vez que jugamos, el desenlace<br />

es impredecible y son las aventuras en el camino lo<br />

que nos mantiene entretenidos jugando. Si solo se<br />

tratara de avanzar en línea recta hacia la meta y ganar<br />

el juego en dos o tres tiradas de dado, aquello sería<br />

aburrido de más y nadie querría participar. Cada juego<br />

es único e irrepetible, así como cada vida es única e<br />

irrepetible. Cuando tomo conciencia que mi vida es<br />

única e irrepetible, cuando observo que cada gota de<br />

lluvia y de rocío es única e irrepetible, cuando veo que<br />

cada grano de arena en una playa es único e<br />

irrepetible, estaré vislumbrando la magia: el séptimo<br />

valor universal.

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