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CUENTOS TOMO II<br />
por su egoísmo, que no quiere presenciar la pérdida<br />
irremediable de las cosas viejas y que, por otra parte, no<br />
quiere desprenderse de ellas.<br />
Allá se amontonan y van a parar las sillas<br />
desvencijadas, los colchones usados, las frazadas, los<br />
juguetes inútiles, los triciclos de hace veinte años.<br />
Empieza, pues, doña Josefina la tarea complicada<br />
de discriminar lo que puede servir todavía el día menos<br />
pensado, y lo que ya decididamente prestó su servicio y<br />
hay que enviar a la hacienda.<br />
A la sirvienta se le van los ojos detrás de tanta ropa<br />
“buenecita” que la señora pasa del escaparate al baúl de<br />
los trapos. Si la señora le diera uno, uno solo para, con un<br />
pequeño arreglito, ponérselo los domingos... Si le diera<br />
uno para componérselo a su mamá. Su mamá debe sentir<br />
frío, allá en La Calera, donde vive con los demás.<br />
––<br />
Ay, doña Josefina, este saco está bueno. No lo mande<br />
para la hacienda porque allá se echa a perder. Yo<br />
tengo una hermanita...<br />
La señora interrumpe la historia que quiere echarle<br />
la muchacha, pidiéndole una silla para subirse y ver qué<br />
hay en el tramo de arriba.<br />
A doña Josefina no le pasa, ni de casualidad, por la<br />
cabeza ni por el corazón, que puede hacer una bella obra<br />
con todo eso; darle a su sirvienta algo y enviar lo demás a<br />
un barrio pobre o a un asilo.<br />
Pero ella no sabe ni quiere saber lo que son los<br />
tugurios de los pobres, donde se entra el agua cada vez<br />
que llueve, donde sólo hay miseria y necesidades, y frío<br />
y hambre y disgusto. Ese pensamiento le parece malo,<br />
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