libro Unidad 5-1526267192

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nadie dio nunca el salto. La TCA representa pues la primera vez que nuestro conocimiento ha
sido sintetizado en un enfoque neurocientífico comprensivo del altruismo.
El historiador o el filósofo de la ciencia podrían preguntar por qué, cuando el conocimiento
del cerebro se ha acumulado durante décadas, nadie vio nunca cómo podían encajar las piezas
en un mecanismo cerebral para explicar el altruismo. ¿Por qué nadie lo intentó siquiera?
Como afirmo en la introducción, había muchas razones institucionales por las que los
científicos pudieron haber rehuido este tema. Entre ellas estaba la tendencia de los
neurocientíficos a acometer problemas más fáciles y claramente solubles. Además, los
científicos están más dispuestos a mostrar resultados cuantificables. Puede también influir que
los científicos se refirieran siempre a la evolución cuando trataban de explicar el altruismo, de
modo que la cuestión se encasilló en la biología evolutiva.
Pero la evolución, crucial para demostrar que las fuentes biológicas del altruismo humano
han estado muy arraigadas a través del tiempo, no explica cómo funciona realmente el
altruismo, justo ahora, en el nivel neuronal/hormonal. En The Neurophysiology of Mind, el
premio Nobel sir John Eccles especulaba que Dios diseñó de alguna manera el cerebro
humano para producir la conducta altruista. Pero eso, simplemente, no es una teoría científica.
En consecuencia, aunque me gustaría poder decir que estoy interviniendo en un riguroso
debate científico sobre la forma en que los mecanismos del cerebro generan empatía y
altruismo, lo cierto es que hay muy poco debate porque el problema no ha sido objeto de
especial atención por parte de los investigadores. Recientemente, el psicólogo Richard
Davidson, del que se habla más adelante en este libro, ha mostrado que si practicamos una
conducta moral, el cerebro desarrollará realmente caminos que reforzarán esa conducta. Esta
es una idea importante que orienta la atención hacia la conexión entre la moral y los
mecanismos cerebrales. Pero Davidson tampoco aborda la idea de que los mecanismos para el
comportamiento moral existan en nuestro cerebro desde el día en que nacemos. Lo que quiero
hacer ahora, por consiguiente, es demostrar que toda la ciencia más reciente nos conduce a
mecanismos neuronales/hormonales específicos, definibles, que necesariamente suponen el
altruismo, de manera que los mecanismos del altruismo están literalmente incrustados en el
cerebro.
La TCA explica cómo se produce la conducta altruista. La teoría recoge una convergencia
sorprendente de pruebas neurofisiológicas reunidas durante décadas en laboratorios de todo el
mundo. Mi pericia en esta área procede de la presentación y el estudio de datos procedentes
de diversas áreas de la neurociencia —neuroanatomía, neurofisiología, neurociencia
conductual y neuroendocrinología molecular— y los reúne en la TCA, que constituye la mejor
explicación de las características más prosociales de la inmensa mayoría de las conductas
sociales humanas. Pero ¿cómo funciona?
Este capítulo plantea (y responde) esta pregunta: ¿Qué mecanismos cerebrales operan para
impulsarnos a actuar en función de una preocupación mutua, y generan una disposición
prácticamente instintiva para actuar sobre la base de esas preocupaciones? En términos más
sencillos, ¿cómo realizamos los actos altruistas que la naturaleza nos programó para ejecutar?
Es crucial que comprendamos este «cómo» aunque sea tan solo como ejercicio de
Pfaff, D., & Sherman, S. (2017). El cerebro altruista: por qué somos naturalmente buenos. Retrieved from http://ebookcentral.proquest.com
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