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<strong>Alegraos</strong><br />
tiempo”, sino más bien en saber lo que<br />
cuenta en nuestra vida. Pondremos un<br />
ejemplo sencillo. Nunca hemos visto a<br />
alguien que muera de hambre porque no<br />
tiene tiempo para comer. Siempre hay<br />
tiempo para comer, y si no ¡se busca! Antes<br />
de decir no tenemos tiempo, hemos de ver<br />
la jerarquía de valores que tenemos en<br />
nuestra vida, lo que consideramos<br />
prioritario. Para la oración no se busca<br />
tiempo, si nuestra jerarquía de valores es<br />
correcta deberíamos decir que “la oración<br />
tiene su tiempo”.<br />
Y en muchas ocasiones podemos<br />
experimentar una tentación, que no es otra<br />
que pensar que el tiempo que dedicamos a<br />
Dios es tiempo que se roba al prójimo. La<br />
experiencia y los ejemplos de las personas<br />
de oración demuestran, en primer lugar, que<br />
“estando atentos a Dios, aprenderemos a<br />
estar atentos a los demás”. No podemos<br />
perder siempre la mirada de fe en todo, y si<br />
es cierto que la oración es tiempo pasado<br />
con el Señor, no es menos cierto, en primer<br />
lugar que la oración me dará la gracia de<br />
vivir cada instante de mi vida de un modo<br />
mucho más fecundo.<br />
Pero no es solo que haga nuestra vida<br />
más fecunda, sino que la fidelidad a la<br />
oración garantiza nuestra capacidad de<br />
estar presentes ante los demás, de amarlos<br />
realmente. El amor más atento, el más<br />
delicado, el más desinteresado, el más<br />
compasivo, el que es capaz de consolar y<br />
reconfortar lo encontramos en las almas<br />
de oración. Porque la oración nos hará<br />
mejores y los que nos rodean no se<br />
quejarán de ello.<br />
Sin oración seria corremos el riesgo<br />
de que la sal se comience a envanecer, y<br />
aunque parezca que hago algo, en sustancia<br />
sea nada, porque las buenas obras no se<br />
pueden hacer sino en virtud de Dios, y eso<br />
solo se hace con mucha oración.<br />
Pero aún así, hay personas que<br />
piensan que la oración es ofrecer el trabajo,<br />
que eso basta como oración. Es cierto que<br />
un trabajo ofrecido y realizado para Dios<br />
se puede convertir en un modo de oración.<br />
Pero dicho esto, hemos de ser realistas, es<br />
imposible permanecer unido a Dios<br />
mientras trabajamos si antes no hemos<br />
tenido momentos dedicados solo a Dios. El<br />
que no se ha ocupado solo de Él, que no<br />
pretenda mantener su presencia en medio de<br />
las tareas de cada día. Es lo mismo que<br />
ocurre en las relaciones personales.<br />
Imaginemos un marido y padre de familia<br />
inmerso en actividades continuas que no<br />
tiene tiempo para su mujer e hijos exclusivo<br />
para ellos, el amor se asfixia y se ahoga<br />
enseguida; si por el contrario les dedica<br />
tiempo y momentos exclusivos, el amor se<br />
dilata, se respira gratuidad. Hay que dedicar<br />
por tanto tiempo en exclusividad al Señor,<br />
para que su amor no muera en nosotros. Si<br />
nos ocupamos de Dios, Dios no dudará en<br />
ocuparse de nuestras cosas mejor incluso<br />
que nosotros mismos.<br />
Y si la objeción anterior se torna<br />
ridícula, ¡que decir en el mundo actual de<br />
esa máxima que todo lo impregna que es el<br />
sentimiento!: “Yo solo rezo cuando me<br />
apetece porque soy auténtico”. Sí, sería de<br />
auténtico necio obrar así, porque entonces,<br />
como haya que tener ganas, podríamos<br />
esperar hasta el día del juicio final. En la<br />
oración nos ha de guiar la fe, no el estado<br />
de ánimo. La verdadera autenticidad, la<br />
verdadera sinceridad no tiene nada que ver<br />
con el sentimiento. ¿Cuál es el amor más<br />
auténtico? El que es más fiel. La fidelidad<br />
en la oración podemos decir que es escuela<br />
de libertad y sinceridad en el amor, porque<br />
nos enseña a situar nuestra relación con<br />
Dios en un terreno que no es vacilante,<br />
fuera de nuestras impresiones, estados de<br />
ánimo, fervor sensible, etc. La fidelidad en<br />
la oración la ponemos en el fundamento<br />
sólido de la fe.<br />
Y cuando nos acercamos de verdad a<br />
Dios, pasamos tiempo con Él y somos<br />
fieles, encontramos que la oración<br />
transforma la vida. En un intento con<br />
verdadero espíritu minimalista, no podemos<br />
acabar el tema sin señalar que la vida de<br />
oración cambia el resto de la vida. La vida<br />
de oración debe llevar a un progreso en el<br />
amor, en la pureza de corazón, y el<br />
verdadero amor se manifiesta también y<br />
muchas veces mejor fuera de la oración.<br />
No creamos que nuestra vida de oración es<br />
auténtica si la vida no está marcada por un<br />
sincero deseo de darnos por completo a<br />
Dios, de conformar lo más plenamente<br />
nuestra vida con su voluntad. El que de<br />
verdad su vida está animada por la oración<br />
su vida es un continuo desprenderse de sí<br />
mismo para entregarse a Dios. No es<br />
compatible la vida de oración con buscarse<br />
a sí mismo, no vivimos en Dios si no somos<br />
capaces de olvidarnos de nosotros mismos<br />
en beneficio de nuestros hermanos.<br />
La vida de oración crea en nosotros,<br />
como no puede ser de otra forma, una forma<br />
de ser en relación con el Señor, en relación<br />
con el prójimo y con nosotros mismos. La<br />
vida de oración es la verdadera escuela<br />
del amor, porque las virtudes que se<br />
practican y a las que nos lleva la vida de<br />
oración son las que permiten el<br />
crecimiento del amor en nuestro corazón.<br />
Sin oración no hay camino, porque sin<br />
oración no transformamos nuestro<br />
corazón, para amar con el Amor de Dios;<br />
“amaos los unos a los otros como Yo os he<br />
amado” (Jn 13,34).