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Ideas 20190526

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12 Domingo 26 de mayo de 2 019 Página SIETE<br />

Pero mañana el<br />

paisaje serán ustedes<br />

l Corina Rojas fue condenada a muerte en Chile tras el asesinato de su marido en<br />

1916; el impacto derivó en un libro, un largometraje e incluso una cueca.<br />

Wilmer<br />

U r re l o<br />

E s c r i to r<br />

“El pobre<br />

chico<br />

no tuvo<br />

más remedio<br />

que ir a<br />

la habitación<br />

donde<br />

mi marido<br />

ya roncaba<br />

como todo<br />

un Díaz<br />

Muñoz. Y<br />

antes de subir:<br />

acuérdese<br />

que<br />

me ofreció<br />

500, que<br />

solo me dio<br />

cinco. No<br />

se le olvide,<br />

s e ñ o ra ”.<br />

Pa s i o n e s<br />

Si algún día a la Corina Rojas.<br />

Si alguien algún día la<br />

sacara del lugar donde<br />

ahora está enterrada y le<br />

preguntara. ¿De veras usted mandó<br />

a matar al fulano ese? ¿Al que era su<br />

marido? Y entonces la Corina Rojas,<br />

chilena, madre de cuatro hijos, casada<br />

con David Díaz Muñoz y domiciliada<br />

en la calle Lord Cochrane<br />

338, Santiago de Chile. Casada sí y<br />

también enamorada de alguien<br />

mejor que mi marido: un alemán alto,<br />

flaco, de modales refinados y<br />

humor incandescente y vargasviliano:<br />

Jorge Sangts.<br />

Si alguien te recordara, Corina<br />

Rojas, entonces saldrías de la<br />

tumba y nos contarías cómo se te<br />

ocurrió matarlo. Nos contarías<br />

que estabas harta ya del marido,<br />

de su olor a Díaz Muñoz. Hasta<br />

el copete de su nariz y de sus bigotes<br />

y de sus cachetes de gordo<br />

irremediable. Podrida ya de sus<br />

aires de dueño de propiedades<br />

en Coinco. Hasta que un día apareció<br />

Jorge Sangts. Y se hizo el<br />

paisaje y su sonrisa y sus buenos<br />

modales. ¿Quiere tomar asiento,<br />

Corina? ¿Le traigo un vaso de<br />

agua? ¿Me permite unas palabras,<br />

señora? Porque a veces la<br />

tristeza de los días parecidos, de<br />

los días similares y tontos hace<br />

que una tome decisiones, y que<br />

esas decisiones tengan que ver<br />

con huir, con escapar, con subirse<br />

a un tren y dejar atrás la calle<br />

Lord Cochrane 338 y a los hijos<br />

que se parecían tanto a su papá.<br />

Así que un día, un día cualquiera<br />

antes de la noche del viernes<br />

21 de enero de 1916, enamorada<br />

ya de Jorge Sangts, el alemán de los<br />

buenos modales (¿o quiere mejor<br />

un café, Corina?, ¿o desea quizá un<br />

té de menta?), enamorada ya se me<br />

ocurrió la idea. Por qué no matarlo.<br />

Por qué no hacer que se muera. Entonces<br />

ahí estaban las noches pensando<br />

en la calle Lord Cochrane<br />

338. Mañana lo envenenaré. Colocaré<br />

algo en su bajativo. Ese que olía<br />

a los mil demonios y que quería que<br />

esté al lado de su plato de Díaz Muñoz<br />

al terminar de almorzar. El marido<br />

se quedaría con la mirada fija<br />

en el cuadro donde aparecía el<br />

abuelo Francisco Inés. En sus bigotes<br />

de hacendado chileno. En su<br />

bastón de ricacho. En sus pantalones<br />

de tela. Y caería de espaldas y<br />

moriría. El amor que nunca existió.<br />

La vejez juntos que tampoco.<br />

Y después, cuando David Díaz<br />

Muñoz esté muerto, entonces<br />

adiós, niños, me voy lejos, arréglense<br />

como puedan. Así es la soledad.<br />

Así funciona la desesperación.<br />

Así también el hartazgo y así el<br />

amor y el ansia de felicidad: un día,<br />

cuando el alemán y tú compartían<br />

impresiones, las lecturas que los<br />

unían (¿ha leído La muerte del cóndor?,<br />

¿le parece bien esa obra de Vargas<br />

Vila?), entonces ese día me preguntó:<br />

¿por qué tan seria, Corina?, ¿le<br />

pasa algo? Y no tuve más remedio<br />

que decirle. Que contarle que lo<br />

amaba. Que me gustaba hasta el<br />

sol. Y el alemán me miró serio, moviendo<br />

su copa de pisco. Y después,<br />

para romper el silencio, se me ocurrió.<br />

Si usted hiciera algo por mí, si<br />

usted me ayudara a que mi marido.<br />

Es decir. Y calló. Porque Corina esperó<br />

el acto dramático. Porque esperé<br />

el efecto. Porque leía un montón<br />

a Vargas Vila y el mundo era así<br />

por esos años, chiquillas. Yo puedo,<br />

aunque antes dígame si eso de la<br />

plata es cierto, dijo el alemán. Un<br />

interesado, sí. Un aprovechado,<br />

obvio. Pero una era así de enamorada.<br />

Una era así de vargasviliana.<br />

Así que lo planificamos. Todo. El<br />

alemán aportó incluso sus propias<br />

ideas. Mejor contratar a alguien.<br />

Un pobre de esos que azotan las calles<br />

y hacen todo por un puñado de<br />

plata. Para qué mancharnos las manos<br />

de sangre. No sé de dónde salió<br />

el nombre de la bruja que a veces<br />

me leía las cartas. La Rosa Cisternas.<br />

Una que tenía gente conocida.<br />

De la desnaturalizada, me refiero.<br />

Esa que te traía la leña. De la que te<br />

manejaba el coche. La gente que te<br />

arreglaba el jardín. Buscó a la Cisternas<br />

en su casa y le contó de frente.<br />

Quiero hacerle esto a mi marido<br />

y necesito que me ayudes. Habrá<br />

plata para ti y para el que lo mate.<br />

Cuando pasó todo esto lo demás vino<br />

solo. Al tipo le decían el Saco de<br />

L eche vaya una saber por qué. Le<br />

ofrecí 500 pesos y como adelanto le<br />

di solo cinco. Si tonta no soy. Si ingenua<br />

tampoco, jaja. El alemán era<br />

el más entusiasta y cuando lo de la<br />

plata de mi marido estaba asegurada<br />

al fin te dijo: no quería atreverme,<br />

Corina, pero yo también la. Es<br />

otras palabras, que yo como usted.<br />

Y eso fue la felicidad eterna. El paisaje<br />

en común. Y esas palabras del<br />

alemán me llenaron el cuerpo de<br />

colores. Así que me inventé una cena.<br />

La noche del crimen invité a<br />

Lord Cochrane 338 al subcomisario<br />

Emilio Feliú, a mis hermanos Luis y<br />

Senén, al Arturo Gómez y al insoportable<br />

del Kurt Spunh. Cordialidad<br />

y risas. Chismes y licor. Incluso<br />

toqué el piano. Una cena para que<br />

nadie sospeche, le había dicho Jorge<br />

Sangts. Nos descuidamos de la<br />

puerta y alguien entró. Se llevaron<br />

unas joyas y nada más. Y más tarde,<br />

cuando ya no había nadie, el futuro<br />

cadáver, David Díaz Muñoz, te dijo<br />

me voy a dormir, qué cansancio.<br />

Imagínense que el Saco de Leche se<br />

acobardó a la hora de la hora. No<br />

quiero. Me da miedo. Mejor ya no.<br />

Yo lo amenacé. Me mataré de un tiro<br />

y dejaré una carta. El Saco de Leche<br />

me obligó. Él y la Rosa Cisternas<br />

son los culpables. Agárrenlos. El<br />

pobre chico no tuvo más remedio<br />

que ir a la habitación donde mi marido<br />

ya roncaba como todo un Díaz<br />

Muñoz. Y antes de subir: acuérdese<br />

que me ofreció 500, que solo me dio<br />

cinco. No se le olvide, señora.<br />

Obvio que nos pescaron. Obvio<br />

que desconfiaron. Obvio que la policía<br />

nos agarró a todos. El alemán<br />

no sé nada, no sé que lo que me están<br />

hablando. El Saco de Leche lloró<br />

ella me influenció, ella me obligó.<br />

La Corina Rojas.<br />

Si te levantaras de tu tumba, Corina<br />

Rojas, nos dirías que fue un juicio<br />

duro y encima con una sentencia<br />

en tu contra. Toda la chilenidad<br />

en mi contra. Vargas Vila estaría feliz<br />

de conocer esta historia. Escribiría<br />

un novelón de los que me gustaba<br />

leer.<br />

Te condenaron a la pena de<br />

muerte. Un revuelo total. Un escándalo.<br />

La chilenidad en alboroto.<br />

Incluso se hizo una película llamada<br />

El crimen de Corina Rojas y se escribió<br />

un librito titulado El crimen de la<br />

calle Lord Cochrane. Y hasta me compusieron<br />

una cueca que me apoyaba:<br />

La Corina Rojas. Ya me veía fusilada<br />

una madrugada. Vestida de colores.<br />

Con un pañuelito en la mano.<br />

Les diría no me arrepiento de nada.<br />

Friéguense. Así todo se transformaría<br />

en paisaje. Aunque al final el<br />

presidente Juan Luis Sifuentes la<br />

perdonó y me la pasé en la cárcel. Y<br />

luego, como pasará con todo el<br />

mundo, me morí. Con la tristeza de<br />

la traición de toda la gente. De la<br />

chilenidad me refiero. Del alemán.<br />

De los hijos que nunca valen la pena<br />

por más que digan lo contrario. De<br />

la felicidad esquiva. Claro que ahora<br />

pienso y qué gano poniéndome<br />

triste si todos ya estamos muertos.<br />

Qué gano si estamos en nuestras<br />

respectivas tumbas. Hasta el Saco de<br />

L eche y su cobardía y sus cinco pesos<br />

de adelanto. Muertos. Qué se le<br />

puede hacer a estas alturas si ya todos<br />

somos puro cadáver: qué si todos<br />

los involucrados son tan solo<br />

paisaje, Corina.

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