HOUND: Primavera Verano 2020
HOUND es una revista digital fundada en San Juan, Puerto Rico en el 2014. Somos la única organizacion periodística en español que activamente busca nuevos artistas latinos y les da espacio para exhibir y promover su talento. Desde pintores hasta actores, HOUND muestra a través de sus paginas el arte emergente de la generación de hoy. HOUND esta conectado con cientos de jovenes artistas fuera y dentro de Puerto Rico que buscan un lugar para que se les escuche y vea. En adición a exhibir talento fresco, HOUND es también una revista que cubre lo ultimo de la cultura popular. Reseñas de peliculas, articulos sobre nuevos restaurantes y negocios populares, fotoensayos de viajes culturales alrededor del mundo - HOUND reune todo lo que la nueva generación esta viviendo al día a día y lo expone a un público sediento de cultura. Su lanzamiento es trimestral y trabaja de forma colaborativa para que su descarga sea totalmente - G R A T I S -. HOUND es producido por Proyecto:Realengo. Para someter tu trabajo y/o colaborar comunícate a hellohoundmagazine@gmail.com
HOUND es una revista digital fundada en San Juan, Puerto Rico en el 2014. Somos la única organizacion periodística en español que activamente busca nuevos artistas latinos y les da espacio para exhibir y promover su talento. Desde pintores hasta actores, HOUND muestra a través de sus paginas el arte emergente de la generación de hoy. HOUND esta conectado con cientos de jovenes artistas fuera y dentro de Puerto Rico que buscan un lugar para que se les escuche y vea.
En adición a exhibir talento fresco, HOUND es también una revista que cubre lo ultimo de la cultura popular. Reseñas de peliculas, articulos sobre nuevos restaurantes y negocios populares, fotoensayos de viajes culturales alrededor del mundo - HOUND reune todo lo que la nueva generación esta viviendo al día a día y lo expone a un público sediento de cultura.
Su lanzamiento es trimestral y trabaja de forma colaborativa para que su descarga sea totalmente - G R A T I S -.
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CRÓNICA
Crónicas del Alzheimer
por Alexandra Pagán
Lucas, mi hijo menor, me acompañó a ver a mi madre,
paciente de Alzheimer. Ella estaba lúcida y tranquila, amorosa.
Lucas se me acercó y me susurró, tú te vas poner así. Sí,
pensé, es mi más grande terror. No supe qué decir, veía en él
esa sabiduría que se asoma cuando su espíritu viejo le brinda
conciencia. Sabía que lo que me decía no podía reducirlo
con una mentirita. Le pregunté ¿tú me cuidarías si estuviera
así? Y él me dijo que sí, pero que no habláramos de ello, que
podrían darle pesadillas. Debí haberme quedado callada.
Recuerdo cuando llevé a mami por primera vez al Hogar. Ella
estaba confundida y yo me había sobrepuesto una coraza
de distanciación que me cegaba de todo tipo de conciencia.
Lucas era muy pequeño como para poder decir alguna cosa.
No sabía lo que hacía y maldecía no tener ni el dinero ni el
espacio como para tenerla conmigo… maldecía también no
tener la paciencia ni el amor, ese amor y esa convicción, ese
apoyo que lleva a cientos de familias a cuidar a sus ancianos.
Estaba repleta de angustias y reproches y dolor, cada una
formaba una capa de distanciación ante el proceso. Aclaro:
era un tipo de desconexión hacia ella, hacia ese espanto que
se le anidaba en los lagrimales y retorcía su sonrisa. Ella
estaba tan perdida, tan terriblemente perdida, en el tiempo,
en su memoria, en mi corazón. Y allí en el Hogar la dejé, y al
otro día y los días siguientes la visité.
HOUND / P. 18
Gladys, mi madre, lloraba cada vez que la visitaba. Se tapaba
los ojos, seguía siendo mi madre, así que no articulaba mucho
su angustia, no quería preocuparme, solo me decía que era
difícil estar así, estar ahí. Yo no sabía qué decir (por lo visto
ese es mi rasgo característico: el no saber qué decir cuando
me topo con la tristeza más pura de frente), pero rogaba que
se le pasara; la coraza de distanciación era mi atuendo de la
temporada, esa en la que ves a tu madre desvanecerse entre
lágrimas.
Nos sentamos en el balconcito del hogar y ella rompía a
llorar, incesantemente, así por varios días; hasta que dejó de
hacerlo. Hacía de ese espacio una alucinación de lo que fue
su casa, su vida, un hospital y ya no lloraba, pero ciertos días
buscaba escaparse. Entonces golpeaba, arañaba, maldecía;
su pena era que tenía que ir a cuidar a su madre y no la
querían dejar salir. Para mí ver a mami y a los demás ancianos
en sus procesos interactuando entre ellos, hablándose
desde un pasado que no compartían, pero que les resultaba
coherente, era una narrativa que exploraba llena de miseria y
de miedo. Llena del vaticinio de la soledad, la vulnerabilidad
y el olvido. Pero hoy pienso en mami llorando.
Cuán inconsciente fui de la tragedia, esa que veo ahora
que ya ni se queja, ya ni quiere irse, ya está en la cama y a
veces vuelve y sonríe con honestidad, otras, simplemente no
está. Dejé a mami en un Hogar y ella lloraba, jamás imaginó
que lo que nos inculcó de niñas: que la pusiéramos en un
asilo cuando no pudiéramos cuidarla, pudiese ser posible.
Pobre mami, ella lloraba, pero no quería preocuparme del
sufrimiento, ese sufrimiento: que sus propias hijas la dejaron
en un Hogar a que muriera sola.
Y en efecto, murió… tras una operación de cadera que parece
haberle hecho justicia. Murió, no encamada ni entubada ni de
ningún modo de esos espantosos a los que son condenados
los pacientes de Alzheimer. Murió con los ojos mirando hacia
el techo, mirando atenta, no perdida. Murió acompañada de
sus cuidadoras, murió y cuando llegué ya estaba con ojos
abiertos, cuerpo extendido, pero encorvado al mismo tiempo.
Murió como es preciso morir, viva. Yo también morí con ella,
un tanto. Solo Lucas me revive y esa amenaza late cada día
con más fuerza.