Alternativa Caribe
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Mujer y sociedad
Por: Imelda Daza Cotes*
La mujer es la mitad de todo, la
mitad de la pareja, de la sociedad
y de la población del
mundo, pero esa mitad padece
en mayor proporción los males de
la humanidad; resulta inaceptable
que sea tan escasa nuestra capacidad
de actuar para superar tantas
injusticias. De los 1.300 millones de
pobres absolutos en el mundo, el
70% son mujeres.
Las mujeres hemos nacido y crecido
bajo la férula de un patriarcado
que, sostenido sobre todo en creencias
religiosas nos ha relegado a
los papeles que se juzgan propios
del “sexo débil”. Desde siempre le
correspondió a la mujer llevar a
cuestas los ingratos pero indispensables
oficios domésticos que todavía
hoy ningún país del mundo
reconoce como parte del PIB. Todo
porque no es remunerado y por eso
no se puede cuantificar, aunque se
estima que constituye un tercio de
la producción de cada país. Ese es
el tamaño de la deuda económica
que la sociedad tiene con las amas
de casa, que deberían por eso tener
derecho a la jubilación y tendría
que sumar a la hora de calcular la
pensión para las mujeres trabajadoras
fuera del hogar. Según la
OIT, del total del tiempo trabajado
por las mujeres sólo un tercio es remunerado,
mientras que ¾ del trabajo
masculino es asalariado.
La falta de oportunidades, las limitaciones
al libre ejercicio de derechos
y sobre todo la violencia en
todas sus formas, son los peores
males que afectan a la mujer. Las
estadísticas no ceden, los asesinatos
de mujeres por parte de sus
parejas ocurren a diario en buena
parte del mundo. Pero, desde luego,
las injusticias y la desigualdad
no afectan por igual a todas las
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mujeres. Las hay muy favorecidas
y bien acomodadas al injusto orden
de cosas, pero estas son escasa
minoría. Las demás soportan en
mayor o menor grado las carencias,
los maltratos, el sometimiento,
las privaciones, la doble carga
laboral y como si fuera poco hay
que cargar con la responsabilidad
moral de una sociedad que censura
en la mujer mucho de lo que en
el hombre aplaude.
Sin duda algo se ha avanzado en
cuanto a oportunidades educativas
pero falta mucho por resolver
en otros campos y la tarea no está
exente de riesgos. En la lucha por
su emancipación la mujer ha sido
víctima de la manipulación y de
una suerte de avasallamiento masculino
que apoyado en los medios
y en la moda tiende a esclavizarla.
El afán “ liberador” ha llevado a
las mujeres a un destape que no es
más que la cosificación del cuerpo
femenino para convertirlo en un objeto
decorativo del paisaje social,
con pasarelas por donde desfilan
cientos de bulímicas, anoréxicas,
remodeladas a punta de cirugías e
implantes que no hacen más que
inocular en sus conciencias el virus
autodestructivo en aras de obtener
la aprobación masculina como única
recompensa. Estos modelos de
belleza y de mujer, afectados por
la mirada misógina de modistos
(casi nunca modistas) se esmeran
por ocultar a la gran mayoría de las
mujeres que no son ni rubias ni escuálidas,
son indígenas, asiáticas,
africanas, mestizas muy dueñas
de un propio sentir y en todo caso
más auténticas.
En el campo laboral la discriminación
contra la mujer es un oprobio.
Se da en muchas formas. El desempleo
castiga en mayor proporción
a las mujeres de todas las
edades y condiciones y las diferencias
salariales entre hombres y mujeres
que desempeñan los mismos
cargos son inexplicables e injustificables.
Con frecuencia las mujeres
reclaman cuotas políticas como solución
y son muchos los gobiernos
que exhiben rostros femeninos en
altos cargos, igualmente abundan
las ejecutivas de importantes consorcios
y empresas así como varias
presidentas o jefes de gobierno.
Pero la condición femenina no es
en sí mismo garantía de mucho.
Abundan los ejemplos de mujeres
promotoras de políticas contrarias
a las mayorías populares, las
hay que aplican con rigor recortes
neoliberales, otras promueven guerras,
son corruptas e indolentes,
igualmente hay empresarias que
sin compasión alguna discriminan
a otras mujeres. Es decir, muchas
mujeres acceden al poder y participan
en política para hacer lo mismo
que hacen los hombres porque
carecen de una mirada crítica del
poder masculino y de una visión
política desde la femineidad comprometida
con la causa de la Mujer.
En realidad todo se reduce al reemplazo
de un hombre por una mujer
para que todo siga igual. Por ahí no
es la cosa.
Reivindicar a la mujer no implica en
principio arrebatarle al hombre cuotas
burocráticas. Nos corresponde
ante todo cuestionar el concepto de
poder, comprometernos con la defensa
de nuestros derechos, luchar
contra todas las formas de violencia
y de discriminación. La verdadera
liberación femenina tiene que
pasar por la reorientación de la
educación, de los conocimientos y
valores que se promueven e imparten
en la escuela y en la intimidad
familiar para abolir los estereotipos
discriminatorios y potenciar la formación
de mujeres en igualdad de
derechos, en nuevos valores y por
la adquisición de nuevos saberes
que le permitan aprovechar todas
sus capacidades y potencialidades.
Las mujeres tenemos que reivindicar
nuestros derechos con firmeza
y valentía, luchar por una sociedad
donde la procreación sea un acto
libre y voluntario y donde al lado de
los hombres y con ellos podamos
construir un mundo en el que prevalezca
la paz y donde sea posible
la igualdad y la fraternidad con una
nueva masculinidad que habrá de
reaprender también.
*Economista
Docente universitaria
Exconcejal UP en Valledupar
Exiliada en Suecia 1987-2015
Excandidata a la gobernación del Cesar 2015
Vocera de Paz en la Cámara de Representantes
2016-2017.