Media Luna no.3
Revista mexicana de literatura, ilustración y fotografía
Revista mexicana de literatura, ilustración y fotografía
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Me hablaron sobre un cielo y un
infierno, sobre castigos y premios,
pero nunca sobre vacíos. Razón de
que dichas explicaciones no fueran
suficientes para responder todas
las cuestiones que incansablemente
venían a mi mente, por lo que busqué
tu nombre en otro libro. Me contaron
historias sobre guerreros nacidos de
una madre mutilada por sus propios
hijos; gemelos que jugaban a la pelota
en el inframundo, enfrentándose a
dioses descarnados, dioses pobres que
quemaban sus cuerpos arrojándose
a una hoguera y hombres que
atravesaban un inmensurable viaje
a través de desiertos,
mares y montañas para
llegar al mismo punto
en el que iniciaron.
Pasaste de ser una
cruenta desconocida, a
una sublime equilibrista
que se balanceaba
sobre una línea delgada
y decidía sobre quienes
elevaba o dejaba caer.
Me encuentro sentada
en un consultorio, del
otro lado de la mesa está el juez que
decidirá mi destino. Sus palabras son
concisas, al punto de congelarme la piel:
“Tendremos que proceder con la cirugía,
la agendaré dentro de tres semanas, el
25 de junio harán las pruebas previas
al procedimiento”. Mi lengua se muerde
encarcelando en una jaula de silencio
la frase que mis lágrimas no pueden
decir: “Pero, ese día es mi cumpleaños”.
La ancha libreta se cierra de golpe, con
mi nombre trazado entre sus páginas
y la pesada puerta me abandona tras
mis espaldas. Regreso a casa sabiendo
la fecha exacta en la que se cumplirá
el mayor de mis miedos, y curiosamente
coincide con la de mi décimo cumpleaños.
Me hablaron
sobre un cielo
y un infierno,
sobre castigos
y premios, pero
nunca sobre
vacíos.
Estoy en una cama de hospital
mientras espero a mi madre, pero en
su lugar llega un enfermero, quien me
pide que suba a otra camilla. Paso por
diversas puertas de cristal hasta llegar
a un cuarto iluminado por una decena
de deslumbrantes lámparas. Todos
visten una bata azul y no puedo ver
ningún rostro, me siento traicionada y
decepcionada, pero esos sentimientos
se ven apagados por el miedo de ser
anestesiada. Tras dos intentos fallidos de
canalización intravenosa que terminan
en una perforación, finalmente colocan
una mascarilla sobre mi nariz y me
piden contar hasta diez. Mis labios no
terminan de pronunciar el
primer número y todo se
desvanece en ese segundo.
No hay ningún sueño, no
hay ninguna sensación.
Ni siquiera hay un yo,
sólo una nada en medio
de un espacio vacío. Lo
siguiente que escucho
es un monitor cardíaco,
su ritmo parece ser
demasiado rápido y entre
más lo escucho, más
rápido se vuelve. Mi vista, más borrosa
de lo normal, me impide distinguir
cualquier silueta, mis párpados son
demasiado pesados para levantarlos.
Estoy perdida en un limbo. Cuando
finalmente vuelvo a la realidad, me
encuentro con un par de tobillos
vendados y faltos de sensibilidad,
y un gran moretón hinchado en mi
mano. “Tu corazón se detuvo por un
par de segundos”. Es lo primero que
escucho decir a una enfermera. Aún
sigo sin determinar si fue efecto de la
anestesia o de algo más, pero nunca
antes en mi vida me había sentido tan
tranquila como en ese momento.
Es una paz pura, todo parece
etéreo y desaparece, no hay
MEDIA LUNA
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