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Media Luna no.3

Revista mexicana de literatura, ilustración y fotografía

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***

La cocina

estaba llena, se

escuchaban gritos

por todos lados.

Los últimos cuatro

días habían sido

agotadores. Con

altos y bajos,

sustos y alegrías.

Mis tías hacían comentarios, mi mamá

y mi hermana también. Algunas

hacían planes a futuro como que en

unos meses podría haber mejorado

o se habría encontrado un mejor

tratamiento. Yo solamente escuchaba

atenta, en silencio. Sin embargo, tenía

que salir de mí, no podía callarlo.

- ¡Él ya no se va a poner bien! ¡Eso es lo

que pensamos pero no! Hoy sucedió lo

que se conoce como falsa mejoría, ya

no volverá a ser igual.

Lágrimas salían de mí, se desbordaban

los recuerdos al momento de decir esas

palabras. Un estado de shock nos cautivó

a todos. Era lo que nadie quería escuchar:

la verdad. Apareció el silencio incómodo

y, casi leyéndonos el pensamiento, mi

tío Martín bajó apresurado las escaleras

para la cocina.

Era lunes,

cuatro de

febrero.

se volvió nuestro

compañero en la

habitación. Cada

uno de los que

estábamos ahí

buscó su rincón

cerca de él. Yo

tomé su mano

y me recosté en

la cama de su

lado izquierdo,

acurrucándome como cuando era

pequeña. Él se veía impecable, como

si acabara de caer en un sueño. En un

instante llegaron muchas personas

a la casa, como si fuera tributo, se

formaron para despedirse de él.

Hay algo que no se piensa mucho

de la muerte y es que cuando recién

llega todo es ajetreo. Se debe buscar al

médico que dé fe del hecho, hablar a la

funeraria, escoger un ataúd, preparar

la esquela. A mí me tocó seleccionar la

ropa para cuando llegaran a recoger

el cuerpo. Le busqué algo cómodo y

calentito para que usara pues no le

gustaba pasar frío. Entre las prendas

estaba una bufanda negra que yo

aún conservo. Hasta hace poco tenía

todavía su perfume.

***

-Tienen que subir, ya se está yendo.

Todos corrimos, cada uno de nosotros

queríamos ser los primeros en llegar.

Sentir su último palpitar, escuchar

su último respiro. Pero era tarde, ese

movimiento en el pecho que alcancé a

ver no era más que el reflejo después de

la muerte. Mi hermano lo sostenía entre

sus brazos como a un niño. El llanto

Era lunes, cuatro de febrero. Ese día

no había clases en la universidad así

que me quedé en Pachuca. Como todas

las mañanas, salí a ver a mis papás a

su habitación. Inmediatamente me di

cuenta que algo sucedía, mi papá había

estado sintiéndose mal toda la noche

e incluso pasó al hospital a hacerse

estudios antes de que yo despertara.

En ese momento mi tío Martín lo

acompañaba mientras él dormía. Le

MEDIA LUNA

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