Media Luna no.3
Revista mexicana de literatura, ilustración y fotografía
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MUERTE
(FRAGMENTO)
PAULINA PEREZALONSO HERMOSILLO
II. Me arde el pecho
11:31. Acaba de fallecer mi Papá. Era algo esperado.
Esta mañana recibí el
mensaje. Pausé el trabajo
y me tomé un momento para
asimilar aquellas palabras. Sin
emoción, pero confundida, tuve
que leer más de una vez la noticia
para creerlo. Había pasado más de
un año desde que mi padre viajó a
la tierra de lagos y volcanes para
despedirse. A su regreso me contó
de sus tías, de María Celia, y me
mostró una fotografía incómoda
en la que posaba junto a algunos
de sus hermanos con sus parejas,
y el abuelo Carlos sentado al
frente y al centro, desconcertado,
mientras todos a su alrededor
sonreían a modo de celebración.
Esa imagen tan insólita me remitió
a las fiestas de cumpleaños de
los niños pequeños, en donde
las criaturas no tienen ni la más
remota idea de que la causa de
todo ese barullo son ellos mismos.
Fue extraño, me sentí enajenada y
al mismo tiempo, absolutamente
atraída hacia aquellos personajes
desconocidos que se presentaban
en mi vida por primera vez.
Tengo otro tío y también una
tía. Despierta mi curiosidad,
pero produce involuntariamente
rechazo. ¿Por qué siento repulsión?
Finalmente, ellos no tienen la culpa de
quiénes fueron sus padres.
Intento desviar mi pensamiento.
Prefiero escuchar otras historias, de
esas anécdotas tan emocionantes que
rayan en lo sobrenatural. Entonces
me cuenta del niño, Fernando, creo
que es su nombre. El hijo que, a causa
de un problema congénito, murió.
Cuando entró a ver al abuelo, en los
pocos minutos que lo pudo encontrar
despierto, le decía que ahí estaba el niño
brincando encima de su cama. Seguro
había perdido la lucidez a causa de la
agonía. Lo escuchó y cuando estuvo
dormido, salió de la habitación y fue a
la sala con María y Mercedes.
Charlaban del pasado, de su
niñez en Nicaragua y de su madre,
mi abuela. Tejían juntos las memorias
de los años antes de la guerra, antes
de la huida. De pronto vislumbró en
el monitor una pequeña lucecilla que
incuestionablemente se movía sobre el
yacente soñador. Dudoso de su nivel de
agotamiento, le mostró a las tías lo que
veía y para su sorpresa, con impavidez
le respondieron que era el niño y hacía
tiempo que lo visitaba. Y el resto de la
tarde continuó como si nada.
MEDIA LUNA
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