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siempre fueron nuestras, sufrimos dos ciclos enteros haciéndonos los desentendidos y
careteando los síntomas.
-La vagancia no caretea, o no debería caretear- me decís, armás un fino y yo acomodo la
mesita para desayunar granola con frutas y mate rico, siempre mate rico.
-¿que te vas a llevar?, me preguntás
-mmmmm no se, vamos descubriendo juntos- no habíamos separado las cosas cuando
me fui
No quiero destruir un hogar, pienso para mis adentros. Recuento mentalmente las cosas
que quiero llevarme en la caja: varios libros no reconocidos, una licuadora que me
regaló marta, la señora del 10 y herramientas de mano. Desarmo la repisa de arriba de
la heladera, el estante de los discos y la mesa de carpintero. Des amurar de la pared lo
que estuvo bien en ese tiempo.
Lo material no me interesa y suman en su día a día, sigue el divague mental. Los cuencos
de cerámica que compré en el parque centenario, escenario de mil esperas enamoradas,
territorio de reflexiones, goce y delicias, quedan en el tercer cajón del bajo mesada.
Podría ir ahora, con los ojos cerrados y encontrarlos allí.
La biblioteca feminista, que mejor será, que me enseñen a través tuyo. Así prefiero
escuchar las teorías, en un verde, mientras pueda leerte la boca o mirarte en el chat
cualquier dia de la virtualidad creciente de la pandemia.
Frente a frente lloramos. Cada uno a su tiempo, como solistas de una misma orquesta,
intérpretes de una convivencia hermosa, con fecha de vencimiento. En el mundo de las
ideas caímos a destiempo, hicimos lo que pudimos.
Una y otra vez quedamos con las mismas dudas, repetimos los cuentos con distintos
actores y actrices, esta vez, la obra se mantiene en cartel, la responsabilidad de amar es
más fuerte. Siento. Siempre es más fuerte. Gracias.