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Canción
En el desequilibrio de los mares,
las proas giran solitarias…
En una de las naves que se hundieron
es que ciertamente vos venías.
Yo te esperé todos los siglos
sin desesperación y sin disgusto,
y morí de infinitas muertes
guardando siempre el mismo rostro.
Cuando las olas te llevaron
mis ojos, entre aguas y arenas,
cegaron como los de las estatuas
a todo lo que les es ajenas.
Mis manos se detuvieron en el aire,
se endurecieron, con el viento,
perdieron el color que tenían,
y el recuerdo del movimiento.
Y la sonrisa que yo te llevaba,
se desprendió y cayó de mí:
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