DUNAS, LETRAS EN MOVIMIENTO
Una gaceta hecha por mediadores para mediadores, un espacio que refleja el trabajo y las acciones que realizan los promotores y mediadores de lectura en México
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Mi madre, como cuando era feliz, reiría y aplaudiría al ritmo de la
canción. Al final del pasillo nos aguardaría un viejito sentado en
la llanta de refacción para contarnos un cuento. Nos llamaría a
su lado como un pastor a los corderos. Yo llevaría el cencerro de
la oveja guía, a una señal mía mi hermano acallaría los cantos. Y
la música, las voces, el murmullo de los adultos, el universo todo
guardaría silencio para escuchar al anciano que no sería un desconocido
sino mi abuelo Pedro. Echado a sus pies, el Fierros dormiría
su sueño de perro y soñaría quizás con un camino lleno de huesos
donde él, el Capitán y el Caminante retozarían alborozados. Al
llamado de mi abuelo, dejarían el botín para seguirlo. ¿A dónde va
el abuelo? Al cerro Pachón, seguro, o a la sombra de un encino.
Acomodaría el sombrero como una almohada y se recostaría a
leer un libro. Sería niño también, estaría aprendiendo a leer a escondidas
de mi papito Ginio, que le tenía prohibido ir a la escuela.
A cada palabra descifrada a punta de esfuerzos, una magulladura,
un morete brotado a punta de cinturonazos desaparecería.
¿Qué lee abuelito Pedro? El libro está viejo y despastado, pero su
interior se mantiene incólume y vivo. Hojearía y de repente, como
si lo hubiera estado esperando, un cuento le brincaría a los ojos.
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