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ESPIRITUALIDAD CARMELITANA
Escapulario del Carmen
Manuel Bonilla, O. Carm.
Al poner en relación oración y Palabra de Dios, la Regla, aunque no cita el
método, remite al ejercicio de la lectio divina practicado por los Padres del
desierto y los frailes mendicantes, que se basa no sólo en leer la Palabra sin
más, sino en orar la Palabra que Dios nos dirige (“hágase tu voluntad”) y orar
con la Palabra guardada en el corazón (cfr. Lc 2,19), de manera que ya no se
desea otra cosa sino lo que Dios nos comunica. Meditar la Palabra y velar en
oración en todo momento indican la actitud obediente, sabia y contemplativa
que conduce a descubrir el sentido de cuanto nos acontece aceptando que
sea Dios el que guíe nuestra vida y no nuestras ambiciones. Este modo de
situarse ante Dios suscita la oración como respuesta acertada, ya que sólo atina
al hablar el que antes ha escuchado. Sólo entonces surge la alabanza y el
deseo de obtener el don que Dios nos muestra, diciendo sí a Dios como María
respondió al ángel (Lc 1,38).
El Señor, que nos ama, siempre nos atiende, pero con frecuencia nuestra
palabrería ahoga su voz, pues nos importa menos escucharlo y más que él
haga lo que queremos. Sin embargo, orar es ante todo callar ante Dios, silenciar
nuestras ansias y dejar que él nos diga algo sobre lo que nos agobia y
buscamos, es escucharlo y pedirle el don de vivir en conformidad con lo que
nos comunica, con su voluntad. Esta es la secular experiencia de oración del
Carmelo, de la cual dejó la primera huella San Alberto el legislador, hombre
de profunda oración, que redactó el texto más breve de las Reglas conocidas
a base de citar la Palabra de Dios que guardaba en el corazón, mostrando así
que la Palabra estructuraba su pensar. Lo seguirán otros grandes maestros de
oración en el Carmelo como Teresa de Jesús, María Magdalena de Pazzi, Juan
de la Cruz y muchos más.
Fe de erratas: Al final de la página 167 del número anterior hubo un
grave error, ajeno totalmente al autor. Desde la dirección pedimos
disculpas al P. Manuel. Es revelador que de las cinco mujeres que la Iglesia
proclama Doctoras… No son cinco sino cuatro.
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