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Eso no es bueno.
Jenny ha salido de la cocina limpiándose unas gotas de leche del mentón.
—¿Qué es ese ruido?
—El ascensor.
Ha mirado instintivamente el reloj.
—¿Qué ocurre?
—No lo sé.
Me he levantado de la silla, me he acercado a la puerta del ascensor y he
escuchado. El zumbido se había detenido. El ascensor había llegado hasta arriba.
Me he vuelto hacia Jenny.
—Vuelve a la cocina.
—¿Por qué?
—Haz lo que te digo, por favor.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—No lo sé. Por favor, vete a la cocina.
He oído en lo alto el sonido del ascensor que volvía a ponerse en marcha…
Cunc, clic, ssshhh…
Los ojos de Jenny se han llenado de miedo.
—No te preocupes —le he dicho—. Probablemente no será nada. Espera en la
cocina mientras voy a ver lo que ocurre. Cierra la puerta, ¿vale? Te llamaré dentro de
un minuto.
Jenny ha vacilado y ha mirado hacia la puerta del ascensor.
—Vete —le he dicho.
Ha regresado a la cocina y ha cerrado la puerta. Me he vuelto hacia el ascensor.
Ha descendido con un murmullo y ha hecho clunc al detenerse. El corazón me late
con fuerza y las manos me sudan. Me las he secado con la camisa y he respirado
hondo. La puerta del ascensor se ha abierto… chsss…
Dentro había dos personas: una mujer en la silla de ruedas y un hombre tirado en
el suelo, con los pies atados y las manos sujetas detrás de la espalda. La mujer estaba
inconsciente. La habían drogado, igual que a Jenny y a mí. Lo he olido en su
aliento… amargo, dulce, horrible. Llevaba el maquillaje todo corrido y un reguerillo
de vómito se le había secado en la boca. El hombre estaba despierto, pero tenía mala
pinta. Llevaba la boca cubierta por una mordaza sanguinolenta, le sangraba la nariz y
el ojo izquierdo estaba tan inflamado que no podía abrirlo. Su ojo derecho me miraba
con furia.
—¡Mmmm! —mascullaba a pesar de la mordaza—. ¡Hijjjodeppputta! ¡Mmmmm!
Me he quedado muy sorprendido, pero, desde luego, no tan aturdido como
cuando llegó Jenny. No sé muy bien por qué. Seguramente porque esta vez eran
adultos. Los adultos son distintos, ¿no? Cuando vemos a un adulto que sufre, nos da
lástima igualmente, pero ni la mitad de la que nos inspira un niño. Me imagino que
será por la indefensión del niño. Nos afecta. Nos parte el corazón. O puede que no.
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