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Diario del bunker - Kevin Brooks ORG

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Eso no es bueno.

Jenny ha salido de la cocina limpiándose unas gotas de leche del mentón.

—¿Qué es ese ruido?

—El ascensor.

Ha mirado instintivamente el reloj.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé.

Me he levantado de la silla, me he acercado a la puerta del ascensor y he

escuchado. El zumbido se había detenido. El ascensor había llegado hasta arriba.

Me he vuelto hacia Jenny.

—Vuelve a la cocina.

—¿Por qué?

—Haz lo que te digo, por favor.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—No lo sé. Por favor, vete a la cocina.

He oído en lo alto el sonido del ascensor que volvía a ponerse en marcha…

Cunc, clic, ssshhh…

Los ojos de Jenny se han llenado de miedo.

—No te preocupes —le he dicho—. Probablemente no será nada. Espera en la

cocina mientras voy a ver lo que ocurre. Cierra la puerta, ¿vale? Te llamaré dentro de

un minuto.

Jenny ha vacilado y ha mirado hacia la puerta del ascensor.

—Vete —le he dicho.

Ha regresado a la cocina y ha cerrado la puerta. Me he vuelto hacia el ascensor.

Ha descendido con un murmullo y ha hecho clunc al detenerse. El corazón me late

con fuerza y las manos me sudan. Me las he secado con la camisa y he respirado

hondo. La puerta del ascensor se ha abierto… chsss…

Dentro había dos personas: una mujer en la silla de ruedas y un hombre tirado en

el suelo, con los pies atados y las manos sujetas detrás de la espalda. La mujer estaba

inconsciente. La habían drogado, igual que a Jenny y a mí. Lo he olido en su

aliento… amargo, dulce, horrible. Llevaba el maquillaje todo corrido y un reguerillo

de vómito se le había secado en la boca. El hombre estaba despierto, pero tenía mala

pinta. Llevaba la boca cubierta por una mordaza sanguinolenta, le sangraba la nariz y

el ojo izquierdo estaba tan inflamado que no podía abrirlo. Su ojo derecho me miraba

con furia.

—¡Mmmm! —mascullaba a pesar de la mordaza—. ¡Hijjjodeppputta! ¡Mmmmm!

Me he quedado muy sorprendido, pero, desde luego, no tan aturdido como

cuando llegó Jenny. No sé muy bien por qué. Seguramente porque esta vez eran

adultos. Los adultos son distintos, ¿no? Cuando vemos a un adulto que sufre, nos da

lástima igualmente, pero ni la mitad de la que nos inspira un niño. Me imagino que

será por la indefensión del niño. Nos afecta. Nos parte el corazón. O puede que no.

www.lectulandia.com - Página 32

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