El trabajo del río
Este cuento pertenece al libro Azul profundo.
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Raúl Ariel Victoriano
les para cualquier ser humano. Más aún para un fugitivo
como él. Todos los sitios son malos para
quien elige el Delta como escondite.
Y Antonio iba de sombra en sombra como si también
él se hubiese construido su propia tumba, como
la que le hizo a Juana, con una montaña de cascotes
y una cruz de palo rosa encima, atravesada por un
clavo y atada con alambre de fardo. Pasados unos
cuantos meses fue perdiendo el temor, nadie lo perseguía,
encontró un lugar que consideró seguro y
ocultó la lancha con ramas de sauce.
A partir de ahí se aventuró a los arroyos con un bote
de madera para la pesca sin red. Y no dejó que pasara
siquiera un sólo día en dedicar un pensamiento
a Juana. Ninguno. Parecía un monje preparado para
la ceremonia religiosa. Indefectiblemente, antes de
la última mordida del sol al contorno de los humedales,
detenía el bote, vacilante primero, un poco
sosegado después, sereno por último, sobre la tela
quieta del río, terriblemente quieta por debajo de su
mirada fija, estúpida, anhelante, misteriosa. Ahora,
sin la compañía de su mujer, Antonio se había transformado
en mera sombra.
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