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¡Qué cosa extraña, pensé, la BIPEDESTACIÓN y el YO!
Respondí al correo de Arsuaga con estas consideraciones sentimentales (quizá
sentimentaloides), a las que dedicó una frase educada para explicarme a continuación
cómo hacemos al caminar: «El pie —decía— cae sobre el talón, que es el pilar posterior
de la bóveda plantar. Luego se transmite el peso por el borde exterior hasta que se
apoya en el pilar anterior de la bóveda. A continuación, se flexionan los dedos y el pie
se apoya en ellos. El empuje final lo da el dedo gordo y la pierna sale impulsada hacia
delante como un péndulo. Las huellas de los australopitecos bípedos de hace tres
millones y medio de años son exactamente iguales a las de nuestros niños en la arena de
la playa. Toda esa biomecánica la hacemos sin pensar.»
Leí su correo en el móvil, a primera hora de la mañana, mientras caminaba por la
playa de Aguilar, en Muros de Nalón, Asturias. Tomé conciencia de la forma
abovedada de mis pies y me hice cargo del pilar anterior y del posterior, y comprobé, en
efecto, que pisaba con el talón y que la energía provocada por ese golpe se transmitía al
pilar delantero a través del empeine, y que a continuación la fuerza llegaba a los dedos,
en especial al pulgar, que hacía de muelle para impulsar la pierna hacia delante. La
bipedestación me pareció un milagro gramatical, pues todo ese movimiento que iba de
la parte posterior del pie a la anterior se podía analizar sintácticamente como una frase.
Sujeto, verbo, complemento directo. Pensé que ya nunca volvería a caminar a tontas y a
locas.
Más tarde, en casa, busqué en el ordenador Lucy in the Sky With Diamonds, y la
escuché una y otra vez mientras recorría la habitación de un lado a otro.
Picture yourself in a boat on a river,
with tangerine trees and marmalade skies.
Somebody calls you, you answer quite slowly, a girl with kaleidoscope eyes.
(Imagínate en una barca, en un río,
con árboles de mandarina y cielos de mermelada.
Alguien te llama, respondes despacio,