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—Somos simios bípedos, no monos —pareció corregirme Arsuaga—. Es un matiz
pequeño pero interesante. Somos primates pertenecientes al grupo de los simios, o sea,
monos sin cola. De cintura para arriba somos como los demás simios. Tenemos el pecho
plano, la caja torácica aplastada desde delante hacia atrás. Estamos comprimidos, ¿no
ves?
El paleontólogo se detuvo y colocó una de sus manos en mi pecho y la otra en mi
espalda para que me hiciera idea de la compresión a la que están sometidos mis
órganos.
—Entre la parte de delante y la de atrás apenas hay un palmo y en ese palmo están
contenidos el corazón, los pulmones, etcétera. En cambio, los cuadrúpedos están
comprimidos lateralmente.
—¿Todos?
—Todos, sin excepción. Piensa en un perro, piensa en la forma de su caja torácica, y
en cómo están colocados sus omoplatos. Luego compáralos con la posición de los tuyos.
Pensé en la caja torácica de un perro, en la posición de sus omoplatos y en la de los
míos. Arsuaga esperaba mi respuesta con una mirada interrogativa.
—¿Lo ves o no? —preguntó impaciente.
—Lo veo —dije.
—Pues ahora olvídate de los cuadrúpedos. Vamos a hablar de la eficacia biomecánica
de tu cuerpo y del mío. A ver, ¿dónde tenemos el centro de masas?
—¿Te refieres al centro de gravedad?
—Centro de gravedad, centro de masas, como quieras. Es el punto en el que se
concentra el peso del cuerpo. Tu centro de gravedad está situado entre el ombligo y el
pubis, a la altura de la hebilla del cinturón pero dentro del cuerpo. Si trazas una vertical
desde ese punto hasta el suelo, la vertical muere entre los dos pies. ¿Sí o no?
—Sí.
—Llamaremos al área que ocupan los dos pies «base de sustentación».
El paleontólogo se colocó ahora a mi espalda y me invitó a dejarme caer hacia él sin
doblar el cuerpo, como en el juego ese de la confianza que practican en los grupos de
apoyo.