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Estábamos pasando por la orilla del estanque del parque, sobre cuya lámina de agua
empezaba a depositarse una finísima capa de niebla que parecía una mortaja. Vi un
pato volando y se lo dije:
—Mira, un pato.
—No, joder, es un cormorán —me corrigió—. Un cormorán es una cosa muy seria,
Juanjo. Este parque es fantástico.
—Dicen que se trata de un nuevo concepto de parque: el parque inteligente, como si
los de toda la vida fueran tontos.
—Ya te contaré cosas del cormorán, que es un gran pescador. En algunos países, los
pescadores les ponen una cosa en la garganta para que no se puedan tragar el pez. Así,
se lo quitan.
—Vale, pero no nos distraigamos con el cormorán.
—Otra vez el pánico a las distracciones. ¿De dónde te viene ese trauma?
—No lo sé, me gusta ir al grano.
—Las palancas —dijo con gesto de resignación—, hablábamos de las palancas. La
mecánica está basada en los diferentes tipos de palancas. Todo lo que en una máquina
no es motor es palanca. El balancín es una palanca de primer grado.
—¿Y qué tienen que ver el balancín y la palanca con el cuerpo?
—Decíamos antes que lo conveniente es que el centro de gravedad del cuerpo
describa al andar una trayectoria recta, paralela al suelo. Date cuenta de que podemos
conseguir al día dos mil quinientas calorías, más o menos. No es fácil obtenerlas y
conviene administrarlas. La solución es que el centro de gravedad no se desplace
apenas al andar. Hay dos tipos de desplazamiento que no molan: el desplazamiento
hacia arriba y abajo y el desplazamiento hacia los lados. Como somos bípedos, cuando
yo levanto la pierna derecha, por ejemplo, se producen dos fuerzas: una, la de la
gravedad, que tira del cuerpo hacia el lado no soportado. Para evitar la caída, me voy
un poco hacia la izquierda, hacia la pierna apoyada en el suelo, en cuya cadera actúa la
fuerza contraria. De manera que, si lo piensas, andar es estar cayéndose todo el tiempo.
—¡Fantástico! —exclamé con auténtica admiración—. Andar es estar cayéndose todo
el tiempo, igual que vivir es morirse sin pausa.