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Tres-tistres-tigres-Cabrera-Infante-Guillermo

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había un pájaro cantando tiatira tiatira con un graznido. No hacía calor,<br />

aunque parecía que iba a llover por la tarde. La puerta se abrió de nuevo.<br />

—Que pase —dijo el tipo, contra su voluntad.<br />

Cuando entré lo primero que sentí fue un olor, sabroso, a comida.<br />

Pensé, si me invitaran a almorzar. Hacía por lo menos tres días que no<br />

comía más que café con leche y algunas veces pan con aceite. Vi frente a mí<br />

un hombre joven (cuando entré estaba a mi lado, pero me volví) de aspecto<br />

cansado, pelo revuelto y ojos opacos. Estaba mal vestido, con la camisa<br />

sucia y la corbata que no anudaba bien separada del cuello sin abrochar sin<br />

botón. Le hacía falta afeitarse y por los lados de la boca le bajaba un bigote<br />

lacio y mal cuidado. Levanté la mano para dársela, al tiempo que inclinaba<br />

un poco la cabeza y él hizo lo mismo. Vi que sonreía y sentí que yo también<br />

sonreía: los dos comprendimos al mismo tiempo: era un espejo.<br />

El tipo (¿qué era: un mayordomo, secretario, el guardaespaldas?) me<br />

esperaba todavía al terminar el pasillo. Parecía impaciente o quizás aburrido.<br />

—Dice que se siente —dijo y me indicó una puerta que se abría a la<br />

izquierda como la sola escapatoria a la oscuridad del salón, donde presentí<br />

jarrones con flores artificiales, sillones mullidos, una mesa con revistas. La<br />

puerta abierta anticipaba la acogida del otro salón, iluminado. (Desde el<br />

salón oscuro me dio la impresión de que era luminoso.) Entré. Vi que la luz<br />

se colaba por las ventanas: dos grandes puerta-ventanas abiertas de par en<br />

par. Había un sofá de paja manila tejida, complicado y una butaca de cuero<br />

marrón y un sillón Viena, y también un secreter de maderas preciosas y creo<br />

que una espineta o un piano barroco. De las paredes colgaban cuadros en<br />

marcos laboriosos. No vi su asunto o los colores porque la demasiada luz<br />

brillaba en el barniz y los velaba. Creo que había otros muebles y antes de<br />

sentarme con la definida impresión de que entraba en un anticuario<br />

sucedieron tres cosas simultáneamente o una muy cerca de la otra. Oí un<br />

sonido vibrante, tenso y luego, estruendosa, una palmada, oí un disparo y vi<br />

cómo una mano y un brazo uniformado cerraban la puerta.<br />

Me senté pensando que alguien llamaba afuera y cuando estuve<br />

cómodo (me di cuenta que estaba realmente fatigado, casi con náuseas) vi el<br />

angelito. Era una estatua de baccarat o de biscuit o de porcelana opaca,<br />

sobre un pedestal del mismo material —o de yeso. Era un ángel fuerte, con<br />

un halo arriba y detrás. Tenía en una mano un libro abierto y el pie izquierdo<br />

sobre un manto de rocas y el derecho en la base, que debía figurar la tierra, y<br />

una sola mano levantada al cielo. Lo que más me llamó la atención fue el<br />

librito color de turrón (la estatuita era policroma-da), con aspecto de<br />

mazapán, casi comestible. Sentí tal hambre (esa mañana no había tomado

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