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Tres-tistres-tigres-Cabrera-Infante-Guillermo

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—Tiro al blanco —dijo, sin explicar nada. No era joven, tampoco era<br />

viejo: estaba envejecido. Nunca lo había visto en persona: nada más que en<br />

la televisión, de pasada, comiendo perros calientes uno tras otro, mientras<br />

anunciaba una marca de salchichas. Eso ocurrió hace tiempo y ahora era una<br />

celebridad, un magnate, un líder político. Los perros los comía de verdad,<br />

porque estaba gordo, indecentemente. Vestía un pull-over blanco y shorts<br />

azul celeste y alpargatas de fantasía de color azul marino. Llevaba<br />

espejuelos y un bigote despeluzado («inglés», decían los periódicos al<br />

describirlo) y tenía el pelo más rizo y más claro que en la televisión. Se<br />

parecía a Groucho Marx, pero se veía bien que tenía de negro. «Un ruso»,<br />

me dijo alguien. «Un mulato ruso.» Sus ojos eran pequeños y mezquinos,<br />

también astutos.<br />

—Así que tú eres el hijo de María —dijo ahora, sin declarar nada.<br />

—Así dicen —dije yo, sonriendo. No me sonrió.<br />

—Tú quieres algo.<br />

—Sí —le dije—. Quiero una orientación.<br />

—¿Cómo? —era su primera pregunta. Iba a responder cuando oí que<br />

de mi boca salía un chorro de música: violento, incontenible, rítmico. Era un<br />

rocanrol que sonaba en alguna parte de la casa, debajo de mi asiento, creo.<br />

No esperó a encontrar la fuente de la música: sabía más. Se levantó y se<br />

disparó hacia la puerta. La abrió con la mano derecha (me pregunté dónde<br />

habría dejado el papelito) y gritó, gesticulando con la otra mano y la pistola,<br />

vociferando por encima de la música que entraba por la puerta<br />

comprimiendo todo el aire contra el fondo del cuarto:<br />

—¡Maga!<br />

La música seguía su ritmo ondulante, bárbaro.<br />

—¡Maga!<br />

Creo que oí una voz humana por entre las guitarras eléctricas, los<br />

saxofones en celo y los aullidos de algún El-vis Presley traducido al<br />

español.<br />

—¡Magalena cOÑo!<br />

La música bajó y se quedó como un fondo discreto para aquella dulce<br />

voz inocente.<br />

—¿Qué Pipo? Tan pronto como dijo Pipo supe que él no era su<br />

padre.<br />

—Esa cosa —dijo él.<br />

—¿Cuála? —dijo ella.<br />

—La música.<br />

—¿Qué pasa con la música? ¿No te gusta?

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