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Marta Rizo García<br />
La triple condición de la comunicación como campo académico-científico, profesional y educativo,<br />
sin bien habla de una riqueza intrínseca al campo, no ha estado exenta de complicaciones y<br />
confusiones. Al ser objeto cognitivo y práctica profesional, y al ser denominación de un campo de<br />
formación y, simultáneamente, de un campo académico generador de conocimientos, la<br />
comunicación se encuentra en una especie de encrucijada. Si a ello añadimos la propia ambigüedad<br />
del término de comunicación, que como hemos visto ha dado lugar a múltiples definiciones, en<br />
ocasiones encontradas, la confusión se acrecienta. A decir de Fuentes (2001a: 10), “esta ambigüedad<br />
original del concepto de comunicación, que es más que una dificultad de lenguaje, ha condicionado su<br />
estudio”. El mismo autor recupera a Piaget para aseverar que la comunicación padece de una dualidad<br />
epistemológica: “el sujeto humano interviene como investigador de fenómenos de los cuales es<br />
también actor” (Fuentes, 2001a: 10); o dicho de otro modo, la tensión esencial de la comunicación es<br />
ontológica, pues “su objeto es un factor constitutivo de lo humano, y al mismo tiempo un<br />
instrumento para la consecución de fines particulares, histórico-sociales determinados” (Fuentes,<br />
2008a: 77).<br />
En este contexto de confusión, por lo tanto, el campo académico de la comunicación “tiene aún<br />
serias deficiencias en cuanto a la conquista de su autonomía relativa, clave inseparable de su<br />
legitimidad académica y social” (Fuentes, 2008a: 74). Pero no es éste el espacio para seguir<br />
expresando que la comunicación es un espacio académico confuso. Ello ya se ha puesto de manifiesto<br />
en múltiples ocasiones. Lo que aquí interesa es centrar la atención en el campo educativo, y hacerlo,<br />
como ya se dijo anteriormente, desde las miradas de los actores básicos del aprendizaje de la<br />
comunicación, los estudiantes.<br />
3. Los lastres del campo educativo de la comunicación<br />
Los espacios educativo y académico de la comunicación padecen algunos lastres que no se observan<br />
con tanta fuerza en el campo profesional, que parece tener las cosas más o menos resueltas.<br />
El primer lastre que la comunicación debe superar es la indefinición del objeto de estudio, pues si<br />
tomamos en cuenta el amplio abanico de acepciones de la voz “comunicación” podríamos llegar al<br />
extremo de decir que “todo es comunicación”, y ello, obviamente, no ayudaría a su estudio. Además,<br />
el socio-centrismo y el media-centrismo de la comunicación han hecho que este campo transite por<br />
extremos que en muchas ocasiones han permanecido independientes el uno del otro, sin siquiera<br />
acercarse. Tan es así que existen concepciones del campo de la comunicación que aseveran que la<br />
enseñanza de la comunicación debe apuntar únicamente a la formación de una suerte de sociólogos<br />
de la comunicación; y en el otro extremo, dominan con fuerza aquellos planteamientos que conciben<br />
a la comunicación (ya sea en su dimensión investigativa o formativa) como sinónimo de los medios.<br />
Ante estos extremos que transitan de lo socio-céntrico a lo media-céntrico, es clave que la<br />
comunicación encuentre su espacio; un espacio que debe integrar ambas concepciones de modo tal<br />
que permita ofrecer claridad no sólo a quienes estudian comunicación, sino también a quienes<br />
diseñan los planes de estudio, y más aún, a quienes investigan los fenómenos comunicativos.<br />
Algunas afirmaciones que dan cuenta de la indefinición de la comunicación expresada en los párrafos<br />
anteriores son las siguientes. Hay autores que sostienen que es necesario que la comunicación “llegue<br />
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