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La vida decepcional en todo sentido. No aceptaba <strong>la</strong> imposiciónforzada como tampoco <strong>la</strong> supresión de<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Siempre nos decía que al hombre selo debe aceptar tal cual es y no pretender moldearlode acuerdo con nuestros deseos”. Por esoel<strong>la</strong> insiste en el respeto a los conceptos que élle inculcó y tiene pequeñas cruzadas personalesante <strong>la</strong>s que no c<strong>la</strong>udica: <strong>la</strong> defensa de <strong>la</strong>idea de familia, <strong>la</strong> decisión de no salir maquil<strong>la</strong>dade día, el rechazo al noviazgo entre un gay yuna travesti. En algún punto, Malva fue y siguesiendo conservadora. Aun así, no pudo ir contra<strong>la</strong>sancióndel matrimonio igualitario. “Estamujer nos cambió <strong>la</strong> vida”, dice. “Esta mujer” esCristina Kirchner.La escritura de sus memorias fue previa a <strong>la</strong> sanciónde <strong>la</strong> leyypor eso no hayningún capítulo alrespecto. Pero el<strong>la</strong> estuvo ahí. Esa tarde Marlenepasó a buscar<strong>la</strong> y Malva pisó por primera vez en suvida <strong>la</strong> Casa Rosada. También estaba Juan Tauil,un periodista ymúsico que había dicho presentecon cámara enmano, dispuesto acaptar imágenesparasudocumental sobre identidades trans.Cristina anunció<strong>la</strong>promulgación y<strong>la</strong>sa<strong>la</strong> estallóen gritos, ovaciones, abrazos. El p<strong>la</strong>nomuestraaMalvasentada en su sil<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> mirada perdidayelbarullo detrás. Está so<strong>la</strong> ynohay ninguna expresiónen su cara. Ni siquierasonríe. El p<strong>la</strong>no secierra: tiene los ojos llenos de lágrimas.“Toda su historia le pasó por <strong>la</strong> cabeza cuandoel policía le dijo: «Ade<strong>la</strong>nte, señora»”, cuentaMarlene, que antes de entrar se metió a losempujones entre toda ese gente yledijo alquecustodiaba <strong>la</strong>s rejas: “Cuando abras van apasartodas en banda y a <strong>la</strong> vieja me <strong>la</strong> van adescolocar.Deja<strong>la</strong> pasar, te lo pido por favor”. El hombre<strong>la</strong> dejó y también le regaló ese sustantivo con elque Malva había soñado toda su vida. Después,<strong>la</strong>s “locas” salieron afestejar yel<strong>la</strong> se fue asucasa, so<strong>la</strong>, en colectivo. “Yo sé que Malva sienteque todo esto le llega tarde”,dice Marlene. “Peroal menos puede verlo y regodearse con <strong>la</strong> genteque lo disfruta.”“Confieso que tuve ganas de llorar, pero dealegría. Había llegado para mí algo impensado,tal vez utópico; podía hab<strong>la</strong>r ymirar alos quepor <strong>la</strong>rgos años fueron mis enemigos: <strong>la</strong> policía.¡Qué paradoja! Aquellos que en otros tiemposme llevaban presa por maricón, en ese momentome abrían solícitos <strong>la</strong>s puertas de <strong>la</strong> Casa Rosada.¡Cómo es esta vida y cuántas vueltas tiene!Bastóuna leyparaque nuestraidentidad sexualfuera tomada en cuenta dentro del marco delrespeto humano”, escribía Malva en un artículotitu<strong>la</strong>do “Adiós al oprobio” del suplemento Soy,el 30 de julio de 2010.malva escribio para el teje sobre temasdiversos: su vida en Chile, su llegada a BuenosAires, los abusos del régimen peronista, <strong>la</strong> represiónpolicial, <strong>la</strong>s cárceles por <strong>la</strong>s que pasó.Más tarde Marlene <strong>la</strong> contactó con <strong>la</strong>s editorasde Página/12 y ahí siguió escribiendo anécdotaspersonales que hicieron de su nombre una firmaestable. “Conocí a Malva de improviso”, dice LilianaVio<strong>la</strong>, una de <strong>la</strong>s directoras del Soy. “Fui a<strong>la</strong> presentación de uno de los primeros númerosde El Teje. Eran también los primeros díasdel suplemento. Yo no iba sólo por interés y solidaridad,sino para encontrarme con posiblesco<strong>la</strong>boradores. Ya había cometido el error o<strong>la</strong>inercia de, para contar con voces trans en el suplemento,<strong>la</strong>nzarme a hacer entrevistas. Ya mehabía bajado de un hondazo Marlene con un argumentoque debíamos haber tenido en nuestrosentido común: ¿por qué será que a<strong>la</strong>s transsiempre se <strong>la</strong>s entrevista, se <strong>la</strong>s tamiza, se <strong>la</strong>sinterpreta? Terminan contestando preguntas y,además, jamás cobran por sus propios textos.Digo que a Malva <strong>la</strong> conocí de improviso porquepara mífue una irrupción de realidad, depasado y de una voz propia. Imitable, sí, peroirreproducible. Marlene le hacía una entrevista“Mi vida está echada y vivida”, diceMalva. “Para los demás, bueno, si losdemás lo aceptan y les sirve, que lotomen. Para mí no es éste el pináculode una lucha.”y el<strong>la</strong>, sin <strong>la</strong> menor atención al público, narrabacómo había cruzado <strong>la</strong> cordillera escapando deuna familia yuna sociedad más represoras que<strong>la</strong> promesa que se abría con el país vecino. Unacapacidad narrativa y a <strong>la</strong> vez <strong>la</strong> voz de una señorade otra época, con <strong>la</strong> dignidad y <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se deotra época, con <strong>la</strong> amabilidad, <strong>la</strong> cordialidad ylos prejuicios de otra época. Una señora que setrataba a sí misma en masculino y que hab<strong>la</strong>bade el<strong>la</strong> cuando joven como «ese putito». Malvaes una señora que se fue construyendo con lospreconceptos, con los vestidos que el<strong>la</strong> mismabien se corta ycose, con <strong>la</strong> educación de <strong>la</strong> calley de los teatros de <strong>la</strong> calle Corrientes donde trabajó,con los amores buenos ylos fallidos yconun gran rencor a una época, que el<strong>la</strong> define comoel peronismo, que <strong>la</strong> humilló y <strong>la</strong> puso en <strong>la</strong> cárcelmás de una vez.”“yacruce los 90; para mi, el matrimonio vinoa destiempo”, dice Malva con resignación, un añodespués de <strong>la</strong> sanción de <strong>la</strong> ley. Se calienta <strong>la</strong>smanos frente a<strong>la</strong>hornallita agas que tiene ensu casa; <strong>la</strong>s frota como si hiciera fuego. Desdeafuera llegan los gritos de <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> cuadra:River perdió otra vez. A Malva siempre le interesóel fútbol y hasta sabía (sabe) <strong>la</strong>s formaciones detodos los equipos. Pero ahorahay una me<strong>la</strong>ncolíaque le saca <strong>la</strong>s ganas de dar detalles.“Mi vida está echada y vivida. Para los demás,bueno, si los demás lo aceptan yles sirve, quelo tomen. Para mí no es éste el pináculo de unalucha. El final sería el reconocimiento pleno de<strong>la</strong> sociedad.”Mientras hab<strong>la</strong>, no puedo dejar de mirar <strong>la</strong>sfotos de <strong>la</strong> pared de su casa. Aprovecho una pausay le pregunto por el bebé. Me esquiva <strong>la</strong> preguntayofrece un pedazo del budín.–¿No me querés contar quiénes son, Malva?Suspira yniega con <strong>la</strong> cabeza.–Es una historia muy triste, prefiero no hab<strong>la</strong>rporque puedo quebrarme –dice.Me quedo mirando <strong>la</strong> foto yentonces el<strong>la</strong> so<strong>la</strong>empieza acontarme. Hab<strong>la</strong> de una vieja amigasuya de San Miguel, de una hija joven, de un partoydeuna muerte. De repente no hab<strong>la</strong> más.–¿El<strong>la</strong> murió en el parto?–señalo <strong>la</strong> foto de <strong>la</strong>chica; intento dar forma al re<strong>la</strong>to fragmentado.Malva asiente y dice que ahora va todos losfines de semana a San Miguel. Toma el colectivo,aguanta <strong>la</strong>s dos horas de viaje, pisa <strong>la</strong>s callesde tierra, saluda a <strong>la</strong> gente conocida, se queda adormir ahíyvuelve alos dos otres días. “Son mifamilia sustituta.”Todos asualrededor se fueronmuriendo y el<strong>la</strong> necesitó volver a crear <strong>la</strong>zos.–Espero toda <strong>la</strong> semana para ir a ver a mi nietitopostizo.–¿Puedo ir con vos? –pregunto.–¿Estás loca?–¿Me dejás hab<strong>la</strong>r con ellos?–No.–Una l<strong>la</strong>mada.–No, no. Prefiero que no.–Pero si yo…Yesunsegundo. Losojos apagados vuelven allenarse de vida. Interrumpo <strong>la</strong> frase y me acomodoen <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>. Algo acaba de quebrarse.–Vos querés sacar sangre de donde no hay.–No, Malva –empiezo a arrepentirme.–Es tu finalidad.–Yo no quiero escarbar, lo que quiero es…–Sí, vos tenés que escarbar para tu <strong>nota</strong> ynome tenés en cuenta.–No quiero escarbar, Malva.–Ustedes son así.–…–¿Se te enfrió el café, nena?juan tauil me pide que lo espere y sube <strong>la</strong>sescaleras que llevan de <strong>la</strong> cocina a su habitaciónpara buscar el traje que Malva lehizo para subanda, Sentime Dominga. Al ratito vuelve y melo muestra, como un tesoro: un chaleco b<strong>la</strong>nco,con cuello redondo e incrustaciones de cristalesalrededor. Una inspiración tomada de <strong>la</strong>s comparsasbrasileñas, con un toque kitsch. O moderno.“Yo pensé que ledaba una mano con esto;le dije re<strong>la</strong>jate, no hay límite de tiempo, Malva”,dice. “Pero el<strong>la</strong> se lo tomó con tanta responsabilidadque me l<strong>la</strong>maba todos los días: «Juan, tenésque venir aprobarte el traje; Juan vení aprobarteel traje». Le quedó eso de su época de modista:96 | <strong>Rolling</strong> <strong>Stone</strong> | Abril de 2012

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