04.04.2015 Views

Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone

Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone

Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

CAPITULO 1: El BAR DE LAS TRAVESTIS<br />

Constitución lucía desolada y mojada por la int<strong>en</strong>sa lluvia que sacudía la ciudad desde la<br />

mañana de aquel martes otoñal. Alg<strong>un</strong>os desangelados se cubrían del agua <strong>en</strong> algún zaguán<br />

de turno y aprovechaban para armar sus pipas de paco. Flacos escuálidos, ellos y ellas te<br />

pedían <strong>un</strong>a moneda si pasabas cerca. O quizá te ofrecían sexo por tan sólo cinco pesos para<br />

luego comprar alg<strong>un</strong>a dosis más como para continuar la noche <strong>en</strong> trance. Las únicas que<br />

desafiaban la lluvia eran las trabajadoras sexuales, que <strong>en</strong> la oscuridad se transformaban <strong>en</strong><br />

las dueñas de las veredas de Constitución. Pocas eran las mujeres que andaban laburando<br />

por ahí. Alg<strong>un</strong>as arg<strong>en</strong>tinas paraban <strong>en</strong> la puerta del hotel 9 de Julio, <strong>en</strong> Lima Oeste y<br />

Constitución. Y el resto, que eran dominicanas, copaba la esquina de Constitución y Salta,<br />

además de la cuadra de Cochabamba, desde Salta hasta Santiago del Estero, <strong>en</strong> casi toda su<br />

longitud. Sin embargo, las que se multiplicaban por todos lados eran las travestis. En la<br />

esquina de Salta y Pavón, <strong>en</strong> Salta y Santiago del Estero, <strong>en</strong> Juan de Garay y San José, <strong>en</strong><br />

Cochabamba y Santiago del Estero, <strong>en</strong> Cochabamba y Salta, <strong>en</strong> Luis Sá<strong>en</strong>z Peña y<br />

Constitución, <strong>en</strong> Pavón, <strong>en</strong>tre San José y Luis Sá<strong>en</strong>z Peña, y <strong>en</strong> Virrey Cevallos y<br />

Constitución. Pero la esquina más atractiva era la de Constitución y San José, a donde me<br />

dirigí inmediatam<strong>en</strong>te.<br />

Allí había <strong>un</strong> bar inm<strong>en</strong>so que abarcaba toda la esquina. Ap<strong>en</strong>as lo vi, decidí bautizarlo<br />

como El Bar de las Travestis, puesto que a través de sus vidrios conseguí divisar todo lo<br />

que sucedía ad<strong>en</strong>tro. El mozo, llamado Eduardo, <strong>un</strong> hombre robusto de alrededor de <strong>un</strong>os<br />

cuar<strong>en</strong>ta años, se volvía loco at<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do a esas travas que se creían divas por el sólo hecho<br />

de lucir atu<strong>en</strong>dos fem<strong>en</strong>inos y de contar con dinero para consumir lo que se les diera la<br />

gana. Los taxistas, ubicados <strong>en</strong> <strong>un</strong>as mesas cercanas a <strong>un</strong> televisor que colgaba de <strong>un</strong>a de<br />

las paredes, no perdían p<strong>un</strong>tada de la película erótica que emitía la señal de cable The Film<br />

Zone, <strong>en</strong> su trasnoche. Mi<strong>en</strong>tras tanto, el teléfono semi público sonaba incesantem<strong>en</strong>te:<br />

todos eran llamados para alg<strong>un</strong>a de aquellas perfumadas y maquilladas glamorosas. Afuera,<br />

el fresco avanzaba y se adueñaba de la noche. En la esquina de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te, la antigua parte<br />

trasera de <strong>un</strong>a <strong>en</strong>orme iglesia, La Piedad, era la mayor testigo de lo que pasaba noche tras<br />

noche a costados de ese buzón rojo de correo <strong>en</strong> desuso. Los tacos de esas esbeltas y<br />

esculturales travestidas eran los que marcaban el pulso de esa zona de luz t<strong>en</strong>ue y de ruidos<br />

de motores de vehículos que aminoraban sus velocidades para que sus conductores<br />

escogieran a alg<strong>un</strong>a de aquellas siluetas con características fem<strong>en</strong>inas y look de<br />

comehombres, con qui<strong>en</strong> pret<strong>en</strong>derían ejercitar sus fantasías socialm<strong>en</strong>te reprimidas.<br />

Volvi<strong>en</strong>do al bar, cerca del baño de mujeres, que también era utilizado por las travas, la<br />

esc<strong>en</strong>a de <strong>un</strong>a de las mesas se sucedió por casi más de <strong>un</strong> año <strong>en</strong> el que terminé por<br />

hacerme habitué. Allí estaban s<strong>en</strong>tados la pareja conformada por Beto y María. El t<strong>en</strong>dría<br />

<strong>un</strong>os ses<strong>en</strong>ta y cuatro años y llevaba sus pocos pelos canosos peinados con gomina hacia la<br />

nuca. También con sus ses<strong>en</strong>ta y pico, ella lucía dos tr<strong>en</strong>zas grises que caían sobre sus<br />

hombros. La esc<strong>en</strong>a era figurita repetida: <strong>un</strong>a soda y <strong>un</strong>a jarra de vino tinto sobre la mesa.<br />

Ellos siempre s<strong>en</strong>tados, a veces comi<strong>en</strong>do el plato del día, o sólo conversando con travestis<br />

que se les acercaban. ¿Qué es lo que escondía esa pareja de ancianos todas las noches desde<br />

las nueve hasta las dos de la madrugada? En realidad, lo suyo era la v<strong>en</strong>ta de cocaína, y<br />

sólo lo sabían sus cli<strong>en</strong>tes, que por lo g<strong>en</strong>eral eran las travestis de la zona. Nadie se<br />

imaginaría que estos viejecillos con apari<strong>en</strong>cia inof<strong>en</strong>siva estarían llevando a cabo su<br />

negocio <strong>en</strong> <strong>un</strong> recóndito bar por cuyas puertas circulaban colectivos como el 102, el 168 y<br />

el 12. ¡Pero también la policía! La transa se llevaba a cabo de la sigui<strong>en</strong>te manera: el


consumidor se s<strong>en</strong>taba a la mesa de la pareja. Pedía <strong>un</strong>a cerveza y conversaban <strong>un</strong> rato<br />

hasta que se ponían de acuerdo. Entonces Beto sacaba de su valija negra <strong>un</strong>a bolsita con<br />

mercadería y se producía el trueque, con <strong>un</strong> diario Crónica abierto de par <strong>en</strong> par que era<br />

utilizado para disimular. El Gallego Lucho, <strong>en</strong>cargado del bar, no se hacía cargo del as<strong>un</strong>to,<br />

ni tampoco se llevaba comisión alg<strong>un</strong>a por permitir que sucediera eso d<strong>en</strong>tro del local. Para<br />

él, lo mejor era hacerse el des<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido. A ese comedido lo único que le importaba era que<br />

consumieran algo <strong>en</strong> las mesas para lograr acrec<strong>en</strong>tar la alcancía del dueño. Y <strong>en</strong>cima, el<br />

bar era <strong>un</strong>a mugre total. En esos pestil<strong>en</strong>tes baños, se veían pulular moscas cerca de <strong>un</strong><br />

inodoro <strong>en</strong> el que se <strong>en</strong>contraba impregnada materia fecal de hacía días. Incluso, todo era<br />

tan hediondo que cuando <strong>un</strong>o pedía algún plato hasta aparecían cucarachas muertas d<strong>en</strong>tro<br />

de los guisos incomibles que Eduardo traía de la cocina. El bar de la esquina sin dudas era<br />

horrible, pero también era el lugar clave para observar todo ese subm<strong>un</strong>do de marginales y<br />

pervertidos noctámbulos que merodeaban esa porción de la ciudad sin límites establecidos.<br />

Permanecer ad<strong>en</strong>tro de El Bar de las Travestis com<strong>en</strong>zó a ser apasionante para mí. Pasaba<br />

horas s<strong>en</strong>tado, <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>ido con alg<strong>un</strong>a travestida. Fijaba mis ojos <strong>en</strong> sus traseros e int<strong>en</strong>taba<br />

desnudar todo ese fascinante m<strong>un</strong>do ficticio <strong>en</strong> el que la iban de mujeres. Alg<strong>un</strong>as eran<br />

preciosas; otras, horripilantes. Había <strong>un</strong>a a la que con mi amigo habíamos apodado Juan K.<br />

“Che, Ricky Kalavera, la verdad que es <strong>un</strong> verdadero Juan Carlos, ¡el verdulero Juan K!”,<br />

bromeaba conmigo Lukas, el Polako, mi gran compañero nocturno, qui<strong>en</strong> fue testigo de<br />

aquellas primeras noches bizarras por ese barrio oscuro y de historias complicadas.<br />

Juan K era <strong>en</strong>orme y t<strong>en</strong>ía <strong>un</strong>os pechos gigantes, casi al aire. Ella siempre se acercaba a<br />

nuestra mesa y nos hacía reír con sus actitudes o con las cosas que improvisaba. ¡Parecía<br />

<strong>un</strong>a gran actriz! Era fija que se s<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> mi regazo y luego de franelearme <strong>un</strong> poquito por<br />

la zona de mi bragueta, corría su corpiño y me invitaba a que le diera <strong>un</strong> besito <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>o<br />

de sus desbordantes s<strong>en</strong>os p<strong>un</strong>tiagudos. D<strong>en</strong>tro del grupo de la Juan K había <strong>un</strong>a de no más<br />

de veintidós años, que por lo g<strong>en</strong>eral lucía polleritas escocesas, medias de red negras y<br />

cabello castaño, con alg<strong>un</strong>as mechitas decoloradas. ¡Era tan parecida a la cantante Fabiana<br />

Cantilo que hasta sus compañeras le decían la Fabi! Pero esta Fabi era mexicana, carne de<br />

exportación. Antes de llegar a Bu<strong>en</strong>os Aires había estado trabajando <strong>en</strong> Bogotá, luego <strong>en</strong><br />

Lima y hasta <strong>un</strong>os meses <strong>en</strong> Santiago de Chile. Una av<strong>en</strong>turera que se fue del Distrito<br />

Federal a los quince años porque no toleraba la viol<strong>en</strong>cia familiar que había padecido<br />

durante toda su niñez. Su madre, además de golpeadora, era <strong>un</strong>a atorrante que cambiaba de<br />

hombres como de bombacha. Su padre, <strong>un</strong> matón peligrosísimo, terminó <strong>en</strong>cerrado <strong>en</strong> <strong>un</strong><br />

calabozo de alta seguridad. Violada por <strong>un</strong> primo de tan sólo cuatro años más que ella, la<br />

cabeza se le dio vuelta y pronto empezó a interesarse por los pibitos de su barrio. Ya<br />

experim<strong>en</strong>tada y con mucha calle <strong>en</strong>cima, a la Fabi, Constitución le resultaba r<strong>en</strong>table, pues<br />

era <strong>un</strong>a de las más solicitadas por los tipos que frecu<strong>en</strong>taban la zona. Sin embargo, las que<br />

dirigían la batuta <strong>en</strong> ese circuito eran las travestis locales. A<strong>un</strong>que todas parecían amigas, el<br />

séquito estaba organizado de la sigui<strong>en</strong>te manera: había <strong>un</strong>a líder que t<strong>en</strong>ía a cuatro o cinco<br />

que le cubrían las espaldas. A ella había que <strong>en</strong>tregarle cincu<strong>en</strong>ta pesos semanales para<br />

poder parar <strong>en</strong> esas cuadras. A esa líder se la respetaba porque no t<strong>en</strong>ía empacho <strong>en</strong><br />

demostrar su poderío a través de la viol<strong>en</strong>cia, si la necesidad obligaba. De vez <strong>en</strong> cuando,<br />

aparecía alg<strong>un</strong>a traviesa que int<strong>en</strong>taba disputarle el mando. Entonces se producían batallas<br />

callejeras <strong>en</strong> la que las armas blancas, las pistolas y los botellazos decidían quién se la<br />

bancaba más. Una de las peores se apodaba la Rompe Coches. Esbelta, de curvas<br />

impresionantes y con los labios pintados de color rojo fuego, esquivaba el asecho de la<br />

policía de <strong>un</strong>a manera insólita y efectiva. Cuando <strong>un</strong> patrullero fr<strong>en</strong>aba para realizarle <strong>un</strong>


acta, automáticam<strong>en</strong>te ella abría su cartera, sacaba <strong>un</strong>a botellita de perfume -que <strong>en</strong><br />

realidad cont<strong>en</strong>ía nafta-, le arrojaba <strong>un</strong> chorro al auto y luego <strong>un</strong> fósforo <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido. Un<br />

truco que parecía bi<strong>en</strong> estudiado y hasta practicado <strong>en</strong> casa. Claro que todo eso lo hacía <strong>en</strong><br />

cuestión de seg<strong>un</strong>dos. Y cuando los polis bajaban asombrados del vehículo int<strong>en</strong>tando<br />

extinguir la llama de fuego, que a veces se expandía hasta <strong>en</strong> sus propias vestim<strong>en</strong>tas, la<br />

Rompe Coches desaparecía como por arte de magia. Durante días nadie sabía de ella, hasta<br />

que cierta noche volvía a exhibirse con alg<strong>un</strong>a peluca de turno y vestida de manera<br />

difer<strong>en</strong>te a lo habitual, con la int<strong>en</strong>ción de despistar a la cana.<br />

Fue así como pasaron los días, las semanas y los meses. El frío recrudecía, producto de <strong>un</strong><br />

invierno feroz que había llegado con todo para quedarse. Igual, las traviesas no t<strong>en</strong>ían<br />

empacho a la hora de exponer sus siluetas casi desnudas <strong>en</strong> las madrugadas de<br />

Constitución. Pero siempre debían estar alertas. Porque era común que surgiera algún<br />

dem<strong>en</strong>te que quisiera maltratarlas. Tal era el caso del Loco de las muletas, <strong>un</strong> hombre de<br />

<strong>un</strong>os treinta y cinco años, qui<strong>en</strong> cuando aparecía por la esquina empezaba a golpear a la<br />

primera travesti que t<strong>en</strong>ía cerca. ¡Las odiaba con toda su humanidad! Era <strong>un</strong> repulsivo y<br />

repugnante al que le causaba aborrecimi<strong>en</strong>to ver a <strong>un</strong> hombre vestido de mujer. Por lo<br />

g<strong>en</strong>eral, gritaba viol<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te y la g<strong>en</strong>te que descansaba <strong>en</strong> los hoteluchos del barrio se<br />

despertaba y se asomaba por las v<strong>en</strong>tanas para ver el nuevo espectáculo realizado por ese<br />

g<strong>en</strong>erador de disturbios. Cierta vez, se equivocó mal porque <strong>en</strong>caró a <strong>un</strong>a de las más<br />

peligrosas del ambi<strong>en</strong>te. “Travesti de mierda, no voy a parar hasta verte sangrando y<br />

suplicándome que deje de pegarte. ¡Puto del orto! ¡Andá a laburar dec<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te como lo<br />

hago yo! ¡Basura inm<strong>un</strong>da! ¡Fuera de acá o te mato!”, arremetió contra <strong>un</strong>a trava rubia que<br />

medía casi dos metros con sus botas de taco aguja. Ella era nada más y nada m<strong>en</strong>os que<br />

Cinthia, la Bombillera, <strong>un</strong>a persona respetada y temida por todo el resto. Cuando Cinthia se<br />

dio cu<strong>en</strong>ta de que se le v<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>cima la muleta del desequilibrado, le lanzó <strong>un</strong>a patada <strong>en</strong><br />

los testículos y le h<strong>un</strong>dió <strong>un</strong> puñal <strong>en</strong> su muslo izquierdo. ¡Chorros de sangre <strong>en</strong>seguida<br />

armaron <strong>un</strong> charco <strong>en</strong> la vereda! De rep<strong>en</strong>te, nadie quedó laburando <strong>en</strong> la calle. El vi<strong>en</strong>to<br />

frío y solitario era el único testigo de lo sucedido. Lucho, el <strong>en</strong>cargado del bar, llamó a la<br />

policía, pero ni salió del local. El de las muletas fue trasladado hasta el hospital P<strong>en</strong>na y no<br />

se supo nada más de él hasta que llegó la primavera. Pero Cinthia siempre se mant<strong>en</strong>ía<br />

alerta por si reaparecía y la tomaba por sorpresa. Es que así como la mayoría la respetaba,<br />

también sabía que contaba con muchos <strong>en</strong>emigos. Y alg<strong>un</strong>as que pret<strong>en</strong>dían destronarla y<br />

quedarse con todos sus negocios de drogas, chantajes y súbditos a sus pies.<br />

Cu<strong>en</strong>ta la ley<strong>en</strong>da que esa rubia <strong>en</strong>orme, de curvas prof<strong>un</strong>das y rostro angelical, <strong>un</strong> día<br />

estaba <strong>en</strong> la casa de la Morocha Jujuy, con qui<strong>en</strong> discutió durante <strong>un</strong> bu<strong>en</strong> rato por <strong>un</strong><br />

chongo que se estaban disputando. De pronto, Cinthia se rayó y le clavó <strong>en</strong> la garganta <strong>un</strong>a<br />

bombilla. A partir de <strong>en</strong>tonces, la anécdota se popularizó y recibió el apodo de la<br />

Bombillera. Era <strong>un</strong> personaje temible y respetado después de eso. Una traviesa que no t<strong>en</strong>ía<br />

empacho <strong>en</strong> sacar <strong>un</strong> cuchillo o de tirotearse con qui<strong>en</strong> se le interpusiera <strong>en</strong> su camino. Pero<br />

la Bombillera no paraba <strong>en</strong> la esquina de San José y Constitución. La zona que ella<br />

comandaba era la calle Brasil, desde San José hasta Virrey Cevallos. Por lo g<strong>en</strong>eral, estaba<br />

parada después de las diez de la noche <strong>en</strong> la puerta del hotel El Velero. La sec<strong>un</strong>daba <strong>un</strong><br />

grupo de jujeñas, con qui<strong>en</strong>es compartía sus vicios por la merca o alg<strong>un</strong>a birra <strong>en</strong> <strong>un</strong><br />

kiosquito de <strong>un</strong>os paraguayos <strong>en</strong> la esquina de Sá<strong>en</strong>z Peña, fr<strong>en</strong>te a la plaza de Juan de<br />

Garay. Cuando <strong>un</strong>a de su pandilla t<strong>en</strong>ía algún rollo con alg<strong>un</strong>a trava de otra zona, <strong>en</strong>tre<br />

todas se organizaban e iban a increparla. Siempre con cad<strong>en</strong>as, palos, navajas y sumam<strong>en</strong>te<br />

alteradas por algún estupefaci<strong>en</strong>te ingerido con anterioridad. Ese grupo solía explicar cuáles


eran las reglas <strong>un</strong>a sola vez. Luego destrozaba a golpes a qui<strong>en</strong> se hacía la rebelde o la<br />

des<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dida. Por esa época, la Bombillera vivía <strong>en</strong> el hotel Santa Cruz, <strong>un</strong> antro que estaba<br />

situado <strong>en</strong> Santiago del Estero, <strong>en</strong>tre Constitución y Brasil. La g<strong>en</strong>te del barrio sabía que<br />

cuando se producían disparos a mansalva era porque Cinthia estaba pasada de rosca o quizá<br />

se estaba tiroteando con alg<strong>un</strong>a otra desquiciada que también se la bancaba. Y la preg<strong>un</strong>ta<br />

obligada era por qué la policía no aparecía. Era claro: la Bombillera t<strong>en</strong>ía contactos con la<br />

comisaría y sus transas iban mucho más allá de las calles. Sus tejes y manejes con los polis<br />

y la brigada eran conocidos <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te. Incluso había zona liberada para ella alg<strong>un</strong>os<br />

días de la semana, <strong>en</strong> cierta franja horaria. No obstante, <strong>en</strong> ciertas oport<strong>un</strong>idades, fue a<br />

parar al calabozo. Pero sólo estaba guardada <strong>un</strong> par de días porque hasta a la misma cana se<br />

le hacía insost<strong>en</strong>ible cuando sus macanas eran grotescas. Incluso <strong>en</strong> su prontuario figuraban<br />

alg<strong>un</strong>os asesinatos que no fueron d<strong>en</strong><strong>un</strong>ciados ni esclarecidos, puesto que <strong>en</strong> su ambi<strong>en</strong>te<br />

suel<strong>en</strong> respetarse los códigos callejeros a rajatabla.<br />

Mi<strong>en</strong>tras tanto, la esquina de San José y Constitución era <strong>un</strong> hormiguero de travestidas que<br />

llegaban desde la provincia de Salta. Es que esa parte era exclusiva de las salteñas. Así<br />

como <strong>en</strong> otras zonas había jujeñas y peruanas. Las más antiguas veían como <strong>un</strong>a am<strong>en</strong>aza<br />

la llegada de tantas traviesas jóv<strong>en</strong>es, dispuestas a desplazarlas y a llamar la at<strong>en</strong>ción de sus<br />

cli<strong>en</strong>tes de años. Por eso se veían obligadas a marcar conducta. Esas chicas juv<strong>en</strong>iles<br />

llegaban con el apaño de alg<strong>un</strong>a trava vieja. A esas travestis antiguas se las m<strong>en</strong>cionaba<br />

como madres. Y a las travestis jóv<strong>en</strong>es como sus hijas o pupilas. Era f<strong>un</strong>dam<strong>en</strong>tal contar<br />

con <strong>un</strong>a madre, pues era qui<strong>en</strong> las protegía de la viol<strong>en</strong>cia o de la discrepancia de otras<br />

travestis con más tiempo <strong>en</strong> la zona, pero sin tanto rango d<strong>en</strong>tro del ambi<strong>en</strong>te. También se<br />

solía producir recambio por <strong>un</strong>a cuestión de viajes -después de muchos años alg<strong>un</strong>as<br />

partían a Europa para probar suerte-, <strong>en</strong>fermedades terminales o por caer <strong>en</strong> calabozos. Las<br />

travestis con <strong>un</strong> par de años de calle, que eran bonitas, de lindos cuerpos, y que se habían<br />

sometido a operaciones casi perfectas, viajaban de manera ilegal a Francia o a Italia para<br />

trabajar <strong>en</strong> sus zonas rojas. Y el tema de las <strong>en</strong>fermedades que muchas padecían, por lo<br />

g<strong>en</strong>eral no iba de la mano de las relaciones sexuales, sino producto de las interv<strong>en</strong>ciones<br />

quirúrgicas realizadas de manera ilegal y con jeringas que fueron utilizadas con<br />

anterioridad <strong>en</strong> travestis infectadas por el sida. El porc<strong>en</strong>taje de travas que moría por<br />

neglig<strong>en</strong>cia era muy alto: llegaba al och<strong>en</strong>ta por ci<strong>en</strong>to. Y fallecían <strong>en</strong>tre los veinticinco y<br />

treinta y cinco años. Vivir rápido y morir jov<strong>en</strong> era la consigna de estas traviesas que poco<br />

podían vislumbrar <strong>un</strong> futuro próspero fuera de esa vida signada por el desord<strong>en</strong> y la<br />

apari<strong>en</strong>cia de <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do cargado de fantasías y delirio.<br />

En el grupo de las travas del bar había dos chicas jóv<strong>en</strong>es (<strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te se les decía<br />

conchas) que también formaban parte del circuito. T<strong>en</strong>ían dieciocho años y sus cuerpos<br />

eran fabulosos. Pero no necesitaban mostrarse porque la lozanía y la belleza iban de su<br />

mano. Ambas también hacían la calle. Por lo g<strong>en</strong>eral, <strong>en</strong>ganchaban cli<strong>en</strong>tes ad<strong>en</strong>tro del bar,<br />

o bi<strong>en</strong> se apostaban <strong>en</strong> la esquina y le tiraban onda a varones que circulaban por la calle.<br />

Una llevaba el pelo corto -a lo Araceli González cuando recién se iniciaba <strong>en</strong> el m<strong>un</strong>do del<br />

espectáculo-, y su nombre era la Donna. Su par se hacía llamar Picachu. Ellas se amaban<br />

con locura. Andaban de la mano de <strong>un</strong> lado para el otro y solían besuquearse <strong>en</strong> cualquier<br />

rincón sin ningún tipo de tapujo. Su condición de lesbianas les permitió ganarse la simpatía<br />

del grupo de las travas, qui<strong>en</strong>es no las veían como pot<strong>en</strong>ciales compet<strong>en</strong>cia. Por eso eran<br />

bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idas <strong>en</strong> toda clase de andanzas e historias. Incluso eran tratadas como si fueran <strong>un</strong>as<br />

más. Picachu era preciosa. Lucía cabello corte a dos aguas, que le llegaba hasta la altura de<br />

su pera. En su rostro t<strong>en</strong>ía colocados tres piercings: <strong>en</strong> la pera, <strong>en</strong> la nariz y <strong>en</strong> la ceja. Ella


decía ser dark. Por eso siempre estaba vestida de negro. Como lucía sus pantalones <strong>un</strong> poco<br />

caídos, siempre quedaba expuesto el elástico de su ropa interior, que mostraba sin prejuicio<br />

alg<strong>un</strong>o, al igual que el piercing que llevaba puesto <strong>en</strong> su ombligo. Picachu estaba muy<br />

<strong>en</strong>amorada de la Donna, la petisa culona súper cocainómana, a qui<strong>en</strong> m<strong>en</strong>cionaba todo el<br />

tiempo. Vivía p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de sus pasos t<strong>en</strong>azm<strong>en</strong>te, pero la Donna era indomable y sabía<br />

cómo escabullirse. Cada dos por tres se volteaba a algún tipo para sacarle la mayor cantidad<br />

de dinero posible para consumir. Pero el problema radicaba cuando desaparecía por varios<br />

días y nadie sabía sobre su paradero. Picachu se ponía completam<strong>en</strong>te loca. Y cuando se<br />

re<strong>en</strong>contraban, las peleas eran feroces y agresivas. Cierta vez, Picachu la golpeó tanto que<br />

la dejó ll<strong>en</strong>a de moretones. Las demás travestis tuvieron que interv<strong>en</strong>ir para fr<strong>en</strong>ar su ira.<br />

Hasta que el des<strong>en</strong>lace de esa relación llegó <strong>un</strong> día de verano. La Donna había ligado con<br />

<strong>un</strong> dealer de nombre Charly, que t<strong>en</strong>ía <strong>un</strong>a moto Honda de 400 cilindradas. J<strong>un</strong>tos iban de<br />

<strong>un</strong> lado para el otro v<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do y consumi<strong>en</strong>do. Esa noche habían estado <strong>en</strong> <strong>un</strong>a fiesta con<br />

travas peruanas, y la mezcla de alcohol, pastillas, marihuana, éxtasis y merca habían<br />

producido <strong>un</strong> cóctel poderoso <strong>en</strong> sus cabezas. Tuvieron relaciones sexuales <strong>en</strong> <strong>un</strong>a estación<br />

abandonada <strong>en</strong> la esquina de Juan de Garay y Entre Ríos. Luego subieron a la moto y<br />

<strong>en</strong>cararon a contra mano por Brasil. Cuestión que de golpe giró de la izquierda <strong>un</strong> colectivo<br />

de la línea 60 y se los llevó por delante. Ning<strong>un</strong>o consiguió salir ileso porque sus cráneos se<br />

quebraron al estrellarse contra el pavim<strong>en</strong>to. Al día sigui<strong>en</strong>te, Picachu se <strong>en</strong>teró de lo<br />

sucedido e instantáneam<strong>en</strong>te tomó la determinación de suicidarse. Se cortó las v<strong>en</strong>as <strong>en</strong> la<br />

bañera del departam<strong>en</strong>to de sus padres, <strong>en</strong> el barrio de Sarandí. Pero ellos llegaron justo a<br />

tiempo, antes de que la jov<strong>en</strong> terminara desangrada. Estuvo internada por <strong>un</strong>os días <strong>en</strong> el<br />

Hospital Finochietto, de Avellaneda. Después fue trasladada a <strong>un</strong> nosocomio psiquiátrico<br />

<strong>en</strong> la localidad de Lanús. Luego de permanecer por <strong>un</strong>os meses <strong>en</strong> recuperación, sus padres<br />

la <strong>en</strong>viaron al Chaco para que se <strong>en</strong>tretuviera con actividades agrícolas j<strong>un</strong>to a sus primos,<br />

<strong>en</strong> el campo de <strong>un</strong>os familiares directos de su madre.<br />

Mi<strong>en</strong>tras tanto, <strong>en</strong> las calles de Constitución, todas las noches sucedía algo nuevo. Y las<br />

traviesas eran las grandes protagonistas.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!